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Joshua Oppenheimer: “La capacidad de hacer el mal depende de nuestra capacidad de mentirnos”

Un fotograma de 'La mirada del silencio'.

Cuando se habla de la importancia del cine, del papel de la representación de la realidad como conformadora de la imagen mental que cada cual conforma de esa misma realidad, siempre subjetiva, siempre irreal, muchas veces los asertos se quedan en poco más que meras palabras. Un ejemplo concreto resulta siempre mucho más esclarecedor que cualquier explicación teórica sin amarre a lo concreto. Y seguramente sirvan de excelente ejemplo las películas de Joshua Oppenheimer (Texas, 1974) si de lo que se trata es precisamente de ilustrar cómo el cine verdaderamente ostenta la cualidad de lo potencialmente transformador.

Su primer documental, el nominado al Oscar The act of killing, literalmente mueve con su visionado los cimientos que sustentan lo que uno cree entender o intuir de la vida y del comportamiento del ser humano. Con el segundo, La mirada del silencio (que se ha proyectado estos días en Documenta Madrid, desde donde viaja a al Docs Barcelona, donde se podrá ver los días 29 y 30 de mayo antes de su estreno en salas en julio), el cineasta ahonda en las mismas ideas a través de ese silencio que, en ocasiones, habla más que todas las palabras del mundo. Ambas películas se concentran en el aún impune genocidio indonesio de los años sesenta, que acabó con la vida de más de un millón de personas.

En The act of killing, un gánster indonesio, Anwar Congo, accede junto a otros compinches a recrear ante las cámaras los asesinatos que perpetró años antes. En La mirada del silencio, una familia cuyo hijo y hermano fue víctima del genocidio se pone cara a cara con sus asesinos, a quienes conocen por primera vez y quienes les narran las atrocidades que cometieron. En ambos casos, la impunidad de la que gozan aquellos criminales, que continúan ostentando el poder en aquel país, se presenta perfilada por una finísima línea divisoria entre el bien y el mal que espectadores y protagonistas van saltando de la mano. Las dos películas son solo eso, películas, y a la vez son mucho más: la redención y la culpa, la moralidad y el arrepentimiento, se entrecruzan y se confunden para, de algún modo, aclararse y revelarse en su más profunda verdad. 

El cineasta Joshua Oppenheimer. | Heinrich-Böll-StiftungPregunta. ¿Hasta qué punto eres consciente de la importancia histórica de tus películas, de su capacidad de cambiar el rumbo de la historia de un país? ¿Era esa tu intención original?

Respuesta. Nunca imaginé el impacto que estas películas iban a tener. Nunca me imaginé que tantos indonesios las encontrarían tan relevantes. Las películas se han entendido en indonesia como la historia del niño de El traje nuevo del emperador, que es el único que se atreve a decir que va desnudo. Pero yo no sabía que esto iba a acabar así, especialmente porque pasé mucho tiempo rodando. Cuando empecé, solo habían pasado unos pocos años desde la caída de la dictadura de Suharto, y cuando terminé ya habían pasado 14. Pensaba que, quizá, con el transcurrir del tiempo, el tema dejaría de ser relevante.

Cuando te pasas diez años desarrollando un trabajo te surgen muchas dudas, más aún si es tu primer trabajo y en en ese tiempo pasas de ser un joven cineasta a un cineasta no tan joven, y ni siquiera has presentado todavía tu primera película. Llega un momento en que dices: dios mío, si el país está avanzando, ¿por qué yo no? Pero al final resultó que el paso del tiempo fue precisamente lo que permitió a la película marcar una diferencia.

Como se ve en La mirada del silencio, la única que tiene la fuerza y la humanidad para pedir perdón por su padre es la hija de un verdugo, y Adi [el protagonista del filme, hermano del hombre asesinado] es el único de su familia que se atreve a enfrentarse a estas cuestiones, porque el resto de su familia está demasiado traumatizada. Ellos son la siguiente generación, los que ya no están implicados en los crímenes militares de la dictadura y no están traumatizados por el genocidio de los 60.

