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Prepublicación

Democracia. Amistad y pugna

Democracia. Amistad y pugna

Jane Mansbridge

¿Qué sabemos realmente del funcionamiento del sistema democrático? ¿De su evolución, de los diferentes modelos de representación, de las posibilidades reales de participación ciudadana? En un momento histórico en que las democracias liberales se enfrentan a nuevos retos de legitimidad, la obra de la eminente politóloga y teórica de la democracia Jane Mansbridge integra en su obra Democracia. Amistad y pugna (editada por Gedisa) filosofía, sociología y ciencia política para devolver la democracia al terreno de la amistad, al servicio de la ciudadanía.

infoLibre publica el prefacio de este volumen, donde se pueden encontrar sus principales aportaciones a la teoría democrática del último medio siglo, en una selección a cargo del editor y traductor Felipe Rey. Mansbridge desarrolla en esta obra sus ideas sobre la democracia unitaria, las categorías de representación política o su definición de los sistemas deliberativos. Esta es una obra que pretende explicar la evolución, pero sobre todo las potencialidades de las democracias modernas para superar los desafíos políticos del presente.

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La publicación de Democracia. Amistad y pugna y su volumen complementario de próxima aparición, Feminismo y poder, me brindan la oportunidad de revisar algunos de los conceptos y perspectivas que, a lo largo de los años, he considerado que son de ayuda para que los ciudadanos de las democracias puedan reflexionar sobre nuestros objetivos e ideales colectivos. Este prefacio describe, en primer lugar, de qué manera llegué a desarrollar la teoría política de base empírica que caracteriza mi trabajo y, a continuación, presenta brevemente los conceptos relevantes de este primer volumen.

Participación

Mi trabajo comenzó en la embriagadora atmósfera de los años 1960, cuando la economía estaba en auge, las universidades norteamericanas buscaban estudiantes de posgrado, las fundaciones habían creado becas para motivar a los estudiantes a cursar estudios de posgrado y conseguir un trabajo no era una preocupación. El ideal de la "democracia participativa", introducido a gran escala en la Declaración de Port Huron de 1962 de los Estudiantes por una Sociedad Democrática, nos inspiró a muchos en el entorno comunitario. Por aquella época, las facultades establecían límites de tiempo muy amplios para escribir una disertación. Por eso pude andar con la gente que hacía música folk, ser condenada por participar en un pequeño esfuerzo para protestar contra la guerra y, a finales de los años 1960, involucrarme activamente en el movimiento feminista radical de Cambridge/Boston.

Fui miembro de cuatro colectivos: una cooperativa de alimentos, un grupo feminista de concientización, un colectivo que produjo el libro Our Bodies, Ourselves, y un centro de mujeres. Muchas de mis amigas y amigos pertenecían a otros colectivos; "escuelas libres", colectivos de servicios jurídicos y colectivos de reparación de bicicletas. Para los jóvenes como yo, media década después de la Declaración de Port Huron, la "democracia participativa" había llegado a significar la democracia por la que nuestros pequeños colectivos se gobernaban a sí mismos, sobre la base de un consenso unánime y sin desigualdades de poder o influencia. Sin embargo, muchos de nuestros colectivos luchaban contra las desigualdades que parecían surgir de modo inevitable (y que más tarde se convirtieron en mi foco de atención), el tiempo que se tardaban en tomar decisiones y los costes emocionales de tener que tomarlas (Mansbridge, 1973). Dado que estos problemas eran frecuentes, pensé que demostrando su práctica ubicuidad podría, por lo menos, ayudar a reducir el grado en que los miembros de un determinado colectivo se culpaban a sí mismos. En cuanto terminé mi disertación (sobre dos jueces del Tribunal Supremo y de la cual nunca he publicado una sola palabra), pude dedicarme al trabajo sobre la democracia participativa, que pensé que podría ayudarnos a gobernarnos mejor.

Salí al encuentro de los "mejores casos", porque pensé que las cuestiones que seguían siendo problemáticas tenderían a ser omnipresentes. Los pequeños pueblos de Nueva Inglaterra tienen tal vez las formas de gobierno local más participativas del mundo, ya que se gobiernan a través de asambleas municipales en las que los ciudadanos del pueblo constituyen su asamblea legislativa, se reúnen una vez al año o más para tomar las decisiones del pueblo y delegan la ejecución de esas decisiones en algunos elegidos. Des- pués de buscar un poco, encontré una municipalidad —Selby— en la que la clase trabajadora del pueblo dirigía el gobierno. Seguí buscando y encontré un lugar de trabajo altamente participativo —Helpline—, que producía con mucho éxito una participación igualitaria y consensos. Pretendía que mi propio centro de mujeres fuera un tercer caso, pero no lo incluí porque, como asociación voluntaria, no imponía sus leyes a los menos activos, como sí hacían el pueblo y el lugar de trabajo.

