Verónica Barcina Téllez

Se habían cumplido cuatro días del asesinato de un crío de ocho años en un chalet de la urbanización de lujo y tres de la mujer del Paraca. Al niño lo estranguló un miembro de una banda que entró a robar en la vivienda pensando que estaba vacía, los padres habían ido “un momento” al Lidl cercano. A Toñi la encontraron en un charco de sangre con diecinueve puñaladas asestadas por El Paraca, de natural agresivo, que quedó muy tocado del coco al caer su parapente sobre un cobertizo de uralita hacía cuatro años.

En el pueblo no se hablaba de otra cosa. La Banda de los Rolex, especializada en asaltos a viviendas de lujo, se movía por la Costa del Sol y la de Levante, con algunas incursiones en Madrid y Barcelona. La Policía consideraba algo extraordinario que hubieran dado un golpe allí, pero las imágenes de la cámara de la gasolinera eran muy claras y el hecho de que don Alberto, el padre del niño, estuviera en el radar de la Guardia Civil por blanqueo de dinero procedente del narcotráfico era algo más que un indicio, pero el secreto de sumario evitó que se filtrara un posible ajuste de cuentas como línea de investigación.

Don Alberto era un personaje apreciado y despreciado en la ciudad a partes iguales. Sus donaciones al club de fútbol habían situado al equipo en la lucha por el acceso directo y las que hacía a la cofradía del Redentor permitieron restaurar el trono del titular con pan de oro y adquirir un nuevo palio bordado en plata para la Dolorosa, pero se sospechaba que su profesión de agente comercial no justificaba la ingente cantidad de dinero que movía. Varias personas aseguraban haberlo visto reunido con “moros” y “sudacas”, escoltado por dos gorilas en un discreto restaurante de las afueras y en el parking de Hipercor.

Quedaba claro que el estrangulador era Putin y que al pobre padre se le perdonaban sus fechorías de igual modo que no se tiene en cuenta la entente de Zelensky con la extrema derecha y los neonazis del Donbás

En Casa Manolo, el dominó llevaba tres días parado pero la tertulia se mantenía, aunque sin el sonido de las fichas al golpear la mesa ni las habituales risas y carcajadas, sólo el “cu–cu” del reloj suizo. La indignación guiaba las palabras que giraban en torno a una insana competición sobre cuál de las dos muertes había sido más cruel. No sólo en el bar, en toda la ciudad se opinaba y se aventuraban hipótesis sobre el desenlace final de ambos casos, hasta se hacían apuestas sobre el grado de impunidad de los detenidos.

Miguel, entre cliente y cliente, comentaba en la barra con los de la partida anulada que, en el caso del hijo de don Alberto, había un consenso entre la opinión pública y los medios de comunicación muy similar al alcanzado en Occidente sobre la guerra de Ucrania. Quedaba claro que el estrangulador era Putin y que al pobre padre se le perdonaban sus fechorías de igual modo que no se tiene en cuenta la entente de Zelensky con la extrema derecha y los neonazis del Donbás. Las sospechas de blanqueo de narcoeuros y del contacto con los cárteles se le perdonaban ante la imagen del hijo de diez años fríamente asesinado.

Manolo lamentaba que El Paraca gozara, para la gente y los medios, del beneficio que las secuelas del accidente suponían para justificar su criminal ensañamiento. Para la opinión pública machista, las dudas que sobre la decencia de Toñi sembraban su agraciado cuerpo y su extrovertida personalidad, la hacían, a un tiempo, víctima mortal y culpable moral de su final. “En cierto modo —resumió Antonio— es una comprensión y una justificación parecida a la que se le está dando al genocida Netanyahu: Toñi se merecía diecinueve puñaladas por casquivana, Gaza se merece un holocausto por no ser judía… y el pobre asesino, bastante tiene con su enfermedad”. “Como lo de ETA —terció uno de los mirones habituales—, que es terrorismo y lo de Franco no”. “O como lo de las residencias de Madrid —dijo otro— que si hubiera sido el Coletas serían asesinatos, pero como fue la Ayuso, no”.

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Verónica Barcina Téllez es socia de infoLibre.

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