Europa avanza en orden disperso respecto al reconocimiento de Palestina y las sanciones a Israel

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, reconoce el Estado de Palestina en la ONU

Fabien Escalona (Mediapart)

El esperado reconocimiento del Estado de Palestina por parte de Francia del lunes 22 de septiembre en la Asamblea General de las Naciones Unidas, tiene un peso simbólico indiscutible. Este apoyo manifestado por una potencia occidental, miembro del G7 y con un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, provocará sin duda la ira de los dirigentes israelíes.

Las limitaciones de tal acto diplomático son evidentes. Se deben a los obstáculos materiales que hacen que ese “Estado” siga siendo una ficción; al carácter tardío de este reconocimiento; y porque no va acompañada de sanciones contra el Estado hebreo, que sigue sin encontrar ningún obstáculo exterior a la guerra que libra en Gaza y a su anexión progresiva de Cisjordania, a pesar de los crímenes internacionales que comete prácticamente en directo ante todo el mundo.

Para comprender el verdadero alcance del gesto de París, hay que recordar que este hace que la República Francesa sea el 154º Estado del mundo en hacerlo. Salvo algunas excepciones, el reconocimiento de Palestina está generalizado en los continentes asiático y africano, así como en América Latina. “Casi todo el planeta reconoce a Palestina, con la excepción de varios países occidentales”, confirma Insaf Rezagui, doctora en Derecho Internacional por la Universidad Paris-Cité y miembro del colectivo de investigación Yaani.

Cuando los llamados Estados del “Sur” no reconocen a Palestina, suele ser por las presiones del Norte, en particular de Estados Unidos, el aliado incondicional de Tel Aviv. Es el caso de algunas islas del Pacífico, “controladas” económicamente por la primera potencia mundial. También es el caso de Camerún, beneficiario de ayudas estadounidenses en nombre de la lucha contra el terrorismo, y cuyas fuerzas de seguridad han recibido entrenamiento y equipamiento por parte del propio Israel.

Más allá de los reconocimientos oficiales, un número aún mayor de países mantiene en realidad relaciones diplomáticas con la Autoridad Palestina. En Francia, su representante, Hala Abou Hassira, es considerada embajadora. Además, Palestina tiene el estatus de “Estado observador no miembro” en las Naciones Unidas desde 2012. Desde 2024, solo el Consejo de Seguridad, mediante el veto de Estados Unidos, bloquea su reconocimiento como miembro de pleno derecho, apoyado por una abrumadora mayoría de la Asamblea General.

Por tanto el reconocimiento es ante todo un mensaje político, destinado a apoyar el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino y el ejercicio de su propia soberanía sobre un territorio determinado (los territorios palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza, actualmente fragmentados y devastados por el Gobierno israelí).

Las condiciones planteadas por algunos Estados, como el desarme de Hamás y su renuncia a cualquier forma de autoridad pública, tienen como única función, según Insaf Rezagui, “protegerse ante la opinión pública”. “No son admisibles desde el punto de vista jurídico”, precisa, en la medida en que “el derecho internacional prohíbe a los Estados la injerencia en los asuntos internos de otro Estado”.

La reciente fractura del “bloque occidental”

Varias oleadas de reconocimiento del Estado palestino han dado lugar a la situación actual. La primera fue desencadenada por la declaración de independencia de Palestina, proclamada el 15 de noviembre de 1988 en Argel por la Organización para la Liberación de Palestina. La mayoría de los países de África y del mundo árabe, así como Indonesia, India, China y la Unión Soviética y sus satélites, la reconocieron a partir de esa fecha.

A continuación, se observó un relativo statu quo al entrar en el siglo XXI. No fue hasta la década de 2010 cuando varios países de América Latina dieron el paso. Durante esa década, Suecia fue pionera en Europa. Los socialdemócratas, que volvieron al poder en 2014, esperaban que sus vecinos siguieran su ejemplo y reactivaran el proceso de paz, pero no fue así.

Una nueva ola se desencadenó tras los atentados del 7 de octubre de 2023 y la guerra, convertida en genocida, librada por Israel como réplica. Esta ola está impulsada por países europeos —entre ellos el Reino Unido desde el domingo 21 de septiembre—, México, varios Estados del Caribe y, ahora, Canadá y Australia. Entre los reconocimientos ya proclamados y los que se proclamarán esta semana en la ONU, podrían haberse producido una docena de decisiones de este tipo en el espacio de dos años.

“La particularidad de esta ola”, comenta Insaf Rezagui, “es que fractura aún más el bloque occidental, al tiempo que demuestra la incapacidad de la Unión Europea para hablar con una sola voz sobre Oriente Próximo. Es una ola que contribuye considerablemente al aislamiento de Israel a nivel internacional.”

Si nos ceñimos al panorama europeo, puede subdividirse en tres grupos. El primero reúne a los Estados que ya han reconocido a Palestina. Entre ellos se encuentran las antiguas “democracias populares” que hoy son miembros de la Unión Europea, aunque sus gobiernos se inclinen ahora hacia la extrema derecha. Pero también Estados como España, Irlanda o Noruega, para los que se trata de un compromiso reciente y animan a sus aliados a adoptarlo.

El segundo grupo son aquellos que han anunciado su intención de reconocer próximamente el Estado palestino. “Se trata de una posición que espera el 'momento oportuno', forjada a principios de la década de 2000, cuando el Consejo de Seguridad respaldó la solución de dos Estados”, recuerda Insaf Rezagui. Francia, que ahora se dispone a unirse al primer grupo, se ha inscrito desde hace tiempo en esta lógica. Arrastrando consigo al Reino Unido y a sus antiguos dominios, ha sido recientemente impulsora de la declaración de Nueva York del 29 de julio de 2025.

