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'La caza de nazis en la España de Franco'
infoLibre publica un extracto del libro La caza de nazis en la España de Franco, de David A. Messenger, profesor asociado de Historia y de Estudios Globales y Locales en la Universidad de Wyoming. El libro, publicado primero en inglés en 2014, ha sido recuperado por la editorial Alianza con traducción de Alejandro Pradera.
El volumen analiza el singular papel de España dentro del complejo proceso de desnazificación, pero el fragmento seleccionado se centra en la figura de Clara Stauffer, dirigente de la Sección Femenina que urdió, desde Madrid, una red de evacuación de jerarcas nazis hacia Latinoamérica. Es, además, uno de los personajes centrales de Los pacientes del doctor García, la novela por la que Almudena Grandes ha recibido recientemente el Premio Nacional de Narrativa.
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Actividades clandestinas y de fuga de los alemanes: las vías de escape en España
Con el paso del tiempo, el Gobierno español iba dejando claro que, aunque toleraba la presencia de muchos alemanes buscados para su repatriación, no estaba en condiciones de proporcionarles un empleo. A consecuencia de ello, se produjo una transformación de las actividades organizadas en el seno de la colonia alemana. Mientras que entre 1945 y 1947 la colonia se había centrado en su organización general, en consolidar su presencia, en organizar la ayuda a los internados y en luchar contra las repatriaciones, a partir de 1947 y 1948 se dedicó principalmente a ayudar a las personas buscadas para ser repatriadas no solo con vistas a conseguir su puesta en libertad, sino sobre todo para ocultarlas y, en muchos casos, para ayudarles a salir de España en busca de un futuro mejor. En su libro La auténtica Odessa, Uki Goñi esboza lo que aquello significó en el caso del colaboracionista belga Pierre Daye, que había vivido cómodamente en Madrid hasta mayo de 1946, cuando sus contactos en España le informaron de que Martín-Artajo, ministro de Asuntos Exteriores, estaba dispuesto a entregarle en caso de que el Gobierno belga lo solicitara. Aunque la repatriación de los sospechosos nunca fue una política sistemática de las autoridades españolas, los sutiles cambios en los casos concretos dieron lugar a un ambiente en que, para muchos de los alemanes y otros colaboracionistas destacados como Daye, la opción más razonable parecía consistir en esconderse y huir. Aunque Daye no se marchó de Madrid hasta mayo de 1947, el plan se puso en marcha a mediados de 1946.
La persona que mejor ejemplificaba la transformación del activismo comunitario, desde la recaudación de fondos y la ayuda material hasta las actividades de ocultación y huida, era Clarita Stauffer. Stauffer, de origen hispano-alemán, tenía pasaporte alemán y era secretaria nacional de la Sección Femenina de la Falange. En otoño de 1945 se dio a conocer como una de las dirigentes de la Hilfsverein, y se dedicaba a recolectar ropa y paquetes de comida para los alemanes presos en el campo de internamiento español de Sobrón. También procuraba encontrar empleos para muchos alemanes en la Falange. Muy pronto se convirtió en una estrecha colaboradora del padre Boos, el rector de la comunidad católica alemana en Madrid y Barcelona. Como señalábamos antes, Stauffer, Boos y Herbert Hellman eran miembros de una nueva asociación benéfica creada en 1947 como organización pública, que muy pronto pasó de la ayuda y la recaudación de fondos a actividades más clandestinas: esconder a los alemanes buscados en España para ser repatriados, y ayudarlos a huir al continente americano. Aquel grupo estableció una estrecha relación con una serie de funcionarios pronazis de la Dirección General de Seguridad, sobre todo con su director, Rodríguez. Presentaba peticiones a la cúpula de dicha Dirección General para la puesta en libertad a los alemanes que seguían internados en campos españoles, entre ellos a los diez excarcelados de Salamanca en marzo de 1947. A continuación, los alemanes acudían al piso de Stauffer en Madrid, y desde allí se trasladaban a domicilios privados o a la pensión que la propia Stauffer tenía en Oviedo, y que había alquilado a la Sección Femenina. Los domicilios privados eran los de antiguos nazis, como Alfred Muller-Thyssen en Pamplona, el del propio padre Boos en Barcelona, o de amigos españoles, como Casilda Cardenal, de la Sección Femenina de Madrid.
