Orlando Figes: “Siempre nos hemos equivocado con Rusia”

El reconocido historiador británico, con pasaporte y residencia alemana tras el Brexit, posa durante su última visita a Madrid.

Ramón Reboiras

Su nombre está vinculado a Rusia de forma definitiva. El alma mater del profesor Figes fue la universidad de Cambridge y en los años ochenta empezó a hurgar en los archivos de la URSS cuando el deshielo de Gorbachov permitió sacar a la superficie un pasado lleno de escombros y cadáveres. Es autor de dos volúmenes canónicos: sobre la historia cultural rusa, El baile de Natasha, y sobre la revolución de octubre, La Revolución rusa, que deberían leerse para abordar el presente tumultuoso de esa parte del mundo siempre en conflicto con su pasado y, dicho sea de paso, con su alma.

A partir de la invasión de Ucrania, Figes (Londres, 1959), ex profesor del Birbeck College, miembro honorario de la Royal Society of Literature, nacionalizado alemán y residente en Alemania tras el Brexit, ha querido ofrecernos un manual urgente que sigue apostando por la erudición y una narrativa de los hechos poderosa. La historia de Rusia, publicada como las obras anteriores por Taurus en español, es seguramente uno de los textos de cabecera para este año, una bitácora en medio de la tormenta montada por un historiador de la infatigable escuela británica.

En España citamos frecuentemente un dicho popular que es “acordarse de Santa Bárbara cuando truena” para subsanar muchos olvidos ¿Tuvo que haber una guerra para que Occidente mirase a Rusia?

Hasta cierto punto yo diría que sí. Esos son los términos al menos en los que lo ha manifestado Putin; que nadie les hacía caso, que si Ucrania entraba en la OTAN, que si Occidente ignoraba los acuerdos de Minsk... Todo eso les hizo sentir casi obligados, o al menos así lo ponen ellos, a dar una sacudida al mundo para que les hicieran caso. ¿Se hubiera podido evitar la guerra si nos hubiéramos acordado antes de Santa Bárbara? No estoy tan seguro si hubiese sido así porque la dirección en la que viaja la retórica y la ideología de Putin nos sugiere que el curso de una guerra imperialista contra Ucrania estaba ya marcado hacía tiempo. No es algo que se le ocurrió en febrero de este año, es algo que estaba marcado al menos desde la anexión de Crimea, en 2014. De alguna manera, ese fue el motivo por el que decidí escribir este libro, porque desde hacía tiempo a mí me parecía que Putin estaba trazando una visión del lugar que había tenido y que debería tener Ucrania en la historia de Rusia, y esa visión era totalmente incompatible con la visión de Rusia sobre la independencia ucraniana. Precisamente por eso comencé a escribir el libro en 2016 con la inauguración de ese gran monumento en Moscú dedicado al príncipe Vladímir que replicaba al de Kiev y que a mí me pareció no una declaración de guerra, pero si una clara declaración de intenciones. Ciertamente era la expresión de que Ucrania nunca ha sido más que una región de Rusia cuyos orígenes se remontan a la conversión a la cristiandad de Vladímir El Grande y al desarrollo del Estado de Kiev, así que, al menos ideológicamente, en términos de la mitología histórica que ha estado desarrollando Putin, Occidente no vio lo que ocurría ni prestó atención a Rusia.

En su hermoso y muy recomendable libro El baile de Natasha habla de la tensión a veces insoportable de un país enorme que siempre buscó y sigue buscando el equilibrio entre Europa y Asia. ¿Rusia en busca de su identidad es una cuestión permanente tanto en su cultura como en su política, no es así?

