Stephen King tenía razones para frustrarse en los años 80. Aunque ya pergeñaba best sellers a mansalva esto mismo propiciaba la atención de Hollywood, y podía darle un par de disgustos. Se ha hablado mucho de cómo King renegó de la adaptación que Stanley Kubrick hizo de El resplandor, lamentando que el cineasta hubiera aligerado el componente psicológico de una historia muy importante para él, en pos de un terror tan frío como impresionista. Se ha hablado algo menos de cómo El fugitivo, otra de sus novelas, sufrió un trato aún más denigrante.
Si El resplandor había sucumbido a los arbitrios de la supuesta genialidad de Kubrick, a El fugitivo le ocurrió algo parecido con la maquinaria comercial ochentera al completo. Hubo un esfuerzo consciente por transformar esta novela distópica en un espectáculo afín al blockbuster de la época, que pasaba por recurrir a la música electrónica de Harold Faltermeyer (Top Gun) y a un guion que Steven E. de Souza había escrito con Sylvester Stallone en mente. Al final fue Arnold Schwarzenegger (llegado de Comando, otra película con guion de De Souza) quien protagonizó Perseguido. Naturalmente, la historia de King quedó aplastada bajo todo esto.
Perseguido fue un vehículo de lucimiento para el carisma de Schwarzenegger. Ben Richards, protagonista de El fugitivo, ya no era un hombre agobiado económicamente en estos Estados Unidos distópicos, sino un desertor del ejército que se había unido a la resistencia contra las macrocorporaciones que controlaban el país. Ambos terminaban igualmente inmersos en un diabólico concurso televisivo como objetivo de una caza a gran escala, si bien sus motivaciones diferían. El Richards literario necesitaba ganar para llevarle dinero a su familia. El Richards de Schwarzenegger solo quería sobrevivir, y si acaso convertirse en un símbolo antiautoritario.
Ahí es cuando se consumaba la traición a King. Pues, si bien Perseguido intensificaba el componente rebelde ya presente en el libro, que el protagonista fuera Schwarzenegger lo cambiaba todo. Porque Schwarzenegger eliminaba a sus cazadores con arrogancia y una frase lapidaria en los labios. Y eso entusiasmaba a la audiencia. Le hacía partícipe del mismo placer estético por la violencia y la crueldad que King quería criticar. En 1987 Perseguido abrazaba entonces un cinismo tan apocalíptico como alegre, con un mordaz retrato de la televisión muy al estilo de los anuncios bizarros de Robocop (estrenada meses antes), solo que desactivando su propia crítica.
Perseguido engrandecía en cierto modo a King: daba la sensación de que el mainstream de la época
no podía estar a la altura de las historias más agrias del escritor de Maine, esas que había escrito entre los 70 y los 80 con seudónimo (Richard Bachman) para poder alejarse del terror sobrenatural que le aseguraba el éxito editorial. Los 80 eran demasiado optimistas e idiotas. Aunque quizá nuestra época sí puede estar a la altura. Pues nos hallamos en 2025 —el año en que se ambientaba la historia original— y dos adaptaciones de Bachman llegan a los cines de forma consecutiva. La semana pasada fue La larga marcha y ahora lidiamos con otra adaptación de El fugitivo.
La primera reflexión que suscita es la evidente: el capitalismo despiadado y la economía de la atención que explorara El fugitivo (publicada en 1982, con Reagan de presidente y en pleno florecimiento neoliberal) se han degradado a extremos absurdos. El fugitivo —cuya película ahora se titula The Running Man, como el concurso de marras— pasa por ser una historia más realista y menos descabellada de lo que era hace 43 años. Edgar Wright es consciente como director y guionista, así que quiere ampararse en la lucidez de King. Pero hay otra posible motivación, y es la de desagravio histórico. Una disculpa de la industria por el dislate de Perseguido.
El caso de The Running Man recuerda bastante a lo que hizo Mike Flanagan en 2019 con Doctor Sueño. Antes de estrenar este mismo 2025 otra adaptación de King —la deliciosa La vida de Chuck—, Flanagan se propuso armonizar el legado de Kubrick con el de su escritor favorito en esta secuela tardía de El resplandor. Sin llegar a “corregir” a Kubrick, Flanagan sí se las apañaba para combinar el homenaje a su legado con una fidelidad militante a la prosa del escritor, reafirmando un cambio notable en la percepción cultural: King, a día de hoy, es una institución. Un autor prestigioso, un valor seguro. Ya no habrá más faltas de respeto como El resplandor y Perseguido.
Una adaptación al pie de la letra
No es algo de lo que quejarse, obviamente. Sobre todo porque, en Doctor Sueño, esta conversión del estatus de King en algo así como una estricta religión daba pie a unas tensiones icónicas de lo más sugerentes, al lidiar con otra autoría tan inmaculada como la de Kubrick. Son tensiones que, ni que decir tiene, están ausentes en The Running Man. Hay algún guiño al film de Schwarzenegger, pero lo que a Wright le interesa sobre todo es ser fiel a King. Alejarse de la versión previa y armar la adaptación definitiva. La que debían habernos legado aquellos años 80 tan irresponsables.
