Memoria, elecciones y un funeral con ausente extraño
Da un poco de “cosa” relacionar 'memoria', algo que todos debemos respetar siempre, con elecciones, donde por definición cada partido se enfrenta con los otros, aunque sea pacíficamente.
Pero dicen que “lo mejor es enemigo de lo bueno” y, por tanto, elegiremos la memoria de las víctimas, pues o la de ellas o la de sus asesinos, tal como un ministro, a propósito de Queipo, les ha dicho a los que desde su España siguen siendo incapaces de asumir, como propio, el dolor de la otra.
Por tanto, como el fin justifica los medios cuando ambos son decentes, me pongo con los números y compruebo que el mismo PSOE gobernante que en diciembre de 2007 aprobaba la primera Ley de Memoria Histórica consiguió, tres meses después, seguir en La Moncloa aumentando lo suficiente el número de votos recibidos, a pesar de que la debacle financiera mundial presagiaba la derrota de aquel Zapatero que no se atrevía a pronunciar la palabra “crisis”.
Sigo avanzando por los años y descubro que el siguiente momento de la memoria con gran repercusión mediática tuvo lugar en febrero de 2019, cuando el Gobierno aprobó la exhumación del jefe de Estado anterior a Juan Carlos I, el PP se opuso y la Justicia (española, por supuesto) obligó a retrasar el cumplimiento de la ley.
Nosotros tenemos derecho a imaginar el presente si en el pasado hubiéramos recuperado la Memoria que nos negamos a nosotros mismos porque aceptamos cobardía
Pues bien, dos meses después se celebraron las elecciones generales y el PSOE, partido que de nuevo estaba en el gobierno, incrementó sus votos un 38% en relación a los recibidos en las anteriores, las de 2016.
En ningún caso estoy afirmando relaciones causa-efecto directas, pero lo cierto es que la memoria ha llegado para quedarse, pese a quien pese, y será decisiva para ir recuperando la dignidad en una sociedad traumatizada por la crueldad de los criminales que gobernaron su pasado.
Por eso se celebran funerales que El País califica “de Estado” (aunque, sospechosamente, sin la presencia del jefe de ese “Estado”) y en los que se pide perdón a las víctimas por tanto retraso. Y nosotros tenemos derecho a imaginar el presente si en el pasado hubiéramos recuperado la memoria que nos negamos a nosotros mismos porque aceptamos cobardía.
Por ejemplo, escribo elecciones, es decir, urnas, y pienso en cómo seríamos ahora si, por ejemplo, el 12 de marzo de 1986 un Felipe González con mayoría de sobra en el Congreso hubiera puesto, junto a la urna para votar “OTAN de entrada no” (pero sí), otra urna para una ley que permitiera dar digna sepultura a todas las personas cuyos restos mortales seguimos, aún hoy, descubriendo bajo tierra.
Seríamos distintos y mejores porque, por poner un ejemplo, durante décadas los estudiantes habrían podido escuchar de sus profesores de Historia las lecciones correspondientes a esa etapa tan negra pero que, precisamente por eso, resulta más necesaria de aprender que ninguna otra. Pregunte, si quiere, y compruebe lo que aún hoy está ocurriendo en la ESO y en el Bachillerato.
Y si hasta un Barrionuevo (“ordené liberar a Segundo Marey”), se une al grupo de los que han decidido recuperar su memoria privada para confesar delitos (de los que “no me arrepiento”) porque los cometían por el bien de España (por supuesto), los demás tenemos derecho a pensar que si el Gobierno del PSOE le hubiera dado la palabra a la sociedad para recuperar la memoria, tal prueba de democracia, autoridad y legalidad habría provocado que el número de etarras violentos cayera en picado, pues habían nacido mucho antes de que muriera el malvado.
Mientras tanto, por el camino largo de la memoria maltratada se iban quedando muchas personas que luchaban por recuperarla.
Y se fueron pensando que sería imposible, pues solo veían gobiernos que no movían un dedo. Y a otras personas como ellas, pero ignorando sus llamadas.
Ellas ya no están, pero algunas sí, y siguen dando la cara.
Les mueven los recuerdos, pero son nuestra esperanza.
_________________
Domingo Sanz es socio de infoLibre