Esta generación es la única que puede armarse con el valor para hacer frente a estas cuestiones. Ellos son 'hijos de' que ahora quieren que sus hijos vivan en una democracia, en la democracia que Indonesia dice ser. Y son conscientes de que si no luchan por reconciliarse con la verdad y por el hecho de que se haga justicia, la impunidad, la corrupción y el miedo seguirán reinando, e Indonesia nunca tendrá un Estado de derecho, que es la llave hacia una verdadera democracia.

P. Después de tanto tiempo involucrado en esta historia, tu punto de vista moral ha tenido que cambiar. ¿Cómo te transformó esta experiencia?

R. De muchas maneras. Al principio, cuando conocí a los verdugos, escuchaba hablar de monstruosidades cometidas de maneras monstruosas, así que lo que quería era mostrar esas monstruosidades. Pero en julio de 2005, cuando filmé a Anwar Congo por primera vez, me invitó ir con él a una azotea, que es la que sale en una escena de The act of killing, y allí es donde me cuenta que mató a mil personas para acto seguido ponerse a bailar el chachachá.

En ese momento me di cuenta con claridad de que estaba enfrentándome a monstruosidades, pero no a monstruos. Y las maneras monstruosas de las que hablaban estos hombres no se deben a que ellos son monstruos, sino todo lo contrario: se deben a que son humanos, y saben que lo que hicieron está mal, y por eso tienen miedo de vivir con la culpa. Tienen miedo de sí mismos y de lo que hicieron. Tratan desesperadamente de agarrarse a una mentira y pensar que lo que hicieron fue un heroísmo para así poder vivir consigo mismos.

Entiendo que la humanidad y la moralidad, el discernimiento de lo que es bueno y es malo, entre los verdugos forma parte del mecanismo de la fanfarronería. Al jactarse, al vanagloriarse, dan la impresión de ser poderosos. ¿Cómo no vas a tener miedo de tus vecinos si presumen de matar a gente? Y así, ¿cómo no te vas a sentir aterrorizado del gobierno para el que trabajan? Es ese hecho de vanagloriarse el que mantiene a toda la población aterrorizada. Y todo eso es fruto de la moralidad, no de la inmoralidad. Es una reacción cobarde, pero moral.

Así es como me di cuenta de que la moralidad humana es parte del mecanismo del mal. Es fácil ver por qué. Digamos que tú te unes a un grupo y todo el grupo se dedica a matar. En ese momento, aunque sabes que eso está mal, pones en suspenso  tu moralidad y matas también. Y una semana después te dicen: vuelve a matar. Si eres un ser moral, pero cobarde, tienes que hacerlo, porque si esta segunda vez te niegas, sería como reconocer que la primera vez estuvo mal. Así que he aprendido que, obviamente, todos estos verdugos son humanos, y que todo acto malvado en la historia ha sido cometido por humanos. Como dijo Primo Levi, si hay monstruos entre nosotros, son demasiado pocos como para que tengamos que preocuparnos.

P. Lo que cuentas es algo que en España conocemos bien, dado que las heridas de la Guerra Civil siguen sin cerrarse. Escudándose en no remover el pasado, nuestro Gobierno se niega a apoyar la búsqueda de los cadáveres de los perdedores que siguen desperdigados por el país. Está claro que no piensas como nuestros gobernantes.

R. Digamos que La mirada del silencio se construyó no tanto para ser una ventana a una tierra lejana, sino un espejo en el que poder ver reflejada la impunidad de nuestras propias sociedades. En la película se escucha todo el tiempo decir: deja que el pasado se quede en el pasado. Los supervivientes lo dicen siempre por miedo, y los verdugos como amenaza. En tanto que la historia se puede utilizar como una amenaza, en tanto que las enormes injusticias, las desigualdades económicas, las desigualdades de poder, las desigualdades de acceso a la educación o a otras oportunidades, nacen de las injusticias, uno se siente amenazado por el poder. Pero está comprobado que el pasado no es pasado, sino que continúa en el presente.

