Cuentan las crónicas más antiguas que, en el pasado, allá por los años 80 y 90, un hombre francés, con grandes gafas y un talante entre pragmático y visionario, fue el arquitecto y la gran cabeza pensante que sentó las bases para construir la Unión Europea tal y como la conocemos. Se decía que ese hombre, llamado Jacques Delors y presidente de la Comisión Europea durante una década, cuando se reunía con el hombre más poderoso del mundo, el presidente de los Estados Unidos, siempre insistía en tres ideas: Europa existe, tiene entidad y, sobre todo, tiene unos intereses propios y diferenciados a los de Washington. Tres pilares que Delors creía fundamentales para construir una UE fuerte y autónoma, y tres pilares que estaban en juego cuando Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión y sucesora de Delors en la silla que rige la UE, fue a hablar con Donald Trump esta pasada semana al campo de golf del mandatario estadounidense en Escocia.
De lo sucedido en esa reunión se han escrito ríos de tinta. Humillación, capitulación, rendición, desastre, derrota sin concesiones, son algunas de las palabras que se han usado para definir ese encuentro que, según la gran mayoría de los análisis, ha llevado a Europa a firmar uno de los acuerdos más incomprensibles de toda su historia. Un relato que no solo se basa en los datos del propio pacto, aún incompletos y muchos de ellos hechos a vuelapluma, como suele ser habitual en todo lo que firma Trump, sino sobre todo en el mensaje de debilidad que manda la UE al mundo y, en concreto, a EEUU.
Después de meses en los que el presidente estadounidense ha hecho todo lo posible para identificarse como un socio poco fiable para Europa, defendiendo un mundo donde prima la ley del más fuerte y el derecho internacional es papel mojado, la UE no ha hecho otra cosa que lanzarse a sus brazos. “Cuando Occidente ha permitido y ha llevado a cabo una y otra vez violaciones de esas reglas internacionales, el poder blando, característico de los Veintisiete, pierde importancia en contraste con el duro, en el que no puede competir por su debilidad militar. Así, su posición sale debilitada en este mundo que ella misma ha contribuido a crear”, señala Álvaro de Argüelles, analista de El Orden Mundial.
Un consenso imposible
Aunque todas las mirada están sobre Von der Leyen, el pacto firmado no es tanto su responsabilidad como consecuencia de la visión de muchos de los países que forman la UE. “La Comisión, pese a lo que se haya podido contar durante esta semana, no actúa libremente y de forma independiente a los Estados miembros. Von der Leyen llevaba un mandato negociador que viene precisamente de los países. No va por libre”, explica Emilio Ordiz, periodista especializado en la Unión Europea. Y entre las capitales, el experto señala específicamente a una: Berlín. El gobierno alemán ha sido uno de los pocos que, dentro de la crítica general, ha calificado el acuerdo más como un mal menor que como un desastre. La posición alemana siempre fue evitar a toda costa una guerra comercial sin control con Washington, que lastrara aún más su ya delicada economía, y finalmente su apuesta fue la ganadora.
La tensión entre Alemania y buena parte del resto de los Estados miembros se ha convertido en una de las principales debilidades de la UE en los últimos tiempos a nivel geopolítico. No solo en cuanto al acuerdo comercial, también en otros terrenos como la respuesta en Gaza, la visión de Alemania ha terminado por sacrificar una posición europea fuerte y diferenciada para preservar sus intereses y su deseo de no confrontar abiertamente con EEUU. “Es inaudito que países como Francia o Alemania sigan entendiendo las relaciones internacionales como algo unilateral. Ya no es solo el gasto militar, es que hemos sido incapaces de armonizar nuestros intereses”, crítica De Argüelles.
Esa división interna constante es la que ha terminado, una y otra vez, debilitando la posición internacional europea. La imagen de su incapacidad de hacer absolutamente nada en Gaza, y de no poder ni siquiera plantar cara a EEUU comercialmente la deja sumida en la irrelevancia. “Lo peor es que Europa dice al mundo que, aunque tenga las herramientas para hacer algo, no lo hace. En el caso comercial, la UE es un gigante, el principal socio comercial de EEUU, podía haber plantado cara, como ya dijo el entonces comisario Jean-Claude Juncker durante el primer mandato de Trump cuando este amenazó con aranceles. Pero ha optado por no tener esa posición fuerte”, señala Ordiz.
