Los hospitales de Ayuso, a contraluz

Felipe Domingo

Hace ocho años y medio que no visitaba el Hospital Universitario San Carlos, conocido como el Clínico. El tiempo que hace que mi compañera falleció allí de un cáncer primario de mama y otro sobrevenido de leucemia. La experiencia fue tan dura y traumática que alejarse de los hospitales por un tiempo es un consejo propio y ajeno recomendable. Dos operaciones de cirugía, un largo tratamiento de quimio y radioterapia, seis u ocho  resonancias magnéticas, más de 50 análisis de sangre, dos meses de aislamiento en dos periodos, de treinta días cada uno, (el confinamiento de la pandemia), para extraerle las células cancerígenas de la médula y, a continuación, reponérselas con bolsas de sangre limpia, no impidieron su fallecimiento, al expandirse al cerebro.

Entonces, ¿cuál es el motivo para acercarme al Clínico? La noticia divulgada por todos los medios de que “Ayuso planea no exigir luz natural a los hospitales para salvar el Zendal”. Quería comprobar si las consultas externas de oncología del Clínico permanecían en el mismo lugar y en las mismas condiciones que cuando las abandonamos en 2014. Y nada han cambiado.

Las consultas externas de oncología de este hospital me parecieron entonces y me parecen hoy un lugar lúgubre, poco espacioso para el número de personas que acuden a las citas de los oncólogos, hematólogos y quimioterapia  en el que permanecen 3, 4, y  5 horas esperando a ser atendidos, con el único aviso de carteles que anuncian que  “la hora de la citación  es orientativa”, como respuesta a las quejas que pudiera haber de los enfermos y los familiares que les acompañan. Nada que ver con el trato que los médicos/as les dedican, que es excelente, y del tiempo que emplean con ellos, a veces de una hora, de lo que no hay quejas. El acceso a las consultas es complicado y el aparcamiento, difícil, por lo que en esos años se ofrecían aparcacoches voluntarios por una propina.

Las consultas oncológicas del Clínico están situadas a trasmano del hospital, en una única planta baja, conocida como el pabellón B, donde una placa, a la entrada, dice: ”El pabellón B del Hospital Clínico San Carlos fue inaugurado por el Excmo. Sr. D. Josá Manuel Beccaría, ministro de Sanidad y Consumo, el día 3 de julio de 1997”.

En el mayor y mejor espacio de la sala de espera se agrupan los enfermos en los cincuenta sillones, ocupados en su totalidad,  y en otros tantos esparcidos en varios pasillos; sólo unas pequeñas ventanas con cristales biselados,  situadas a cuatro metros de altura, iluminan un poco la estancia central a partir de la claridad que ofrecen los días más largos de primavera y verano, aunque sea  imprescindible la luz artificial . En los días cortos de otoño e invierno, el lugar se vuelve cavernoso. Los despachos de los médicos especialistas son reducidos, con dificultades para situar la mesa y el ordenador, y permanecer cómodos, si al enfermo le acompañan dos personas y está presente una enfermera o enfermero.

En mi conversación durante una hora  con un matrimonio, citados porque al varón le trataban de un melanoma, hicimos un repaso a esta situación descrita y se quejaban amargamente de esas esperas tan largas. Era y sigue siendo muy frecuente que enfermos citados a las nueve salgan a la una o las dos, o citados a las once no les vea el especialista hasta las tres o más tarde. Y si tienen que recibir quimioterapia se alargue la estancia otras horas. En los años 13 y 14, la Asociación Española contra el Cáncer pasaba a media mañana ofreciendo café y galletas, negándome el matrimonio que ese refrigerio se mantenga ahora.

No dudo que la inauguración en el año 1997 del Pabellón B del Clínico para el tratamiento de los enfermos de cáncer fuera un hito en el conjunto de los hospitales españoles, pero hoy, a la luz de los avances tanto en los tratamientos como en los espacios que se ofrecen para ello, el pabellón B para las consultas externas del Clínico se encuentra desfasado. Lo percibí ya hace 10 años y lo sigo percibiendo hoy.  