P. Ambas películas son representaciones de la realidad, pero también son representaciones de esa representación de la realidad. Es decir, que son un ejercicio de cine dentro del cine, y a través de ese juego se entiende también el poder que este tiene para cambiarnos por dentro y cambiar las cosas por fuera. ¿Cómo evalúas este poder del cine?

R. Ambas películas tratan sobre el cine y sobre cómo este actúa como un espejo. Cómo nos invita y nos seduce para confrontarnos con los aspectos más misteriosos de cómo somos por dentro. Su poder reside en ese momento de reconocernos a nosotros mismos cuando vemos algo en la pantalla. Ese momento de reconocerte a ti mismo suele ser doloroso, pero también fortalecedor. La gente que tiene miedo de ver mis películas no debería, porque estoy seguro de que saldrán sintiéndose menos asustados y más poderosos. Porque cuando superas el miedo a mirar y ves cosas en ti que siempre has sabido que estaban ahí pero que no te atrevías a mirar, cuando superas ese trance, es cuando puedes hacer algo por solucionarlo y avanzar.

El cine debería ser una confrontación con todo lo que sabemos pero no afrontamos porque es muy oscuro o difícil de explicar. Esto contrasta con el periodismo en el sentido de que este nos pone frente a frente con lo nuevo, con lo que no sabíamos, es decir, nos aporta información que no conocíamos y deberíamos conocer. Y también contrasta con el activismo en el sentido de que este implica emprender una acción. Pero el cine y el arte pueden llevar al activismo, ya que hacen posible que hablemos de cosas de las que no habíamos hablado antes.

Se podría decir que el papel de un artista es, otra vez, el del niño del El traje nuevo del emperador, que señala las cosas, que dice que el emperador está desnudo. Todo el mundo lo sabía, pero tenían demasiado miedo para decirlo. En lo que se refiere a si la gente debería tener miedo a hacer frente a estas cosas, ya sea en el cine o fuera del cine, habría que pensar: ¿cuándo tenías más miedo, antes o después de decir que el emperador está desnudo? La moraleja de esa historia, que es maravillosa, es que una vez que hablas eres capaz de superar tus miedos y sentirte más fuerte.

P. Si The act of killing hablaba más en general de genocidio Indonesio y La mirada del silencio se concentra en una familia, a lo mejor la trilogía podría cerrarse con tu propia historia, la de tu papel en el genocidio como narrador. Ya me imagino que no vas a hacer esto, pero ¿tienes idea de hacer una tercera película? The act of killingLa mirada del silencio

R. (Se ríe) Ya he pasado los últimos tres años contando la historia de cómo he hecho estas películas. Pero yo distinguiría las dos partes del díptico de otra manera, porque ambas hablan de casos muy particulares. La primera se enfoca en Anwar y la estructura de poder que le rodea y la segunda en Adi y su familia y la comunidad en la que viven. Ambas miran a un solo píxel, y es precisamente eso lo que las hace más universales. Al enfocarse en solo uno o dos seres humanos, las películas ya no hablan tanto de Indonesia sino de todos nosotros.

Diría que la primera trata sobre la negación y el escapismo —y al que no la haya visto, le recomiendo que vea la versión larga— y la segunda va mucho más allá en el terreno de las fantasías y las pesadillas que hacen de Anwar y de todo este régimen lo que son. Si la primera trata sobre fantasía, escapismo y culpa, la segunda trata de miedo y silencio, y de la incapacidad de sentir pena. Habla de la pérdida, de la destrucción que ocurre en una sociedad y en una familia concreta. El tercer capítulo, ya que preguntas por una trilogía, es el futuro. No sería mi historia, sino lo que los indonesios harían. Un cambio verdadero requeriría todo un movimiento social que podría tardar meses o décadas en formarse, pero lo cierto es que el tercer capítulo aún está por escribir y lo escribirá el pueblo indonesio.