Si bien los servicios de inteligencia aliados estaban interesados en el grupo por sus actividades clandestinas, Titus, el funcionario de la embajada estadounidense responsable de la política de repatriaciones en Madrid, ponía un acento especial en la ideología que defendían sus miembros. Incluso en 1947, el móvil intelectual de aquellos grupos recordaba a las primeras declaraciones de Bernhardt a los funcionarios aliados al final de la guerra, y se hacía eco de la retórica nacionalista que se empleaba en Alemania para rechazar la política de desnazificación de los Aliados como un programa de reeducación. Titus citaba un eslogan sacado de los materiales de la Hilfsverein donde se afirmaba que su cometido a la hora de servir a la comunidad era «que todos los alemanes nos unamos; que olvidemos el pasado; y que conservemos nuestro nacionalismo alemán».
En general, los alemanes no decidieron ocultarse ni hacer uso de aquellas redes incipientes hasta mediados o finales de 1946. En el caso de muchos alemanes que se escondieron, tan solo tomaron esa decisión después de agotar todas las posibilidades. Para ellos, evitar la repatriación conllevaba múltiples estrategias, como por ejemplo defender su caso ante los funcionarios de la embajada estadounidense; presentar peticiones ante el Ministerio de Asuntos Exteriores español y recurrir a los amigos que tuvieran en el Gobierno; sobrevivir al internamiento y pedir su puesta en libertad; y esconderse en caso de que no dieran resultado las demás opciones. A mediados de 1946, Stauffer, que tenía su base en Madrid, se dedicó a establecer una serie de escondites para los alemanes en Santander y alrededores.
Un ejemplo de ello fue el caso de Karl Albrecht, director de la empresa AEG en España. Albrecht, al igual que Bernhardt, era miembro del Partido Nazi y estaba presuntamente relacionado con las actividades de los servicios de inteligencia alemanes. Al final, las autoridades españolas clausuraron AEG Ibérica en 1948 como parte de su acuerdo con el CCA sobre las empresas paraestatales alemanas con vínculos con el nazismo. Sin embargo, cuando terminó la guerra, Albrecht siguió haciendo vida normal en Madrid y dirigiendo la empresa. Además de ser director de AEG, Albrecht fue presidente de la Cámara de Comercio Alemana en España entre 1941 y 1944, y del organismo de financiación de los colegios alemanes, que fue una importante rama de la propaganda nazi en España durante la guerra y de la que se sospechaba que se había quedado con activos nazis una vez terminada la guerra. Después de la contienda, Albrecht siguió dirigiendo AEG en Madrid, hasta que las presiones de los investigadores estadounidenses para que se reuniera con ellos le llevaron a esconderse, supuestamente en un monasterio, a principios de 1946. En julio de 1946, el consejo de administración de AEG Ibérica le destituyó oficialmente de su cargo de presidente por haberse ausentado de su puesto durante los seis meses anteriores.
Entre los alemanes que se ocultaron estaban Fritz Ehlert, antiguo director del Frente Alemán del Trabajo en España, que desapareció de Madrid en noviembre de 1945, y que supuestamente estaba viviendo en los alrededores de Torrelavega (Cantabria); Robert Baalk, exagente de la Gestapo que había llegado a España durante la primavera de 1944, y que se escondió en Vigo; y el antiguo agregado aéreo, Eckhard Krahmer, que en un principio, después de la guerra, hacía vida normal en Madrid, pero que se escondió en febrero de 1946. Krahmer era buscado no solo por sus actividades militares, sino también por el transporte desde Francia a España en octubre de 1944 de aproximadamente doscientas obras de arte robadas a nombre de Hermann Göring.
Los servicios de inteligencia estadounidenses eran muy conscientes de que España iba a atraer no solo a los antiguos nazis que ya residían allí, sino también a los que habían logrado esconderse en otros lugares de Europa y que se enfrentaban a un posible procesamiento por crímenes de guerra en Alemania. Ya en 1946, los agentes de Estados Unidos en España revisaban constantemente la información recogida por sus contactos alemanes y por otras fuentes para elaborar listas de los criminales de guerra que podrían haber llegado a España. Muchos de esos alemanes fueron inmediatamente internados, en numerosos campos por las autoridades españolas. Sin embargo, a su llegada a España, aquellos fugitivos se encontraban con que la red de apoyo existente, que se había originado en los grupos Werwolf y en la Hilfsverein se había extendido enormemente, y que estaba allí a su servicio, así como al de los alemanes que ya llevaban mucho tiempo en España. Los fugitivos, y también otros alemanes que ya se encontraban en España, se beneficiaban de la ayuda material y en dinero que les brindaban los grupos nazis de ayuda mutua, y más tarde iban a recibir una ayuda adicional para buscar una forma de salir de España. Además de la organización de ayuda de Stauffer, el otro protagonista principal en España era el argentino Charles Lesca (o L’Escat). Lesca había pasado la mayor parte de la guerra en París, trabajando en las operaciones de propaganda nazi, y después se trasladó a Berlín cuando cayó Francia. En diciembre de 1944 llegó a Madrid, donde se convirtió en el principal responsable del traslado a Argentina de los funcionarios de los servicios de inteligencia alemanes.
