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PSOE: liderazgo y credibilidad

A pesar de su profunda crisis, el PSOE sigue siendo el partido que más se parece a España. Su posición ideológica, en el centro izquierda, coincide con la de una mayoría de españoles. Sus posturas sobre la cuestión territorial son también ampliamente compartidas por la ciudadanía. La gente desea reformas que aumenten la igualdad y la justicia social y está globalmente a favor de nuestro modelo autonómico. Basta mirar una encuesta política cualquiera para darse cuenta de que las posiciones del partido socialista son las de la mayoría social. Sin embargo, en las últimas elecciones generales el PSOE no llegó a cosechar el 25% del voto y se quedó con tan sólo 85 escaños. ¿Cómo es posible? ¿Y a qué se debe que el PSOE haya perdido la mitad de sus votos entre los años 2008 y 2016 cuando ni su posición ideológica ni la de los ciudadanos han cambiado tanto?

Supongo que estas son las preguntas que los socialistas deberían afanarse en responder. Lo lógico habría sido que se hubiese abierto un debate interno franco e intenso, llamando a compañeros de otros partidos socialistas europeos y latinoamericanos, convocando a expertos en la materia y a grupos de la sociedad civil. Una vez localizada la raíz del problema, a continuación se podría haber comenzado a pensar en remedios que revirtieran la situación.

Pero en lugar de eso, el PSOE, un partido que ha ido vaciándose intelectualmente desde los años ochenta, optó por la solución más facilona, considerar que la cosa se arreglaba con cambios de líder. Primero se pensó en Alfredo Pérez Rubalcaba, para lo cual hubo que frenar a Carme Chacón. Luego se pensó en Susana Díaz, pero ésta no se encontraba preparada y dieron paso, como solución interina, a Pedro Sánchez, para lo cual tuvieron que frenar a Eduardo Madina. Sánchez no funcionó como se esperaba y dieron un golpe palaciego para montar una gestora que preparara el terreno para Díaz, quien, finalmente, cuando pensó que había llegado su hora, cayó en las primarias ante el defenestrado Sánchez. Este carrusel de líderes ha servido para tenernos a todos muy entretenidos, pero desde luego no ha conseguido el objetivo de recuperar la confianza del votante progresista.

Un partido sufre un problema de liderazgo cuando no encuentra a un buen candidato, es decir, a alguien honesto que conecte con el electorado, que tenga capacidad para negociar y establecer alianzas con otras fuerzas políticas y que sepa formular y llevar a la práctica políticas eficaces. Evidentemente, la selección del líder es un asunto esencial en todo partido. Pero ¿realmente podemos pensar que la pérdida de la mitad de los votos en el PSOE se debe a que no se haya dado con el líder adecuado?

Cabe otra vía de análisis, que en lugar de centrarse en el problema del líder lo haga en el problema de credibilidad del partido. Por un problema de credibilidad me refiero a la percepción extendida entre amplias capas del electorado de que el partido no llevará a cabo las propuestas que defiende. El PSOE tiene propuestas excelentes, muy trabajadas, con una orientación nítidamente socialdemócrata. Basta echar un vistazo al documento que se elaboró en la Conferencia Política celebrada en 2013. ¿Por qué entonces tantos antiguos votantes socialistas y tantos jóvenes no se las creen?

El PSOE tuvo un primer problema de credibilidad a finales de los años ochenta. Muchos de sus votantes pensaron que el Gobierno de Felipe González no hacía políticas suficientemente socialdemócratas y, como consecuencia de ello, se organizó la huelga general de diciembre de 1988. A raíz de aquel toque de atención, el Gobierno incrementó considerablemente el gasto social, pero la llegada de la crisis en 1992 obligó a echar el freno. Muchos votantes pensaron entonces que el PSOE decía una cosa y hacía otra y dejaron de creer en el partido, retirándole la confianza. Así lo he intentado mostrar en algún trabajo académico anterior.

El problema de credibilidad se solventó con la llegada de un nuevo equipo en 2000, bajo la dirección de José Luis Rodríguez Zapatero. Tras recuperar el poder en 2004, el Gobierno llevó a cabo políticas marcadamente socialdemócratas y en 2008, tras cuatro años de gestión, el apoyo al PSOE aumentó en la izquierda, algo que nunca había sucedido durante el periodo de los Ejecutivos de Felipe González.

La respuesta a la crisis

Con la llegada de la crisis de la deuda, sin embargo, todo se vino abajo. Por un lado, las instituciones europeas cambiaron bruscamente de estrategia, abandonando la política de estímulos de los dos primeros años de la crisis económica y optando por las políticas de ajuste (austeridad). Para desatascar el problema griego, se pidió un primer ajuste a España en mayo de 2010. Zapatero asumió el cambio (el famoso anuncio de aprobar los recortes “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”). Lo mismo sucedió en otros países endeudados. Ahí se abrió una brecha entre el partido y la ciudadanía. El ajuste español fue muy asimétrico. Se centró en el gasto y renunció a aumentar los ingresos, a pesar de que la gran subida del déficit vino causada, en buena medida, por una caída del orden del 75% en los ingresos del impuesto de sociedades.

