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‘Suzume’, el anime que entendió la España vaciada

Portada de Suzume.

Vista una película de Makoto Shinkai, ya están vistas todas. Y esto no es ni de lejos algo malo: no muchos creadores contemporáneos están tan obsesionados y comprometidos con un tema como el cineasta japonés. Y esa preocupación central, más de dos décadas de carrera como autor multimedia después, sigue siendo el problema del binomio campo-ciudad. Para los gourmets del anime, lleva siéndolo desde 1999, cuando ya se percibía como inspiración lateral de sus primeros cortometrajes y videoclips. Para el resto del mundo, la intranquilidad que siente Shinkai por las brechas teóricas y prácticas entre los espacios urbanos y rurales alcanzó fama global en 2016 con el éxito de Your Name, una de las películas de animación japonesa más taquilleras de la historia. En 2019 llegó El tiempo contigo, una especie de secuela espiritual de aquella, y esta semana se estrena en cines Suzume, tercer largometraje y colofón de un ciclo de melodramas fantásticos dedicado por entero al trauma de Fukushima y sus consecuencias para la vida nipona.

Esto no quiere decir que sea necesario ver ninguna otra película del director y guionista —también pintor digital, novelista, fotógrafo y artista de efectos especiales— para comprender Suzume. Ayudaría, es cierto, a interiorizar mejor según qué códigos; algunos muy personales, como la devoción por los pueblos en cuesta, los viajes en bicicleta, los huertos urbanos o los encuentros predestinados, y otros, como el clásico cruce entre personajes que vuelven la mirada, propios del anime, prácticamente un medio en sí mismo. En este caso, la historia gira en torno a Suzume, una adolescente huérfana de una pequeña localidad portuaria que se encuentra con un misterioso buscador de ruinas. Junto a él, convertido por avatares de la trama en una silla maldita, la joven ha de recorrer Japón de punta a punta mientras trata de impedir que un pequeño gato mágico provoque grotescos terremotos que matarían a millones de personas.

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Desde su premisa, Suzume está emparentada con el triple desastre de marzo de 2011, cuando un terremoto, un tsunami y un accidente nuclear azotaron la región de Tōhoku. Es sencillo desde entonces rastrear un interés manifiesto en la filmografía de Shinkai por abordar la división entre las experiencias vitales urbana y rural, recontextualizada de forma salvaje por la catástrofe y ligada del todo a determinados usos de la nostalgia. Se podría decir, en pocas palabras, que los animes de Shinkai entienden una problemática que plantea también en estas latitudes la España vaciada. Por supuesto, en Suzume no hay claves concretas para dinamizar o repoblar localidades de lo rural español: Suzume es, si cabe, la película más japonesa del cineasta. O, al menos, la más explícitamente vinculada a las tensiones entre regiones concretas del país de todo su ciclo post-Fukushima. Lo que sí señala la cinta es el camino hacia una nostalgia reflexiva, en lugar de una regresiva.

Es una pena que, al mismo tiempo, la cinta confirme que el director de Your Name es más torpe cuanto más se arrima a la sombra del Studio Ghibli. Shinkai es virtuoso como nadie en lo suyo y, pese a que la prensa incide sin descanso en esta comparación, el molde de sucesor de Hayao Miyazaki —el líder del legendario estudio de animación— solo lo hace derrapar. El despliegue mitológico de Suzume, pese a demostrar ambición, es lo menos inspirado de toda la película y los varios guiños a la trayectoria de Ghibli que se permite Shinkai en las dos horas de metraje no hacen sino recordar que lo mejor de Your Name o El jardín de las palabras era esa cotidianidad trastornada por el sutil ingrediente fantástico, y no el revulsivo en sí mismo. Al japonés le funciona mejor el romance intenso en lo anodino que en la acción desatada y, en esta ocasión, no es tan preciso en el retrato de la dimensión asfixiante de los pueblos como en su propuesta política.

Mientras la joven Suzume y sus improbables compañeros de viaje recorren el archipiélago japonés para detener los desastres sobrenaturales que se activan en distintos pueblos abandonados y tomados por la naturaleza, va quedando claro que lo que se apodera de Makoto Shinkai en cada una de sus urbanitas películas no es entusiasmo febril por los skylines tokiotas, sino una oportunidad para huir de esa fascinación vana por los imaginarios pueblerinos que tan fácilmente deriva en posturas reaccionarias. Suzume parece conectada al rechazo de esa hilera imaginaria de campesinos arando el mismo surco de tierra por toda la eternidad que Fisher criticaba como refugio del pensamiento retrógrado. Para el cineasta, la nostalgia es una camper en la que regresar de visita a lugares del pasado para hacer las paces con ellos y poder, por fin, abandonarlos.

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