¿El orden neoliberal está roto?

Julián Lobete Pastor

“Vestigios del orden neoliberal permanecerán con nosotros durante muchos años, quizá durante décadas, pero el orden neoliberal en sí está roto” afirma Gary Gerstle, historiador norteamericano, en su obra Auge y Caída del Orden Neoliberal.

En opinión de Gerstle, un orden político debe tener la capacidad de modular las ideas nucleares de la vida política. Y debe ser capaz de hacerlo no sólo para los partidarios de un partido político sino para personas de todo el espectro político. Órdenes políticos en Estados Unidos fueron el New Deal entre los años 30 y 70 del siglo pasado; el neoliberal fue otro orden desde los años 80 del siglo XX hasta la segunda década del siglo XXI, pero en la actualidad ninguna de estas propuestas cuentan con el apoyo o la autoridad que poseyeron en el pasado. Reinan el desorden político y la disfunción. Qué pasará a continuación es la pregunta más acuciante que afrontan ahora Estados Unidos y el mundo entero.

Con estas últimas palabras concluye la obra de Gerstle; pero para llegar a semejante conclusión el autor ha descrito en profundidad lo sucedido en su país desde el auge y caída del New Deal hasta el final del orden neoliberal, desde sus inicios, ascenso, triunfo, soberbia y desintegración, títulos de los capítulos en los que va narrando la historia de dicho orden.

Se ofrece en este comentario un apretado resumen de la obra citada, recomendando su lectura.

El ascenso y triunfo del orden neoliberal: Reagan y la desregulación

Una política nuclear de Reagan fue la desregulación, poniendo el punto de mira en dos pilares del New Deal : el apoyo del gobierno federal a la negociación colectiva y la tributación progresiva.

Las políticas de Reagan contra la negociación colectiva y los sindicatos lograron que el movimiento obrero norteamericano sufriera una sangría de afiliados en los años 80 del siglo XX. El declive en la afiliación sindical no acostumbra a incluirse en los análisis de la desregulación y el éxito neoliberal; pero, de hecho, no hay ninguna forma más potente de desregulación del mercado que despojar al gobierno de su capacidad para fortalecer a los trabajadores en sus negociaciones con la patronal, opina Gerstle.

En materia tributaria, Reagan y sus aliados en el Congreso consiguieron, en cinco años, reducir la carga fiscal de las rentas más altas en un asombroso 60 por ciento. En opinión de Reagan, la economía estadounidense sólo prosperaría cuando los sindicatos y un gobierno con alta fiscalidad fueran doblegados y si era posible eliminados.

El presidente republicano, al acceder al cargo, congeló la contratación de todas las agencias federales civiles y les ordenó no aprobar nuevas normas reglamentarias. Designó a individuos conocidos por su celo antigubernamental para un departamento federal tras otro.

Reconfigurar instituciones: los tribunales y los medios de comunicación

Para remodelar los tribunales, Reagan nombró fiscal general a Edwin Meese, quien lanzó un asalto jurisprudencial contra el Tribunal Supremo, acusando a la corte liderada por Earl Warren de haberse tomado demasiadas licencias en la interpretación de la Constitución con el fin de justificar una revolución de los derechos (que permitió aprobar los de los movimientos de liberación de las décadas de 1960 y 1970). Además, la jurisprudencia del Tribunal Supremo habría permitido, en opinión de los neoliberales, un vasto poder regulador del Estado Central.

La ambición de Reagan y sus colaboradores era derrocar el orden del New Deal, en este caso golpeando sus cimientos legales, aunque en esta batalla sufrieron varias derrotas, sobre todo en el nombramiento de puestos claves en la judicatura.

Con los medios de comunicación, el objetivo consistió en liberar a aquéllos de la regulación pública. La ley de Comunicaciones de 1934 creó la Comisión Federal de Comunicaciones, quien en 1949 adoptó la Doctrina de la Imparcialidad, en virtud de la cual un medio que emitiera opiniones polémicas tenía que poner a disposición espacios para la expresión de los puntos de vista contrarios. Esta regulación indignaba a los neoliberales que la consideraban un ataque a la libertad de expresión.

La derogación de la Doctrina de la Imparcialidad fue una gran victoria de los neoliberales. Liberó a las emisoras de radio y los canales televisivos de la obligación de presentar noticias que buscaban la objetividad y la imparcialidad. En su lugar se propició la aparición de canales como Fox News, cuya razón de ser era la búsqueda de la polémica a través de noticias sesgadas.  

