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Salomé a solas

La filósofa y psicoanalista Lou Andreas-Salomé.

Carmen Rosa

"Estando sola soy yo misma”. Esta frase, adjudicada a Lou Andreas-Salomé, resume el credo bajo el que vivió toda su vida, con la libertad total como único mandamiento. La escritora, filósofa y psicoanalista nació como Louise von Salomé en San Petersburgo en 1861, de padre guardia real ruso y madre alemana-danesa. Lou -como ella se rebautizó- fue una mujer única que consiguió lo inimaginable para la época en la que le tocó vivir: hacer siempre únicamente lo que le dio la gana y con quien le dio la gana y nunca dejar de aprender. Para lograrlo, una de sus estrategias clave fue acercarse a algunos de los hombres más geniales de su tiempo, pero consiguiendo algo más difícil todavía, que ellos se le arrimaran lo justo o nada.

Andreas-Salomé decidió pasar retazos de su vida con grandes pensadores y artistas, con Friedrich Nietzsche, Rainer Maria Rilke y Sigmund Freud como los más célebres de la lista. Todos ellos cayeron rendidos a sus pies, pero empujados por su cerebro. Y solo la alejaron cuando cometieron el error de intentar que se quedara para siempre. “La mujer más inteligente que existe”, dijo el machista Nietzsche, que incluso afirmó contentarse si llegaba a ser “una pequeña caja en una habitación de la casa donde ella se mudase”. “La única que realmente me entiende”, suspiraba por su parte el padre del psicoanálisis. Otro misógino para la historia. Parece que ninguno de los dos pudo compartir cama con ella, que rechazó hasta dos veces la pedida de mano del filósofo. Casarse, e incluso enamorarse, significaba dejar de ser libre y eso, en su caso, nunca fue una opción.

Así, en cuanto sentía que su posición de gran mujer caminando al lado del gran hombre corría el peligro de transformarse en una ecuación donde ella descendía a la posición de sustento del superhombre, Lou optaba por la carretera y manta. Tras de sí dejaba un reguero de hombres con la rodilla hincada, desorientados, medio locos por un tiempo, incapaces de entender que a aquella mujer brillante solo la podía poseer ella misma.

Alma libre

A Friedrich Nietzsche lo conoció en Roma, con 21 años. Lou llegaba de la Universidad de Zúrich, la única que por aquel entonces aceptaba mujeres en sus aulas. A Suiza, y después a Italia, la joven viajó con su madre, que, tras la muerte del padre, se empeñó en hacer de su hija una mujer de bien. Lou traía de San Petersburgo a Voltaire y Rousseau bien leídos gracias a un pastor holandés, cuarentón, casado y con hijos, que la tomó bajo su tutela y quiso dejar a su familia para casarse con ella. Fue el primer hombre al que decepcionó, pues no entendió su alma libre, y el primero que rechazó, el primero de muchos.

Nietzsche, el padre de “Dios ha muerto” quedó, como aquel religioso, extasiado hasta la cursilería con aquella jovencita. “¿De qué estrella nos hemos caído ambos para encontrarnos aquí el uno con el otro?”, dicen que le preguntó antes de que Lou le diera calabazas por primera vez. Él era 16 años mayor y propenso al enamoramiento obsesivo, que luego, al acabar en rechazo, alimentaba su rabia hacia el sexo femenino. Sin embargo, la escritora, filósofa y psicoanalista más brillante de aquel cambio de siglo, tenía también el talento de identificar rápidamente la genialidad cuando la veía, de rescatarla de la mediocridad que en muchas ocasiones la envolvía, elevarla y nutrirse de ella. Así que, a aquel famoso señor de frondoso bigote lleno de complejos le propuso una solución con la que ambos, según lo veía ella, ganarían: montar una feliz comuna académica que arrancaría siendo un trío -nunca pasaría de ahí-, y jamás entraría al dormitorio.

Durante tres años, Salomé, Nietzsche y uno de sus discípulos, Paul Rée, otro admirador de la joven rusa, viajaron juntos por el sur de Francia, en una convivencia sin sexo donde ella marcaba el ritmo. La fotografía del trío en un carro de caballos, con Lou fusta en mano para azotar a sus dos rocines, pasó a la historia. Igual que la de los tres amigos desnudos, dos de ellos con notables erecciones. La situación, como era de esperar, se hizo insostenible, sobre todo al sumarse el empeño de Elisabeth, la hermana de Nietzsche, por sacar a su hermano de aquella inmoral sodoma y gomorra.

Lou y Paul se marcharon tres años a vivir cerca de Berlín, dejando a Friedrich perdido y rozando la locura. El filósofo nunca negó la influencia de Salomé en Así habló Zaratustra, escrito durante ese periodo, y no pocos han visto a la escritora como la verdadera encarnación de ese superhombre imaginado por Nietzsche: culto, independiente, libre, observando al resto desde una esfera superior, creando su propia moral. Pese al empeño de la hermana por alejarlos, ambos mantuvieron una cómplice amistad que Lou celebró con su libro Friedrich Nietzsche en sus obras. En cuanto a Paul Rée, acabó suicidándose años después de que ella lo rechazase definitivamente y tras la consagración de Lou, con solo 24 años, con la publicación de su debut, En lucha con Dios.