Teoría de la contingencia: el valor normativo de la igualdad de poder varía según la configuración de intereses subyacente

Después de terminar mi investigación sobre estos tres casos, me llevó casi cinco años llegar a la conclusión central de Beyond Ad- versary Democracy (Mansbridge, 1983): la igualdad de poder, como ideal democrático, no es normativamente invariable, sino que tiene mayor valor cuando los intereses están en conflicto. Esta conclusión vino de forma inductiva y accidental en un ejercicio que hice a los miembros de Helpline, el lugar de trabajo de este estudio, hacia el final de sus entrevistas. En una hoja de papel había dibujado un "centro del poder" esquemático de Helpline, rodeado de círculos concéntricos, y había pedido a cada miembro que colocara alrededor de este centro imaginario los nombres de los 41 miembros de Helpline, cada uno en su propio papelito. Casi todo el mundo pensó que este ejercicio tenía sentido, es decir, que había desigualdades de poder, inclusive en este grupo tan participativo, en el que los miembros se preocupaban tanto por la igualdad que se pagaban a sí mismos los mismos sueldos, independientemente de que tuvieran estudios de derecho o de bachillerato. Después de que hubieran distribuido los nombres, los fijé con cinta adhesiva en el papel. En un principio, había diseñado este ejercicio simplemente para obtener una medida cuantitativa del poder percibido por cada miembro, medido tanto por ellos mismos como por una media de sus colegas. Sin embargo, en la primera entrevista, sentí el impacto emocional de anotar los nombres y pregunté espontáneamente: "¿Cómo te hace sentir esto? ¿Te sientes cómodo con ello?". Casi todos me dijeron que, a pesar de ser auténticos igualitarios, se sentían "cómodos" con las desigualdades que acababan de describir. Cuando les pregunté por qué, muchos dijeron que "confiaban" en quienes habían descrito con más poder (págs. 235, 262).

Impartir seminarios sobre Aristóteles, Rousseau, Hegel y Marx, pensar más en lo que había experimentado y aprender de los demás (recuerdo especialmente el comentario de mi colega Lloyd Rudolf en un seminario que di en la Universidad de Chicago: "¡Estás hablando de desigualdades aceptables!"), me permitieron procesar lo que había visto. Al final, me di cuenta de que los miembros de Helpline consideraban que las desigualdades que habían descrito eran aceptables, y que esto se debía a su percepción de que ellos y las personas con más poder tenían intereses comunes. Entonces, extraje una conclusión más amplia: que nuestros colectivos participativos sufrían de la extrapolación del ideal normativo de la igualdad de poder, adecuado para una democracia nacional con una alta proporción de intereses conflictivos y la consiguiente lucha competitiva, a nuestros propios y pequeños colectivos democráticos, donde los miembros tenían una alta proporción de intereses comunes. Cuando los miembros de un colectivo tenían intereses más o menos comunes, necesitaban menos la igualdad de poder para proteger sus intereses por igual. Seguían necesitando el mismo respeto y la misma oportunidad de crecimiento, pero a veces esos bienes podían provenir de fuentes distintas a la igualdad de poder. El valor de la igualdad de poder, por tanto, es contingente. En la medida en que los intereses están en conflicto, se vuelve importante. En momentos de intereses relativamente comunes, es menos necesario.

La amistad como modelo frente a la "democracia adversaria"

Me di cuenta de que los ideales adecuados para las democracias con una proporción relativamente alta de intereses comunes estaban mucho más cerca de los ideales de la amistad que de lo que llegué a llamar "democracia adversaria", en la cual los ciudadanos esperan que, cuando menos, entren en conflicto algunos de sus intereses más importantes. La Política de Aristóteles me enseñó que los ideales de la amistad podían apuntalar una política democrática. También comprendí que esos ideales podían tener que cambiar a medida que el sistema de gobierno crecía. La organización jerárquica posibilitó el desarrollo de grandes entidades políticas, como los imperios y, posteriormente, los Estados nacionales. Tomando como base la experiencia cotidiana, el modelo tenía que ser una familia patriarcal en lugar de una amistad. Pero el ideal seguía siendo el interés común. En Europa, sin embargo, la creciente necesidad de más gobierno y, en consecuencia, de impuestos más elevados y fiables, exigía una mayor legitimidad, lo que abrió la puerta a una democracia más amplia a través de la representación, aunque con una visión continuada de los intereses comunes. No fue hasta alrededor de 1650 cuando la toma de decisiones por consenso en el parlamento británico dio paso a la regla de la mayoría, con su implícita aceptación de los intereses en conflicto y la inevitable lucha resultante. No fue por casualidad que, en esta época, Thomas Hobbes construyera en el Leviatán toda una estructura política normativa basada en el autointerés y que el capitalismo se convirtiera en algo aceptado y normativo.

