Librepensadores

El enroque ideológico del PP

Amador Ramos Martos

La reciente debacle electoral en las municipales y autonómicas y la probable que se avecina en la generales, han sumido al PP en el desconcierto. Anda ahora el partido inmerso con urgencia en un proceso de lifting estéticolifting que disimule su deteriorado aspecto. Tal y como se puso de manifiesto durante la celebración, este mes, de la Conferencia Política del partido, su objetivo inmediato es vender su –supuesto– rejuvenecimiento.

Al frente de la operación cosmética, Mariano Rajoy, eterno, disciplinado y acartonado segundón elevado en su momento a la categoría de líder por el dedo divino del líder de líderes del universo. No debemos, yo por lo menos no me atrevo, a pronunciar su nombre. Hacerlo supondría el riesgo de humanizarlo, un atentado a la divinidad que se paga con la vitriólica hiel de la cólera del divino.

Mariano Rajoy sin quererlo, y no sé si sin desearlo, acabó convertido pese a su aspecto anticuado, gris, aburrido, ramplón, monótono, apagado y sin carisma –un pobre hombre para el divino hoy arrepentido de su señalamiento como elegido– en un superviviente dentro del PP. Y en esto, a Rajoy, Mariano para sus amigos, hay que reconocerle su mérito.

Sobrevivir políticamente a la pirómana-bombera del PP Esperanza Aguirre, a la ambiciosa paciencia de Gallardón y a las pedagógicas tarascadas del líder de líderes Ánsar –¡se me ha escapado el nombre... cuál será mi castigo!– desde su guarida de FAES, no está al alcance de cualquiera.

Rajoy con sus dilatados silencios, su parsimonioso manejo del tiempo político, las ejecuciones cociendo a “fuego lento” a advenedizos y adversarios dentro del partido, sus inexplicables desapariciones del espacio tiempo públicos y espasmódicas apariciones virtuales protegido tras las escamas luminiscentes del plasma, desgranando recortes y pérdida de derechos en su gota a gota legislativo –tormento chino para los ciudadanos– en una prórroga perenne de sí mismo, ha ido creando su propio mito.

De aspecto antediluviano, Mariano Rajoy gracias a su aparente inmovilidad e indudable capacidad de adaptación filogenéticamente clasificable como camaleónica, emerge en un movimiento telúrico desde la entrañas del conservadurismo más rancio para deslumbrarnos con la nueva, colorista y rejuvenecida versión del PP en un intento desesperado de frenar el lento pero incorregible declinar del partido que lidera hacia el ostracismo político.

Pero a estas alturas de la legislatura, dilapidado el enorme capital político inicial jamás disfrutado por nadie, Mariano Rajoy con su seguidismo servil y cerril de las políticas dictadas por la troika, un baño sádico de obligado neoliberalismo para la ciudadanía, y la corrupción que envenena hasta el tuétano al PP, intenta un desesperado y nada creíble cambio estratégico que les aleje del peligro de extinción al que políticamente, fruto de la perseverancia en su errónea actitud, pudiera acabar abocado.

La precipitación y la brusquedad en los movimientos políticos son incompatibles con la naturaleza de Rajoy, a la que –aunque lo intente– no puede sustraerse. La lentitud de saurio es una de sus señas de identidad. Vivimos tiempos políticos de desengaño, de hastío, de incredulidad, de hartazgo, de pacífica desesperación –de momento– donde nuevas formas de políticos y de hacer políticas se abren paso.

Que el PP con Mariano Rajoy a la cabeza quiera regenerar ilusión en la sufrida y sufriente España a consecuencia de sus decisiones –auténticos desmanes en los límites de lo antidemocrático–determinantes de la injusticia y desigualdad social que han venido a instalarse crónicamente y donde ¡quién iba a decirlo!... se pasa hambre –lo dice Cáritas, no ninguno de los responsables de los soviets que nos amenazan–, además de intolerable cívicamente, es de una desvergüenza política insultante.

Los ciudadanos, perdida la confianza en sus actuales gobernantes, han decidido sabiamente asumiendo los riesgos de su decisión –en eso consiste la libertad responsable– darles la espalda, explorar otros espacios ideológicos y electorales. Hecho que parece razonable y lógico, detrás queda un espacio político yermo e irrespirable éticamente.

Mariano Rajoy podrá disfrazar de modernidad –algo imposible– su añejo discurso; teñirse negro azabache el cabello, un absurdo cromático; luxarse la mandíbula derecha sonriendo a diestro pero conservando eso sí la izquierda en su sitio, ya que nunca sonríe a su siniestra política; descorbatarse y descamisarse lo justo hasta las lindes velludas de su patriótico pecho ibérico; dejarse raftas, comprarse un perro y tocar la flauta bajo el oso y el madroño en Sol…

Haga lo que haga, con el espasmódico proyecto de restauración regeneradora de su propio estropicio, Rajoy intenta un imposible estético: aparentar modernidad y renovar el partido mientras en una paradoja cronológica, enajenado y ajeno al tiempo político, intenta liderar un PP que quiere vendernos como rejuvenecido.

Pero no nos engañemos ni nos dejemos engañar, en lo trascendente, es decir en lo económico y moral, Mariano continuará fiel y ortodoxo con su discurso neoliberal excluyente y caduco: bajar impuestos en un país con los menores ingresos fiscales de la OCDE por habitante durante el sexenio 2007-2013; custodiar su legítima pero antidemocrática ley Mordaza; ignorar sin dar marcha atrás el rechazo social mayoritario a las reformas de la ley Wert y del aborto para dar religiosa satisfacción a la intransigente moral de una minoría; negar la evidencia de la corrupción dentro del PP que pudre su democracia interna y pone en riesgo la democracia de todos.

¡Para que reincidir en lo tantas veces y por tantos denunciado oral, gráficamente y por escrito! Rajoy y el PP ciegos, sordos y mudos políticamente, sin discurso propio, solo son dóciles voceros pero implacables ejecutores de las trastornadas e injustas políticas dictadas desde instituciones no democráticas. Atrapados en su servilismo y ajenos a la realidad de sus ciudadanos que comienzan –excepto su religiosa parroquia– a ningunearlos mirando a otros partidos, han enloquecido.

Su retocada imagen de marca: una gaviota –ave carroñera– que intenta varada en los límites del círculo agobiante levantar el vuelo sobre las siglas del partido, y donde algunos quieren transmitir y otros ver centralidad, yo solo veo la imagen excluyente de un PP con su líder Mariano Rajoy: aislados, ensimismados, enrocados en su ideología y en su renovado e intrascendente logotipo.

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Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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