Esperanza Aguirre, como Presidenta de la Comunidad de Madrid, se ha vanagloriado de haber hecho 10 nuevos hospitales. Sin conocerlos, supongo que construidos bajo la Norma de la propia Comunidad, amparada  en el Real decreto estatal  1277/2003, que exige que todos los hospitales, tanto públicos como privados, tengan luz natural  en las habitaciones. Su interés, por ampliar el número de hospitales, se basaba en ofrecer  la gestión privada de los mismos, no en el incumplimiento de las normas exigidas en su construcción. Pero como  ahora tenemos como presidenta a Isabel Díaz Ayuso, alumna aventajada de Esperanza, todavía más intrépida y osada, para salvar el Zendal, con una altura de 12 metros, que carece de luz natural en las habitaciones, sin privacidad, que quiere legalizar como un hospital de emergencias, planea que no se exija en la construcción de los nuevos hospitales luz natural en todas las habitaciones, como condición imprescindible.

Nadie discute hoy que la luz natural es fuente de vida y de salud. Modifica el estado de ánimo, aporta sensación de bienestar, estimula todos los sentidos. Si esto ocurre en las personas sanas, ¡cuánto más en los enfermos con una enfermedad grave y prolongada! La luz natural protege también la salud visual de los niños y reduce la fatiga ocular. Los pediatras, profesores y pedagogos están advirtiendo de ello ante el uso prolongado de los niños de móviles, tablets, y ordenadores. Recuerdo a un maestro de mi niñez que nos decía que teníamos dos estrellas en la cara, a las que teníamos que cuidar y proteger, corrigiéndonos posturas en la lectura o en la escritura, en aquel entonces sin los nuevos artilugios modernos, que incapacitan a los niños hoy para ver el horizonte lejano y gozar del aire libre.

La noticia ha causado estupor e indignación entre los expertos. “Nosotros no hablamos de borradores”, afirma la Consejería de Sanidad, pero aun puesto el plan en borrador, “es propio de países tercermundistas”, critica José León Paniagua, arquitecto profesor del  Instituto de Salud Carlos III. Entiende Paniagua que, además del Zendal, Ayuso quiere legitimar clínicas privadas de muy baja calidad.  A la crítica continuada hecha al Zendal por parte de los grupos políticos en la Asamblea de Madrid se han unido los hospitales privados. Antonio Morales, arquitecto del Grupo HM Hospitales, dice que por mucho que cambie la definición, es un engaño considerar hospital al Zendal. “Si un submarino no tiene periscopio ni es sumergible, no puedes llamarlo submarino”.

Mi compañera tuvo que permanecer, por el fallecimiento de la mujer de al lado, en el pasillo un tiempo largo. Como dato positivo, casi siempre permaneció en una habitación individual y, por supuesto, con ventana y luz natural

Ayuso tiene un problema grave con el Zendal. Construido con rapidez inusitada para atender la pandemia, creyendo que esa inversión altísima le iba a reportar mucho prestigio, no previó un objetivo definido para su utilización posterior. Invierte e invierte dinero y recursos y no soluciona el problema. Con el problema zendalicio candente, Ayuso se ha metido en esa dinámica de enfrentamiento con todos los sectores que se mueven en contra suya y de sus políticas, que a la larga le van a pasar factura, incluso a nivel individual, en su salud.

Ayuso se niega a reconocer el deterioro paulatino de la sanidad pública madrileña. En vez de elevar las exigencias para garantizar una mayor calidad asistencial y sanitaria en la Comunidad de Madrid, rebaja las mismas. Su objetivo no es la excelencia para todos los madrileños.

Para terminar, quiero  indicar un asunto delicado, que me comentó el matrimonio que le ocurrió a una amiga con su padre ingresado en habitación doble y que también  nos ocurrió a nosotros. Cuando en las habitaciones permanecen dos enfermos, uno más grave que otro o, incluso, que uno agoniza y muere, el de al lado vive una situación innecesaria y muy desagradable. Falta sensibilidad, me decía el matrimonio. Mi compañera tuvo que permanecer, por el fallecimiento de la mujer de al lado, en el pasillo un tiempo largo. Como dato positivo, casi siempre permaneció en una habitación individual y, por supuesto, con ventana y luz natural.

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Felipe Domingo Casas es socio de infoLibre.

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