En todas las democracias existe una tensión permanente entre los ideales de la democracia como amistad y los de la democracia como pugna. Algunos ciudadanos ansían los intereses comunes de la amistad, mientras que otros se entusiasman con la emoción de la lucha. Pero tanto ese anhelo como ese deleite pueden llevarnos por un mal camino. Porque podemos percibir demasiados intereses comunes o muy pocos. Algunas filosofías y culturas políticas nos animan a ignorar, devaluar o deplorar el conflicto; otras a ignorar, devaluar e incluso deplorar como una ofensa el espíritu común. La comunalidad es al mismo tiempo emocionalmente satisfactoria y bastante eficiente, puesto que la confianza racional basada en la fiabilidad facilita la toma de decisiones rápidas y precisas, sin el lastre de la necesidad de control y posibles sanciones. Ahora bien, en muchas circunstancias, la presunción de conflicto puede ser más realista y, por ende, eficiente. El tamaño de la comunidad afecta la probabilidad de que existan intereses comunes, al igual que el tema a decidir. Los intereses comunes también pueden crearse, a través tanto de mecanismos loables, como la negociación, como de mecanismos catastróficos, como la guerra. Cada momento político tiene su propio equilibrio de intereses comunes y conflictivos reales y potenciales.

Teoría inductiva y basada en problemas

El método que desarrollé combina la inducción y el análisis. Se basa principalmente en problemas, pero también deja que los pro- blemas, su interpretación y las prioridades entre los problemas surjan inductivamente de las personas a las que se entrevista. Está diseñado, fundamentalmente, para ayudar a las personas a enten-der mejor cómo gobernarse a sí mismas.

Representación

Representación informal

Este primer trabajo sobre la democracia participativa se centró únicamente en las democracias directas, que era el ideal en los co- lectivos a los que quería ayudar. Sin embargo, incluso estas democracias poseían lo que llamé representación "informal" (1983, págs. 211, 213, 251). Por ejemplo, sólo un tanto por ciento de los ciudadanos de Selby asistía a la típica reunión municipal, y los que acudían eran más ricos, mayores y habían vivido en el pueblo más tiempo (pág. 99). Los que asistían eran representantes informales, aunque no se reconocían como representantes ni expresaban la obligación de representar los intereses de los otros. Por el contrario, la opinión generalizada era que las personas que no asistían habían perdido su derecho a quejarse después (págs. 117, 351). Argumenté, en cambio, que para promover la protección equitativa de los intereses, estas democracias deberían estructurar los incentivos a fin de que la participación fuera más equitativa y, al mismo tiempo, definir la asistencia como un privilegio que conllevaba "la obligación de considerar no sólo los intereses propios, sino también los de los no presentes" (pág. 251).

Representación promisoria, anticipada y giroscópica

A medida que me introducía en la reflexión sobre representación, la frustración con la dicotomía "delegado/fideicomisario", que se suele utilizar para describir las funciones de los representantes en Estados Unidos, me condujo a definir, en Repensando la representación (2003, este volumen), las formas de representación que yo veía operar en la práctica y sus implicaciones normativas. En Estados Unidos se utiliza una forma de elección uninominal, que otorga a los ciudadanos un representante por distrito, elegido por el mayor número de votos. En España, que utiliza un sistema de representación proporcional por listas, los partidos políticos desempeñan el mismo papel que los representantes individuales en Estados Unidos. Los partidos prometen y están moralmente obligados a cumplir (representación promisoria). Asimismo, pueden buscar anticipar el voto de las próximas elecciones (representación anticipada). Las estrategias comunicativas anticipadas que despliegan para influir en la dirección del voto pueden ser evaluadas normativamente, examinando la manipulación (por ejemplo, las estrategias encubiertas y otras que reducen la autonomía del vo- tante) por parte del representante y las desigualdades de poder por el lado de los representados. Antes de las siguientes elecciones, esas comunicaciones cambian a los votantes y a sus representantes (ya sean individuos o partidos políticos) en un proceso de co-constitución.

El concepto de representación giroscópica fue el mayor desafío a las interpretaciones imperantes sobre la representación en los Estados Unidos. Sostuve que todos (o casi todos) los representantes individuales en los sistemas uninominales tienen hasta cierto punto un "giroscopio" interno, como el de un barco, que guía su dirección desde dentro y los mantiene más o menos estables. Los partidos políticos de España y de otros países con sistemas de representación proporcional tienen giroscopios similares. Los votantes pueden deducir la orientación interna de sus potenciales representantes a partir de sus acciones en el pasado y sus compromisos en el presente, y decidir con base en ello si esa orientación se asimila a la suya como para votar por ese representante o partido individual.

