Librepensadores

Aniversario de una República fallida

José Manuel González de la Cuesta

«Fue un día profundamente alegre -muchos que ya éramos viejos no recordábamos otro más alegre-, un día maravilloso en que la naturaleza y la historia parecían fundirse para vibrar juntas en el alma de los poetas y en los labios de los niños». De esta forma Antonio Machado recordaba en una artículo publicado en 1937, en La Voz de España, bajo el título: “El 14 de abril de 1931 en Segovia”, un día que fue el comienzo de una gran esperanza para el pueblo español y que a él le llenó de alegría al ser uno de los que proclamaron la República junto a su amigo Antonio Ballesteros e izaron su bandera desde el balcón del Ayuntamiento y se cantó la Marsellesa y el Himno de Riego.

Machado, como tantos millones de españoles que abarrotaron las plazas de sus ciudades, abrazó la república porque traía un nuevo aire de libertad; de poner fin al despótico control de la sociedad por parte de una clase anclada en los privilegios del pasado; de la utilización de todos los resortes del Estado en beneficio de los intereses de ricos, nobles, eclesiásticos y militares, que tenían un concepto patrimonial del país; para poner fin a una monarquía corrompida, que bajo sus alas daba cobijo a corruptos, facinerosos y asesinos.

La república fue un soplo de aire fresco en un país asfixiado por una clase dirigente a la que le importaba poco o nada la miseria que crecía a su alrededor, la represión brutal de los trabajadores, la utilización de matones para acabar con dirigentes sindicales y sociales, y toda una lista de comportamientos que, en muchos casos, acabaron con la utilización de la pena de muerte de forma indiscriminada, si alguien ponía en peligro el estatus quo de poder que les sostenía. Militares, curas, policía, jueces, fiscales, políticos y un largo etcétera, solo servían a la corrupción, la explotación y los privilegios. Y a todo ello no era ajeno el rey Alfonso XIII, quizá, junto con Juan March, el mayor corrupto y déspota de todos los que entendían España como un coto privado de caza.

Desgraciadamente, esa república, que tan feliz hizo a Machado, fue débil con quienes desde el minuto uno comenzaron a destruirla mediante la manipulación, el control de los medios de comunicación, las mentiras, los bulos, la desacreditación y la paralización de las instituciones republicanas con sus actuaciones. Para muestra vale un botón: cuando las Cortes empezaron a debatir el Estatuto de Autonomía de Cataluña, los diputados derechistas y radicales de Lerroux, presentaron más de 200 enmiendas, con la intención de eternizar los debates. No se quedó atrás la Ley de Bases para la Reforma Agraria, que se eternizó en interminables discusiones, que acabaron descafeinando la reforma cuando fue aprobada.

Pero los enemigos de la república no se quedaron en la desestabilización de las instituciones. La insurrección contra ella fue uno de los instrumentos que contemplaron, hasta que al final, cuando la derecha perdió las elecciones de febrero de 1936 y volvieron a ver en peligro sus privilegios, pusieron en marcha el golpe estado que los devolvió al poder durante cuarenta años.

Pero la república, al final fue destruida por la desidia de sus dirigentes moderados, que nunca quisieron ver la dimensión que tenían los ataques a cara descubierta y los preparativos de golpes de estado contra ella. Excluyo de este grupo democrático y republicano a la derecha, cada vez más amiga del fascismo que imperaba en Europa y los grupos extremistas de izquierda, que antepusieron su revolución obrera a la defensa de los valores republicanos, que calificaban de burgueses. Esa debilidad de la democracia, incapaz de defenderse de sus enemigos internos, que acaban aliándose con los externos, fue en este momento histórico más patente que nunca. No se pudo ser más displicente. Las noticias del golpe militar en Marruecos llegan a Madrid y Azaña pregunta a Santiago Casares Quiroga, presidente del gobierno, qué estaba haciendo Franco, a lo que este le contestó: «Está bien guardado en Canarias». Después, Casares Quiroga, habla con su amigo Juan Negrín, quitándole hierro al asunto: «Está garantizado el fracaso de la intentona. El gobierno es dueño de la situación. Dentro de poco todo estará terminado». Pero la supina necedad del presidente del gobierno republicano llega cuando el controvertido periodista Salvador Cánovas Cervantes presenció la contestación más estúpida que un dirigente gubernamental puede dar, cuando se le informa de que está a punto de producirse un golpe de estado contra su gobierno: «¡Que se levanten! Yo, en cambio, me voy a acostar».

Ahora celebramos el 90º aniversario de la proclamación democrática de la II República en España y convendría reflexionar sobre algunos aspectos de aquella que la mitología nacional ha venido exacerbando, desvirtuando el verdadero valor de lo que supuso.

El primer mito es absolutamente partidario; para la derecha, la república fue un periodo de desorden y mal gobierno, que puso en tela de juicio la esencia de España y sus valores tradicionales y católicos, que había que enmendar, y así lo hicieron, propiciando un golpe de estado nacional/católico/fascista, que acabó con ella y la democracia durante cuarenta años. En el imaginario de la izquierda, todavía perdura el sentimiento de que los problemas de España se solucionarían simplemente con proclamar la república, aferrándose a la simbología de aquella, como si fuera el bálsamo de Fierabrás. Nada más falso en un caso y en otro: ni fue un desastre ni una bendición. Más bien fue una lucha sin futuro de los sectores moderados republicanos, tanto a derecha como a izquierda, en su intento por modernizar España, contra las aspiraciones revolucionarias de una parte de la izquierda y el fascismo que abrazó una parte de la derecha como única manera de preservar sus privilegios.

Todo eso sigue vivo, de ahí que el debate sobre monarquía y república siga tan polarizado en derecha e izquierda, hasta el punto de hacerlo imposible. Siguen, después de noventa años, en pie los mismos argumentos que se daban entonces. Parece que el tiempo no ha pasado o que todavía vivimos bajo la influencia de la dictadura que acabó con la república.

Decía al principio que la república fue, ante todo, un rayo de esperanza para la gran mayoría de la sociedad española de la época, harta de corrupción, caciquismo, atraso social y desigualdad. Todavía lo sigue siendo. Pero en la actualidad deberíamos centrar el debate no en términos emocionales, sino en criterios racionales que nos hagan ver que una nueva república sería capaz de modernizar el país, desterrando los malos hábitos de una clase de poder, que se sigue comportando igual que hace un siglo.

Por eso, cada vez es más necesario iniciar el debate para ver cómo revertimos la situación actual, tan parecida, en algunos aspectos, a la de 1931, a pesar de estar en 2021, y decidir en referéndum, si es la república o una renovada monarquía la que nos tiene que llevar por la senda de la modernización y la profundización democrática a lo largo del siglo XXI.

José Manuel González de la Cuesta es socio de infoLibre

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