Estado militar y carcelario en la era neoliberal

Hacia finales del primer mandato de Reagan, las asignaciones a Defensa habían aumentado en un 34%, de 171.000 a 229.000 millones de dólares. La mayoría de los ideólogos del gobierno reducido en el seno del Partido Republicano no tenían problemas en justificar la masiva ampliación del Estado que requería esta escalada militar. Su objetivo era asegurarse de que todos los países del mundo fueran seguros para el capitalismo y el libre mercado.

Los efectos del declive económico de Estados Unidos en la década de los 70 acecharon al país durante los años de la presidencia de Reagan. El desempleo entre las comunidades minoritarias era alto, con niveles que alcanzaron el 50 por ciento entre los jóvenes negros. Muchos de ellos buscaron oportunidades en el tráfico de drogas. Los índices de criminalidad se dispararon y con el Estado de bienestar para los pobres descartado, la Administración Reagan adoptó una estrategia de disciplina y castigo: ampliar las fuerzas policiales, aumentar el volumen de arrestos y encarcelar a los delincuentes convictos durante un largo periodo de tiempo. Estados unidos tuvo durante la década de los noventa la población carcelaria más numerosa del mundo.

Los demócratas neoliberales: Clinton y las reformas de las telecomunicaciones y financieras

Mediada la década de 1980, el nuevo orden político de Reagan ya doblegaba a los demócratas a su voluntad, tal y como el orden del New Deal había acorralado a Eisenhower y otros republicanos en la década de los cincuenta.

Un grupo de jóvenes demócratas que mantenían una visión favorable de la empresa, el libre mercado y las tecnologías avanzadas fundaron el Consejo de Liderazgo Demócrata, con la intención de poner distancia con el Partido Demócrata de la década de 1980 y sus predecesores; quien presidía el Consejo en 1990 era Bill Clinton, quien a partir de 1994 se convirtió en el presidente neoliberal de Estados Unidos por excelencia.

En 1994 respaldó el plan de la Organización Mundial de Comercio de extrapolar los principios neoliberales al ámbito internacional, lo que se conoció como el Consenso de Washington.

En 1996, en colaboración con el Congreso, desreguló la industria de las telecomunicaciones en plena expansión de éstas, que ahora incluía no sólo teléfonos y televisión, sino los subsectores de retransmisiones por cable y por satélite, tan importantes para la nueva economía de la información. Poco después hizo lo mismo con la industria de la generación eléctrica, que sostenía la nueva economía.

Como otro demócrata dijo: "no hace mucho tiempo todos éramos keynesianos.. del mismo modo cualquier demócrata honesto admitirá que ahora todos somos friedmanistas", aunque una parte de la reorientación de los demócratas surgió del vértigo que acompañó a la revolución de las tecnologías de la información.

La campaña para desregular el sector de las telecomunicaciones caminó de la mano de la campaña por desregular las finanzas; sólo entonces se conseguiría un libre mercado pleno...

Durante toda la iniciativa legislativa para reformar las telecomunicaciones, prácticamente ninguna figura influyente, ni en el Partido Demócrata ni en el Partido Republicano, se atrevió a sugerir que el espectro de emisión/cable/satélite era un bien público, propiedad del pueblo estadounidense y que las empresas con intención de acceder a él deberían considerarse y regularse como servicios públicos.

Marvin Kitman, un columnista de medios de comunicación, predijo que la ley de telecomunicaciones de 1996 daría vida a una generación de capitalistas sin escrúpulos, y Gerard Levin demostró no ir desencaminado con su predicción de que cinco empresas mediáticas gobernarían algún día el mundo: el gobierno de Clinton posibilitó que dicha predicción se hiciera realidad.

La campaña para desregular el sector de las telecomunicaciones caminó de la mano de la campaña por desregular las finanzas; sólo entonces se conseguiría un libre mercado pleno. Durante los años de Clinton esta desregulación se conoció como modernización financiera.

En 1999 se derogó la Ley Glass-Steagall que imponía un régimen regulatorio a Wall-Street para evitar que volvieran a darse las especulaciones y unos intercambios comerciales tan descontrolados como los que había desencadenado el crac del 29.

La modernización de la banca dio origen a una nueva disciplina, la ingeniería financiera, y a lo que se ha llamado la financiarización de la economía, manifiesta en el tamaño, la riqueza y el poder de las sociedades de inversión y las compañías de corretaje que pasaron a considerarse los principales propulsores de la generación de capital, innovación y beneficios.