Modelo de selección

La representación giroscópica plantea un modelo de selección de la representación política (Mansbridge 2009, El modelo de selección, en este volumen), que se contrapone al modelo de sanción dominante en la ciencia política estadounidense desde 1974. En un modelo de selección, el votante asume una relativa continuidad en la dirección interna y, por lo tanto, en las políticas de un miembro individual o de un partido político, y elige, entre los individuos o partidos que se presentan a las elecciones, a aquellos cuyas posi- ciones y dirección son más parecidas a las suyas. El elector no pretende cambiar el comportamiento del representante individual o del partido. Lo que intenta es cambiar el equilibrio del sistema político y, por tanto, el resultado final, eligiendo a un individuo o partido en lugar de otro. En cambio, en el modelo de sanción, el votante intenta y espera cambiar la dirección del representante in- dividual o del partido amenazando con la sanción de no reelegirlo. La representación giroscópica y el modelo de selección resultante se basan en las percepciones de los votantes sobre la dirección e intereses comunes con sus representantes. Estas percepciones proceden de similitudes descriptivas, de ideología o de otros atributos. En procesos paralelos de representación informal, un ciudadano que no asiste a las reuniones del pueblo puede sentirse representado por los que sí van porque son "como yo" (Mansbri- dge, 1983, pág. 96). Porque tienen intereses comunes. Asimismo, un miembro de Helpline alejado del centro del poder podía sentirse cómodo con que los demás tuvieran más poder porque "soy como todos los que están cerca del centro" (Mansbridge, 1983, pág. 235). En el ámbito electoral formal, los electores pueden decir de algunos representantes, o incluso de un partido político, "son como yo", y seleccionarlos por tal motivo. La percepción de intereses comunes y de una direccionalidad interna que varía más bien poco en el representante genera confianza entre los representados. Cuando están justificadas, dichas percepciones legitiman la desigualdad de poder individual entre el representado y el representante.

En la vida real, toda representación democrática contiene una mezcla de selección y sanción. Esta mezcla es normativamente apropiada cuando en cada momento se calibra en función de la combinación de intereses comunes y conflictivos entre el elector y el representante.

Representación subrogada

En los sistemas electorales uninominales, los ciudadanos pueden tener más, o tantos, intereses comunes con los representantes de otras circunscripciones (sobre los que no tienen ningún poder formal y por los que tampoco pueden votar) que los que tienen con el representante de su propio distrito. Sobre todo, cuando se trata de miembros de grupos marginados, estas relaciones de representación subrogada a menudo se ven reforzadas por las similitudes en las características descriptivas por las que son marginados, como la etnia o el género. Estas características descriptivas proporcionan a los representantes subrogados una comprensión y empatía con las experiencias vitales de los representados. En los sistemas de representación proporcional, el mismo fenómeno puede presentarse entre partidos, cuando un representante de un partido por el que un ciudadano no votó ni votará comparte, sin embargo, los intereses de ese elector y comprende sus perspectivas sobre un determinado asunto mejor que los miembros del propio partido del elector. Normativamente, en conjunto, el número de representantes con perspectivas e intereses distintos debería corresponder proporcionalmente al número de ciudadanos de la población con las mismas perspectivas e intereses.

Teoría contingente de la accountability

El significado de accountability ha venido cambiando a medida que la ciencia política y tal vez la práctica política han gravitado hacia un modelo de representación política basado en sanciones. Antes, el término implicaba "rendir cuentas" en inglés, con corolarios en francés (rendre compte), español (rendir cuentas) y alemán (Rechenschaft abgeben). Si un representante y un representado, como en el modelo de selección, tienen intereses más o menos comunes, entonces el representante podrá explicar y justificar las desviaciones con respecto a las expectativas del elector dándole cuentas de las razones pertinentes. Pero cuando, como en el modelo de sanción, los intereses del representante y del representado entran en conflicto, la accountability cambia de significado y se transforma en la capacidad del representado de controlar y sancionar al representante. Al igual que las circunstancias, incluyendo el grado de intereses comunes y conflictivos, indican la combinación normativamente apropiada de estos modelos de selección y sanción en la función del representante, también indican la combinación normativamente apropiada de las formas de accountabi- lity (Mansbridge, 2014).

Que el uso de la palabra accountability en inglés se haya multiplicado por diez entre 1960 y 2000, y que su significado haya cambiado para orientarse más hacia la sanción, podría indicar un cambio drástico en las circunstancias subyacentes o un cambio en la creencia, realista o no, de que hay probabilidad de intereses comu- nes entre representantes y representados.

