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Mariano, ¿y ahora, qué?

Amador Ramos Martos

La democracia española tiene la urgencia de rehabilitar un proceso de ósmosis política –¡reforma constitucional ya! – que reequilibre tanto nacionalismo hipertónico

Las elecciones del pasado día 21 en Catalunya, o Cataluña, como prefiera cada cual, si algo han puesto de manifiesto, es la absoluta discapacidad de muchos de nuestros políticos para hacer lo que debieran haber hecho desde el inicio de un desencuentro, que desembocó en el  procés y en la aplicación finalmente del artículo 155… ¡política, política, política!

Puede que algún lector se escandalice, pero me alegro del resultado electoral. Un vómito democrático en la cara de los políticos y fruto del empacho ciudadano por los atracones nacionalistas de uno u otro signo. Una demostración contundente demoscópica de la realidad de Cataluña. Una realidad alimentada por una política realizada con las vísceras por tantos malos políticos y que ha estado a punto de desbordar las urnas.

Si algún político pensaba, usando no sé qué lógica derivada de su trastorno de distorsión cognitiva de la realidad, que alguno de los bloques enfrentados en el procés iba a alzarse con la hegemonía en Cataluña, debiera dedicarse a otros menesteres ajenos a la actividad política.

Quizás, dado el creciente interés gastronómico de los chinos por el jamón ibérico, y la experiencia adquirida por algunos de ellos en las pocilgas políticas –que haberlas haylas­–, la de porqueros, sería una  oportunidad laboral a considerar: exige escasa cualificación y se le augura un gran futuro.

Dejando aparte la ácida ironía de este cabreado ciudadano. Lo que es evidente, es que la lógica política, de la que andan tan escasos muchos de nuestros representantes, se resquebraja cuando el juego político es condicionado cuando no determinado, por sentimientos nacionalistas, patrióticos o étnicos.

Sentimientos todos ellos, dotados de un matiz irracional, pero que de forma paradójica, hacen altamente previsibles las consecuencias de las acciones derivadas de los mismos. Cuando el aglutinante irracional de cualquier forma de tribalismo en una sociedad crisol de identidades como la catalana –donde hasta hace poco convivían distintas expresiones y sensibilidades en razonable armonía– se exacerba, se producen desequilibrios en el conjunto.

El requisito indispensable para que el fenómeno físico de la ósmosis se produzca es que la membrana que separa ambos fluidos (solventes) con distintas concentraciones y tamaño de  moléculas (solutos) disueltas en el mismo, sea porosa y semipermeable.

Solo permitiendo el intercambio pasivo de solvente entre las disoluciones enfrentadas, caso de la llamada ósmosis simple,  se mantiene el equilibrio osmótico del proceso. Un reequilibrio continuo y dinámico de adaptación a los cambios en ambos lados de la membrana, y la aplicación de presiones en uno u otro, pueden acelerar e incluso invertir, como ocurre en el caso de la ósmosis inversa.

Entre el catalanismo y el españolismo, cada uno con sus matices e intensidades, ha existido siempre un proceso de intercambio político equivalente al físico de la ósmosis. Las  concentraciones variables de solutos (sentimientos nacionalistas) en ambos lados (identidades) pueden ser hipotónicas (hiponacionalistas) o hipertónicas (hipernacionalistas). Pero la ósmosis, mantenía  el equilibrio entre ambos sentimientos.

Proceso  siempre activo, sometido a presiones cambiantes, pero amortiguado y controlado por la permeabilidad de la membrana (disposición al diálogo y negociación democráticos) entre los dos sentimientos nacionalistas, que han convivido razonablemente en un equilibrio osmótico-político estable desde la Transición.

Mientras la ósmosis política fruto del diálogo, la negociación y el consenso democrático funcionó entre el Gobierno y el Govern; la pactada  armonía osmótica entre las partes alejó la posibilidad del conflicto potencial y siempre latente. O lo que es lo mismo, mientras la porosidad de la  membrana -la buena aunque siempre mejorable política- que comunicaba ambos sentimientos nacionales fue permeable, hizo viable el difícil equilibrio osmótico entre las aspiraciones legítimas de ambas identidades.