P. ¿De qué maneras visibles han cambiado tus películas la vida de los indonesios?

R. Las primeras proyecciones de The act of killing se hicieron en secreto. La primera tuvo lugar en la Comisión nacional indonesia por los derechos humanos, y acudieron periodistas, directores de periódicos, algún cineasta, algún intelectual, escritores… A la mañana siguiente de aquel pase recibí una llamada del director de la revista de noticias más importante de Indonesia, Tempo Magazine, que me dijo: 'Joshua, vi tu película ayer y quiero que sepas que he estado censurando historias sobre el genocidio desde que llegué a mi puesto, pero ya no lo voy a volver a hacer, porque tu película me ha enseñado ante todo que no quiero hacerme viejo sintiéndome un verdugo. Así que vamos a romper nuestro silencio sobre el genocidio y lo vamos a hacer bien'. 

Haciendo honor a su palabra, mandó a 60 periodistas por todo el país en busca de otros Anwars que quisieran hablar de lo que hicieron en su día. Y allá adonde fueron, incluso en islas donde ni siquiera se habían investigado los crímenes del genocidio y nadie podía saber a ciencia cierta qué es lo que había sucedido allí exactamente, a los minutos de llegar encontraban a gente que habían sido ejecutores o líderes de escuadrones de la muerte. En dos semanas juntaron mil páginas de testimonios de verdugos y terminaron publicando 75 páginas más otras 25 sobre The act of killing, en una edición doble de la revista que salió el 1 de octubre de 2012. Y de golpe, el silencio mediático que imperaba en Indonesia terminó. Más tarde, The act of killing se pudo ver en miles de proyecciones públicas y en Internet, donde lo colgamos para visionarlo gratuitamente en Indonesia, y tiene millones de visitas. Así que se podría decir que el filme catalizó —o ayudó a catalizar— la transformación de cómo el país habla de su pasado.

En el caso de La mirada del silencio los pases no fueron secretos, sino que los impulsaron dos cuerpos gubernamentales: la Comisión nacional de derechos humanos y el Consejo de las artes de Yakarta. La película se proyectó en la mayor sala de Yakarta, con 1.000 asientos. Vinieron 2.000 personas, porque había carteles por toda la ciudad, así que hicimos dos pases. Adi vino a ambos, y después del visionado las dos veces recibió una ovación en pie, porque la gente estaba muy emocionada por lo que había hecho. Un mes después se lanzó la película por todo el país, y hubo 500 proyecciones el 10 de diciembre del año pasado, coincidiendo con el día internacional de los derechos humanos.

De ahí surgieron un montón de historias, como la de unos profesores indonesios que redactaron un plan de estudios de Historia alternativo al oficial, que sigue glorificando el régimen dictatorial. O la de un general del ejército de Java central, que hizo que sus soldados vieran la película. Los militares cuentan con grupos de matones organizados como las Juventudes de Pancasila —de los que se habla en The act of killing— que van a las proyecciones a intentar pararlas por la fuerza. Unas 30 proyecciones se tuvieron que paralizar por ellos, hasta que un grupo de estudiantes les plantaron cara y dijeron: no nos vamos a dejar intimidar, y montaron una gran proyección en el campus.

No obstante, todavía hay muchísimo trabajo por hacer: primero, el Gobierno debe reconocer lo que pasó, y debería haber una comisión de la verdad y un proceso de reconciliación. Se debería impartir justicia, debería ponerse punto y final a la corrupción en vida pública, se debería terminar con el poder de los gánsteres, los militares deberían dejar de gozar de inmunidad… Y por supuesto tiene que haber una redistribución radical de la riqueza del país: los que la robaron tienen que devolvérsela a los supervivientes que han sido excluidos de la vida económica del país.

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