Representación recursiva

Al tiempo que crecen las sospechas sobre las motivaciones de los representantes, que han aumentado las demandas de responsabilidad basada en sanciones, y decrece la legitimidad en muchas de nuestras democracias, puede ser la hora de añadir a nuestros ideales de la representación el ideal de la representación recursiva, que impulsa la capacidad de respuesta mutua entre representantes y representados (véase Representación recursiva: la idea básica, en este volumen). En dicho ideal, los representantes actúan como interlocutores y dedican mucho tiempo tanto a los electores, intentando comprender mejor sus intereses y explicándoles las necesidades de los demás, como a los demás representantes, procurando hacerles llegar los diversos intereses de sus electores y aprendiendo sobre los electores de los demás representantes. Los representantes elegidos podrían responder así a la creciente sensación de no ser escuchados por sus representados. Para satisfacer las crecientes demandas de legitimación del siglo XXI, las formas de representación recursiva tendrían que extenderse por todo el sistema representativo, más allá de los representantes elegidos, hasta los ámbitos administrativo y social (ONG, sindicatos, asociaciones de voluntarios, etc.).

El sistema representativo

Mis primeros trabajos sobre el sistema representativo se referían únicamente al sistema que rodea a la representación electoral, es decir, "todo el proceso representativo, incluidos los partidos, candidatos, medios, grupos de interés, audiencias, encuestas de opinión y los demás procesos de comunicación" (véase Repensando la representación, en este volumen). Pero mientras trabajaba en la representación recursiva, empecé a observar cómo hoy en día gran parte de la representación de los intereses de los ciudadanos tiene lugar a través de las decisiones administrativas en los niveles tanto de la política pública como de la prestación de servicios públicos, y a través de las deliberaciones y el cabildeo de grupos sociales como los sindicatos, las ONG y los movimientos sociales. En la compleja sociedad actual, para que los ciudadanos tengan la sensación justificada de estar siendo escuchados, los funcionarios no sólo deben llevar a cabo de forma competente las indicaciones del poder legislativo; también deben comunicarse de forma recursiva con quienes van a afectar con sus decisiones. Esta recursividad debe permitir a los funcionarios empezar a entender cómo su aplicación de las leyes altera la vida cotidiana de las personas, obtener de ellas información sobre posibles problemas y consultar con los ciudadanos afectados sobre cómo lograr los fines deseados con el menor coste, material y de otro tipo para los propios ciudadanos. Del mismo modo, el objetivo de que los ciudadanos sean escuchados requiere que los sindicatos y otros grupos sociales no sólo representen bien los intereses de sus miembros ante los responsables de la toma de decisiones, sino que también se comuniquen recursivamente con sus afiliados. Una comunicación continua, iterativa, frecuente y con capacidad de respuesta mutua permitiría a los grupos sociales comprender hasta qué punto están representando los intereses de sus representados y, lo que es igualmente importante, dar a conocer a esos representados el proceso y las razones de los resultados que pueden haber negociado en su nombre.

Deliberación

Los sistemas deliberativos

La deliberación debe juzgarse normativamente como un sistema y no sólo por la calidad deliberativa de cada uno de sus componentes. Mi primera formulación del concepto de sistemas deliberativos surgió de una serie de entrevistas en profundidad que realicé a principios de la década de 1990 a 50 mujeres de bajos ingresos. Sorprendida por el hecho de que la primera encuesta en la que se preguntaba a las mujeres si se consideraban o no "feministas" revelara que las mujeres con sólo estudios de secundaria tenían casi las mismas probabilidades de considerarse feministas que las mujeres con títulos universitarios o de posgrado (y que había más mujeres negras que blancas que se consideraban feministas), quise saber qué significaba el feminismo para ellas. Acabé entrevistando a mujeres que se consideraban feministas y a otras que no. Descubrí que un número inesperadamente elevado de ambos grupos había llevado a cabo pequeñas acciones en su vida cotidiana, como insistirles a sus maridos que se hicieran la cena o a sus jefes que se trajeran su propio café, lo cual nos conducía a un debate, muchas veces animado, sobre cuestiones y principios feministas. Me interesé especialmente por el término "machista". Nadie había utilizado ese término hasta finales de la década de 1960 más allá de los limitados confines del Partido Comunista de Estados Unidos. Sin embargo, se coló en el movimiento feminista de forma emergente, a través de las hijas y nietas de miembros del Partido Comunista y sin ninguna intención activista consciente. En los noventa, una encuesta realizada en Chicago mostró que más de la mitad de las mujeres que sólo habían cursado estudios secundarios, más de la mitad de las mujeres negras y más de la mitad de las mujeres que se consideraban "conservadoras" decían haber utilizado el vocablo. Individualmente, la mayoría de estas discusiones, expresiones de soslayo y pullas verbales no podrían cumplir ni siquiera la definición mínima de deliberación como "comunicación mutua que implica sopesar y reflexionar sobre las preferencias, los valores y los intereses en relación con asuntos de interés común" (Mansbridge, 2015, 2018). Sin embargo, en conjunto tuvieron sin duda un efecto importante en lo que decidí llamar el sistema deliberativo.

