La civilización occidental y Torre Pacheco

Giorgia despierta en don Arturo pasiones cambiapatrias. Pérez-Reverte compartió en Twitter un discurso de la Meloni, en el que la doña confiesa que, ¡a pesar de todo!, sigue creyendo en Occidente, «una civilización surgida de la fusión de la filosofía griega, el derecho romano y los valores cristianos». La arenga, dada en inglés (jerga de la pérfida Albión), suscitó en el académico unas ganas «momentáneas, pero enormes, de ser italiano».

Como en tantas ocasiones, nuestro autor de folletines favorito jugaba la cartita del lloriqueo: comparados con esa «señora rubia», Abascal, Feijóo y Sánchez le parecen unos mindundis, porque en España todo es decadencia desde tiempos de Alatriste, y qué mala suerte que nuestros antepasados echasen a los gabachos a navajazos, etcétera, etcétera. Uno puede forrarse a cuenta de la novela histórica conociendo solo dos paginitas de la Enciclopedia Álvarez. ¡Me alegra! Un rayito de esperanza para los mediocres de este mundo.

En fin. El discurso de Meloni tiene todo lo que se le exige a la prosa fascista. Un relato monolítico, la explicación de fenómenos complejísimos de forma simple y unívoca y grandes palabras que, a poco que rascas, no significan nada. «El individuo es central, la vida es sagrada, todos los hombres nacen iguales y libres […]: esa es nuestra herencia». No sé qué derecho romano habrá leído doña Giorgia, pero me da en la nariz que en el imperio de Augusto lo de la libertad y la igualdad no terminaba de funcionar. ¿Esclavos? ¿Mujeres? Minucias. Aristóteles defendió la esclavitud y Platón fantaseaba con un régimen totalitario gobernado por filósofos. El cristianismo va por bandos y, según al exégeta al que le preguntes, el mandato paulino de acallar a las mujeres de la asamblea convalida o no. 

Imagino que en la cabeza de todos estos botarates, los números arábigos nos los trajeron los reyes católicos y la astronomía la inventó don Pelayo. Como fuere, es fantástico comprobar cómo los adalides del Occidente moral y el mediterráneo espiritual olvidan, una y otra vez, los pasajes menos lustrosos de nuestra historia. Porque, si te pones a mirar, en Occidente encuentras de todo. A Mussolini, por ejemplo. Los campos de concentración, los imperios coloniales, las amputaciones de manos en el Congo Belga, la cuarta cruzada (que no fue contra los sarracenos sino contra el imperio romano bizantino), los niños explotados en las fábricas de la revolución industrial, los experimentos de la CIA contra ciudadanos estadounidenses, los pogromos, los patíbulos en la plaza mayor (¡la vida es sagrada!), el comercio de esclavos, el Antiguo Régimen, las cazas de brujas de los civilizados protestantes, el régimen de Vichy, el gas de cloro en los campos de batalla, el latrocinio que ha llenado nuestros museos, los guetos en los que —en tantas ciudades de Europa— se hacinan los inmigrantes o el edificante espectáculo que, durante estas semanas, los xenófobos patrios están dando en Torre Pacheco.

Como fuere, es fantástico comprobar cómo los adalides del Occidente moral y el mediterráneo espiritual olvidan, una y otra vez, los pasajes menos lustrosos de nuestra historia

No me encontrarán defendiendo ese espejismo de la civilización Occidental porque ni soy idiota ni soy malvado, pero ya que el engendro tiene partidarios tan notables e ilustrados, querría pedirles que no se hagan trampas al solitario. La exigencia, lo sé, es tremenda: jugando sin trucos, lo mismo se les desmonta el chiringuito.

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