Qué esperar de la pandemia después de ómicron: habrá más variantes y no tienen por qué ser más leves

Ambulancias estacionadas frente al hospital Royal London en Londres, Reino Unido.

Justo cuando la vacunación de los más jóvenes había conseguido reducir la incidencia a mínimos, cuando la libertad y la ausencia de restricciones era casi generalizada, cuando Europa tocaba el fin con la punta de los dedos –a costa del Sur, para variar–... llegó ómicron y el SARS-CoV2 volvió a recordarnos que no podemos infravalorarlo. Para ser justos, la sexta ola no es solo culpa de estas nuevas mutaciones: delta ya estaba haciendo su papel, rompiendo los sueños de la inmunidad de grupo y disparando los positivos en los no vacunados. Pero la nueva variante, que se está haciendo predominante a una velocidad jamás vista en la historia de la pandemia, ha propagado no solo la enfermedad, también el miedo y la incertidumbre.

La pregunta que miles de españoles y europeos se hacen ahora es: ¿y ahora qué? Más allá de las terceras dosis, ¿qué más podemos hacer para vivir con relativa normalidad, desterrando para siempre las restricciones duras? ¿Estamos expuestos a una variante cada tres meses que, si bien no escape del todo a las vacunas, las esquive lo suficiente como para romper la métrica de los contagios? La respuesta no es fácil. A finales de 2020 pronosticábamos un 2021 de calma: ahora los especialistas solo pueden garantizar que no se repetirá la tragedia y el dolor de la primera ola. En 2022 tendremos que estar, como mínimo, muy vigilantes.

Empecemos con lo que ya sabíamos. Las variantes del SARS-CoV2 van a seguir surgiendo, con más probabilidad entre la población no vacunada, por lo que es importante avanzar en la equidad del acceso a los productos anti-covid. Pero ómicron ha sorprendido por la cantidad de mutaciones y añade un nuevo temor: ¿es la vacuna suficiente para evitar la circulación del virus a niveles que corten las alas a nuevos cambios genómicos? ¿Hay límites a los nuevos disfraces del SARS-CoV2?

En principio, no hay límites. Es un proceso donde el azar juega el principal papel. Pero a la vez, es difícil que todos esos cambios nos perjudiquen. Hay margen para que se convierta en un virus aún más contagioso, por las dos principales vías que cuenta el patógeno para mejorar. Una es la espícula que utiliza el virus para engancharse a nuestras células: ómicron cuenta con hasta 32 mutaciones, un número altísimo, que le permiten pasar más desapercibido ante nuestros anticuerpos y, por lo tanto, replicarse más fácilmente. Y la otra vía es la zona del cuerpo que prefiere el virus para multiplicarse: varios estudios ya indican, aunque no han sido revisados, que esta variante prefiere los bronquios, a diferencia de delta o beta, que seguían instalados en otras partes del pulmón; lo que permite al virus hacerse más numeroso pero a la vez generando un cuadro menos grave.

Sí, podría ser peor. Pero es difícil que un virus sea implacable a la hora de transmitirse y que, a la vez, mantenga una letalidad considerable. En la historia de la medicina moderna nunca se ha contemplado un patógeno perfecto –en contra de nuestros intereses, claro–. "No hay un virus súper-definitivo que tenga todas las combinaciones de mutaciones negativas", comentaba para BBC el doctor Aris Katzourakis, que estudia la evolución viral en la Universidad de Oxford.

Pero al mismo tiempo, y como el azar sigue jugando un papel importante, no es descartable una variante que sea más contagiosa, lo suficiente como para imponerse a ómicron, y que genere un cuadro más grave. Los especialistas consultados coinciden: la evolución de los patógenos no suele ser así, pero nadie puede desterrar esta posibilidad. "Podría ocurrir, no hay ninguna direccionalidad", confirma el catedrático de Biología Molecular de la Universitat de València (UV) Ismael Mingarro. Las nuevas mutaciones tienen que representar "una ventaja" ante la anterior en términos de transmisión para que acaben siendo prevalentes. Generalmente se considera que la alta letalidad es una desventaja: si el portador muere rápido, al patógeno no le da tiempo a diseminarse. Pero no hace falta alcanzar las tasas de mortalidad del ébola para que, solo con un ligero empeoramiento del cuadro, las estadísticas globales empeoren.

Está de acuerdo la viróloga del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Sonia Zúñiga. "En general, es verdad que los virus tienden a mutar para adaptarse al huésped en el que están, transmitiéndose mejor, pero no es una regla exacta. Hay que ser muy cautos con eso", explica la especialista, que aún guarda reservas con la teoría de que ómicron genera una enfermedad más benigna por la provisionalidad de los datos. Por otro lado, Mingarro recuerda que la mayor contagiosidad puede desbordar la gestión sanitaria aunque se mantenga la letalidad o, incluso, si disminuye (también gracias a las vacunas).