Luego vino un trabajo más detallado sobre el tema en Una aproximación sistémica a la democracia deliberativa (2012, en este volumen). En sí, este trabajo fue resultado de lo que he llegado a llamar coautoría deliberativa. En dicho proceso, uno o dos autores presentan un borrador y un gran número de otros (de 7 a 11 en mi experiencia, preferiblemente en el contexto de un fin de sema- na presencial) lo comentan, critican, hacen lluvia de ideas sobre sustituciones, adiciones y sustracciones, y se ponen de acuerdo sobre el borrador final. Como lo expresó David Estlund: "Aunque cada coautor, si escribiera de forma separada, sin duda presentaría sus argumentos y análisis de forma un tanto diferente, el [trabajo] representa una dirección de pensamiento a la que cada coautor ha contribuido sustancialmente y que todos respaldan colectivamente" (Mansbridge et al., 2012, en este volumen, nota introductoria; véase una nota similar en Mansbridge et al. 2010).

Deliberación de enclave

Dentro de la "aproximación sistémica", me gustaría destacar la discusión sobre la deliberación de enclave. Tuve mis primeros presentimientos sobre los beneficios de esta deliberación mientras adelantaba la investigación para escoger las democracias participativas para mi estudio. En otro pueblo había observado que un pequeño grupo "se reunía la noche anterior a la reunión municipal para discutir un asunto importante que se iba a plantear al día siguiente. Se reunieron en la casa de uno de los participantes para una sesión de estrategia después de la cena; repasaron el tema, los temperamentos de sus oponentes y los principales puntos de su argumento; y se reforzaron mutuamente para afrontar la prueba que se avecinaba" (1983, págs. 62-63). Este pequeño caso de deliberación en enclave ofrecía ventajas a los participantes, que de otro modo se habrían sentido marginados.

Después, mi propia experiencia en el movimiento feminista me enseñó los beneficios deliberativos y creativos de la deliberación en enclaves. Como las mujeres habíamos crecido con tantas formas de pensar masculinas hegemónicas, incluidos nuestros ideales, y nos habíamos impregnado de ellas, necesitábamos espacios sólo para nosotras para debatir sobre nuestras vidas y tratar de darle un sentido a la variedad de experiencias que habíamos tenido. Un primer escrito que firmé señaló de forma breve que "en todo el mundo, el movimiento de mujeres lucha [contra las desigualdades deliberativas] reuniendo a las mujeres en sus propios grupos para hablar, decidir, hacer aliadas y elaborar estrategias, normalmente sin la presencia de hombres". Ésta es la función de apoyo de los enclaves. Además, "las mujeres descubren entre ellas cómo sus experiencias comunes y divergentes les permiten configurar nuevas preferencias, nuevos objetivos e intereses subyacentes" (Mansbridge, 1990, vol. 2). Ésta es la función creativa de los enclaves. Las mujeres que escriben sobre ideas democráticas también necesitan a menudo la experiencia creativa de escribir "como mujeres para mujeres" en "una fase de una dialéctica en curso", antes de intentar “traducir” nuestras ideas a los hombres(1990, vol. 2).

Un artículo publicado después, Using Power/Fighting Power, desarrolla la idea de un "modelo de enclave de deliberación democrática" (1994, pág. 64), argumentando que las mujeres "necesitan comunidades de discurso, comunidades de oposición, para mantener vivas, alimentar, analizar y reelaborar nuestra comprensión de las injusticias que han dado lugar a las personas que somos ahora" (pág. 55). Estos enclaves proporcionan "espacios relativa- mente seguros en los que personas afines pueden dar sentido a lo que ven" (pág. 64; también 1996, págs 57-58). En Should Blacks Represent Blacks and Women Represent Women? A Contingent “Yes”, señalé a continuación que las legislaturas también necesitan enclaves deliberativos para los grupos marginados (1999, vol. 2, pág. 636). En Everyday Talk in the Deliberative System, mostré cómo un crisol de enclaves puede generar una explosión creativa de nuevas ideas que los ciudadanos de a pie, que no se identifican mucho con la política, pueden seleccionar y utilizar en su vida cotidiana, convirtiéndose en "activistas cotidianos" (1999: 219, 220 y nota 21). "Una aproximación sistémica a la democracia deliberativa" concluye que, aun cuando los enclaves de los movimientos sociales tienen en sí mismos fallas deliberativas importantes, pueden sin embargo desempeñar roles cruciales en la ecología más amplia de un sistema deliberativo (2012: 7, 10).

