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Ida y vuelta

Un pececito excavado en el fango

Cartela de la sección Ida y vuelta, de veranoLibre 2021.

Elisa Victoria

Mi relación con el territorio tiende a ser confusa. De entrada, no entiendo bien el concepto de territorio y cuanto mejor lo entiendo más rechazo me causa, lo que no me quita vivir lidiando constantemente con su significado y sus implicaciones. Es un contexto en el que me desenvuelvo y los contextos siempre son determinantes. La mayoría nos vienen dados y no queda otra que intentar hacer malabares con ellos tratando de que el espíritu subsista de alguna forma a lo largo del camino. El lugar de crianza, por ejemplo, supone un contexto importante, pero ninguno tan determinante como la cuestión monetaria, lo que implica tener dinero o no tenerlo.

Escribía Mariana Enríquez en Nuestra parte de noche que el dinero es en sí un país para todos aquellos que nadan en billetes, una concepción muy acertada que recibió grandes aplausos de un montón de personas entre las que me incluyo. Reflexionando sobre ello me parece que la ausencia de billetes supone también una suerte de país. Mis movimientos a través del territorio han venido coartados en gran parte por la condición económica que atraviesa mi existencia igual que atraviesa la de todo el mundo. No dejemos que nos engañen con esas consignas crueles que dictan que ser rico va de tener grandes sueños y trabajar duro porque semejante chiste negro rarísimas veces funciona. Tales consignas sólo pretenden aumentar el desprecio hacia los pobres por si no tenían bastante con haber nacido en aplastante desventaja. Ahora encima se tienen que sentir culpables.

Yo en concreto nací con un presupuesto limitado y lo hice en Andalucía, el lugar donde más tiempo he vivido. A Andalucía le guardo un enorme cariño por unas cosas y algo de asco por otras, como me podía haber ocurrido con cualquier otro lugar, pero tal vez si hubiera nacido en el país del dinero o me hubiera empantanado en alguna mudanza temeraria sin garantía, habría conocido más mundo. Habría elegido irme a vivir a Asturias unos años, por ejemplo, a ver el campo verde en agosto y a bañar el culo en aguas fresquitas, y o bien habría tenido de sobra para permitirme visitar a mi madre cada mes o habría dejado de verla. Ya puestas a imaginar, si de verdad hubiera nacido en pleno país del dinero me habría comprado una casa en Finlandia, o en Nueva Zelanda, y un avión privado con un piloto contratado a jornada completa que me llevase ver a mi madre o a las Bahamas en cualquier momento. Suena hasta gracioso pero es cierto que hay gente que vive más o menos así y si lo piensas suficiente rato te dejas de reír.

No poseo una villa en la Provenza ni una casa forrada de madera con enormes ventanales y suelo radiante en los bosques de noruega, tampoco una isla caribeña ni un penthouse en Nueva York y mucho menos una aerolínea propia. Viví en Sevilla durante siglos temiendo el verano hasta que me fui a un monte cercano buscando ver crecer la hierba alrededor, lo barato y la permanencia del andaluz. Luego me mudé a Madrid en persiguiendo algo de prosperidad económica y social. Resultó fructífero, aprendí y presencié hermosuras pero me quemaron el alquitrán, la presión económica, el ritmo frenético y finalmente la ruina del covid me condujo a la huida. Añoraba el cielo negro y estrellado, el verde y el marrón en el horizonte, los precios módicos, el espacio, el aire limpio, añoraba el andaluz. Por suerte la escritura, mi hogar más fiable, la he podido encontrar en todas partes.

Desde joven la exploración del lenguaje supuso una especie de sustituta de la exploración del territorio físico que me resultaba dificultosa a muchos niveles. Para empezar ya hemos apuntado no soy rica, lo que significa que mi libertad tiene las alas cortas. Los viajes a pequeña o gran escala han ido siempre bastante calculados, cuestión que vuelve engorrosos los movimientos. Para seguir soy quisquillosa, maniática, y eso no casa bien con los presupuestos ajustados. Las maletas que yo preparo son obras de arte de nueve quilos y las obras de arte requieren de un esfuerzo a menudo agotador. Por último, no soy muy hábil socialmente. A estas alturas me encuentro siempre deseosa de un escondite, y un escondite a ser posible andaluz. Lo del andaluz tiene que ver con lo de la sustitución del territorio, porque mis movimientos están limitados y porque por mucho que la geografía de Andalucía sea interesantísima, a nada he resultado al final tan adherida como al lenguaje. De las cienes de hablas andaluzas que existen todas me hacen sentir en casa, todas las encuentro valiosas, de todas aprendo con fascinación y el sano interés de estudiar y preservar un fenómeno tan bello como proscrito, todas las echo de menos cuando estoy fuera, todas me alegro de oírlas al atravesar Despeñaperros en dirección sur. Su fluidez me acoge como una cama recién hecha y comprobar que nadie se expresa con pudor me llena de regocijo porque más allá de la meseta he visto demasiadas veces a la gente perder su acento como estrategia de superviviencia.

Mi apego por el territorio viene a pequeña escala, una escala tan pequeña que a la palabra patria no le veo sentido más allá de unos árboles alrededor de una porción de arroyo sin dueño, de cierto vocabulario y cierta caligrafía, de una manera de hacer el pan o de criar los tomates, lo que no implica que no albergue sentimientos de pertenencia. Mi corazón le rinde cuentas a cualquier texto que tenga entre manos en el presente, a las circunstancias de mi condición económica, a la tierra que no ha sido asfaltada, a un núcleo familiar formado por más animales que personas, a algunas canciones y a las diferentes manifestaciones del andaluz.

En términos de recreo soy una veleta, una convenía. Ahora mismo pertenezco a este texto, existo y entrego mi sangre a través de él, pero se está acabando. En cuanto ocurra acudiré a otro que tengo preparado para seguir respirando como un pez que no ha nacido en el mar necesita saltar de una charca viscosa a otra en busca de túneles llenos de un agüita tan fresca y oscura como las pupilas de alguien que te quiere.

Elisa Victoria es escritora. Es autora de 'Porn &Pains', 'Vozdevieja' o 'El Evangelio'.

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