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De 'Patria' y vencejos

Librepensadores nueva.

Marcelo Noboa Fiallo

“El nuestro ha sido un pueblo emprender, aventurero, de hombres valientes y piadosos. Hemos trabajado la madera, la piedra, el hierro, y hemos andado por todos los mares; pero desgraciadamente, en el curso de los siglos, los vascos no hemos prestado suficiente atención a las letras…”. Así se expresa el cura del pueblo donde transcurre la novela de Fernando Aramburu, al dirigirse al hermano pequeño de un etarra, ganador de un certamen de poesía en su pueblo y probablemente tenga razón.

Euskadi, no ha dado lamentablemente, grandes escritores si exceptuamos a Pio Baroja y Miguel de Unamuno. Hoy en Euskadi, al igual que en el resto de España, se escribe mucho, yo diría que demasiado. Proliferan como setas las novelas y los escritores de más que dudosa calidad literaria, cualquier periodista de medio pelo escribe una novela y no digamos la “literatura” que genera el “famoseo televisivo” que provoca interminables colas en las ferias de libros en busca de la codiciada firma del famoso televisivo.

Más lamentable es, si cabe, la escasa producción literaria seria, al igual que la cinematográfica en relación con el conflicto vasco, en comparación por ejemplo, con el tema del IRA en Irlanda. Por citar algunos ejemplos: Mi traidor, del periodista francotunecino Sorj Chalandon; Los fantasmas de Belfast, de Stuart Neville; Confesiones de un Rebelde, de Brendan Behan o las novelas del género negro de Mckinty y un larguísimo etc., sin olvidar la necesaria pero dura autobiografía de Gerard Conlon, Proved innocent, maravillosamente adaptada al cine como En el nombre del padre.

Por ello, cuando apareció la novela Patria, de Fernando Aramburu, confieso que, por primera vez, me dejé llevar por la ola de entusiasmo desmedido que los medios y críticos literarios desplegaron al poco tiempo de aparecer la misma. “Monumento literario del año”; “fenómeno literario de la década”; “es más que una buena novela… es la novela que hacía tiempo tenía que escribirse”; “un libro que quedará para siempre” y la más cargada de pasión y desmesura como la siguiente: “Lo hicieron los Episodios Nacionales de Galdós, justo cuando hacía falta recordar y saturar discordias civiles, y lo hizo Guerra y Paz, de Tolstói, cuando corría riesgo de olvido el origen de la Rusia moderna. Lo mismo están ahora las novelas de Fernando Aramburu” (José Carlos Mainer, crítico literario de El País)… ¡Ahí es nada!, ya puede Aramburu sentirse en la gloria, sentado a la diestra de Galdós y Tosltói.

No soy crítico literario y a mi edad ni siquiera aspiro a serlo. Me gusta la buena literatura y por ello huyo de los best-seller, del elogio gratuito a cualquier fenómeno mediático en forma de libro. La novela Patria cayó en mis manos en el peor momento para ella. Acababa de leer la portentosa novela de Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros y me encontraba empezando El Hereje, del escritor cubano, premio Príncipe de Asturias de las letras. La comparación se me hacía inevitable; mientras Pandura me invita a disfrutar de su exquisito manejo de la lengua castellana, de la descripción de los personajes como muy pocos lo saben hacer, de disfrutar de unos diálogos absorbentes que te impiden hacer una pausa; de admirar y sorprenderte de su manejo riguroso de los hechos histórico; la novela de Aramburu me costó seguirla porque la encontraba demasiado pobre, literariamente hablando; parece la obra de un principiante a pesar de tener en sus manos “oro en paño” con el conflicto vasco.

Nadie discute sobre la necesidad de escribir sobre el conflicto vasco, es más, quizás es el momento más “dulce” para hacerlo, tras la desaparición definitiva del terrorismo etarra, pero ello no hay que hacerlo renunciando a la buena literatura. Los hechos novelados que se narran en la obra de Aramburu, en mayor o menor medida, ya eran conocidos: el drama de las familias divididas, el silencio cómplice de los vecinos y la atmósfera irrespirable en muchos pueblos vascos durante tantos años, eran sobradamente conocidos y ello es lo que reproduce Aramburu en su novela, pero lamentablemente falta literatura… o al menos a mí me parece, por lo que me costó mucho acabarla (junio del 2017).