Ideales de primera y segunda generación

A lo largo de este prefacio, he argumentado que la teoría y la práctica de la democracia deberían intentar acercarse en cada contexto a un equilibrio (o a una tensión) entre la comunalidad y el conflicto. Encontrar el equilibrio "adecuado", como todos los ideales democráticos, es un ideal aspiracional al que debemos aspirar, pero que nunca esperamos alcanzar plenamente, habida cuenta de los dictados a veces contradictorios que otros ideales pueden presentar.

Siguiendo este presupuesto, A Minimalist Definition of Deliberation (2015: 36) y la "Introducción" del Oxford Handbook on Deliberative Democracy (2018: 4) sostienen que los teóricos de la deliberación deberían pasar del ideal más simple de primera generación, que consiste en aspirar únicamente al consenso, al ideal más complejo de segunda generación, que es aspirar tanto al consenso como al conflicto aclarado. Del mismo modo, deberíamos pasar de una orientación de primera generación sólo hacia el bien común a una orientación de segunda generación tanto hacia el bien de los demás como hacia el autointerés, limitado por la justicia.

Negociación deliberativa

El hecho de poder justificar algún nivel de autointerés en la teoría democrática deliberativa ayudó a corregir lo que creía que era un énfasis exagerado en la comunalidad en esa teoría (véase Ascenso y caída del autointerés en la explicación de la vida política, 1990, vol. 2, y El lugar del autointerés y el papel del poder en la democracia deliberativa, 2016, vol. 2, nuestro primer experimento con la coautoría deliberativa). La justificación de algunos autointereses condujo entonces de forma natural a la introducción de la negociación en la teoría deliberativa (en Deliberative Negotiation, 2016, la segunda pieza de coautoría deliberativa).

Mi propia constatación de que la negociación podría tener elementos deliberativos comenzó, creo, a finales de la década de 1980, cuando exploré las contribuciones de las mujeres a las teorías de la comunalidad para Democracia y feminismo (1990, vol. 2; véase también 1993: 360-361, 389, n. 71). Gracias a esta búsqueda conocí la obra y la mente de Mary Parker Follett, quien descubrió y formuló por primera vez la teoría de la negociación "integradora", una teoría que está detrás de todos los cursos sobre negociación que se imparten hoy, así como del libro más vendido de todos los tiempos sobre negociación (Fisher y Ury, 1981) y del libro de texto más popular (Lax y Sebenius, 2006). Follett, cuyas aportaciones fueron reconocidas en su época, pero nunca llegó a ocupar un puesto académico por su género, señaló que las negociaciones más creativas procedían de intentar "encontrar la demanda real frente a la demanda esgrimida". Si uno entiende la demanda real del otro (o lo que ahora se llama el "interés" detrás de la "posición"), a veces se pueden encontrar formas de satisfacer esa demanda a un menor coste que la demanda esgrimida. Su ejemplo casero fue una oca- sión en la que estaba sentada en una mesa de la biblioteca junto a una ventana y otra persona quiso abrirla para enfriar la sala. Ella quería mantenerla cerrada para evitar que la corriente de aire arras- trara sus papeles. Le propuso entonces abrir la ventana de la sala de al lado, una solución integradora que satisfacía las demandas reales de ambos, y no las que habían esgrimido en primer lugar. Para alcanzar la comprensión más profunda que posibilita la integración, escribió Follett, la "primera regla" es "enfrentarse a la cuestión real, descubrir el conflicto, sacar todo a la luz" (1925: 20).

Una matriz en Deliberative Negotiation (2016: 154) trajo el pensamiento de Follett sobre negociación a nuestra reflexión acerca de la deliberación. A la izquierda, la tabla comienza con la "Deliberación pura" en el sentido habermasiano de apuntar a los intereses comunes (añadiendo la posibilidad de aclarar los conflictos). Después, van apareciendo las tres categorías de la "Negociación deliberativa": en primer lugar, el "Acuerdo totalmente integrador", en el que cada parte gana y ninguna pierde; segundo, el "Acuerdo parcialmente integrador", en el cual poner más temas sobre la mesa crea más valor, de modo que cada uno gana aunque experimenta alguna pérdida; y, en tercer lugar, el "Compromiso justo", en el que las partes no crean valor adicional, pero consideran justa la división de beneficios y pérdidas. Ya en el extremo derecho de la tabla aparece la "Negociación pura", que no contiene elementos deliberativos ni de creación mutua de valor, y en la que cada parte simplemente pretende obtener el máximo, utilizando estrategias basadas sólo en el poder y la manipulación. Lo que se argumenta es que, frente a la tradicional oposición entre "deliberación" y "regateo", muchas formas de negociación pueden ser genuinamente deliberativas. Las acciones democráticas y los juicios normativos adecuados dependen de las circunstancias subya- centes, en particular de cómo se configuren los intereses.

