Darlo por hecho

Juan Pedro de Basterrechea

Convenio colectivo, libertad sindical, salario mínimo, descanso semanal, vacaciones pagadas, baja médica, antigüedad, indemnización por despido, derecho a paro, jubilación. Todo lo damos por supuesto, como si formase parte del orden natural de las cosas; sin embargo, es el resultado de un encarnizado conflicto histórico que sigue vivo y que avanza y retrocede según el color del partido que gobierna.

Cuando despegó la Revolución Industrial y con ella el capitalismo, y surgió la clase obrera, las condiciones de trabajo en las fábricas eran ciertamente diferentes, ausencia total de derechos, explotación infantil, jornadas de 12 y hasta 16 horas, condiciones insalubres. Un mundo profundamente desigual en el que no había legislación que protegiese a los trabajadores y en el que los propietarios obtenían beneficios obscenos a costa de las condiciones de explotación a las que les tenían sometidos.

Hemos avanzado mucho desde entonces, pero conviene recordar que ha sido a costa de una lucha constante, y a menudo cruenta, frente a los intereses corporativos. Algunos de estos episodios de lucha han quedado grabados en la memoria colectiva e incluso se celebran cada año. La festividad del primero de mayo, por ejemplo, conmemora los acontecimientos que tuvieron lugar en Chicago, en 1886, en defensa de la jornada de ocho horas. Ese día se habían convocado huelgas en todo el país, pero en la fábrica McCormick, en Chicago, la policía disparó matando a seis trabajadores. Se convocaron manifestaciones de protesta y esta vez la intervención policial causó una treintena de muertos y varios centenares de heridos. Los convocantes fueron arrestados, juzgados, condenados y ejecutados. Años más tarde, cuando la justicia norteamericana ordenó revisar el juicio, se concluyó que había sido amañado y las pruebas manipuladas por la policía y la fiscalía.

Nada puede darse por hecho. La dialéctica entre los intereses de los patrones y los de los trabajadores es permanente, al menor descuido se reproducen los escenarios en los que éstos se ven privados de sus derechos

Resulta llamativo hasta qué punto el poder político, incluso en una democracia como Estados Unidos, se alinea con los intereses de los patronos. También llama la atención la disposición de las fuerzas del orden a convertirse en el instrumento represor, a pesar de que entre sus filas muchos proceden de esa misma clase obrera a la que combaten.

Menos sorprendente resulta la oposición permanente de la derecha a las reivindicaciones de los trabajadores. Al fin y al cabo, ellos representan los intereses de los patronos, aunque en un sistema democrático haya que disimularlo.

Nada puede darse por hecho. La dialéctica entre los intereses de los patrones y los de los trabajadores es permanente, al menor descuido se reproducen los escenarios en los que éstos se ven privados de sus derechos. Sin ir más lejos, no hay más que ver la situación de los jóvenes riders que recorren nuestras calles. Conviene no bajar la guardia.

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Juan Pedro de Basterrechea es socio de infoLibre.

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