‘La casa del dragón’ no es ‘Juego de Tronos’

Escena del tráiler de 'La casa del dragón' de HBO.

Juego de tronos creó uno de los mayores fenómenos de la cultura popular de la pasada década. No hace falta explicárselo a cualquiera que haya estado consciente mientras se emitía.

Era inevitable tratar de replicar el fenómeno desde el punto de vista de los directivos de una plataforma. HBO Max ha conseguido mantener la vinculación con el escritor autor del material original, George R.R. Martin para varios proyectos más. El primero, la ya estrenada La casa del dragón.

Todo lo demás ha cambiado. Los creadores de Juego de tronos, JDT, David Benioff y D.B. Weiss no tienen nada que ver con la nueva serie. El nexo más importante entre ambas, el director de algunos de los mejores episodios de JDT, Miguel Sapochnik, ha colaborado poniendo en marcha la precuela, pero nada más comenzar esta ha anunciado que abandona el proyecto.

Martin sigue asesorando de manera directísima a La casa del dragón, pero ahora Ryan Condal se encarga en solitario del proyecto. Y ya nada es lo mismo. Cuatro episodios emitidos empiezan a dibujar las líneas de la nueva serie.

Argumento más modesto y privado

Se trata de recorridos argumentales mucho más modestos y privados. 170 años antes del nacimiento de Daenerys, cuando su familia se halla en su esplendor, se produce un conflicto sucesorio, con tres posibles aspirantes al trono. Pero no se pretende al contarlo reflejar las tensiones de una corte, de un estado, sino las pulsiones personales de los participantes en el drama.

Ese cambio de perspectiva la convierte en otra serie, mucho menor. Además de dragones y caminantes blancos, Benioff y Weiss llenaron sus episodios de ambición, instinto de supervivencia y dotaron de enjundia cada punto de vista en lo que refiere a los poderosos de una sociedad, aunque fuera imaginaria.

Con ellos recorríamos un enorme mapa que nos mostraba como lo ocurrido en un lugar remoto podía influir en las turbulencias de otro. Como la política tiene que reaccionar incesantemente a sutiles o brutales cambios, como la organización de una sociedad obedece a numerosos intereses y necesidades, casi siempre contrapuestos.

Esta serie no fluye de la misma manera, se queda estancada en un palacio dando vueltas y más vueltas al problema de encontrar el mejor heredero en lo que sería una trama más de Juego de Tronos y probablemente no la más apasionante, en parte por los avances de la historia, pero también por la construcción de los personajes.

Un rey sin carisma

De manera sorprendente, uno de los protagonistas de la trama, el propio Viserys I, destaca o, mejor dicho, no destaca nada, por su nulo carisma. No es a lo que estábamos acostumbrados.

Prácticamente no existía personaje en JDT del que no se pudiera discutir alegremente con cualquier conocido porque sus rasgos habían sido establecidos con decisión, para simpatizar con él, para detestarlo o para despertar controversia.

El rey Viserys está interpretado por un Paddy Considine dirigido y con diálogos escritos en clave plana, no provoca frío ni calor. Su consejo asesor tampoco brilla con astutos miembros, tiene sus momentos, pero en otros aburre como un estamento burocrático. La mano del rey, su principal ayudante, interpretado por Rhys Ifans, intriga y afronta difíciles dilemas, pero no articula elocuentes parlamentos ni se le da un espacio interesante para mostrar un rico mundo interior.

Luce más la hija del monarca, Rhaenyra, interpretada por una vivaz Milly Alcock, que será sustituida dentro de unos episodios por otra actriz, Emma D´Arcy, como su versión adulta, en otra decisión que dificulta la identificación con los protagonistas. Requiere mayor habilidad crear un personaje y cambiar a su intérprete manteniendo la vinculación con él. Veremos si este equipo de guion lo consigue.

