Librepensadores

Coles de Bruselas

Javier Rodríguez Godoy

Mi padre me enfrentó durante siete horas a un plato de coles de Bruselas. Gané yo. No quiere decir que perdiera mi padre, ni que las coles sean malas, pese al hedor humeante que emanan, sino que la autoridad de mi padre se debilitó y las coles ganaron una importancia desmerecida.

A mi padre le bastó con su autoridad para retenerme contra las coles. Entonces no supe que los gobiernos teocráticos islámicos basaban su autoridad en la figura del soberano, similar a las monarquías europeas, y que ambos se apoyaban en la divinidad para justificarse. En el fondo, aunque mi padre no necesitó ni dios ni pretexto, la frase fue la misma tanto para tragar coles como para gobernar súbditos: "Porque lo digo yo".

Me preguntaba, en una indigestión de hace unos días, por qué no relacionábamos terrorismo y pobreza igual que relacionamos un comida en mal estado con vomitar. Qué grado de desesperanza es necesaria para que broten terroristas al modo en que calculamos cuántos días deben pasar hasta que caduque una col desde que se arranca del huerto. Por qué las coles son de Bruselas y los terroristas brotan en esos barrios. Qué clima propicia el cultivo de unos y de otros, quién siembra, quién compra las semillas, quién vende las hortalizas y las armas. Quién traga. Por qué se fumiga en los campos de otros, siendo los propios propicios para tanta calamidad.

Leí en un experto en jurisprudencia islámica que las causas del brote de terroristas eran geopolíticas, sociológicas y psiquiátricas. No decía nada de la adoración del sacrificio, la exaltación de la fe o el despropósito de un pretexto para inclinarse hacia la maldad de cristianos, musulmanes o magnates de Wall Street.

Leete la aleya de la espada, me dijo un iluminado contrario a mi opinión. Lo dijo como quien enseña un libro de recetas vacío. Ponía esto: "Entonces, cuando los meses sagrados hayan pasado, acuchillad a los idólatras allá donde los encontréis" [5:9]".

No sé explicar por qué apestan las coles ni por qué se cultivan, ni tampoco cuántos musulmanes desayunan con la aleya de la espada, de modo que me quedo la hipótesis de mi padre: que las circunstancias me influyeron. Sin poder explicar el daño psiquiátrico de los terroristas ni los equilibrios geopolíticos, me quedo con las causas sociológicas, que también influyen en la manera como brotan terroristas en los campos de Bruselas y París. Es el silogismo de un ignorante.

"Aquí se dan bien", dijo mi abuelo sobre el cultivo de uvas en su tierra, hace más de 20 años. Le señalé unas hojas desperdigadas con desarreglo por la huerta: "esas son malas hierbas". Le dije a mi padre que por qué se daban buenas y malas hierbas en la misma tierra. "El clima", zanjó.

Los barrios donde crecen más terroristas en Bruselas se conoce como el "cruasán pobre". Los cruasanes tienen miga. Es una media luna (símbolo musulmán), vienen de París y derivan del verbo "crecer" en francés.

El ambiente natural del cruasán pobre es un horno, clarocruasán pobre. En Bruselas, estos barrios son los más poblados con los habitantes más tiernos y quemados. El paro en el cruasán pobre es del 25% (en Molenbeek, y más del 26% en Saint-Josse). Un clima sin horizonte y con desesperanza da frutos extraños e indigestos al modo en que los vertederos bajo los naranjos de Nápoles deslizan venenos sobre la fruta. Podrían crecer coles en ese clima, pero en el cruasán pobre de Bruselas brotan fundamentalistas.

Leí que "cafre" es una palabra árabe ("kafir") que significa infiel y que un árabe musulmán de Siria bien podría decir que los cafres están bombardeando sus campos, de coles y de refugiados, porque no saben cómo mejorar su clima sin culpar al extranjero. Bélgica exporta 11 millones de jóvenes guerreros a Siria. Rechazan sus cultivos, pero bombardean sus consecuencias.

En fin, quiero decir que sufrí con las coles lo mismo que sufren los que sufren un atentado: con impotencia.

Javier Rodríguez Godoy ganó el accésit del Premio Jóvenes Periodistas de infoLibre

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