Médulas que no han gloriosamente ardido
Sabemos ahora que el ayuntamiento de Carucedo, en Castilla y León, había adjudicado un Plan técnico de prevención de incendios de Las Médulas, que debería entregarse antes de final de año y donde habría de recogerse el riesgo de incendios en este Bien de Interés Cultural declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Menos mal (es un decir) que el fuego llegó antes que el plan, porque igual el plan nos salía diciendo que el riesgo de incendio era bajo. Y eso seguro que habría provocado otro incendio, aunque en este caso habría sido un incendio de mentirijillas, como siempre son las acaloradas broncas que los políticos tienen cada año metiendo palo en candela y arrojándose la culpa de los incendios.
Frente a los otros dos municipios y a la Junta de Castilla y León, integrantes del patronato de la Fundación de Las Médulas, que ni tenían ni esperaban papeles y además declaraban bajo juramento ante la Unesco que el cambio climático no iba afectar para nada a la zona protegida, en favor de Carucedo habría que decir que al menos había pedido un plan que, eso sí, llegará tarde, y que encima tendrá que modificarse para abordar ahora cómo debe procederse para el tratamiento de las cenizas en lugar de determinar el riesgo de incendio.
La sensación que se tiene no es de que no se haya hecho todo lo posible por salvar todas 'las Médulas' que cada año arden en nuestro país, sino de que no se ha hecho nada
Los árboles quemados y las miles de hectáreas calcinadas cada verano testimonian que los planes de prevención del fuego en España, existan o no los planes, siempre son a la baja si atendemos a lo que se hace y a lo que dirá el año que viene el fuego, quien siempre tiene la última palabra. Lo que sí habla por sí solo desde este momento es que Las Médulas no han ardido gloriosamente ni las cenizas tendrán sentido porque no vienen del amor, como en el soneto de Quevedo, sino del olvido, de la desidia y de la incompetencia de los que mandan en los montes de todos. Una vez que se hacen la foto, les importa poco que luego se les sequen los arbolitos o se les pudran las tablas de los puentes fluviales que inauguraron con tanto despliegue, y ya no vuelven más por el sitio. La sensación que se tiene no es de que no se haya hecho todo lo posible por salvar todas las Médulas que cada año arden en nuestro país, sino de que no se ha hecho nada. Y ahora, además, sus señorías vetan las comisiones de investigación sobre los incendios en las comunidades autónomas donde gobierna el PP, como si la Ley de Montes y el Estado de derecho no fuesen con ellos.
El humo de los árboles quemados no nos deja ver el bosque que había que preservar cuando aún los montes no estaban ardiendo, y de los cuatro elementos primeros de la naturaleza, el fuego se está haciendo el único dueño. Frente a las optimistas teorías del progreso lineal de los bosques verdes y encantados sobre cuyas copas atravesaban de norte a sur las míticas ardillas de Estrabón, los incendios nos imponen la maldición del eterno retorno en el que al principio y fin siempre está el fuego, con el que durante cuatro meses, de manera indefectible, abren y cierran los telediarios.
Vamos montados en un carrusel de pegasos, los caballitos de madera que conoció el poeta Machado cuando niño. Los corceles son efectivamente colorados, pero no por la alegría de dar vueltas sobre sus lomos, sino por las llamas que los abrasan. A finales de cada verano comprobamos aterrados que a cada nueva vuelta del planeta cada vez se ven menos caballitos. Y, sobre el suelo de ceniza que aparece a nuestros pies, solo van quedando mástiles carbonizados de aquella verde naturaleza donde nos las prometíamos muy felices humanos y pegasos.
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Miguel Sánchez es socio de infoLibre.