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'The good fight', si las pesadillas fueran divertidas

Fotograma de la quinta temporada de 'The good fight'.

The good fight lo ha vuelto a hacer con su última temporada, la quinta, disponible en Movistar+. Se ha pegado a la actualidad política y social americana como un reverso ficticio ácido y corrosivo. Y con sus enormes diferencias, también es un espejo deformante de nuestro panorama nacional.

Además de ofrecer el atractivo de una serie de abogados clásica, con sus conflictos de oficina, sus problemas como empresa y los debates éticos que plantean los diferentes casos, Michelle y Robert King, el matrimonio creador de la serie, añade en The good fight un análisis casi psiquiátrico de las disfunciones de la sociedad estadounidense. Combinan un tono naturalista con muchos momentos alucinantes, muy divertidos, en los que los autores se mueven con soltura, con la certeza de que la realidad es aún mucho más estrambótica y sorprendente que cualquier exceso que propongan en su historia.

Para ello usan libremente recursos estilísticos variados. A veces una canción didáctica, con música juglar e imagen con animación, ilustra sobre algún aspecto desconocido pero crucial que ayuda a entender un lío legal o político. A veces sus protagonistas se drogan ante lo delirante de la vida estando sobrios. En esta temporada dos personajes tienen compañía en forma de alucinación, concretamente de iconos del activismo. Nyambi Nyambi, que interpreta al investigador de la firma, Jay Dipersia, es visitado por Jesucristo, Malcolm X, Karl Mark y el luchador antiesclavista Frederick Douglass nada menos. Por su parte, el personaje de la letrada Diane utiliza sus visiones de la mítica juez americana, recientemente fallecida, Ruth Bader Ginsburg, inspiración de feministas y progresistas, como refuerzo de sus decisiones.

La serie es una secuela de The good wife, que se desarrolló durante siete entregas, y, como aquélla, se desarrolla en el entorno legal y se alimenta de las zonas grises en términos morales en las que nos movemos en las sociedades occidentales. Pero en esta lo hacen de una manera abiertamente más política.

La acción se sitúa en Chicago, en un bufete de abogados principalmente afroamericanos y especializado en casos de brutalidad policial al que se incorpora la anglosajona y brillante litigante Diane Lockhart, interpretada por Christine Baranski. Ella es el personaje que se retoma de la serie matriz, así como Lucca Quinn, interpretada por Cush Jumbo, que se ha despedido en los últimos episodios. Desde esta oficina se consiguen abordar los conflictos actuales más relevantes, haciendo hincapié en lo extremo y polarizado, rasgos que definen el momento histórico presente.

La primera temporada comenzó a emitirse tan solo un mes después de la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos y exhibió enormes reflejos desde el principio al incluir en su trama la extrañeza e incredulidad ante su mandato. Así, la serie se ha ido convirtiendo en una recreación delirante de la etapa del líder republicano. Y aunque nunca es equidistante, es más, es combativa y militante anti Trump, con finísima puntería los guionistas van señalando los espacios de contradicción, las fisuras de personajes bien intencionados que tienen dificultades para estar a la altura de sus propias varas de medir.

La historia de esta última tanda de episodios comienza con el asalto al Capitolio de Washington el 6 de enero de este año por parte de los seguidores de Trump una vez que ha perdido. Muerto el perro no acabó la rabia. Michelle y Robert King no han soltado el hueso del trumpismo tan fácilmente.trumpismo Y es de agradecer que no hayan pasado página del intento de insurrección que se produjo en la capital del país y que es la cara visible, grotesca, horrenda, de una fractura política que sigue presente en muchos asuntos vitales. A veces la actualidad es tan trepidante que corremos el riesgo de que la noticia de hoy haga sombra al hecho trascendente de ayer.

Partiendo de los acontecimientos del 6 de enero, esta temporada tiene una tesis difícil, que puede parecer incluso un poco enloquecida si no se hace el ejercicio de seguir el razonamiento de sus creadores. Tras criticar durante la entrega anterior la dificultad que tiene el sistema de justicia para aplicarse con rigor a los más poderosos, en esta surge una respuesta libertaria, también extremadamente peligrosa. Los King eligen para encarnarla un rostro entrañable, el del inolvidable Íñigo Montoya de La princesa prometidaLa princesa prometida –también se incorpora en la temporada Wallace Shawn, que era en la película su compañero de correrías muy bajo e ingenioso–. Con su respetable aspecto surge una apariencia de justicia más humana, más ágil, menos burocrática, que habla como “la persona común”.

El personaje encarnado por Patinkin es el autodenominado juez Wackner, que por momentos parece luchar contra las élites y una maquinaria legal obsoleta. Esconde sin embargo el germen del caos, de la mayor de las injusticias, y por cierto, financiación de ultraderecha. Los King han declarado que la preocupación que trataban de exponer con esta línea argumental y con las que se entrelazan con ella durante esta entrega es el peligro del individualismo antisistema tan desbocado entre un porcentaje importante de sus compatriotas. La semilla del mal no siempre habla haciendo muecas, se tiñe la cara de naranja y el pelo de rubio platino. A veces adopta formas aparentemente más amables.

En esta ocasión, por ejemplo, se trata de una alegoría a través de la justicia de una sociedad en la que si no me gustan los medios de comunicación busco mis propias fuentes para los hechos, mis propias verdades. Si no me gusta lo que dicen las autoridades sobre la pandemia, pongo mis propias normas y saco mis propias conclusiones sobre la eficacia de las vacunas. Si no me gustan los resultados electorales decido que son fraudulentos y eso me legitima para invadir el Capitolio mientras se certifica la victoria de mi oponente.

Hay espectadores que han hecho otra interpretación de la trama principal de la temporada. Pablo Iglesias hizo un comentario sobre ella en la revista Ctxt, en el que calificaba de “digno” al personaje encarnado por Patinkin.

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Los King y su equipo de guionistas no desperdician su tiempo en pantalla. Además de esta historia principal denuncian el racismo y el clasismo con el que se trató en ocasiones a los pacientes del covid en los hospitales. La conversación sobre el racismo es medular en la serie, donde hay espacio para una crítica principal pero también para muchas sorprendentes derivadas. Se analiza la posible connivencia de agentes del FBI con participantes en la insurrección, lo políticamente correcto en el humor o la cultura de la cancelación, entre otros muchos debates, varios de los cuales resuenan para la audiencia española.

Movistar también ofrece actualmente la posibilidad de ver la serie Your honor, protagonizada por Bryan Cranston, Your honory cuyo guión ha sido adaptado por los King a partir de un drama israelí. Sin embargo, no está disponible en la plataforma en estos momentos Evil, título de 2019 en el que la pareja de escritores ligaba al estilo Expediente X a dos investigadores, creyente y escéptica, para investigar milagros y posesiones. Y aún no ha llegado tampoco su propuesta más reciente, The bite, en la que, en plena pandemia de coronavirus, aparece una plaga de zombis y una protagonista que practica el sadomasoquismo on line. Esta última serie no ha tenido buenas críticas, pero Robert King da una de las claves de su escritura hablando sobre ella: “Creo que la única manera de mirar la locura que estamos atravesando es elevarla a otro nivel (…), añadir al drama sátira y comedia”. Y señala en su entrevista en Salon: “Cuanto más pesimista es la serie, más sonriente es su cara”. 

Ya se ha confirmado la renovación de The Good Fight al menos por una temporada más.The Good Fight De momento, antes de sentarse ante el teclado, Michelle y Robert King afirman que tienen un trabajo: observar la realidad para filtrarla con su mirada, que deformándola destila su esencia.

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