De Massive Attack a Fermín Muguruza: artistas y oyentes boicotean a Spotify por sus vínculos con la industria armamentística

Servicio de música en streaming, Spotify.

Alejandra Mateo Fano

Este último verano, el apoyo directo o indirecto de la industria musical a determinados conflictos bélicos en curso comenzó a ocupar poco a poco la agenda pública. Ocurrió cuando en pleno genocidio palestino salió a la luz que muchos festivales estaban gestionados por el fondo israelí KKR, de manera que estos pasaron a estar señalados públicamente por financiar la masacre perpetrada por las fuerzas sionistas. Ese posicionamiento colectivo se materializó en seguida en un boicot de grandes dimensiones en todo el Estado español. Miles de personas rehusaron comprar entradas para macroeventos como el Viña Rock, el Sónar o el Resurrection Fest. Aquel fue un ejemplo exitoso de bloqueo cultural llamado a impactar en los bolsillos de quienes participan en el jugoso negocio de la guerra, pero no ha sido el único en los últimos meses. 

Recientemente, muchos consumidores y artistas han replicado esta estrategia retirando su música de Spotify por motivos políticos de carácter antiimperialista: el fundador y CEO de la plataforma, Daniel Ek, ha invertido más de 600 millones de euros en la compañía alemana de IA militar Helsing, una de las tecnológicas privadas de mayor valor de mercado en Europa (12.000 millones de euros), a través de su empresa de inversiones Materia Prima. Aunque esta operación financiera se remonta realmente a 2021, según el diario británico Financial Times la empresa ha “redoblado su apuesta” desde que comenzó la invasión rusa de Ucrania. Este conflicto se ha convertido en un laboratorio de las nuevas tecnologías de guerra basadas en IA prácticamente experimental, con los perjuicios que esto naturalmente conlleva. 

De hecho, el colectivo independiente Carro de Combate, que investiga el origen de los productos de consumo cotidiano, estima que el objetivo original de Helsing era crear software de uso bélico que integrara “datos de múltiples sensores, imágenes térmicas, radar y vídeo para crear representaciones en tiempo real del campo de batalla”. Así, la empresa utiliza algoritmos para analizar los datos de los sensores y los sistemas de armas de los campos de batalla con el fin de informar las decisiones militares en tiempo real. Tanto Helsing como Palantir (esta última en EEUU) son empresas pioneras en este sector.

Desde que las instituciones comunitarias implantaron políticas de rearme para hacer frente a una posible amenaza rusa, ha habido una clara reorientación empresarial hacia las tecnologías militares. Las empresas de IA militar son actualmente la gallina de los huevos de oro capaz de generar beneficios millonarios a futuro, y Helsing es una de las que lideran este cambio de paradigma. Es por ello que miles de usuarios y artistas han decidido movilizarse al respecto. El caso más mediático quizás fue, el pasado mes de septiembre, el del grupo de trip-hop Massive Attack. 

En su cuenta de Instagram anunciaron su marcha de Spotify con el siguiente comunicado: “A la luz de las importantes inversiones realizadas por su director general en una empresa que produce drones militares y tecnología de inteligencia artificial integrada en aviones de combate, Massive Attack ha solicitado por separado a nuestro sello discográfico que nuestra música sea retirada del servicio de streaming Spotify en todos los territorios”, explicaban. Antes que ellos habían dado el paso bandas como King Gizzard & The Lizard Wizard, Godspeed You! Black Emperor o Deradoorian. Sobre la banda estadounidense de rock Hotline TNT, el magazine musical Mondo Sonoro se hizo eco este mes de agosto de su partida y traslado a la plataforma Audiotree. En España, el ejemplo más sonado ha sido el de Fermin Muguruza, pero más de 162 bandas de Euskal Herria, unos 650 artistas en total, han secundado el boicot. 

Muchos de estos artistas, pero también consumidores habituales, venían de apoyar otras campañas antibelicistas centradas en el sector musical como la antisionista No Music for Genocide, de la que forman parte cantantes como Wednesday, Nourished by Time, Rina Sawayama, Yaeji o Amyl and the Sniffers. Según la propia web de la campaña, más de 1.000 artistas y discográficas retiraron su música de ese territorio por las necropolíticas de Israel. Para las personas que ya habían participado en esta acción colectiva, hacer lo propio con Spotify parecía un paso natural y lógico.

A día de hoy no se ha podido demostrar que Helsing contribuya a financiar las operaciones militares israelíes en territorio palestino. En cambio, las tecnologías de armamento que fabrican van destinadas a proveer de software al ejército ucraniano y su alcance es exclusivamente europeo (al menos hasta la fecha). Eso sí, resulta ser un negocio muy rentable en una Europa llamada a rearmarse cada vez más: según datos del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), el gasto militar mundial alcanzó los 2.718 mil millones de dólares en 2024, con un incremento del 9,4% en términos reales respecto a 2023.Las empresas pronto han descubierto lo lucrativo que resulta orientar su producción hacia la defensa. 

La guerra de Ucrania como oportunidad de negocio

Particularmente Helsing está haciendo el agosto suministrando drones de ataque HX-2, su nuevo modelo introducido en diciembre de 2024 y fabricado en sus instalaciones del sur de Alemania. En la propia web de la empresa lo venden como un artefacto “capaz de atacar artillería, blindados y otros objetivos militares a una distancia superior al alcance visual (hasta 100 km)” cuya IA integrada “garantiza que el HX-2 sea inmune a las medidas hostiles de guerra electrónica (EW) gracias a su capacidad para buscar, reidentificar y atacar objetivos incluso sin señal o conexión de datos continua”. 