Por eso los gobiernos de toda Europa están volviendo a aplicar restricciones y por eso se barajan en España a pesar del 80% de vacunados y a la inmensa mayoría de casos leves. "Si la transmisibilidad es mucho más alta, la probabilidad de que tengas un paciente grave es mayor. Aunque sea poco patogénico, si tienes una población muy infectada, siempre tendrás una persona con un sistema inmunológico comprometido o con comorbilidades", explica Mingarro. Cada positivo es más improbable que acabe en fallecimiento, por las vacunas y puede que por las mutaciones, pero si hay muchísimos positivos, el número absoluto de decesos puede terminar siendo inasumible.

Esta realidad de ómicron, y la posibilidad de una mutación que mantenga la capacidad de difusión y de escape vacunal pero agravando la enfermedad, está llamando a especialistas reconocidos mundialmente como el profesor de Evolución Viral Trevor Bedford a pedir vacunas específicas para esta variante y para las que puedan venir, que no solo baje las posibilidades de cuadro severo sino que también limite, en la medida de sus posibilidades, la transmisión. "Debido a la estacionalidad, la inmunidad menguante y una mayor evolución de delta y ómicron, es muy probable que enfrentemos una ola de SARS-CoV2 en el invierno de 2022-2023", advierte el especialista. "Podemos (y debemos) sentar las bases para una actualización rápida de la vacuna en el posible escenario futuro de una variante similar a ómicron, que surja pero con mayor gravedad", aseguraba esta semana en Twitter.

Por ahora, las terceras dosis son las de siempre, elaboradas en base a la cepa original, aunque las vacunas de ARN mensajero (Pfizer, Moderna) pueden reconfigurarse rápidamente. Eso sí, hay que volver a negociar y a comprarlas.

Si tanto ómicron como delta escapan con cierta facilidad de la primera línea de defensa vacunal y contagian con facilidad a personas con la pauta completa, circulando en poblaciones que se creían inmunizadas, ¿sigue siendo cierto el dogma de que cuantas más vacunas en todo el mundo, menos variantes? Los especialistas creen que sí. "Las personas vacunadas siguen respondiendo mejor. Y las vacunas evitan que no circule tan descontroladamente", asegura Narcisa Martínez, inmunóloga de la Universidad Complutense de Madrid. Coincide Zúñiga: "Sigue siendo cierto. Lo de decir que la mejor manera de evitar variantes es vacunar es porque disminuyen la probabilidad de circulación, no porque la eviten por completo".

Generalmente, las variantes más dañinas, que contienen un grupo grande de mutaciones perniciosas, pueden generarse o bien porque una unidad del virus se multiplica sin cesar en el cuerpo de un paciente inmunodeprimido o por un proceso de zoonosis inversa: el humano contagia a un animal, el patógeno se adapta al nuevo huésped y posteriormente vuelve a saltar al homo sapiens con las pilas recargadas. Ambas hipótesis se mantienen en el caso de ómicron, explica Zúñiga. A más vacunas, aunque no sean perfectas, menos posibilidades de que el virus llegue a esa persona con las defensas bajas, o a esa granja de visones que representa una fiesta para el coronavirus.

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Descartada la posibilidad de erradicar el virus, al menos a corto y a medio plazo, vuelven las predicciones del coronavirus como un virus endémico: que coge fuerza en invierno para generar en la población resfriados comunes, sin más complicación. Sin embargo, hay varias trabas a la aceptación política, social, epidemiológica o sanitaria de esta realidad: el SARS-CoV2 podría mutar para ser tan leve como un resfriado –aún no lo es– pero, como hemos explicado antes, la alta transmisión puede elevar las cifras de hospitalizaciones y fallecimientos.

Para el epidemiólogo Pedro Gullón, se trata de un debate muy complejo y muy doloroso, sobre todo para los que siguen perdiendo a seres queridos en pandemia. Como se preguntaba el médico de familia Javier Padilla en el título de uno de sus libros, "¿a quién vamos a dejar morir?". Si, a pesar de las vacunas y de la inmunidad adquirida, no podemos evitar que el coronavirus siga circulando y matando a gente, ¿estamos dispuestos a aceptar un número mayor de lo habitual de fallecimientos, sobre todo en personas mayores? "Como aceptamos x número de muertes por gripe cada año, o de accidentes de tráfico", ejemplifica Gullón.

No es fácil. Nada lo es. Y, aunque en este artículo se intenten dibujar posibles escenarios futuros, el SARS-CoV2 no deja de sorprendernos. Tal y como se sorprendieron los científicos sudafricanos al ver una variante que acumulaba más de 30 mutaciones en su espícula, todas destinadas a fastidiarnos la Navidad. En un tipo de virus que, se decía al principio, solía mutar poco.

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