En el uso de su libertad de expresión, Jaime de los Santos ya ha dictado anticipadamente su sentencia de que a Begoña Gómez la juzgará el pueblo. Y lo ha hecho además mediante una expresión muy expresa, apuntando con un dedo y un rictus cargados de animus necandi que a leguas identifica hasta el más torpe de los penalistas.
Como el derecho a la libertad de expresión no se agota en don Jaime, por nuestra parte saltaremos el redondel y diremos también lo que nos parece. Nos parece que, aunque en ningún caso esté bien acabar con nadie, en estos supuestos el pueblo al que alude el señor De los Santos distingue entre homicidas buenos y homicidas malos. Belén Esteban, por ejemplo, sería una homicida buena para el pueblo. Cuando Belén dijo aquello de que "yo por mi hija mato", poniendo además cara de asesina, el pueblo, en lugar de condenarla, la nombró su princesa.
En cambio, la intervención de don Jaime, aunque venga acompañada de la misma cara criminal que puso Belén, entraría en la categoría de homicidas malos, que ni exonera ni otorga el título de princesa de nada porque en esta ocasión han faltado las eximentes que amparaban a la de Jesulín. Para empezar, por algo tan simple como que don Jaime, que se sepa, no ha tenido hija alguna con ningún bravo matador o matadora; así que por este lado no hay hijos por los que matar ni causa de justificación que valga; y porque, aun facilitando el comodín de cambiar la línea de parentesco, y en lugar de estar matando por su hija lo estuviese haciendo por su madre, don Jaime, en clara situación analógica tanto jurídica como fáctica, tampoco estaría defendiendo a su madre, porque la mujer de Rajoy, aunque siempre la acompañase como buen y solícito hijo cuando iba de compras, no es su madre ni nadie hasta la fecha se había metido con la buena señora. Quitando la razón que amparaba a la Princesa de España, a don Jaime solo le quedan entonces para decir lo que dijo como lo dijo, las causas vulgares del fanatismo y del dinero, ante las cuales la parte sabia del pueblo se encoge de hombros y responde "que te den".
A todo esto, el PP, en lugar de pasar de puntillas por el asunto, aunque solo hubiese sido por respeto a Don Mariano, ha organizado una puesta en escena en el Congreso poniendo de actor principal al propio ahorcado para mentar y agitar la soga en su propia casa. Pero lo peor de todo es que los compañeros de pupitre aplaudieron a rabiar al ahorcado. Aplausos así, que demuestran tantas tragaderas como cinismo, deberían ser siempre condenados por los votantes con sus abucheos, para que los farsantes se vayan para siempre a otro sitio a vender su crecepelo.
Ni Peinado ni ningún otro Peinado estuvieron ahí en aquellos años estelares para empurar a la señora de Rajoy ni al chico del servicio, que mire usted lo lejos que ha llegado prestándose a las compritas
Como no todo el mundo puede emplearse directamente en vendedor de crecepelo, como segunda opción algunos aterrizan en la política donde los consumidores son los votantes y los procedimientos idénticos a los de la mercadotecnia. La famosa y constitucional representación de la voluntad popular se está convirtiendo así en una falacia. En el momento en que se vota a un señor o señora para que nos represente y sale elegido es cuando, en ese preciso momento, el señor o la señora deja de representarnos para actuar como ventrílocuo de su partido, que es el que a partir de ahora va a sostenerlo o no ante la inseguridad jurídica y el horizonte laboral incierto que se le abre cuando lleguen las próximas elecciones. En tales circunstancias, si el que fuera nuestro inicial representante se encuentra en la oposición, como desde hace siete años está el PP, Feijóo y su cuerpo técnico, incapaces de esperar a la próxima liga, le dicen que salga y en cinco minutos mate al Gobierno. Si lo hace bien, y ha estado a punto, la próxima vez, para que lo intente de nuevo, el míster le dará diez minutos y de plus alguna que otra comisión, que se pagan aparte. Desde las tribunas políticas repartir venenos y puñales de esta manera es más doloso que irresponsable porque se sabe bien que al otro lado siempre hay un público tan ingenuo como fanático que se embebe en el engaño y va a muerte.
Como nota bene señalaremos que, al recuperarse años después la escena de los felices días de tiendas, caemos en la cuenta de que el juez Peinado en realidad ahora podría no estar persiguiendo malversación alguna, sino tratando de evitar que la mujer, en especial la mujer de un presidente, y más si este es del PSOE y se apellida Sánchez, salga del hogar para otra cosa que no sea ir de compras, y sea el varón el único encargado de llevar el sobre mensual a casa; como cumplidamente se encargaba de hacer Don Mariano. Hipótesis que se sustenta en que ni Peinado ni ningún otro Peinado estuvieron ahí en los años estelares para empurar a la señora de Rajoy ni al chico del servicio, que mire usted lo lejos que ha llegado prestándose a las compritas.
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Miguel Sánchez es socio de infoLibre.
En el uso de su libertad de expresión, Jaime de los Santos ya ha dictado anticipadamente su sentencia de que a Begoña Gómez la juzgará el pueblo. Y lo ha hecho además mediante una expresión muy expresa, apuntando con un dedo y un rictus cargados de animus necandi que a leguas identifica hasta el más torpe de los penalistas.