Ciertamente, y también ha contado este hecho en el desarrollo de los hechos actuales. Digamos que la incertidumbre de Rusia sobre su lugar en el mundo, entre Oriente y Occidente, también está presente en esta ocasión como usted apunta. Creo que, además, lo estamos percibiendo en la propia retórica de Putin desde hace algún tiempo, en toda esa insistencia en señalar que a Rusia se le debe respeto, ese resentimiento que aflora sobre todo por el ninguneo del papel que ha tenido Rusia en la salvación del mundo de los nazis; esa sensación de que nunca se les reconoció el mérito que tuvieron en la Segunda Guerra Mundial. El agravio que se siente como ruso resulta manifiesto en 2015, en el 70 aniversario de la victoria sobre el nazismo, cuando en Moscú no se presentó ningún líder occidental en los actos conmemorativos. A mí me pareció que este hecho Putin se lo tomó como un agravio personal, como una afrenta, porque él se ve a sí mismo como la personificación de Rusia y, por tanto, percibió que no se le estaba otorgando a Rusia la importancia y el respeto que se merecía. Esa retórica del resentimiento sobre la falta de respeto, sobre los logros no reconocidos, esa sensación de que a Rusia la estaban dejando de lado, todo ello ha madurado en una nueva inclinación hacia la identidad eurasiática, con un componente mucho más eslavo, al menos en la retórica del liderazgo ruso. Todo esto influenciado por las ideas de los eurasianistas en las que se contempla a Occidente no solo como una civilización que Rusia no tiene por qué seguir, ni debería hacerlo, porque ellos poseen otros valores espirituales conservadores que son los que defiende Putin. Además, se percibe a Occidente como hostil a Rusia, como una potencia que trata de minar la posición rusa en el mundo, como una potencia que les menosprecia. Este conjunto de cosas ha derivado en una actitud de Putin un poco más eurasianista en estos momentos.

En la búsqueda del alma rusa, un patrón que se repite en la historia del país, siempre aparece una figura autoritaria que guía al pueblo, casi una cuestión tribal, aunque Putin no sea Pedro El Grande ni Alexander Nevsky precisamente…

Así es y además este relato lo maneja Putin con toda la intención porque se considera paralelo a Pedro El Grande. Sobre todo, de cara a los historiadores, insiste mucho en que Rusia necesita un líder fuerte para mantener al país unido y para defenderlo sobre todo de las potencias occidentales. Esa historia tiene también mucho que ver con la Historia con mayúsculas que le han contado a los rusos durante siglos. Pensemos, por ejemplo, en la historia de Alexander Nevsky. No es que los rusos sepan mucho de Nevsky, ni siquiera cuando le votaron el ruso más importante de la historia en 2016, lo que saben los rusos de Nevsky es quizás lo que vieron y aprendieron en la película de Serguéi Eisenstein que se les mostró a millones durante la Segunda Guerra Mundial, la historia del héroe patriótico que defendió a Rusia y su religión contra los caballeros teutones. En dicha historia, o cuento más bien, encontramos todos los defectos del relato de que Rusia necesita un líder fuerte para mantenerse unida y poder defenderse de “los otros”. Es una historia que se repite muchas veces a lo largo de los siglos y Putin es plenamente consciente de que juega a repetir ese papel. Los paralelismos con todos los líderes fuertes del pasado son algo a lo que se acoge este régimen para otorgarle una especie de brillo patriótico a lo que hace y para justificar de alguna manera esa “mano dura”, ese liderazgo militarizado. El mensaje es que Rusia está siempre bajo ataque enemigo.

Casi después de un año del inicio de la invasión de Ucrania la receta nacionalista parece seguir funcionando para el Kremlin: gran parte de la población rusa reconoce su malestar con Occidente al que consideran en gran parte culpable de los hechos.

