El giro en la opinión pública de EEUU sobre el genocidio en Gaza choca con el miedo a la represión trumpista

Un manifestante sostiene una pancarta durante una manifestación a favor de Palestina en la ciudad de Nueva York, EE. UU.
Nueva York (Estados Unidos) —

Elecciones presidenciales de noviembre de 2024. Detroit, Michigan. Un gesto de la comunidad árabe y musulmana dio la vuelta a Estados Unidos: el colectivo del estado con más población musulmana después de Nueva York rechazó votar al Partido Demócrata, aun habiéndolo escogido en elecciones anteriores, como castigo por su posición ante la guerra de Gaza. En consecuencia, los demócratas perdieron al menos 22.000 votos solo en Michigan, y esa diferencia terminó contribuyendo a que Donald Trump resultase elegido presidente. Casi un año después, senadores de ese mismo Partido Demócrata han presentado una resolución para el reconocimiento del Estado palestino, una iniciativa que no saldrá adelante pero que refleja un cambio importante el sentimiento de Washington hacia Israel casi dos años después de que arrancase la guerra en Gaza.

Pero los demócratas no son los únicos que están virando de opinión con respecto a lo que está ocurriendo en la Franja. Según una encuesta de Gallup, el 60% de los estadounidenses rechaza la intervención militar de Israel, pese a que la mayoría la apoyaba después de los ataques de Hamás del 7 de octubre. La misma muestra apunta a que ahora, por primera vez, la mayoría de los ciudadanos tiene una visión negativa del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Y el 45% de los adultos de EEUU dicen que es “extremadamente” o “muy importante” que su país brinde ayuda humanitaria a los palestinos en Gaza, dato ligeramente por encima (cuatro puntos) de la encuesta de marzo.

Otros sondeos han reflejado ese mismo cambio de opinión. Según uno de Reuters e Ipsos, el 58% de los estadounidenses cree que todos los países que integran la ONU debería reconocer a Palestina como Estado. Otro reciente de Associated Press y el NORC Center for Public Affairs Research, de la Universidad de Chicago, revela que no solo crece el número de estadounidenses que considera que Israel ha ido “demasiado lejos” en Gaza, sino que los republicanos que opinan de la misma manera alcanzan ya el 24%. Al mismo tiempo, los más acérrimos seguidores de Trump (los vinculados al movimiento MAGA –Make America Great Again–) ya no solo se muestran aislacionistas y reacios a que sus impuestos financien guerras en el extranjero, sino que están empezando a calificar de genocidio lo que sucede en Gaza. 

“El 7 de octubre en Israel fue horroroso y todos los rehenes deben regresar, pero también lo son el genocidio, la crisis humanitaria y el hambre en Gaza”, escribió en la red social X la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, convirtiéndose así en la primera representante de su partido en usar la palabra que tantos otros evitan. Esta misma semana, Bernie Sanders, senador independiente y judío –es uno de los diez senadores estadounidenses judíos–, también ha protagonizado titulares al usar por primera vez la palabra genocidio. “Nosotros, como estadounidenses, tenemos que acabar con nuestra complicidad en la matanza del pueblo palestino”, ha escrito en un artículo de opinión publicado en su propia página web.

Mientras los congresistas americanos debaten si es excesivo o no hablar de genocidio en Gaza, los palestinos fallecidos en la guerra ya superan los 65.000, 20.000 de los cuales son niños y niñas, y medio millón de gazatíes sobreviven en situación de hambruna, según cifras del Ministerio de Sanidad de la Franja que respaldan la ONU y la Organización Mundial de la Salud.

Un termómetro del miedo a Trump

Daniel W. Drezner, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Tufts y judío, contaba recientemente en una columna en el medio digital Politico su propia percepción del cambio de posición sobre Israel y la guerra en Gaza de los estadounidenses. En una charla abierta de un congresista en Massachussets, en uno de los distritos con más judíos de todo el país, Drezner esperaba que el público se lanzase a preguntar al representante por cómo hacer frente a Trump. Para su sorpresa, el tema más repetido fue el hambre en Gaza y qué estaba haciendo él para frenarla. “Y aunque en el público había algunos seguidores del actual Gobierno israelí, los superaban con creces los críticos de Israel y del apoyo estadounidense a Israel”, escribía.

