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Rosario Raro: “Debemos ser conscientes de que, a pesar de todo, vivimos en el mejor tiempo posible”

La escritora Rosario Raro.

Canfranc es un pequeño pueblo de los Pirineos a pocos kilómetros de la frontera francesa. A priori, sería un pueblo pirenaico más con sus poco más de 500 habitantes, pero entre sus casas alberga una estación de tren que sirvió durante años como lugar de paso entre España y Francia. Durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial tuvo una importancia primordial, siendo el lugar de trasbordo de los trenes que transportaban el wolframio que necesitaban los alemanes para construir su maquinaria de guerra. En este contexto bélico y de frontera de desarrolla Volver a Canfranc (2015), primer libro de la escritora Rosario Raro (Segorbe, Castellón, 1971), donde cuenta la historia de los judíos que intentaban cruzar la frontera para huir de los nazis y la de las personas que les ayudaban a conseguir su salvación. 

Al igual que en su libro, pero afortunadamente a menor escala, Europa vuelve a presenciar una contienda armada en su territorio. La escritora admite haber leído innumerables libros sobre la guerra y a raíz de esas lecturas, ha conseguido sacar algunas conclusiones sobre ellas: “siempre es la misma guerra, solo cambia de tiempo y de lugar, siempre mueren los mismos y siempre se desencadenan por intereses muy similares”. Así, cuando estalló el conflicto en Ucrania, Raro admite haber tenido que desconectar y decretar un “apagón informativo”. El momento de la invasión coincidió con el proceso de escritura de su última novela y, consciente de que tenía que “estar muy bien” para dedicarse en cuerpo y alma a su libro, decidió no leer nada porque “conocer cualquier detalle sobre lo que estaba sucediendo me lastraría, me sumiría en una tristeza profunda que me socavaría”.

Para ella, las guerras son evitables, ya que “siempre hay otra forma más humana de resolver los conflictos, la cuestión es si interesa o no porque es una evidencia que la guerra es uno de los negocios más rentables”. Por eso, pese a que no podamos influir directamente en las personas que toman las decisiones de declarar o no una guerra, debemos, según la escritora, dar un paso al frente y transformar nuestro entorno más próximo para protegernos de quienes justifican el mal como coartada y, sobre todo, "no perder la ilusión ni la esperanza en la condición humana". Sin embargo, en su opinión, no podremos conseguir un mundo en paz si “el pacifismo sigue siendo una moda y no algo fundamental".

Creo que siempre es más poderoso el optimismo porque suele suponer una conducta más activa, el pesimismo es derrotista

A fin de huir de la espiral de tristeza en la que nos sume la escalada belicista y de malas noticias, la escritora cree que la clave es el optimismo: "Creo que siempre es más poderoso el optimismo porque suele suponer una conducta más activa, el pesimismo es derrotista”. En el periodo convulso que vivimos, Raro ve al mundo con un haz de esperanza y sobre todo con “muchas más ganas de vivir”, surgidas de la reacción de la ciudadanía ante las dificultades.

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Otra forma de no caer en el pesimismo para la escritora es mirar hacia atrás, lo cual permite, según destaca, “ser consciente de que, a pesar de todo, vivimos en el mejor tiempo posible”. Pone el foco en “la baja mortalidad infantil, la tasa de alfabetización que está ahora en el 98,44% en España, el aumento de la longevidad, el índice de salud, la cura cada vez de más enfermedades..." Todas ellas son formas de aferrarnos de una forma positiva al presente. 

Muy relacionado con ese progreso, Raro nos cuenta otro de sus refugios de optimismo: la ciencia. “Antes se calificaba de milagros a lo que ahora consigue la ciencia”, destaca la escritora, quien pide financiación para los científicos y apoyarles con el objetivo de garantizar su futuro y no tener que importar ciencia de fuera. 

Así, para abrir un rayo de luz e iluminar su verano, Rosario Raro busca refugio en las montañas, concretamente entre las sierras de Espadán y Calderona, muy cerca de su Segorbe natal. Allí, antes de viajar para “aprehender” los escenarios de su nueva novela, se resguarda “bajo la ladera del cerro de la Estrella". "A la sombra de su castillo leo en mi hamaca colgante, anoto ideas, escucho música y, cuando la tarde comienza a declinar, me reúno con mis seres queridos para celebrar, sobre todo, que estamos vivos”.

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