De casta le viene al...

Jose Maria Barrionuevo Gil

Las precipitaciones y las carreras nos han metido, de un tiempo (demasiado tiempo) a esta parte en un vertiginoso laberinto que nos puede llevar al abismo.

No nos hacen falta profecías ni que nos sigan avisando de males los mismos agoreros que nos los provocan, simulando atender a nuestra situación, como si el miedo que nos incuban fuera huérfano o hijo de nadie.

De casta le viene a la historia, nada casta, que nos provoca a la estampida, al sálvese quien pueda, y a la justificación de la violencia toda, pero cargando las tintas sobre los más desfavorecidos y humillados, que no son pocos, como para no ser tenidos en cuenta.

De casta le viene a las religiones, que han cobrado carta de naturaleza para sus fechorías de dominación a través de multitud de años. Incluso han actuado creando dioses y sus encendidas promesas de paraísos, incluso terrenales, para promover y justificar sus fidelidades y ansias de poder, incluida la posesión de una tierra prometida. Han llamado promesa a un antojo que se materializa en una dominación y que se justifica por ser sus mandatos tan extraños como divinos.

Los fieles han tildado de infieles a quienes les ha parecido y, por si sus dioses pudiesen rectificar, siendo misericordiosos, no condenando a nadie a sus encendidos infiernos, esos mismos fieles se han encargado, en tiempos históricos no lejanos, de arrojar a la hoguera a los herejes y heterodoxos.

Sabemos que es Israel quien ha hecho surgir a Hamás y no Hamás quien ha creado el conflicto, después de tantos siglos de historia de parte, que ha hecho que se haya podido proclamar como dueño de todo lo que se le antoja

Todos los monoteísmos se han alimentado de alguna manera de la Biblia y todas sus religiones se han declarado como verdaderas. Y hay quienes se mantienen en una afición bíblica que, al día de hoy, son los privilegiados de Dios, según podemos constatar, para tomar con todo derecho las tierras que no son suyas, porque cuentan actualmente con el respaldo del Tío Sam, carnicero mayor por su propia definición, que es el que sale beneficiado de tantos conflictos, incluidos los militares, que se multiplican por todo el mundo.

Nos parece que ya no es Sion la que llora por sus hijas y sus hijos, (“… Sion grita pidiendo ayuda, pero no hay quien la consuele. El Señor ordenó a los vecinos de Jacob que se convirtieran en sus enemigos. Jerusalén se ha vuelto impura entre las naciones enemigas. El Señor es justo en castigarme, porque lo he desobedecido. Escuchen todos en la tierra y vean mi dolor. Mis hombres y mujeres jóvenes han sido llevados prisioneros...” ) —Lamentaciones, 1: 17-18—, sino que, llevada por una religiosa revancha histórica, es la que hace llorar y sufrir a los hijos y las hijas de los demás.

Hoy día, en este tan entrado siglo XXI, el sionismo más recalcitrante ha declarado la guerra a los que siguen abandonados por los tratados y cuidados internacionales, obviando que es un conflicto por la apropiación indebida por parte de Israel durante más de setenta años. Sabemos que es Israel quien ha hecho surgir a Hamás y no Hamás quien ha creado el conflicto, después de tantos siglos de historia de parte, que ha hecho que se haya podido proclamar como dueño de todo lo que se le antoja. Parece que quieren blandir en su defensa un cainismo congénito, además de concebido como salvífico, que se arroga el derecho de acabar con la cuarta parte de la humanidad, según el modelo que hemos podido constatar de la historia de su héroe Caín, que ha hecho de tan perseverante historia, como si de una eterna religión se tratara. El cainismo ha llegado a ser santo y seña de esta humanidad tan deshumanizada que parece que quiere justificar, de paso, todas las tropelías que caracterizaron al holocausto. Hoy sabemos que los niños maltratados pueden ser más proclives a ser maltratadores. La empatía queda obstruida, porque la violencia es aprendida y marca a más de uno desde la mismísima infancia por una cierta dimensión de “troquelado”, que hace desplazar muchas sensibilidades positivas que, día por día, estamos echando de menos.

Sin ir más lejos, en nuestra tierra, tierra de conejos según los antiguos, donde se favorece ya la práctica de la caza y de su aprendizaje, está creciendo también el deporte de la persecución verbal y el enfrentamiento político, con insultos y descalificaciones (“tiritos”), como si se tratara de una reconquista que está todavía pendiente. No nos debe extrañar que Madrid conceda Medalla de Honor a Israel. No nos podemos permitir el lujo de ser antipáticos, porque somos así de castizos.

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Jose María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.

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