La sorpresa para sus muchos amigos y admiradores llegó cuando Salomé dio el inesperado “sí, quiero” al profesor de Estudios Orientales Friedrich Carl Andreas, en 1887, después de que este amenazara con matarse si no aceptaba su proposición de matrimonio. No obstante, el acuerdo prenupcial ya daba pistas de las intenciones subyacentes en aquella unión: sería un matrimonio para siempre, pero nunca se consumaría. Por qué el marido aceptó el trato sigue siendo un misterio al que quizá solo se podría dar respuesta sintiendo en persona el magnetismo que irradiaba la esposa.

Lo cierto es que el plan funcionó y estuvieron casados 43 años. En ese tiempo, Friedrich tuvo dos hijos y formó una familia paralela con la criada, con el beneplácito de su esposa. Ella, por su parte, pudo seguir disfrutando de su ansiada libertad como respetable mujer casada, sin la pesada mirada del qué dirán posada en su nuca. Hasta que llegó el día, el mismo año de su boda con Andreas, en el que incluso esta mujer alérgica al amor romántico se enamoró. El afortunado fue un poeta checo, 14 años menor que ella, que andaba en Múnich conquistando a golpe de verso a mujeres pudientes. Se llamaba René Maria Rilke, pero ella pronto le cambió el nombre por Rainer.

Lou y Rilke: amor y admiración

Algunas fuentes, incluida la biografía basada en sus diarios, afirman que fue con Rilke con quien Andreas-Salomé perdió la virginidad a los 36 años. Pero eso poco importa. Lo suyo fue un amor intenso y de admiración mutua. No secreto, con Rilke pasando temporadas en casa de los Andreas. Ella corrigió los versos del poeta más importante de su tiempo y le enseñó ruso para viajar juntos a San Petersburgo, donde se citaron con Tólstoi y fueron felices. Lo inmortalizó todo en Rusia con Rainer. Él, hasta que se separaron en 1901 por sus frecuentes brotes psicóticos, le dedicó a ella todos sus poemas de amor. Cuando el poeta murió, en 1926, Lou seguía siendo su más cercana consejera y amiga.

Lou Andreas-Salomé llegó al último tercio de su vida convertida en una famosa escritora, una potente voz feminista, dueña de una larga lista de amigos varones entre los máximos exponentes de la intelectualidad europea. Fue entonces cuando decidió volcar lo aprendido sobre la psique humana en las mentes sobresalientes pero torturadas como las de Nietzsche y Rilke, en el estudio del psicoanálisis y reinventarse como referente de esta disciplina. Ya en su ensayo El erotismo indagó, como novedad, en la sexualidad femenina. Pero fue en 1911, tras conocer a Sigmund Freud, cuando se decidió definitivamente por estudiar el porqué de las psicosis que tan de cerca había presenciado. El creador del psicoanálisis y de frases como “la mujer es un hombre incompleto” quedó absolutamente impresionado por la personalidad y el cerebro de aquella mujer a la que llamaba “la poetisa del psicoanálisis”.

Lou Andreas-Salomé pasó a formar parte de su Círculo de Viena e incluso recibió uno de los cinco anillos que Freud encargó acuñar para sus cinco amigos más cercanos. El maestro y la alumna se cartearon durante 25 años compartiendo dudas, teorías y mostrándose mutuo respeto. Ella le mantenía informado sobre el devenir de la consulta que abrió en Gotinga, Alemania, ciudad donde su marido trabajaba como profesor universitario. Allí encadenó un paciente con otro en lo que se convirtió en su pasión tardía.

Dos días después de su muerte en 1937, los nazis ya estaban quemando su lustrosa biblioteca. La acusación de ejercer la “ciencia de los judíos” estaba sobre todo apoyada por las denuncias de una vieja enemiga, Elisabeth Fröling Nietzsche, la hermana de su gran amigo, reconvertida en acérrima antisemita. Desaparecía una mujer libre que consiguió entrar en el club de los hombres ilustres sin convertirse en su musa ni en su amante ni en su cimiento, y muchos menos en su fiel compañera. “Lou se relaciona con un hombre y nueve meses después él trae al mundo un libro”, dijo de ella el sueco Poul Bjerre, también discípulo de Freud.

Vidas rebeldes

Vidas rebeldes

Lou los retó, los arrastró hasta los límites de su talento para así ella también poder extender los suyos. Y todo esto eludiendo a los siempre hiperactivos guardias de la moral femenina. Sí la criticaron algunas feministas que, no sin algo de razón, la acusaron de seguir el juego al machismo dominante sin confrontarlo. Lo cierto es que Lou Andreas-Salomé quería ser libre y lo consiguió sin demasiadas cicatrices. Lou logró hacer siempre lo que le dio la gana.

*Este artículo está publicado en el número de verano de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

 

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