Esa declaración presenta el reconocimiento como una respuesta a la ausencia de negociaciones y a las “medidas unilaterales ilegales que constituyen una amenaza existencial para la creación de un Estado palestino independiente”. La diferencia es clara con los países del tercer grupo europeo, el de la negativa, en el que países como Alemania siguen refugiándose en el resultado de hipotéticas negociaciones de paz, aunque éstas dependan de una potencia colonizadora a la que le traen sin cuidado.

Sancionar a Israel: una opción minoritaria en Europa

Se alzan muchas voces para advertir contra los reconocimientos “a secas”, que marcan una solidaridad simbólica con la causa palestina, pero eluden la urgencia del momento. “Si no se imponen sanciones inmediatas a Israel, acabarán reconociendo un cementerio”, advertían este verano el historiador Vincent Lemire y el exembajador israelí Élie Barnavi, en una carta abierta dirigida a Emmanuel Macron.

En julio, a través de la declaración de Bogotá, una docena de países del Sur decidieron pasar a la acción. Pero su peso en la escena internacional es escaso. Además, ningún país árabe se ha comprometido en este sentido. “Nunca se ha planteado un embargo petrolero como el de 1973, ni siquiera un cese de la cooperación económica y en materia de seguridad con Israel”, destaca la politóloga Loulouwa Al-Rachid en el semanario Le Un, señalando su fragilidad, su temor al Estado hebreo o sus vínculos económicos en el sector tecnológico en lo que respecta a los países del Golfo.

En este momento, Francia permanece inactiva. Sus dirigentes se escudan en la incapacidad de la UE para obtener una mayoría que suspenda, aunque sea parcialmente, el acuerdo de asociación con Israel, la palanca más eficaz de que disponen, a falta de un relajamiento del apoyo de Donald Trump a Benjamín Netanyahu. El Estado francés no es, ni mucho menos, el único del Viejo Continente que se queda ahí. Pero otros países, aunque minoritarios, se muestran más coherentes.

En efecto, el Reino Unido y Noruega, en coordinación con Canadá, Australia y Nueva Zelanda, impusieron sanciones en junio a dos ministros israelíes de extrema derecha, Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir. En agosto, Eslovenia suspendió todas las importaciones de productos procedentes de Cisjordania ocupada, tras haber prohibido ya todo intercambio comercial relacionado con armas.

Y España, al igual que Irlanda, con la que no deja de presionar a los Estados miembros de la UE, ha anunciado recientemente el mismo tipo de sanciones. “La opinión pública del país está más comprometida con la causa palestina que en cualquier otro lugar”, analiza el politólogo Guillermo Fernández Vázquez. “El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se apoya en esta realidad para no dejar espacio a la izquierda alternativa y poner en aprietos a la derecha conservadora, que debe reconocer que no está tan aislada a nivel internacional. Busca afirmarse como la única alternativa democrática a la derecha neofascista de Vox”.

A excepción de Nueva Zelanda, todos esos países están dirigidos por líderes liberales o de centroizquierda, impulsados en ocasiones por sus bases partidistas o sus aliados, en otras por una sensibilidad histórica (como en el caso de Irlanda), y que ya no temen diferenciarse de la administración Trump.

Tras aplicar o anunciar sanciones, han reconocido o se disponen a reconocer al Estado de Palestina (aunque, una vez más, Nueva Zelanda se distingue, ya que el ministro de Asuntos Exteriores desea "finalizar" su posición esta semana en Nueva York).

El caso de Bélgica

En este panorama, Bélgica ocupa un lugar aún incierto. La coalición gubernamental del país, cuyo componente principal son los nacionalistas flamencos de la N-VA, ha logrado ponerse de acuerdo más fácilmente en torno a una política de sanciones que en torno a un reconocimiento claro del Estado palestino (es decir, la posición simétricamente opuesta a la de Francia en ambos aspectos).

Aún no está muy claro qué dirán las autoridades belgas en la ONU

François Dubuisson, jurista

“La N-VA y los liberales francófonos del MR, es decir, los partidos más proisraelíes, parecen dar más importancia al aspecto simbólico del reconocimiento que al carácter efectivo de las medidas adoptadas, que sin embargo son una novedad”, señala François Dubuisson, profesor de Derecho Internacional en la Universidad Libre de Bruselas. “Se trata de sanciones modestas que deberían haberse adoptado hace mucho tiempo, pero lo cierto es que se ha superado una especie de barrera psicológica”.

Los ministros extremistas, los colonos violentos y los productos procedentes de los territorios ocupados están en el punto de mira, pero también los belgas con nacionalidad israelí que estarían implicados en la colonización. Por otro lado, “aún no está muy claro lo que dirán las autoridades belgas ante la ONU”, constata François Dubuisson. Sobre el papel, la coalición ha enumerado una serie de condiciones para el reconocimiento que son imposibles de cumplir de aquí a la semana que viene, entre ellas la liberación de los rehenes y la exclusión de Hamás de la gestión de Palestina.

“Se ha hablado de un reconocimiento en tres fases”, detalla el jurista. “Habría una declaración de intenciones, luego un reconocimiento formal por real decreto y, finalmente, consecuencias diplomáticas concretas una vez cumplidas todas las condiciones. Pero todo este proceso interno no es de interés en derecho internacional: o el país actúa en reconocimiento ante los demás países del mundo, o no lo hace.”

Reino Unido reconoce este domingo el Estado de Palestina

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Al reconocer a Palestina sin acompañar el gesto con sanciones unilaterales, Francia se mantendrá, en cualquier caso, a medio camino entre dos coherencias opuestas: la que combina estos dos medios de acción y la que asocia la negativa a aplicar sanciones reales con la ausencia de reconocimiento.

 

Traducción de Miguel López

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