Un proceso, facilitado por el consenso en el tema territorial de un bipartidismo alternante, confortablemente instalado dentro del sistema y asumido como  natural, entre el nacionalismo español (PP y PSOE) y el catalán (la extinta Convergencia y Unió y ERC). Un bipartidismo, hoy hecho añicos por la incompetencia o corrupción política de sus protagonistas; catalizado por la crisis global  y desencadenante a su vez de la crisis nacional  determinante del malestar ciudadano que cuajó alrededor de dos nuevos partidos: Podemos y Ciutadans.

¿El resultado final? Un escenario político fragmentado y pluripartidista, que acabó con el duopolio institucional garantizado y controlado en exclusiva por el bipartito, y que fragilizó los equilibrios y expectativas políticas en el caso catalán entre los bloques constitucionalista e independentista.

Fue entonces, con el inicio del procés cuando la ósmosis bidireccionalósmosis que contribuía al reequilibrio dinámico entre ambos sentimientos nacionalistas a través de la membrana permeable del pacto, comenzó a resentirse desencadenando la crisis territorial.

A un Gobierno como el del PP, acosado por la corrupción, con su credibilidad ética bajo mínimos -inconcebible en una democracia madura- y responsable aunque no exclusivo de la precariedad que se instaló en España, no le interesaba dar salida negociada al conflicto territorial reactivado por la crisis.

Al contrario, la respuesta de Mariano Rajoy -fuera de toda lógica política- a las demandas de renegociación estatutaria de Cataluña iniciadas dentro de la legalidad hace una década, fué, sellar la permeabilidad de la membrana que permitía la ósmosis política, base hasta entonces de los pactos y del siempre frágil equilibrio.

Pensaban quizás Rajoy y su Gobierno, que con una ciudadanía agostada y agotada por la crisis global y desengañada del bipartidismo y de sus políticos,  el procés catalán, permitiría concentrar más miradas sobre el conflicto territorial, que sobre los socio económicos y la corrupción causantes de la precarización y desigualdad social, que hasta la fecha, constituían el nudo gordiano de las preocupaciones ciudadanas.

Pero la estrategia de presión sobre el independentismo catalán  por parte del PP aferrado a una interpretación partidista e inmovilista de la Constitución  (puesta en solfa en la Transición por algunos españolazos  hoy rabiosamente constitucionalistas) falló en sus previsiones. El resultado final de la misma: un desencuentro a cara de perro entre sus protagonistas, con consecuencias políticas inquietantes para la estabilidad del modelo territorial español siempre pendiente de su articulación definitiva.

Si algo ha demostrado el resultado electoral del día 21 en Cataluña, en realidad un plebiscito encubierto –un descafeinado y anómalo referéndum- es que la ósmosis, es imposible, sellados como están los poros de la membranamembrana. ¿Cómo puede exigir ahora Mariano Rajoy diálogo dentro de la ley  al independentismo, cuando en el inicio de sus demandas, este lo estaba, y aquél le fue negado de forma reiterada por el Gobierno?

Bloqueado el imposible e imprescindible proceso de ósmosis política, todo sigue igual que antes, enrocadas ambas partes en su hipertónico nacionalismo que hace irresoluble por ósmosis el conflicto de identidades.

Urge un proceso de ósmosis políticaósmosis, de diálogo, de consenso, de flexibilidad, de empatía constructiva, de lealtades pactadas entre el Gobierno y el Govern. Urge una reforma constitucional que acomode de forma no traumática y definitiva, la sempiterna desvertebración territorial de esta España nuestra.

Una España y un sentimiento de lo español, que si no de todos como parece, tampoco son (¿lo entenderán nuestros políticos algún día?) exclusivos de nadie. _________________

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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