Desde el Centro Delàs de Estudios por la Paz insisten en que, en este sentido, en la escena bélica actual el arma estrella son sin duda los drones y los proyectiles 155. Mientras los buques acostumbran a ir rodeados de drones para su vigilancia y protección, en Tierra se utilizan para observar movimientos de los tanques e incluso para penetrar y ver dentro de los edificios. Pero en su portal Helsing también oferta otros productos de fines similares, como el sistema de vigilancia submarina SG-1 + Lura, una plataforma de software capaz de supervisar vastas áreas en los océanos y “patrullar discretamente en grupo o mantener su posición en el lecho marino”. 

Tica Font, presidenta e investigadora del Centro Delàs, infiere a infoLibre que esta es la primera vez en que los militares han utilizado empresas civiles para obtener medios en conflictos armados: “Con alguna otra empresa de inteligencia artificial y con los satélites de estas empresas consiguen resultados muy óptimos en clasificación de datos. Por ejemplo, usaron la IA para, viendo los movimientos que realizaban de tanques y tropas rusos, hacer previsiones de por dónde iban a atacar o también para tener datos sobre cómo evoluciona un campo de batalla o para diseñar un tanque e interpretar comunicaciones”, desliza. 

Alude a la confección de algoritmos de Israel para vigilar los movimientos de los palestinos a través de una gran base de datos digital que recoge fotografías, conversaciones, teléfonos, comportamientos en Internet y toda clase de datos de ciudadanos palestinos. “El algoritmo decía a quién había que matar cada día en base a decidir si la persona podía o no pertenecer a Hamás o a la Yihad”, alega la experta. Pero para Alemania, principal potencia defensora de los planes de rearme en la UE, la apuesta por tecnologías bélicas responde a una estrategia económica nacional que parece no prestar demasiada atención las cuestiones éticas. Su industria automovilística ha perdido fuelle por la fuerte competencia que ejerce en el sector el mercado chino, sobre todo en la producción de vehículos eléctricos. De este modo, el gobierno alemán ha optado por invertir en industria militar (como ocurre en el caso de Helsing) para generar, al menos en la teoría, nuevos puestos de trabajo que compensen los destruidos y así a su vez incrementar el PIB.

Jaime y su pareja decidieron hace poco más de un mes apoyar el boicot a esta plataforma y trasladar su música de Spotify a otra similar cuando empezaron a recibir publicaciones que denunciaban las prácticas empresariales de Ek. Aunque él nunca había sido, confiesa, demasiado activo a la hora de limitar su compra de productos “manchados de sangre”, salvo a la hora de evitar determinados supermercados vinculados al genocidio, las experiencias exitosas de los boicots selectivos (como los promovidos desde el movimiento BDS -Boicot, Sanciones y Desinversiones.) le motivaron a cambiar sus prácticas de consumo. “Con todo el tema del boicot a Israel, se ha visto que el boicot tiene un efecto colectivo bastante positivo, motiva ver que en otros casos ha funcionado”, afirma en conversación con este medio. 

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Entre el cóctel de motivos que le indujeron a retirarse de la plataforma no sólo figura la cuestión las inversiones millonarias en Helsing (el CEO de la plataforma alega que de esta forma está ayudando a “defender” Europa), sino también las críticas por los pagos ínfimos a los artistas o la complicidad con la maquinaria antiinmigración en EEUU. Los anuncios promocionales del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) a través de la plataforma difundían mensajes racistas y xenófobos como  "Estados Unidos ha sido invadido por delincuentes y depredadores. Necesitamos que TÚ los eches. Cumple tu misión de proteger América. Únete en Join.Ice.Gov". En los mismos, el organismo al servicio del gobierno republicano tacha de criminales a las personas migrantes que llegan a EEUU en busca de un futuro para su familia. El New York Times asegura que este servicio de deportaciones ilegales y extrajudiciales ha aumentado en los últimos meses y, desde que Trump regresó a la Casa Blanca, más de 200.000 personas migrantes en situación administrativa irregular han sido expulsadas a su país de origen o a terceros.

¿Se puede escapar de Spotify?

Aunque muchos ya se han mudado a plataformas alternativas como Bandcamp, Tidal o Deezer para posicionarse contra estas acciones, Jaime mantiene que todavía es difícil conseguir un lugar donde reproducir canciones con el mismo nivel de almacenamiento que alberga Spotify. Admite que Q-Booth, a donde han “migrado” desde que dejó Spotify y que cuenta con más de 100 millones de pistas, tiene una interfaz parecida y buena calidad de sonido. Dentro del mundo de los servicios de streaming musical ocupa uno de los primeros puestos en sonoridad. 

No obstante, recalca, “cuando coges tus playlists antiguas y te las llevas a la nueva plataforma se ve que hay un montón de canciones que no las tienen, a parte de que muchos artistas no suben su discografía a Q-Booth”. Para reducir estas diferencias sería preciso que la mayoría de artistas, aquellos que generan mayores beneficios, tomaran posición y decidieran casi de forma unánime situarse en estas otras alternativas. Lo que, al parecer de Jaime, “es sumamente complicado porque está mucho dinero en juego y los artistas en su mayoría no quieren renunciar a esos beneficios que les dan las apps de streaming gigantes”.

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