La portada de mañana
Ver
El bulo del pucherazo que adulteró el 28M: cómo el PP y sus medios armaron con éxito un engaño electoral

Un cormorán en la orilla

Domingo Sanz

Veinte de agosto a las dos de la tarde en el mar mallorquín de la Tramuntana, aunque reina un fresco casi frío. 

Acabamos de desembarcar en una orilla inaccesible desde tierra firme que consigue esquivar miradas y romper las confianzas de los turistas navegantes gracias a la gran sombra oscura que se cierne para morir cada día derrotada por la noche.

El suelo son rocas y piedras. Algunas han caído desde un techo curvo y dominante pero a otras se las ve rodadas a golpe de rompiente. Todas comparten espacio con los restos que las olas han dejado a lo largo del tiempo: mucha madera desnuda y bella, pero también trozos de plástico que alguna vez envolvieron algo. Diez minutos deambulando para recoger, junto a otros desperdicios humanos pero limpios, siete mecheros que me sirven para recordar que la gente fumaba. 

Veinte embarcaciones flotan cerca, pero nadie viene a hacernos compañía, ni nadando a brazo partido ni avanzando presumidos en sus botes salvavidas.

De repente, un cormorán vivo mueve las alas elegantes en el rincón izquierdo de la cala. Primero lo disfruto desde el agua y después me voy acercando lento para que no pueda confundir mis intenciones. Al final, consigo atraparlo con tres vídeos durante los cinco minutos más quietos que recuerdo.

Tan alto nunca llegarán las malas sensaciones de abajo, pienso, y también que ese podría ser el único entretenimiento de los veranos que seguirán a la catástrofe global

Ya no quedan nacras entre las algas y, mientras regresamos al puerto, voy escuchando el ruido de nuestro pequeño fueraborda contaminante. Pienso entonces que un día, también de repente, la vida marina comenzará a fracasar en cascada y las arenas y las piedras de todas las orillas se llenarán de peces muertos como en algún mar menor ha ocurrido ya. Y olerá fatal, porque no daremos a basto para retirar tanto cadáver amontonado.

En la playa civilizada todos miran al cielo porque siete parapentes motorizados están jugando a pintarlo con gases de colores. Tan alto nunca llegarán las malas sensaciones de abajo, pienso, y también que ese podría ser el único entretenimiento de los veranos que seguirán a la catástrofe global. 

Pero, por encima de los voladores ligeros, distingo aviones pesados que anuncian la llegada de nuevos mortales huyendo de sus costumbres habituales.  

___________

Domingo Sanz es socio de infoLibre

Más sobre este tema
stats