Este cambio en la opinión pública podría hacerse más visible esta semana en Nueva York, donde se celebra la Asamblea General de Naciones Unidas y donde, un año más, está prevista la intervención de Netanyahu. Pero el éxito o fracaso de las manifestaciones también dependerá de hasta qué punto haya calado el mensaje de Trump de miedo y represión.

Las organizaciones de apoyo a Palestina han convocado todo tipo de protestas a lo largo de toda la semana, en todo el país y durante casi todos los días, para pedir a todos los países el embargo de armas a Israel y el arresto del “criminal de guerra” Netanyahu. Mientras, coincidiendo con la asamblea de la ONU, una cascada de países están reconociendo el Estado palestino, lo que podría también dar más visibilidad a la causa e impulsar las movilizaciones.

Sin embargo, la represión podría empujar en sentido contrario. Desde que empezaron las acampadas contra la guerra de Gaza en las universidades, los manifestantes han recibido porrazos y gases lacrimógenos, los han desalojado, identificado y amenazado con deportarlos. Esa represión no ha hecho más que aumentar con Trump. Bajo el argumento de que los estudiantes son antisemitas y suponen un peligro para los alumnos israelíes, las protestas se han reducido a su mínima expresión y han acabado del todo con las acampadas. 

Los casos de Khalil y Ozturk

El caso del activista propalestino Mahmoud Khalil, un residente permanente en Estados Unidos al que un juez ordenó deportar a Siria o Argelia la semana pasada, y el de la estudiante turca Rumeysa Ozturk, a la que agentes de inmigración acorralaron en plena calle por haber escrito un artículo a favor de Palestina, han contribuido a sembrar el miedo.

Khalil es un palestino originario de Siria y exestudiante de la Universidad de Columbia que continuaba ayudando a organizar protestas en el campus. En marzo, fue arrestado y el Gobierno arrancó su proceso de deportación, pese a que no ha sido acusado de ningún delito. ¿En base a qué se le detuvo, entonces? La Administración invocó una disposición de la ley de inmigración que muy raramente se usa y que permite al Gobierno deportar a cualquier no ciudadano si se determina que su presencia perjudica a los intereses de EEUU.

En el caso de Ozturk, que también fue ampliamente percibido como un castigo por su apoyo a Palestina, la estudiante fue liberada bajo fianza dos meses después de su captura, pero sigue pendiente de una decisión final. El Gobierno aún no ha presentado pruebas para respaldar su detención.

En este mismo marco, la Administración Trump ha amenazado con retirarles los fondos públicos a las universidades más prestigiosas del país por “no frenar el antisemitismo en los campus”, en referencia a las protestas propalestinas, y la mayoría están aceptando plegarse a sus exigencias, previo pago de cientos de millones de dólares.

¿Y las consecuencias para Israel?

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¿Puede el cambio de posición entre los estadounidenses hacer que Trump recule, y, sobre todo, tener algún impacto en Gaza? Parte de esa pregunta probablemente se resolverá esta semana pero, mientras tanto, el profesor de relaciones internacionales Drezner cree que, al menos, el Gobierno de Netanyahu podría experimentar consecuencias.

“En el peor de los casos para Israel, podría encontrarse en el mismo barco que la Sudáfrica del apartheid en los 80. Estados Unidos se resistió durante mucho tiempo a presionar al Gobierno blanco de Sudáfrica, pero en 1986 el Congreso tumbó el veto de Ronald Reagan y se unió a la comunidad internacional en sancionar a Pretoria. Los sudafricanos se encontraron aislados diplomáticamente e incapaces de participar en las Olimpiadas y otras competiciones deportivas internacionales".

Y, continúa Drezner, "los israelíes podrían enfrentarse a un rechazo similar. Los académicos israelíes probablemente descubrirían que los expulsan de conferencias y simposios internacionales, los turistas dejarían de viajar a Israel, y los israelíes lo tendrían más difícil a la hora de viajar a cualquier otra parte sin un segundo pasaporte. Israel seguiría existiendo, sí, pero su población no sería bien recibida en ningún sitio fuera de Israel. Cuando Estados Unidos le impuso sanciones, el régimen del apartheid de Pretoria duró menos de cinco años. Si aumenta la hostilidad de la ciudadanía estadounidense hacia Israel, conduciendo a un cambio de políticas, los días del Gobierno israelí podrían estar contados de forma similar”. 

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