No se plantearon suficientes medidas compensatorias para los más golpeados por la crisis ni se atendieron las injusticias más sangrantes, lo que produjo el mayor aumento de la desigualdad en las últimas décadas en España. Se extendió una impresión muy fuerte entre el electorado de que los sacrificios de la crisis recaían principalmente sobre los colectivos más débiles y, con especial intensidad, sobre los jóvenes.

Se produjo entonces un segundo problema de credibilidad en la historia reciente del partido socialista. La gente dejó de creerse las propuestas socialdemócratas del PSOE. Así se explica el 15-M y, también, la aparición de Podemos, que se llevó más de dos millones de votos que antiguamente iban a parar al PSOE. Podemos vio con gran claridad la forma de crecer a costa de los socialistas, insistiendo en que el PSOE es progresista en la oposición y liberal en el poder. El desafío para el PSOE consiste en recuperar la credibilidad perdida. Se trata de un problema endiablado, pues, además, el PSOE no cuestiona el statu quo europeo, que dificulta enormemente la realización de políticas socialdemócratas.

Desde 2015 vengo defendiendo, a través de mis colaboraciones en infoLibre, que una alianza de gobierno entre los socialistas y Podemos sería crucial para que el PSOE superase el problema de credibilidad (aparte de que, en el corto plazo, es la única forma de desalojar al PP del poder).

Dicha alianza (que, por supuesto, plantearía problemas de muchos tipos) impediría que, una vez en el Gobierno, el partido dejara las principales decisiones económicas en manos de ministros liberales ajenos a la tradición socialista. Si el PSOE volviera a gobernar y tuviera la oportunidad de demostrar mediante actos sus credenciales genuinamente socialdemócratas, el problema de credibilidad quedaría en buena medida superado.

No obstante, soy consciente de que el entendimiento entre Podemos y el PSOE es improbable, pues los dos partidos compiten por una franja común del electorado. ¿Quiere eso decir que no hay otras soluciones? En realidad, los problemas de credibilidad se pueden atacar de otras formas. Una de ellas tiene mucho que ver con la elección de Pedro Sánchez, como veremos en un instante.

Lo peor que podía ocurrir para la credibilidad del PSOE era terminar absteniéndose a cambio de nada (ni siquiera pidió la cabeza de Rajoy) en la votación de investidura del 30 de octubre de 2016. El partido se había comprometido públicamente, ante el electorado, a no favorecer un gobierno de los populares, no tanto porque el PP estuviera distante ideológicamente, sino sobre todo porque se trata de una fuerza política corrupta hasta la médula que no ha reconocido sus errores, ni ha colaborado con la justicia, ni ha pedido disculpas.

El PSOE asumió una responsabilidad institucional que no le correspondía en la oposición, especialmente sabiendo que el PP podía haber explorado otras vías que sumaran a Ciudadanos, Coalición Canaria y PNV, como ha acabado sucediendo con la negociación de los presupuestos. La abstención socialista se hizo vergonzantemente, sin una explicación clara ante la ciudadanía, y, como todo el mundo sabe, requirió quitar al secretario general elegido por las bases, Pedro Sánchez, pues estaba dispuesto a seguir con el “no es no” hasta el final. De hecho, Sánchez dimitió de su escaño para no tener que abstenerse.

Precisamente por haber sido primero descabalgado de la secretaría general y luego por haberse enfrentado a las élites del partido (la Gestora, los barones territoriales, los anteriores secretarios generales, los cuadros medios), la elección por la militancia de Pedro Sánchez le otorga un plus de credibilidad. Haberse opuesto a quienes decidieron la abstención es lo que ha hecho pensar a muchos militantes que Sánchez está dispuesto no a dar un giro a la izquierda, como dice interesadamente la prensa conservadora, sino a ser coherentemente de izquierdas, que es algo bien distinto. No se trata de asumir las posiciones políticas de Podemos, sino de que la gente crea que la palabra dada tiene algún valor y que, en caso de llegar al Gobierno, el partido no hará tantas cesiones como en el pasado.

Aunque pueda parecer irónico, es justo la oposición del aparato a Sánchez lo que le ha dado a éste una credibilidad que no tuvo mientras fue secretario general en la anterior etapa. No debe olvidarse que Sánchez mostró una trayectoria errática, cambiando de posición casi de una semana a otra, y que en ocasiones tomó decisiones unilaterales que contradicen su discurso actual (como la destitución de Tomás Gómez o los cambios caprichosos en la lista de Madrid). Si, a pesar de estos y otros muchos episodios, Pedro Sánchez ha logrado ganarse la confianza de las bases es porque se ha opuesto frontalmente al aparato que decidió la abstención ante el PP.

En caso de que Sánchez opte por utilizar el capital político recibido para disipar las dudas del electorado progresista, es posible que el PSOE consiga remontar y recupere parte del voto que se ha ido a Podemos. En esa tarea, se va a encontrar a un partido muy dividido y a una férrea oposición mediática; además, tendrá que reprimir los golpes de autoridad que tanto conflicto provocaron en el seno del PSOE durante su anterior mandato. En estos momentos, sin embargo, es la única opción que parece tener el PSOE para ganar la credibilidad perdida. Y todo esto resulta posible gracias a los errores del aparato. Así de rara es en ocasiones la política.

*Este artículo está publicado en la revista tintaLibre de junio, en quioscos desde el viernes 2. Puedes consultar todo el número haciendo clic aquí.aquí

 

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