Librepensadores

El capitalismo neocolonialista en África

Thierry Precioso

Recientemente he terminado de leer la novela El diablo en la cruz. El autor, Ngũgĩ wa Thiong'o, nació en 1938 en el pueblo de Limuru en Kenia. A finales de los años 70 empezó a priorizar el kikuyu, su lengua materna, frente al inglés como lengua de creación literaria. En 1978 estuvo un año en la cárcel. Durante la dictadura de Arap Moi, estuvo exiliado 22 años, desde 1982 hasta 2004.

La novela El diablo en la cruz, escrita en kikuyu, se publicó en el año 1980 y la traducción al español fue realizada por Alfonso Ormaetxea. Ciertas expresiones aparecen como en el original en suajili, latín, francés e inglés. El suajili es, después del árabe la segunda lengua más hablada en África, y es el idioma subsahariano con más millones de locutores repartidos entre varios Estados. En la novela hay dos expresiones en lengua española siendo una de ellas, “el bar Los Amigos”. El argumento, podría resumirse como sigue:

Un viernes, Jacinta Waringa perdía por la mañana su trabajo de secretaria en la Champion Construction Company en Nairobi y por la tarde la echaban de su domicilio. No le quedaba otra que volver de inmediato a su pueblo de Ilmorog. Instantes más tarde, viendo un autobús dirigiéndose velozmente hacia ella, pensó dejarse ir: “Padre mío... Ahora... recíbeme...”. A punto de caer, notó que alguien sujetaba su brazo, sosteniéndola. Se dejó conducir a unas escaleras cercanas y cayó en un sueño profundo. Al despertarse vio un joven al lado que le tendió su bolso. Estuvieron hablando. Al separarse, el joven le dio una tarjeta. Waringa empezó a buscar un matatu, un taxi colectivo en lengua suajili. En algún momento recordó la tarjeta y empezó a leerla:

  "¡La fiesta del diablo!

Venga y compruébelo usted mismo:

una competición patrocinada por el diablo

para escoger siete expertos en robo y hurto.

¡Muchos premios!

Pruebe su suerte.

Un concurso para escoger a los siete ladrones y atracadores más inteligentes de Ilmorog.

¡Cantidad de premios!

¡Amenizada por la Banda de los Ángeles del Infierno!

Firmado: Satán

Rey de los infiernos

A/A: Ladrones y atracadores de las Colinas Doradas de Ilmorog".

Una vez terminado de leer la tarjeta, se quedó un poco alterada. No recordaba ya que el joven había sido muy bueno con ella. Wariinga, nacida en 1953, había recibido su nuevo nombre, Jacinta, al ser bautizada en la iglesia del Santo Rosario. Al poco tiempo encontró un taxi colectivo, era la primera clienta. El matatu empezó a dar vueltas por la ciudad buscando más clientes.

Un hombre con mono azul entró en el matatu, se llamaba Muturi. Un poco más tarde subió un joven, Gatuiria; después entró una mujer cuyo nombre era Wangari y en la parada Sigona, cerca del campo de golf, subió un hombre trajeado con gafas negras. Eran cinco pasajeros, todos iban a Ilmorog y el matatu ya emprendió la ruta hacia la salida de la capital.

Wangari, Wariinga y Muturi empezaron a charlar. Muturi era un obrero que había estado con los combatientes Mau Mau en la lucha para la independencia. Wangari también había participado con los combatientes Mau Mau en la guerra contra los británicos. Pronto los dos empezaron a denunciar la situación económico-social y la corrupción. Estaban muy enojados por esta situación del país después de haber dado tanto de sus vidas para lograr la Independencia de Kenia. Gatuiria se fue incorporando a la conversación. Al no estar de acuerdo con el destino profesional que su padre tenía preparado para él, se había ido a Estados Unidos, país donde se quedó unos año estudiando música. A Wangari le agradaba que este joven de “buena familia” no hablaba solamente inglés, como solía ocurrir entre la clase dominante, sino que platicaba bien el kikuyu. Gatuiria que había vuelto muy recientemente trabajaba en la Universidad de Nairobi y estaba intentando componer un himno para Kenia que plasmara el alma de sus distintas nacionalidades.

En un momento de la charla, Gatuiria llegó a expresar su perplejidad por haber encontrado en su casillero en la Universidad una tarjeta que le invitaba a acudir a una “fiesta del diablo” en Ilmorog el día siguiente. Al ver que era la misma tarjeta que el joven le había dado después de que hubiese intentado dejarse morir Wariinga gritó y se desmayó... El matatu se inmovilizó y fue recobrando la conciencia. Wariinga, una vez recuperada, opinaron acerca de la fiesta. Para los cuatro, este tipo de acontecimiento era otra muestra de que las cosas no iban nada bien en Kenia. Entonces el hombre trajeado con las gafas negras habló por primera vez. Se llamaba Mwireri wa Mukiraai, también tenía una tarjeta de invitación para la fiesta del diablo y quiso examinar las tarjetas de Wariinga y Gatuiria. Enseguida sentenció que no eran invitaciones oficiales sino imitaciones que habían sido distribuidas por estudiantes que proyectaban reventar el evento. Entregó unas tarjetas oficiales a todos los del matatu para que pudieran tener acceso a la fiesta; manifestó después que la charla que habían tenido los cuatro estaba arruinando el país y tenía sus raíces en el comunismo. Defendía que los pobres debían trabajar duro para producir riquezas que pudieran ser robadas por unos pocos. Además, declaró que no había existido ninguna civilización que no se hubiera basado en el robo y el hurto. Finalmente Mwireri wa Mukiraai aclaró que él mismo iba a participar en el concurso de la fiesta...

La asistencia de la fiesta del diablo estaba compuesta mayormente por secuaces kenianos de la OILA, acrónimo de la Organización Internacional de Ladrones y Atracadores. Una mitad de los asistentes eran delgados, la otra mitad gordos con panzas que les llegaban hasta sus rodillas. En el estrado estaban el maestro de ceremonias y los miembros de la delegación extranjera que procedían de Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Italia y Japón...

Reconozco que se me hizo muy difícil aguantar el relato de la fiesta aunque albergaba un enorme y constante sentido del humor. Los intervinientes glosaban sin cesar tales horrores -por ejemplo, embotellar el aire para venderlo a millones de pobres ansiosos de respirar-, que me deprimí hasta el punto de que pensé tirar el libro a la hoguera de mi vilipendiohoguera, pero conseguí no hacerlo y seguir leyendo.

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Wangari, Wariinga, Gatuira y Muturi salieron de la fiesta del diablo sintiendo el mismo asco pero cada uno con un proyecto inmediato distinto en mente. En este momento, al final del cuarto capítulo, me encontraba en la página 168, casi a la mitad de la novela.

En las páginas siguientes estuve viendo cómo Wariinga, al luchar y lograr mayor autonomía en su vida personal, también estaba provocando mejoras en la gente a su alrededor. Al final percibí que el narrador tenía la convicción de que, algún día, el ejemplo de la magnifica Jacinta Wariinga iba a cundir: multitudes de kenianos y kenianas se levantarían como una sola mujer para hacer la revolución. ________

Thierry Precioso, autor de la la novela El desorden de toldos,  es socio de infoLibre

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