¿A quién vamos a votar? Pilar Portero
La excentricidad, la marginalidad, la extravagancia, forman parte del repertorio de los movimientos neofascistas en boga. Las melenas raras y desordenadas, al modo de la cresta de un punk; las actividades de riesgo que denotan valentía y virilidad, como subirse a un coche de carreras, portar una motosierra, lanzarse al vacío, dominar a un canguro o cabalgar a pecho descubierto…; la boca deslenguada que se expresa sin tapujos ni medias tintas; las afirmaciones disparatadas y provocadoras; la despiadada humillación del “inferior”, aunque sea tu invitado, incluso en el mismísimo despacho oval…
Los demócratas, de derechas o de izquierdas, no podemos claudicar. No debemos permitir que estos reventadores campen a sus anchas por el espacio público
Hay en todo ello una expresión de la moral de los amos descrita por Nietzsche, la que valora la fuerza, la autoridad y el dominio. La que ha de imponerse a la moral del esclavo que surge de los débiles, los oprimidos y los aborregados. Según este darwinismo social, que en el siglo XIX pretendió ser tan científico como la constatación de la selección de las especies, los más aptos han de sobrevivir. Lo natural es que los menos capacitados sean sometidos, apartados, si no suprimidos. En sus consecuencias más salvajes, el neofascismo contemporáneo justifica el genocidio de la población de Gaza. En las más vulgares y leves, se permite reventar ruedas de prensa convencionales, acosar a los políticos o encararse con cualquiera que discrepe.
En la amenaza de Bertrand Ndongo esta semana hacia el periodista Antonio Maestre podríamos pensar que el agitador facha actúa tan solo como un pobre chulo de playa. Pero no es solo eso. Entronca con las provocaciones antisistema de sus colegas en la sala de prensa del Congreso, pero también con los mensajes de Desokupa, con las lonas gigantes y fugaces de HazteOir, con los insultos al presidente del Gobierno en las corridas de toros o con las agresiones nocturnas a los homosexuales, por poner ejemplos frecuentes.
¿Cómo reaccionar ante estos gamberros? Algunos, en la estela del Gran Wyoming y su equipo, de otros cómicos como Héctor de Miguel o, desde su escaño, de Gabriel Rufián, tienen un extraordinario ingenio para dar la vuelta a las maliciosas provocaciones y neutralizarlas con humor. En un mundo ideal estaríamos riéndonos todos a carcajadas de los fascistas. Pero la ironía no será suficiente. No todos tienen el encaje de un político avezado ni la gracia de un cómico profesional. Es imprescindible extirpar las provocaciones también por otras vías.
Modificar el reglamento del Congreso para poder sancionar a los reventadores ha sido una buena iniciativa. No se lo ha parecido así a la derecha más extrema, que ha afirmado que ir contra estos provocadores es en realidad acallar a “los periodistas incómodos” (Ayuso dixit). Los demócratas, de derechas o de izquierdas, no podemos claudicar. No debemos permitir que estos reventadores campen a sus anchas por el espacio público. Detrás de esa campechana “libertad” para expresarse sin límites y en contra de lo políticamente correcto, lo que se esconde es una estrategia neofascista cuyas consecuencias ya vimos hace un siglo y estamos recordando por desgracia también en nuestros días.
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