El arte como chivo expiatorio del fanatismo

José Manuel González de la Cuesta

Siempre he pensado que el arte es una de las expresiones que como especie nos hace diferentes al resto de los animales. Es esa capacidad de abstracción la que nos convierte en seres culturales y hace que tengamos el talento necesario para intelectualizar nuestro entorno, y en el caso del arte, además, creando belleza. No es una casualidad que dos personajes tan dispares como Oscar Wilde y Friedrich Nietzsche pensaran que el arte es una necesidad para vivir, o que sin el arte la vida sería un error.

No existe ningún pueblo, tribu o colectividad humana en la que el arte no haya tenido una importancia vital para su subsistencia. De diversas maneras, con diferentes visiones, ninguna civilización, desde que los humanos dejaron de ser homínidos, ha dejado de ver el arte como el centro en torno al cual se ha proyectado el alma de cada uno, que es como decir el alma por donde las comunidades han transitado en la búsqueda de la belleza y de una explicación del mundo. Habría que remontarse varios milenios atrás en el tiempo, y seguiríamos viendo cómo los hombres y mujeres de la prehistoria plasmaban sus anhelos en pinturas y esculturas, facturadas con arte.

No acabo de entender los ataques que están sufriendo algunas obras artísticas, que no porque no provoquen desperfectos irreversibles dejan de ser atentados contra el arte

Quizá por eso, cuando se ha querido humillar a un pueblo, negar un sentimiento, ningunear una religión, una ideología o una forma de vida, se ha destruido su arte, en un intento de despojar a esa comunidad de identidad, porque qué otra cosa es el arte sino la identidad colectiva e individual expresada a través de la belleza.

Así los talibanes destruyeron figuras de Buda; los nazis y fascistas de cualquier pelaje han quemado libros, prohibido determinadas músicas o perseguido a artistas que no eran de su agrado, en un intento de afirmación de su voluntad sobre la capacidad de crear libremente en consonancia a una manera de interpretar la realidad que les rodeaba.

Es por todo lo anterior por lo que no acabo de entender los ataques que están sufriendo algunas obras artísticas, que no porque no provoquen desperfectos irreversibles dejan de ser atentados contra el arte. Ni siquiera la defensa del planeta contra el cambio climático tiene justificación, porque nos deja huérfanos de inteligencia y nos iguala en cerrilismo a cualquier especie sin capacidad de razonar o crear belleza como fruto de la abstracción intelectual. 

Decía hace unos días el gran Antonio López que las protestas en los museos por el cambio climático le parecían algo sucio, desagradable y basto. Actos que degradan la importancia de la denuncia que se quiere hacer y demuestran la ignorancia en la que acaban cayendo aquellos que hacen de una idea una religión absoluta.  

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José Manuel González de la Cuesta es socio de infoLibre

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