Es muy difícil de determinar este asunto. Esa es la visión de hecho que sostiene la propaganda rusa y es lo que te va a decir cualquier ruso si llega un periodista y le pone un micrófono delante de la cara o si hacen cualquier encuesta de opinión, pero si vas a su casa y le preguntas cuáles su opinión real podrían decirte algo muy distinto... Me imagino que hay una concienciación cada vez mayor entre la población rusa de que estamos hablando de una guerra, de una guerra de verdad, y de que es una guerra que ha iniciado Rusia. Me imagino que hay mucha inquietud sobre el tema dado que muchas familias rusas tienen parientes en Ucrania y la carga económica de la guerra va en aumento a medida que fallecen rusos en el frente. Estamos empezando a percibir esa inquietud pero, de momento, no es muy visible desde fuera. Parece que los rusos son aquiescentes en esta guerra no necesariamente porque estén a favor de ella sino porque, por una parte, son esclavos de los medios y, por otra, no se atreven a opinar porque pueden ir a la cárcel y todavía existe en Rusia esa memoria colectiva de la represión y el terror del Estado que se remonta a los años de Stalin y todavía resulta una presencia tan poderosa que inhibe las opiniones personales. Los rusos sienten que calladitos están más guapos, saben que el que está callado no se mete en problemas y eso es una situación que va a continuar hasta que se rompa el escenario actual, algo que podría suceder repentinamente. Si colapsara ahora mismo el régimen de Putin, algo que tampoco es improbable, las cosas podrían cambiar de manera radical en Rusia, pero no creo que debamos asumir que todos los rusos están de acuerdo con esta guerra ni tampoco que son víctimas propiciatorias de la propaganda o que mantienen una actitud de esclavos pasivos ante los medios rusos, ni mucho menos, creo que tenemos que tener una visión mucho más matizada. Ciertamente la propaganda ha sido muy efectiva y seguirá siendo muy efectiva para los ciudadanos de mayor edad, los que han vivido esa historia que se ha enseñado en Rusia, los que han formado su personalidad durante los años de la Guerra Fría, los que ven a Occidente como amenaza y, al mismo tiempo, abundan otros factores enraizados en la historia que inhiben la libertad de expresión del pueblo ruso, por tanto de momento no nos vamos a enterar de lo que piensan verdaderamente los rusos.

La invasión napoleónica, en 1812, y la victoria ante los nazis, en 1945, fueron dos momentos definitivos de la historia rusa en los que las élites dominantes abrazaron al campesinado y a los trabajadores y su valor decisivo en los campos de batalla. Dos catarsis fundamentales que no parecen guardar relación alguna con Ucrania por mucho que se invoque el mismo relato.

Todas esas historias de invasiones occidentales que quieren destruir a Rusia y en las que el pueblo se une para demostrar su sacrificio patriótico, todo ese espíritu colectivo, es la historia con minúscula clásica de Rusia; esa idea del “alma rusa” que, por su tradición religiosa y por naturaleza, constituye un colectivo espiritual dispuesto al sacrificio por una gran causa. Siempre se trata de defender la sagrada tierra de Rusia de los infieles. Son mitologías que tienen una profunda raigambre en el pueblo ruso. Sin embargo, en esta ocasión, nadie estaba atacando a Rusia. Napoleón y Hitler atacaron a Rusia, pero Ucrania no ha invadido Rusia. Esta guerra la ha iniciado el régimen ruso y yo no creo que puedan ocultarlo para siempre. Es decir, la historieta de que Rusia está en guerra contra la OTAN y de que está utilizando a Ucrania para marear la perdiz no creo que se sostenga mucho tiempo más. Por mucho que se empeñe el Estado en desarrollar esa mitología no se puede tapar el sol con un dedo. Por tanto no estoy muy seguro de que siga funcionando esa fábula antigua de que nos unimos todos los rusos para rechazar al invasor. Ni creo que funcione bien con lo de Ucrania, ni creo tampoco que se pueda mantener durante demasiado tiempo.

A la vista de personajes como el filósofo Alexander Dugin o la posición de la iglesia ortodoxa, cabe preguntarse si Rusia sigue siendo una gran desconocida para Occidente, sobre todo en lo que concierne a su espiritualidad… ¿Rige todavía esa vieja pulsión de la aldea tribal asentada en torno a Moscú contra el San Petersburgo ilustrado y europeo causante de todos los males?