La ley Gramm-Leach de Clinton revocó la separación de los bancos comerciales y de inversiones. Todos los bancos pasaron a ser libres de competir en todo el mercado financiero. Otro presidente demócrata había derribado un pilar regulatorio indispensable del orden del New Deal. Con la Bolsa por los aires, la derogación de la ley Glass-Steagall se elogió , en general, como otro hito en la construcción del “ puente hacia el mañana” de Clinton. 

Cuándo comenzó la desintegración del orden neoliberal

(Por razones de espacio debemos dar en este resumen un salto en el tiempo. No obstante, el libro analiza detenidamente los mandatos de Bush padre e hijo y de Obama. Nos situamos en los antecedentes de 2016 para seguir el relato).

En los años posteriores a la crisis de 2008 y 2009, grupos muy diversos de ciudadanos empezaron a transmutar sus dificultades económicas en protestas e ira política. Los blancos que se veían al margen de los prósperos pasillos del orden neoliberal crearon el Tea Party; jóvenes de distintas razas que descubrieron que la Gran Recesión había volatilizado sus oportunidades crearon el movimiento Occupy Wall Street; la cólera de la población negra por las brutales repercusiones de la burbuja inmobiliaria y la violencia policial contra sus comunidades cristalizó en un movimiento Black Lives Matter, las vidas negras importan.

La combinación de las tres provocó una profunda convulsión en la política estadounidense, alimentó el auge de Donald Trump y Bernie Sanders y en 2016 condujo a una de las campañas más peculiares de la historia de Estados Unidos. Fue en ese momento cuando el orden neoliberal de Estados Unidos empezó a desintegrarse.

Los problemas económicos y humanos que fueron el caldo de cultivo para una década de explosiones políticas, fueron el malestar de la clase obrera blanca, el sufrimiento de los negros y el precariado.

El Tea Party estaba impregnado de populismo etnonacionalista y con tintes racistas. Trump supo ver como nadie el potencial político de esta realidad. Siempre había sido un etnonacionalista convencido, el destino de Estados Unidos era ser un país de hombres blancos, pero añadido importante, esos buenos ciudadanos blancos tenían que arrebatarle el país a una élite cosmopolita decidida a venderlo.

Trump contrapuso cada vez más al neoliberalismo un populismo etnonacionalista que caló en la excitada base del Tea Party ansiosa por reestructurar la identidad de Estados Unidos en torno a la blancura de la piel, el tejido industrial y un estilo cultural plebeyo diseñado para afrentar a los “superiores sociales” del país.

No obstante, la ocupación del Capitolio por los partidarios de Trump el 5 de enero de 2021 hizo ver a muchos estadounidenses lo peligroso que puede ser el desmantelamiento de un orden político; temieron que la democracia de su país pudiera no sobrevivir a Trump. Si tenía que emerger un nuevo orden político, también podría ser de derechas con preceptos autoritarios y profundamente iliberal.

¿Un nuevo orden político con Biden?

Biden no dijo explícitamente que el orden neoliberal se estaba desmoronando, pero había llegado a la conclusión de que una era de la política estadounidense había llegado a su fin y que una nueva era despuntaba, por lo que se lanzó a múltiples iniciativas de calado: campaña de vacunación masiva; colosal plan de rescate de 1,9 billones de dólares, mejora de infraestructuras sociales y físicas por 5 billones de dólares, cambios en la legislación del voto, reforma global de la inmigración. Este amplio programa reflejaba en parte la integración de la izquierda renacida en el gobierno de Biden.

Por otra parte, otra serie de signos evidencian un cambio de tendencia: A finales de 2021, los salarios de las rentas más bajas habían comenzado a aumentar a mejor ritmo que las de las rentas más altas, algo que no sucedía desde hace 40 años.

El sindicalismo ha comenzado a resurgir en las grandes empresas automovilísticas y se ha atrevido a plantear una huelga de gran magnitud.

Sin embargo, el poder de Biden reposa sobre juncos frágiles y espigados. Los estadounidenses, concluye Gerstle, deberán aceptar que vivirán entre las ruinas del otrora régimen neoliberal durante un largo periodo de tiempo. De hecho, como en todos los órdenes políticos caídos, habrá estructuras que sobrevivirán y prolongarán de alguna manera la vida del neoliberalismo.

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

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