Ocurre entonces que la versión de Wright es tan leal a la novela, sigue sus acontecimientos con tanto mimo y respeto, que esta The Running Man tiene un sabor inevitablemente añejo. Se ambienta en 2025 y asegura que su presente es diabólicamente cercano al nuestro, pero lo hace sin demasiada convicción ni ideas contundentes para actualizar el panorama estadounidense, o su parrilla televisiva. En su día ya vimos deepfakes, desinformación y el compromiso de ser visible en todo momento. Ahora a esto se añade una parodia de Keeping Up with the Kardashians, y poco más.
Esto no es malo de por sí. La historia sigue siendo oportuna. Demuestra, en retrospectiva, lo avispado que estuvo King a la hora de poner en pie su novela. La cuestión es si aporta algo, si maneja algún apunte novedoso capaz de reflejar que también ha pasado el tiempo dentro del audiovisual. El reflejo que extraemos, sin duda, es muy distinto al de Perseguido. Uno más responsable, más preocupado por el presente, pero infinitamente menos enérgico. Lo cual resulta bastante doloroso si hablamos de un cineasta como Edgar Wright.
Es la segunda vez que Wright trabaja con un material previo y no con un guion original, tras Scott Pilgrim contra el mundo. Como, pues eso, es la segunda vez, no habría que achacar lo discreta que resulta ser The Running Man a un desvío impersonal o al hecho de suponer un film de encargo. No es eso exactamente, aunque desde luego la cinta se enclava en un punto de la carrera del británico muy distinto al de Scott Pilgrim contra el mundo. Frente a la efervescencia creativa que impulsaba aquel film de 2010, The Running Man se hace eco de un momento de incertidumbre. Hoy Edgar Wright se pregunta quién es como cineasta veterano, y no tiene muy clara la respuesta.
Wright ha preferido amoldarse a las necesidades de la historia no solo como adaptación de King, sino como operación de desagravio histórico. Lo que ha quedado en dicha operación de sí mismo es tirando a poco. Wright sigue rodando bien, sabe concebir cada secuencia de una forma imaginativa y virtuosa, y es muy entretenida pese a su innecesariamente extensa duración gracias a eso. Como en la novela, Ben Richards tiene que pasarse huyendo por todo el país cerca de un mes, y Wright logra que cada uno de esos casi 30 días sea de lo más frenético.
Aún así, incluso dentro del impactante envoltorio de The Running Man se vislumbran fallas. El gusto de Wright por los montajes musicales tiene aquí su expresión más trasnochada —ojo a cómo arruina cierto mítico tema de los Rolling Stones—, y en general se percibe como paliducha imposición de estilo en una película de postulados tan claros y distantes del tipo de cine que hizo famoso al director de Zombies Party. Lo cierto es que Wright parece bastante perdido, sin terminar de decidirse entre ser un solvente artesano o algo parecido a Kubrick, y la película lo sufre.
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También desde el guion y, muy vinculado a ello, el casting. Glen Powell es la estrella elegida para suceder a Schwarzenegger y amparar esta recuperación del realismo aunque quizá, ¿sea demasiado estrella? Powell está casi tan cachas como Schwarzenegger y, aunque originalmente el protagonista de El fugitivo también se disfrazaba, sus cambios de vestuario en la película de Wright remiten más al glamour de aquella Hit Man que protagonizara para Linklater, antes que a un hombre cualquiera sumido en la desesperación. Si bien el guion insiste en que este Ben no está tan desesperado como simplemente enfadado, y de ahí viene la telegenia que el sistema querrá exprimir.
Ahí acaso nos toparíamos con otro elemento de la cosecha de Wright —tan habitualmente preocupado por la masculinidad—, sin que por otra parte llegue a enriquecer la palabra de King. Más que nada porque The Running Man no está muy segura de si la rabia masculina es algo bueno o malo: no hay un veredicto claro sobre cómo podría articular una rebelión dentro de ese contexto, y los únicos apuntes abiertamente politizados aluden a una conciencia burguesa capaz de enmendarse —el lamentable personaje de Emilia Jones— o al familiar cacao de la violencia como trampa o inspiración del que el film de Schwarzenegger directamente optaba por cachondearse.
La película, por supuesto —porque lo mandan los tiempos, porque ahora nuestro mundo se parece más al imaginado en los 80—, opta por la seriedad. Y, dentro de esa seriedad, se olvida de ser auténticamente rabiosa, sin lograr despertar más inquietud de la que nos transmite simplemente estar al tanto de la actualidad de 2025. Del verdadero. Del que da más miedo.
Stephen King tenía razones para frustrarse en los años 80. Aunque ya pergeñaba best sellers a mansalva esto mismo propiciaba la atención de Hollywood, y podía darle un par de disgustos. Se ha hablado mucho de cómo King renegó de la adaptación que Stanley Kubrick hizo de El resplandor, lamentando que el cineasta hubiera aligerado el componente psicológico de una historia muy importante para él, en pos de un terror tan frío como impresionista. Se ha hablado algo menos de cómo El fugitivo, otra de sus novelas, sufrió un trato aún más denigrante.