(Nota: Tres años después de escribir el texto anterior, saltó la polémico con motivo de la adaptación de la novela Patria a la serie de televisión y, por las “sospechas” de posible plagio del autor (eldiario.es) que ha obligado a saltar “al ruedo” mediático a Fernando Aramburu (El País). No sé cómo terminará el tema, pero he empezado a ver la serie y los dos primeros capítulos me gustan. No sería la primera vez que el cine (aunque en formato de series) mejore la novela en que se basa. Será mérito, en todo caso, de Aitor Gabilondo, Félix Viscarret, Oscar Pedraza y su equipo).

Dicho lo anterior cabe hacerse la pregunta del millón, ¿de qué depende el que una obra literaria sea una gran obra y además leída y alabada por los lectores? Es obvio que, en este vano ejercicio otoñal, en el que me hago esta pregunta, dejo de lado a los grandes, a los consagrados, a los que la historia les ha reservado su espacio y su lugar. No son discutibles Tolstói, Dostoievski Shakespeare, Victor Hugo, Neruda, Dickens, Joyce, Cervantes, Kafka, García Márquez, Valle Inclán, Lorca… y todos los que queramos añadir, pero a partir de que lleguemos a cerrar la lista, todos los demás pertenecen a ese limbo en el que la suerte, los padrinazgos, los intereses editoriales, los lanzamientos “acordados”… determinan qué libros debemos leer.

Este verano he leído varios, uno de ellos es el magnífico libro de cuentos del escritor Félix Población, La risa de vivir y otros cuentos sin cuento. Constituyó para mí un auténtico descubrimiento literario. Nos habla de un mundo y unos oficios muertos, pero consigue, a través de un lenguaje envolvente, riquísimo en expresiones perdidas, que el relato consiga su perdurabilidad. Un placer leerlo.

Su lectura coincidió, por azar, con la lectura de Independencia, de Javier Cercas. Autor consagrado que no necesita presentación. No me atrapó, como si lo hizo Félix Población. No disfruté como si lo hice con los Cuentos sin cuentos. De entrada, el título Independencia es tramposo, es engañoso y, por tanto, te defrauda y te sientes engañado. Crees que va a abordar el rico y complejo mundo del procés catalán, pero nada más lejos de la realidad. En dos páginas escasas pone en boca de uno de los protagonistas un comentario sobre el conflicto catalán, todo lo demás es una novela negra más de las que pululan en el panorama literario. Sin pena ni gloria. Sin embargo, su libro ha acaparado tertulias, comentarios, loas, escaparates de librerías y, supongo un éxito de ventas.

Lo mismo tendría que decir del escritor zaragozano, Chesús Yuste, quien nos ha regalado una historia tan mágica, como riquísima del peculiar mundo irlandés, sin olvidar los resquicios de su trágica historia de violencia, La memoria de la turba. Sorprende la capacidad de este escritor para meterse en la piel y en el alma irlandesa. Nadie diría que es una novela de un escritor español. Sin embargo, su publicación se ha hecho gracias a la ayuda del Gobierno aragonés y en una editorial de provincias, Xórdica.

Me ha impactado y sorprendido El Refugio de los canallas, del escritor vasco Juan Bas de otra editorial desconocida, Alrevés, sobre el conflicto vasco. Novela que indaga no sólo en el sinsentido y la estupidez de la lacra de ETA, sino también en la bajeza moral y las cloacas de los GAL, “tan canallas como los etarras”. Ingredientes que el escritor, hoy, elevado a los altares del Olimpo, Fernando Aramburu, gracias a su novela Patria, no supo reflejar en su novela.

Si la pregunta del millón no es fácil contestar, sin embargo, a nadie lo podrá extrañar que Los Vencejos, en este inicio otoñal, sobrevuelen nuestras cabezas. Hace un par de días, entré en una librería y Los Vencejos, lo copaban todo. Había que abrirse paso entre vencejo y vencejo a punto de picarte.

Una novela que llevaba días buscando, intentaba “respirar” y abrirse paso entre tanto vencejo. No lo dudé y me hice con ella, El librero de Kabul, de la escritora noruega Asne Seierstad y dejé que los vencejos continuaran agobiando, con su presencia, al personal.

Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre

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