Algo similar pasa con Gaza. La división interna de la UE le ha hecho no poder tener, en ningún momento, una voz clara con respecto al conflicto, guardando silencio y estando en un segundo plano frente a la matanza. Dentro de los Veintisiete, conviven aún a día de hoy posiciones como la de España o Irlanda, que desde el principio se desmarcaron de la posición general de la UE, por ejemplo reconociendo el Estado palestino, con otras como la de Alemania y Austria, que si bien han virado, sobre todo en el caso del segundo, siempre se han colocado del lado del país gobernado por Benjamin Netanyahu y de los intereses de EEUU. “Es cierto que las sanciones parecen inviables, tanto por esa dependencia de Washington como por el peso de Alemania, pero la UE tampoco ha optado por acciones quizás más intermedias que podrían tomarse, como suspender el acuerdo de asociación, ya no totalmente, sino parcialmente aunque solo sea en el apartado comercial”, defiende Ordiz
Dependencia total de EEUU
Aunque es cierto que ahora algunos países como Francia o, ya fuera de la UE, Reino Unido, han asegurado que reconocerán el Estado palestino siguiendo el ejemplo de España, resulta muy complicado pensar que los europeos puedan realmente desmarcarse de Trump después de la capitulación comercial. “Antes del pacto, Europa no había hecho nada en Gaza, y ahora, dudo mucho de que pueda hacer algo diferente a lo que diga EEUU. La mayoría de los Veintisiete forman parte de la OTAN y en este sentido es más que complicado hacer nada en contra de los intereses estadounidenses. Se ve en Gaza y se ve en Ucrania, donde, aunque las palabras de los líderes europeos digan lo contrario, los hechos desmienten que tengamos una posición diferente a EEUU. Y al final, con esta debilidad, Trump no va a dejar a la UE tener voz en ninguna de las resoluciones de los dos conflictos”, afirma Jorge Tuñón, catedrático Jean Monnet, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y experto en asuntos europeos.
Además, Trump ya ha avisado de lo que hará a aquellos que no sigan a pies juntillas todo lo que él diga con respecto a Palestina. Cuando Canadá, uno de los países que más tensiones ha tenido con el magnate desde su llegada a la Casa Blanca, comunicó el pasado jueves que reconocería el Estado palestino en septiembre, el presidente estadounidense no perdió un segundo en amenazarles con la ruptura de las negociaciones del acuerdo comercial. “En el caso de Francia, parece que solo ha levantado críticas diplomáticas por parte de EEUU y que no va a acarrear consecuencias en el corto plazo, pero no se puede descartar. Lo que está claro es que Trump está dispuesto a usar todos los elementos de presión para favorecer a Israel, tanto comerciales como de sanciones”, comenta De Argüelles.
Lo peor de todo ello es que la ocasión era propicia para dejar de lado su dependencia estadounidense. Cuando Trump llegó a la Casa Blanca era bien conocido que su política internacional iba a estar lejos del multilateralismo y de una alianza con Europa, algo que se confirmó con la infausta reunión en el Despacho Oval con Volodimir Zelenski que acabó a gritos entre ambos. En ese momento, cuando los europeos vieron que Trump se alineaba más con los intereses de Rusia que con los del Viejo Continente, reaccionaron con la llamada Coalición de Voluntarios, una asociación de países que incluía a Reino Unido y a otros como Canadá, que tenía en común el deseo de ayuda a Ucrania y las reticencias hacia el magnate.
Ahora, solo 5 meses después, ese intento de desligarse de EEUU se ha quedado en nada. “La mayoría de las capitales siguen convencidas de que es posible aplacar a Trump, que es algo así como un loco, cuando no lo es, o que es un mal temporal y tarde o temprano abandonará la Casa Blanca y vendrá alguien más parecido a Joe Biden. Es algo erróneo, porque sobrevalora la importancia del magnate cuando antes otros presidentes como Obama o el propio Biden ya tenían una línea en muchos casos similar. Además, es ignorar las fuertes pulsiones que ha tenido EEUU hacia el intervencionismo, algo que ha sido una anomalía en las últimas décadas”, señala De Argüelles.
