El fiscal general del Estado y Zelensky

Los dos, el fiscal general del Estado y Vlodimir Zelensky, han recibido su condena antes que su sentencia, y lo han hecho en unas circunstancias no tan lejanas como en principio se podría pensar.

El fiscal general del Estado ha sido condenado con fragmentos de injusticia obtenidos por descarte, más que por coherencia con lo que mostraba cada uno de ellos. Todos sobre la mesa, se han ido desechando unos y se han ido quedando con otros para formar una imagen que, no olvidemos, venía dibujada por una mentira. Al final, dentro de esa abstracción se ha creado una imagen que puede parecer justa, pero su consideración es más el resultado del descarte que del convencimiento. Esa situación es similar a lo que en medicina se denomina diagnóstico “ex juvantibus”, un diagnóstico que se alcanza por intuición a partir de cómo la sintomatología responde al tratamiento aplicado. No se sabe qué es lo que padece el enfermo, pero si responde bien al tratamiento, es decir, si esa medida terapéutica encaja en su cuadro, debe ser que era lo que se pensaba. En el caso de la medicina no queda más remedio que actuar de ese modo puesto que de no hacerlo la enfermedad avanzaría, pero en el caso de la justicia es muy delicado, puesto que las dudas deben ir a favor de “no hacer nada”, es decir, del reo, no de la condena.

Y no es algo extraño, aunque tampoco signifique que sea habitual. Como médico forense he visto, y sigo viendo, cómo en ocasiones, de todos los hechos que caracterizan una determinada acción criminal, la validez que se le da a unos y no a otros depende de criterios subjetivos con una mayor o menor carga de prejuicios, a partir de lo que antes del juicio se piensa que en verdad ha ocurrido. Solo hay que ver las dos sentencias, la de la Audiencia Provincial y la del TSJ de Cataluña, en el caso Alves. Los indicios y elementos de prueba son los mismos, pero el significado que se le da a cada uno de ellos es completamente distinto, tal y como explicamos en el artículo “El VAR del caso Alves”. 

Cuando por medio de injusticias impunes se consiguen resultados que benefician a quienes utilizan una estrategia ilícita, sea un bulo o una invasión caprichosa, no puede haber justicia sin abordar la causa original

Para ello solo basta aplicar fórmulas que la propia práctica jurídica aporta para que se pueda elegir una u otra opción. Es lo que ocurre cuando se dice “no ha sido lo suficientemente convincente”, ha tenido “alguna contradicción”, se “aprecian lagunas en el relato”,hay variaciones respecto a lo anteriormente declarado”, “no coincide del todo con uno de los testigos”… Todo a partir de una idea de declaración o elementos perfectos que no se corresponde con la realidad de las vivencias de una misma persona y su integración en el tiempo, ni con lo que dos personas puedan expresar de unos mismos hechos.

No digo que siempre sea así, todo lo contrario, solo que puede suceder cuando existen razones que aumentan la duda, y entonces se van desechando elementos de prueba; o cuando se está convencido de la culpabilidad y se incorporan indicios por razones similares, pero en sentido contrario.

El problema es que en cualquier caso se produce una conclusión artificial basada en la percepción, no en la demostración de lo ocurrido.

Si un bulo termina en una condena del fiscal general de un Estado democrático, algo no funciona bien en dicho Estado. Y cuando ese bulo forma parte de una estrategia política con espóiler incluido (“Va pa´lante”), está claro que debe haber algo más que azar en ese final, quizás una inteligencia superior al resto, pero también caben muchas otras posibilidades.

Zelensky ha sido condenado por DJ Trump a una rendición injusta y cargada de indignidad a partir de trozos de injusticia que se han ido uniendo, primero Crimea, después el Donbass, más tarde Donetsk, y siempre los restos de edificios destruidos por las bombas rusas, para llegar a la conclusión de que es mejor la rendición que lo sucedido, como si la rendición no fuera una consecuencia más de la guerra.

Trump juega de nuevo con la trampa habitual de los conflictos bélicos iniciados por los poderosos, y recurre a la solución de dar a elegir “paz por territorios”, como si los territorios no formaran parte de la guerra, y como si esa paz no fuera también el trofeo que el propio agresor deja en manos del vencido, como una especie de premio de consolación. La paz no existe para quien es vencido por la injusticia, lo único que se consigue es una ausencia de ataques y de drones cargados de bombas sobrevolando las ciudades, pero en esas circunstancias nunca hay paz.

Y siempre que quede algo de duda sobre el significado de los hechos, cabe la pregunta del beneficio. ¿Qué interés personal puede tener el fiscal general del Estado en desmontar un bulo de alguien que lo lanza por interés político, no por el interés de un “ciudadano de a pie”? ¿Cuál es el interés personal de Zelensky en no ceder sus territorios invadidos? 

El interés de cada una de las partes en los procesos comentados refleja muy bien cuáles son los objetivos de los que acudieron a ellos y los provocaron.

Al final, lo que se observa es que “lo justo” es aquello que quienes tienen el poder de definir la realidad consideran que es justo.

Cuando por medio de injusticias impunes se consiguen resultados que benefician a quienes utilizan una estrategia ilícita, sea un bulo o una invasión caprichosa, no puede haber justicia sin abordar la causa original. Habrá un dictado del Derecho y un cese de la situación, pero eso es algo diferente, no justicia.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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