Es difícil que se mantenga la idea de una aldea tribal en una sociedad ya urbanizada por completo, pero el mecanismo de esa mitología que señala sigue muy activo. Siguen circulando las ideas de Dugin y de leurasianismo, de la función de la Iglesia en apoyar una espiritualidad colectiva rusa amenazada por Occidente, pero es difícil analizar supervivencia, sería como decir que el alma inglesa está siempre de parte del más débil o tratar de definir el alma española… Son ideas que no traducen realmente lo que siente el ciudadano ni su modo de pensar en relación con los hechos cotidianos. Es posible que algunos rusos se crean lo del alma rusa y lo de la unidad colectiva, pero cuando no hay nada que llevar a la mesa, cuando muere un miembro de tu familia en la guerra, tampoco tiene mucho valor esa sensibilidad. Esos mitos se pueden desvanecer como ocurrió incluso en 1917.

En un célebre discurso, Putin decía refiriéndose a las purgas estalinistas: “En la historia de cada Estado han sucedido todo tipo de cosas. Y no podemos permitirnos que se nos haga sentir culpables”. ¿Otra vez parece abrirse la puerta a la cancelación del pasado para eludir la culpa que embarga la historia rusa?

El contexto de la propia intervención a la que se refiere es complicado. Putin ha sido bastante explícito cuando ha denunciado el Gran Terror del periodo estalinista, sin embargo constantemente afirma que no hay que seguir pensando en eso, que no es sano aferrarse a ese pasado porque hubo cosas que hizo Stalin que estaban muy bien, pero sobre todo porque, según Putin, los rusos deben liberarse de ese sentido de la culpa que les ha instigado la historia, y si quieren recuperar su soberanía y su identidad tienen que asumir de su historia tanto lo bueno como lo malo. Esta ha sido la política concertada del régimen desde 2004-2005 cuando todavía había mucha lucha ideológica sobre el legado de Stalin y cómo debería ser enseñado en las aulas o cómo la población general debería recordar esa época. Yo creo que ha sido muy importante este hecho para consolidar la dictadura de Putin, porque también eso le permite al régimen cerrar, o como usted dice, cancelar, ese capítulo. Esto significa que la percepción popular hacia el Estado y hacia la violencia del Estado, hacia el terrorismo de Estado o hacia los métodos del régimen de Stalin, no es algo que deba cuestionarse, ¿para qué? En muchos aspectos el problema de la Rusia actual es esa capacidad del Estado, ese potencial del Estado de utilizar el terrorismo contra el pueblo o de lanzarse a una guerra sin que se le cuestione. La estructura general del poder en Rusia es consecuencia de que allí nunca se ha abordado el tema del estalinismo después de 1921 o así me parece a mí. Muchas de las actitudes del pueblo ruso con la violencia de Estado derivan del hecho de que nunca ha enfrentado lo que realmente significó el régimen de Stalin.

Recuerda usted en su libro un chiste que circulaba en la URSS de los años duros del comunismo: “El futuro de Rusia como país es indudable; lo que resulta impredecible es su pasado”. Una bella parábola histórica sin duda.

Es absolutamente descriptivo. Se contaba en esa época sobre todo entre las personas de mayor nivel cultural que sabían cómo Trotsky y otros habían sido borrados de la historia oficial, habían desaparecido de los libros y de eso eran muy conscientes los académicos de la época. El comunismo proyectado hacia el futuro podría considerarse como algo que seguiría siempre existiendo; en su versión soviética el futuro estaba clarísimo, pero para llegar a ese futuro había que reescribir el pasado constantemente y borrar todas esas contradicciones. De alguna manera resulta un fenómeno totalmente orwelliano: la posición de Winston, en el Ministerio de la Verdad, en 1984, es cambiar los registros históricos, él trabaja en eso para que concuerden con las políticas presentes y futuras… Y es desgraciadamente lo que tenemos ahora en Rusia, parece calcado, y lo mismo que pasó durante el régimen soviético.