Sin margen de maniobra
“Es todo lo contrario a lo que prometieron en la campaña electoral de las elecciones europeas. En ella, Von der Leyen basó su discurso en que había que potenciar la industria europea, la defensa y, sobre todo, en la autonomía estratégica. Pero una vez más los actos de la alemana no van acorde a sus palabras”, se queja Ordiz. En ese choque entre realidad y relato, hubo otro momento clave y que puso de manifiesto, una vez más, la rendición de Europa con EEUU: la cumbre de la OTAN de La Haya del pasado junio. La aceptación de las reglas de juego de Trump de prácticamente todos los países, con la excepción de España, y el asumir la subida del gasto en defensa al 5% tal y como pedía el magnate, sin realmente apostar por una autonomía y un plan que pusiera en el centro los intereses de la UE.
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Ese plegamiento a la OTAN deja en un segundo plano los planes netamente europeos como Rearm Europe y toda la apuesta por la industria continental, ya que, muy relacionado con esto, el pacto comercial también establece “compras significativas” de armamento militar estadounidense por parte de la UE. “Al final todo es un acuerdo de subyugación en el que los Veintisiete se pliegan a los intereses de EEUU. Además de las armas, les compramos energía, argumentando que es para eliminar nuestras dependencias de Rusia, pero al final es cambiar una por la otra”, argumenta Tuñón. Sin embargo, De Argüelles matiza que en un tema como la energía, es complicado encontrar una solución óptima, ya que, por ejemplo, Europa ya sacrificó sus compromisos con los derechos humanos comprando crudo estableciendo lazos con Arabia Saudí para alejarse de Moscú.
Con todo ello, el margen de maniobra para la UE es mínimo. El acuerdo, defiende el profesor, es tan beneficioso para EEUU que, aunque es imposible que haya una tercera Administración Trump, ninguno de los presidentes que le sigan van a querer renunciar a él. “Europa ha renunciado a tener una voz propia. La estrategia creo que debería haber sido colocarse como ese socio que en ocasiones puede pactar con EEUU y en otros con China. Un acercamiento a este último, con todas las desventajas y problemas que tiene por no ser un país democrático, nos podrían haber hecho jugar un mejor papel a nivel global, en vez de alinearnos con el socio que nos subyuga”, concluye Tuñón.
Para Ordiz, la respuesta europea a este pacto tiene que ir por dos vertientes principalmente: Gaza y el acuerdo con Mercosur. “En primer lugar hay que ratificar, lo antes posible, ese pacto con los países sudamericanos. Ahora, con lo que ha pasado con EEUU, Francia ya no tiene ningún argumento para negarse, por lo que no tienen más remedio que aprobarlo. Eso dará una imagen externa sólida. Y la otra parte es Gaza. Por cómo funciona la UE, creo que, pese a que todo depende en buena medida de Alemania, los Veintisiete compensarán este pacto comercial, que les coloca como vasallos de Trump, marcando distancias con él en Palestina, al menos a nivel de relato. Es complicado pensar en que lleguen sanciones, pero sí espero una posición algo más dura”, zanja el periodista.
Cuentan las crónicas más antiguas que, en el pasado, allá por los años 80 y 90, un hombre francés, con grandes gafas y un talante entre pragmático y visionario, fue el arquitecto y la gran cabeza pensante que sentó las bases para construir la Unión Europea tal y como la conocemos. Se decía que ese hombre, llamado Jacques Delors y presidente de la Comisión Europea durante una década, cuando se reunía con el hombre más poderoso del mundo, el presidente de los Estados Unidos, siempre insistía en tres ideas: Europa existe, tiene entidad y, sobre todo, tiene unos intereses propios y diferenciados a los de Washington. Tres pilares que Delors creía fundamentales para construir una UE fuerte y autónoma, y tres pilares que estaban en juego cuando Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión y sucesora de Delors en la silla que rige la UE, fue a hablar con Donald Trump esta pasada semana al campo de golf del mandatario estadounidense en Escocia.