En octubre de 1947, Titus examinó un informe sobre el comandante Brohmann, que había llegado a España desde Alemania vía París en febrero de 1947. Brohmann, que viajaba con pasaporte lituano, se instaló con su familia en una vivienda de Madrid conocida por ser una residencia para oficiales del Ejército alemán con documentación falsa. Aunque en última instancia pretendía refugiarse en Venezuela o en Argentina, por el momento Stauffer le había conseguido un empleo en el Ministerio de la Guerra español. Es muy probable que Brohmann llegara huyendo de un posible procesamiento por crímenes de guerra. Es más notorio el caso de Walter Kutschmann, director de la Gestapo en Polonia durante la guerra, que llegó a Vigo desde Italia al final de la contienda, y permaneció allí hasta 1947 bajo el alias de Ricardo Olmo, y posteriormente se trasladó a Argentina, donde fue descubierto por Simon Wiesenthal, el cazador de nazis, en la década de 1980.
Los servicios de inteligencia estadounidenses estaban al corriente del posible traslado a Argentina de los alemanes residentes en España, y en el campo de Hohenasperg interrogaron al respecto al exagente del SD Herbert Senner, quien estaba en conversaciones para su traslado a Argentina con Otto Horcher, dueño del infame restaurante pronazi de Madrid, cuando fue detenido y posteriormente repatriado a Alemania el 10 de mayo de 1946. La posibilidad de huir a Argentina era una consecuencia lógica de los escondites que Boos y otros facilitaban a los sospechosos. Senner tenía confianza con Lesca, y ambos hablaron de un plan para el traslado coordinado de los alemanes ocultos a Argentina desde Cádiz, un plan que empezaba a cobrar forma en la época que detuvieron a Senner. Senner confesó que el traslado de los alemanes, previsto para la segunda mitad de 1946, estaba «tan estrechamente vinculado con las autoridades españolas —la policía y el Ejército— que la táctica que [los Aliados] han venido utilizando hasta ahora, conseguir la detención por el procedimiento de comunicar a la policía el domicilio de los sospechosos, ya no sirve».
Para la mayoría de los alemanes que buscaban refugio, Argentina era la opción favorita. Allí ya existía una activa comunidad alemana, y el Gobierno de Juan Domingo Perón alentaba la inmigración alemana e italiana tras el final de la guerra en Europa, sobre todo de las personas con cualificación tecnológica. Horst Carlos Fuldner, un germano-argentino que había sido miembro de las SS en los años treinta, y que después estuvo relacionado con la empresa Sofindus en Madrid, fue el primero que estableció las vías de huida a través de España, con ayuda de Lesca. Tras la elección de Perón como presidente de Argentina en marzo de 1946, empezaron a cobrar forma de verdad los planes para el traslado, y el propio Lesca fue el primero en marcharse de España, en agosto de 1946.
Al mismo tiempo, los dirigentes católicos de Argentina empezaron a establecer contactos en Roma y a facilitar el traslado de los criminales de guerra franceses. Las ratlines [cuerda de ratas], como se denomina habitualmente en inglés el sistema de vías de escape para los nazis de máximo nivel a América del Sur después de la guerra, se originaron en una compleja red de contactos diplomáticos entre España, Argentina y el Vaticano durante la segunda mitad de la guerra. El historiador Michael Phayer ha demostrado que uno de los propósitos de aquellas vías de escape a través de España era permitir la huida de los católicos en caso de que efectivamente los nazis ganaran la guerra y la Iglesia fuera objeto de una persecución más intensa. Sin embargo, las primeras vías de escape de Francia a España a través de los Pirineos, vinculadas a la Iglesia, muy pronto fueron aprovechadas por los servicios de inteligencia alemanes, sobre todo por el SD, bajo el mando de Walter Schellenberg. El movimiento de alemanes procedentes de Francia, a medida que se derrumbaba la ocupación nazi, muy pronto se convirtió en un extenso programa de traslado de personas. Casualmente, las relaciones entre Perón y Franco se hicieron más cordiales, y la visita que realizó en abril de 1946 a España el cardenal argentino Antonio Caggiano vino a consolidar los lazos.