Incesto, sin novedad

Los fans de la serie, muchos y activos, están embelesados por la retorcida relación del personaje de Rhaenyra con el interpretado por Matt Smith, Daemon, hermano del rey, tío por tanto de Rhaenyra. Desasosegante incesto, si no fuera por que en Juego de tronos se ha explotado esa veta abundantemente.

Sin personajes no hay emoción. En el primer episodio de esta historia se produce una muerte brutal, efectista, impactante. Además, una muerte que dice mucho del momento histórico y del conflicto central. Le falta en cambio un ingrediente esencial, haber creado antes mejor al personaje que la sufre. Cuando Juego de tronos puso la cabeza de Ned Stark en una pica supuso una conmoción porque se había convertido en poco tiempo en un personaje inolvidable.

Respecto al género de esta nueva serie, es su propio autor, Ryan Condal, quien la define en una entrevista a History of Westeros como “un drama familiar. No hay una amenaza del norte o de Essos o una guerra civil que luchar”.  

Y añade, señalando el problema para parte de los espectadores, que no querían espantar al público adulto que sentía que estaba viendo una intriga palaciega, una ficción histórica en Juego de tronos. Pero eso es precisamente lo que ocurre, al menos en este comienzo de la serie.

¿Dónde está el dinero?

A pesar del fabuloso presupuesto del proyecto, unos veinte millones de euros por episodio, tampoco resulta deslumbrante visualmente. Hay dragones, pero ya los habíamos visto, hay batallas, muy bien, pero no la variedad de recursos y mundos diferenciados de JDT.

En ese sentido, la serie competidora que trata también de hacerse con el vacío que dejó Juego de tronos, Los anillos del poder, en Prime Video, luce mucho mejor el dinero invertido. Siguiendo el molde creado en los dos primeros episodios por el director español J.A. Bayona sí sabe crear un universo en el que se salta sobre un mapa de ambiente en ambiente, a cuál más rico visualmente, con un detalle de producción mucho más esmerado.

La casa del dragón recuerda más a un Los Bridgerton, un enorme éxito comercial que lo juega todo a una carta, relaciones amorosas con unas reglas completamente diferentes a las de la realidad, con lo que se combina pasión y fantasía.

En este caso, morbo medievalista y palaciego, que se queda cortísimo respecto a la complejidad del mundo de personajes de Juego de tronos, de unos diálogos que a veces dejaban con la boca abierta, de grandes posibilidades creadas para los equilibrios de poder que permitían establecer analogías con la política de cualquier momento y lugar.

Benioff y Weiss se han marchado elegantemente, sigilosamente también, sin dar de momento su opinión sobre lo sucedido tras la ola de odio de una parte de los espectadores con el final de la serie que concibieron.

Siempre he pensado que el hecho de que miles de personas vistieran la camiseta que decía: “No soy una princesa, soy una khaleesi, desde Cristina Cifuentes a Pablo Iglesias, tuvo mucho que ver.

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La serie provocó tal identificación con algunos de sus personajes que un sector de los espectadores no llevó bien haber apostado al caballo equivocado. Seguro que hubo algunos errores en el desenlace de tantas tramas abiertas, pero también tiende a olvidarse que los guionistas no estaban solos, contaban con el visto bueno del indiscutido escritor original para las decisiones que tomaron.

Una novela difícil de adaptar

En esta ocasión, el guionista, Condal, fue de los primeros en leer la novela en que se basa la serie, Fuego y sangre, escrita por George R.R. Martin en 2018. “Es un libro de historia, se dice qué cosas han pasado, pero no se dice cómo y porqué han pasado” afirma sobre el material en el que ha basado su trabajo.

Se convirtió en un empollón sobre la saga Targaryen, pero los vacíos que el mismo observa en la novela le llevan a tener que tomar constantes decisiones difíciles que pueden enriquecer una historia imaginaria o dejarla como un culebrón de lujo. Ojalá sepa añadir más capas al legado que le toca transmitir. De momento se queda bastante corto respecto a Juego de Tronos.

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