Nos retrotraen a Karl Marx
El caso Montoro, el último conocido a través de los medios, es otro que acontece sobre un panorama no falto de corrupción. Sin embargo, este reúne unas características distintas del caso Cerdán o Ábalos, de momento. Es lamentable que esto siga ocurriendo en las capas más altas de nuestra estructura social, económica y política. Aquellos que tenían que ser el espejo donde poder mirarnos, en demasiadas ocasiones inducen conductas miserables, mezquinas y nada ejemplares. Al parecer, el virus de la codicia no tiene quien le ponga límites ni remedio.
El caso Montoro me ha traído a la memoria el acertado, a mi juicio, análisis que hacía Karl Marx, a mediados del XIX, de la función principal del aparato del Estado en la sociedad capitalista: perpetuar los intereses de la clase dominante, no siendo una entidad neutral ante los distintos intereses sociales. Marx concebía el Estado como un instrumento de dominación y así parece haberse producido en el caso que estamos conociendo.
Aquí tenemos un ejemplo: todo un ministro, todo un gobierno y toda una mayoría parlamentaria al dictado, presuntamente, de los intereses de poderosos grupos de presión: el Ibex 35, las empresas gasísticas, las eléctricas y otras. Es curioso que después de casi dos siglos, la crítica de Marx siga estando plenamente vigente.
No hay democracia sin demócratas, no hay Estado de Derecho sin dirigentes que respeten las leyes y las hagan respetar
Y esto sin profundizar en otro asunto especialmente vidrioso, la llamada “policía patriótica” que Marx también destacaba en su análisis del sistema capitalista. El Estado ejerce el monopolio de la violencia para reprimir cualquier desafío al orden establecido, a través de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, entre otros instrumentos. Pues bien, cuando estas fuerzas del “orden” se ponen al servicio de los intereses de la clase dominante o de una parte de esta, se le está dando la razón a Marx, puesto que con esas actuaciones tratan de mantener a raya cualquier movimiento que amenace los intereses de los poseedores del capital.
Resulta sorprendente que continúen los mismos esquemas decimonónicos que ya denunciaba Marx. Quizá se producen de una forma más sutil, pero, a la postre, con los mismos objetivos e iguales consecuencias. Mientras se recortaban derechos sociales, las clases dominantes utilizaban la superestructura del Estado para que la política estuviera a su exclusivo y entero beneficio.
No hay democracia sin demócratas. No hay Estado de Derecho sin dirigentes que respeten las leyes y las hagan respetar. Entiendo que lo revolucionario hoy, sería hacer cumplir las normas democráticamente establecidas: desde los Tratados Internacionales hasta los reglamentos, pasando por supuesto por la letra y el espíritu de la Constitución, que hay que revisarla y mejorarla, sin duda, pero antes habrá que honrarla debidamente. De lo contrario, todo el esquema normativo que constituye la estructura del Estado social y democrático de Derecho, como la Constitución define España, en su artículo primero, se nos puede disolver como un azucarillo.