Populismo

El tiempo de esperanza en el que empecé mi trabajo se ha ido. Ahora estamos, más bien, en la época del miedo. Para muchos, las perspectivas de vida se han estrechado. La desigualdad se ha disparado, en Estados Unidos y en muchas otras democracias. Las élites sacan tajada del carácter cada vez más cosmopolita del planeta, pero los ciudadanos de a pie no ven ninguna mejora en sus vidas, sino más bien retrocesos. Al menos en Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, las clases profesionales se han apoderado de los partidos de izquierda (Piketty, 2018). Son muchos los ciudadanos que no ven reflejadas sus preocupaciones en los debates de sus representantes elegidos, de las Administraciones que los coaccionan o incluso de las organizaciones sociales que abogan por ellos. La idea de que los "políticos" y sus electores puedan tener intereses comunes parece risible y la representación recursiva en cualquiera de los ámbitos de representación casi inexistente.

En este momento histórico, Stephen Macedo y yo respondimos a una floreciente literatura sobre el populismo situando el fenómeno, de manera implícita, en el contexto de los fallidos sistemas deliberativos de hoy en día. Los populistas suelen dirigir su ira contra las élites porque, a menudo con razón, se sienten desoídos. Nuestra definición de populismo "núcleo-plus" abarca tanto a los populismos de derecha como a los de izquierda, definiendo el "núcleo", mínimamente, como el pueblo en una batalla moral contra las élites, y mostrando que otras características que los teóricos han convertido en centrales en sus definiciones no sirven, de hecho, para caracterizar a todos los movimientos populistas. Algunas de esas otras características estaban fuertemente sugeridas por el núcleo, otras sólo se correlacionaban con él. En nuestra exposición, destacamos las ventajas democráticas y deliberativas de abrirse paso a través del discurso de las élites para exigir que se preste atención a las cuestiones económicas y culturales que éstas han ignorado o despreciado.

Al igual que los enclaves de los movimientos sociales, el populismo a veces es necesario para perturbar la hegemonía y aportar nuevas ideas, o dar vida a las viejas, pero buenas, ideas. Pero incluso si dejamos de lado los problemas democráticos que puedan tener la mayoría de las características sugeridas y correlacionadas, esa cualidad de batalla moral central en su definición hace que el populismo sea peligroso para la democracia una vez que el movimiento llega al poder. Su insistencia artificiosa en la falta de intereses comunes entre las élites y el pueblo dificulta o imposibilita una mayor deliberación, o incluso la negociación.

Conclusión: la crisis de legitimidad democrática del siglo XXI

A medida que el mundo se vuelve cada vez más interdependiente, de la actividad humana va desprendiéndose un número creciente de problemas de acción colectiva, o problemas de free-rider, basados en nuestra necesidad creciente de "bienes de uso libre", es decir, bienes que, una vez producidos, cualquiera puede utilizar sin pagar. Un clima estable y la ausencia de guerra nuclear son, probablemente, los bienes de uso libre más importantes. Pero nuestra necesidad de bienes de libre uso va más allá de estas cues- tiones existenciales, e incluye la regulación de las líneas aéreas, las normas de seguridad alimentaria, las restricciones a la caza y la pesca y una lista cada vez mayor de otras cuestiones en las que la regulación gubernamental, con su consiguiente coerción implícita o explícita, puede lograr que la población afectada pase de unos resultados bajos e ineficientes a otros más altos y eficientes. Con todo, nuestras democracias tienen estructuras y fundamentos teóricos anclados en el siglo XVIII, cuando la necesidad de regulación gubernamental era muy menor. Tal y como están diseñados nuestros sistemas deliberativos y representativos, no pueden escuchar lo suficiente a todos nuestros ciudadanos. Tampoco podremos hacer frente a la creciente carga de crear legitimidad para toda la futura regulación que necesitaremos si no experimentamos, analizamos, aprendemos del ensayo y error, y volcamos en este esfuerzo las energías de nuestros cerebros e intuiciones. Los politólogos son el único grupo del planeta encargado explícitamente de pensar en cómo debemos gobernarnos los seres humanos. Los teóricos políticos son el único grupo encargado explícitamente de ayudar a repensar la inteligencia recibida sobre la democracia, a sondear las intuiciones actuales y a generar nuevas ideas sobre qué gobierno es correcto (¿Para qué sirve la ciencia política?, 2014, vol. 2). Espero que los lectores de este volumen se planteen seriamente asumir esta tarea.

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