Tarde o temprano, casi toda la intelectualidad rusa ha querido volver a tocar su tierra natal… El caso más paradigmático es quizás Stravinsky, pero ahí quedan los ejemplos de Nina Berbérova, Marina Tseveiáteva, o Anna Ajmátova, que vivió un exilio interior, o Kandisnky, que buceó comonadie en las raíces primitivas. Nabokov mismo odiaba la revolución bolchevique pero siempre sintió una nostalgia aterradora de la Rusia que abandonó, de la lengua, de Chéjov, de Pushkin… Parece que hay una Rusia por encima de todos los avatares políticos, una patria espiritual.

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Históricamente tiene razón. No estoy tan seguro en cambio de que ese sentimiento siga siendo tan válido en nuestros días como en otros tiempos anteriores. En estos últimos diez o quince años hemos presenciado un éxodo masivo de las clases intelectuales que se van de Rusia. Imagino que al principio todos piensan que van a volver o quieren volver, ahora bien, que vuelvan en realidad ya no estoy tan seguro. La generación de Nabokov o de Stravinsky pensó que volverían cuando dejaron Rusia, pero aun así fueron derrocados los bolcheviques y no volvieron a Rusia y ahora que salen muchos intelectuales de Rusia puede que lo hagan con la intención de regresar, pero no me los imagino volviendo a un país en el que saben que no hay futuro para ellos y que están hartos de la corrupción, de la criminalidad, de la dictadura… Es decir que esa tierra rusa que sentía de manera tan acuciante Stravinsky existe todavía como idea romántica tal vez en las novelas, pero en la actualidad dudo que exista como entidad intelectual. Prefiero pensar que en este mundo globalizado en el que vivimos y donde podemos llevarnos nuestras habilidades a cualquier otro sitio, incluso el idioma, en un mundo donde podemos hacer vida fuera de la madre patria, seguramente dicha melancolía será muy diferente, esa identificación con el terruño ha dejado de ser tan acuciante. Lo digo como exiliado del Brexit, es decir, yo mismo he pasado toda mi vida en el Reino Unido, pero ahora mismo ¿me plantearía volver allí para vivir de forma permanente? Pues ya no. Han cambiado las cosas a un nivel fundamental y todo lo que ha habido de bueno en la historia y en la cultura rusas, esa rica tradición cultural que tanto hemos amado, se ha perdido. Es decir, ya nadie quiere quedarse en Rusia a sufrir, ningún gran artista va a quedarse en Rusia porque sea Rusia y lo mismo sería válido para los físicos o los matemáticos.

Pese a lo trágico de la situación parece una suerte ser un historiador dedicado a interpretar el pasado y el presente rusos en estos momentos en los que sí hay por fin una atención cada vez mayor…

Supongo que a cierto nivel me considero un afortunado. Ni siquiera recuerdo cuándo empecé a estudiar cosas de Rusia, creo que fue en los ochenta, tal vez en ese periodo sí que pensé en la gran oportunidad que se me ofrecía de especializarme en Historia de Rusia en una época en la que se estaban abriendo los archivos históricos y que había un propósito de ver qué podíamos hacer los historiadores, sobre todo cuando podíamos colaborar con los propios historiadores rusos para ayudarles a desarrollar su propia historia utilizando nuestras metodologías… Esto conllevó también un gran sentido de la responsabilidad como profesional y como estudioso de los temas rusos. Siento la responsabilidad de ayudar al público a entender mejor lo que es Rusia, no tanto a pedir perdón ni disculpas, sino a ayudar a todos a entender a qué nos enfrentamos en esta crisis. Hay que autoanalizarse un poco en este punto. Como grupo profesional, los que hemos estudiado Rusia deberíamos revisar en parte nuestras premisas, porque casi siempre nos hemos equivocado en nuestra visión de Rusia, y ahora también.

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