A finales de 1947, el grupo de Stauffer ya se dedicaba no solo a esconder a fugitivos como los que mencionábamos antes, sino también a facilitar su huida a través de las rutas que ya habían establecido Lesca, Fuldner y otros. Se ha demostrado que Boos era el líder en España del sistema de vías de escape que llevaba a los criminales de guerra desde Italia a territorio español, y posteriormente a Argentina. En términos generales, entre la colonia alemana en España, resultó fácil convencer a los que ya estaban escondidos de que consideraran la posibilidad de marcharse a Argentina, incluso después de que en 1947 empezara a disiparse el miedo generalizado a las repatriaciones. Titus afirmaba que a partir de 1948 la organización benéfica de Stauffer ya se había convertido en «una tapadera para facilitar la puesta en libertad de los campos de concentración de los alemanes con mentalidad nazi, y para su eventual marcha al continente americano».
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La ayuda de las autoridades españolas a aquella iniciativa resultó crucial. Al igual que en 1946 muchos españoles habían escrito cartas en contra de las repatriaciones y para ayudar a sus amigos alemanes, también colaboraron en su ocultación y huida. El gobernador civil de Valencia, Ramón Laporta, resultó ser de inmensa ayuda para Boos a la hora de establecer una ruta a Argentina desde el puerto de la ciudad, una ruta que en abril de 1948 ya habían utilizado entre veinte y veinticinco alemanes. En Cartagena y en Mallorca surgieron otras iniciativas, organizadas de forma parecida, para llevar a los alemanes a Argentina. Entre los que supuestamente ya se habían marchado a Argentina a principios de 1948 estaban el exdirector de AEG, Karl Albrecht, y el agregado aéreo Krahmer. Supuestamente Krahmer consiguió que le nombraran «profesor de estrategia de aviación militar» en el Ministerio del Aire argentino. Aunque el Gobierno de Estados Unidos no tenía pruebas de que el Gobierno español tuviera una política oficial de ayudar a ese tipo de traslados, los rumores que circulaban por toda España «parecen dar cierta credibilidad a la convicción de que se ha puesto en marcha un plan concertado». Por lo pronto, Titus quería que la embajada estadounidense planteara ante el ministro de Asuntos Exteriores español la cuestión del apoyo por parte de la policía y el Ejército a ese movimiento de personas.
No cabe ninguna duda de que el Gobierno argentino estaba oficialmente implicado en el envío de alemanes desde España, ni de que tenía especial interés en el personal militar y de inteligencia, ni de que la política en su conjunto era una iniciativa que venía de lo más alto, del presidente Perón. Al cabo de poco tiempo también empezaron a participar los grupos nazis de España. Stauffer logró contactar con un miembro del Ministerio del Aire argentino, quien organizó la concesión de visados de trabajo para los alemanes a partir de diciembre de 1947. Por añadidura, en febrero de 1948, Carl Schulz, un ciudadano argentino, fue enviado a España para establecer contacto con Boos y reclutar antiguos nazis de los servicios de seguridad para que trabajaran en el Ejército argentino. Schulz tenía instrucciones de servirse del movimiento católico alemán en España para facilitar su tarea. Los servicios de inteligencia estadounidenses estimaban que en junio de 1948 ya habían entrado en España aproximadamente 700 alemanes con la intención de marcharse a América del Sur a través de las redes de Stauffer o de Boos. Las estimaciones sobre el número de criminales de guerra que huyeron a Argentina varían de forma considerable, desde tan solo 180, como estimó la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades Nazis en la Argentina (CEANA), hasta nada menos que 300, como ha estimado el periodista Uki Goñi. Resulta imposible determinar cuántos antiguos nazis de la categoría de «alemanes indeseables» también se marcharon a Argentina, ni cuántos de ellos llegaban desde España. Pero está claro que algunos lo lograron.
¿Qué significaban las actividades de una persona como Stauffer para Estados Unidos y el Reino Unido en 1947 o 1948, cuando la falta de apoyo de España a las repatriaciones suponía claramente el fracaso inevitable de aquella política? Earle Titus afirmaba a principios de 1948 que las actividades de Stauffer estaban tan bien organizadas que el Gobierno español debía de estar haciendo algo más que solo tolerarlas. «En todo este asunto hay demasiado humo como para que no haya fuego en alguna parte», afirmaba Titus. Anteriormente, en junio de 1947, Douglas Howard, de la embajada británica en Madrid, afirmaba que aunque los alemanes ya no tenían poder económico en España, la red de Stauffer representaba la «mayor amenaza» desde el punto de vista de la seguridad en caso de que España decidiera volver a unas actividades más pronazis. Aunque en la práctica era imposible devolver a los exnazis a la Alemania ocupada, los Aliados seguían temiendo que pudieran influir en las políticas de España o en el Gobierno argentino. En Londres, un miembro del Foreign Office hacía un comentario a propósito de Stauffer cuando escribía: «los alemanes en España son tan peligrosos para nosotros como lo eran los rusos, y creo que incluso los estadounidenses no tienen más remedio que admitirlo».