Cultura

Librerías independientes, el último reducto frente al Premio Planeta

El Premio Planeta no supone un gran aumento de ventas para las librerías independientes.

Estamos en el año 2018. El Premio Planeta cumple su 67ª edición con la tradicional cena de entrega el 15 de octubre, como cada año desde 1952. Con 601.000 euros para el ganador y 150.250 para el finalista, sigue siendo el galardón mejor dotado de las letras españolas. Su maquinaria promocional se extiende más allá de la península, hasta tierras latinoamericanas. En el mes de noviembre, con su salida al inicio de la campaña navideña, el Planeta ocupa todo el mercado editorial. ¿Todo? No. Un conjunto de librerías independientes resiste todavía y (casi) siempre al galardón.

“Yo ni lo pido”, dicen en la Bartleby de Valencia, un referente cultural en la ciudad. Si algún cliente quiere encargarlo, se lo sirven, pero los galardones ni siquiera ocupan un lugar en los expositores. Esta relación distante con los títulos ganadores se repite, con matices, en el discurso de los libreros entrevistados, que contradicen el relato del todopoderoso premio literario. Y aunque es difícil definir exactamente qué es una librería independiente (además de ser un pequeño negocio ajeno a grandes grupos, suelen ser consideradas librerías literarias, valga la redundancia), lo cierto es que las librerías tradicionales suponen aún el 35% del total de la facturación del sector, frente al 26% de las cadenas y grandes superficies como pueden ser La Casa del Libro o El Corte Inglés, según datos de la Federación de Gremios de Editores de España. Pero su peso simbólico es más poderoso: no solo son un comercio protegido (con ayudas especiales del Gobierno o un sello de calidad propio), sino que sus propietarios y trabajadores son un importante prescriptor del mundo literario. Estar entre los favoritos de ciertas librerías es un símbolo de prestigio.

Y sin embargo el Planeta no encuentra un espacio de privilegio tampoco en Nollegiu, que, con Xavier Vidal al frente y desde Poblenou, se ha convertido en un punto clave de la vida cultural de Barcelona. “Lo tenemos, y algún lector habrá que lo pida, pero no le dedicamos un espacio ni una atención especial ni nada parecido”, explica el librero. Algo similar indica Jónatan Rubio, de la librería La Sombra, en el Barrio de las Letras de Madrid, que sí hace alguna concesión más. “Normalmente se saca a escaparate, como cualquier libro que tenga la potencialidad de atraer al comprador al interior”, dice. “Es cierto que su puesto ahí depende en gran manera de las otras propuestas que tengamos en ese momento y de la persona que haya, pero desde luego siempre hay un hueco por pequeño que sea en el escaparate aunque es poco habitual que se destaque mucho más de eso”.

¿Cómo es posible? ¿No supone el Planeta una venta segura? ¿No es un negocio para cualquier librería? No está tan claro, al menos en este universo. “No suele estar entre los más vendidos de nuestra librería pero se nota sobre todo en que siempre tiene unas ventas fijas –que pueden subir según quién gane– y que sirve como soluciona-regalos de emergencia”, dicen en La Sombra. En Bartleby, por el contrario, tienen claro que su comprador habitual no va por esas lides, y no creen que les suponga beneficio alguno para la librería. A la pregunta de si no supone el galardón un empujón para las ventas, Xavier Vidal no duda en responder: "No. No, con algún detalle. Depende mucho de quién sea el ganador”.

Estas dos librerías citan como ejemplo los galardonados de los últimos años. En 2016 triunfó Dolores Redondo, autora de la Trilogía del Baztán y autora superventas del grupo Planeta. Resultado: se cumplió el pronóstico y la editorial tuvo unas ventas considerables: entre los últimos meses de 2016 y todo 2017, la escritora colocó 254.000 ejemplares, según datos de la consultora Nielsen. En 2014, se alzó con el premio el mexicano Jorge Zepeda Patterson, mucho menos popular en España. “A mí él me gusta, pero no se vendió”, lanza Vidal. “Porque no es un autor conocido para la mayoría de la gente. Cuesta mucho. Y a él tampoco le ayudó mucho (aparte de la pasta) en términos de difusión: su siguiente libro tampoco tuvo tirón”. El librero mira sus registros y hace cuentas: la ganadora de 2016 vendió 73 veces más en su negocio que el de 2014.

“Son muy pocos los clientes habituales que lo piden en abstracto, quiero decir, por ser el Premio Planeta”. Son las palabras de Jónatan Rubio pero podría ser la de cualquiera de sus colegas. “A mí no me ha venido nadie a pedirme el Planeta, así, el Planeta”, dicen en Bartleby. “Si acaso, porque conocen al ganador y les gusta”. Lo mismo se comenta en Nollegiu: “El Planeta se vende no tanto por ser la novela del Planeta sino por quién la gana. A mí no me viene gente buscando el Planeta, sino buscando el libro de tal o cual autor”. Y el librero lo diferencia de otros premios prestigiosos, como el Herralde, que sí tienen tirón entre su público por el renombre del galardón.

El único que establece un pequeño matiz es el librero de La Sombra, que sí apunta que la fama del premio puede tener cierto atractivo para clientes no habituales: “Una librería independiente como la nuestra hace una doble labor también como librería de barrio y ahí es donde muchos compradores aprovechan para entrar a por él y, de paso, descubrirnos y descubrir otros títulos que tenemos expuestos. Y a partir de ese gancho siempre es posible que alguno profundice en otros libros o se haga visitante regular”.

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El propio Rubio apunta a una evidencia: la mayor parte de las compras del Planeta no provienen de las librerías al uso, ya se llamen pequeñas librerías, librerías independientes o de barrio. El grueso de la compra se produce en grandes superficies, ya estén dedicadas exclusivamente al libro o no. Y Xavier Vidal remata: “Un premio Planeta no va a presentar nada a una independiente, y no porque no porque no quiera la independiente. Es que no la necesitan, ni la miran”. La maquinaria del grupo, que el librero define como “de 360 grados”, le permite prescindir del último eslabón de la cadena (y no solo). ¿Por qué? La editorial Planeta edita el libro, pero tiene también su propia distribuidora –“desconozco los márgenes que manejan”, dice Vidal, “pero imagino que les serán ventajosos”– y, más relevante, su propio canal de venta a través de La Casa del Libro, que pertenece al grupo. A esto hay que sumar, por último, a Atresmedia (La Sexta y Antena 3) y Onda Cero, parte del conglomerado.

Aun así, el Planeta tiene que vender mucho para resultar ventajoso. Mucho. Es Xavier Vidal quien hace estimaciones. Suponiendo que la librería se queda con el 30% de la venta y la distribuidora con otro 20% o 30%, la editorial se quedaría con alrededor de un 40%, unos 8 euros de un libro que cueste 20. Si el galardón concede, en concepto de adelanto, 601.000 euros al autor, ¿cuántos libros tendrá que vender el sello solo para recuperar esa cuantía, excluyendo costes de edición, impresión, transporte, almacenamiento o comunicación? Echen las cuentas. Al librero de Nollegiu le salen al menos 75.000 ejemplares. “Es una estrategia”, dice. “En Planeta combinan alguien que saben que quizás no les venda tanto pero les da prestigio, y al año siguiente alguien que se lo va a vender todo y más”. La “variedad de nombres” que maneja el grupo, añade Jónatan Rubio, permite además llegar en cada edición a distintos públicos. Recordemos que en los últimos años han sido premiados: conocido autor de la narrativa histórica (Javier Sierra), una escritora superventas (Dolores Redondo), una conocida autora de novela policiaca (Alicia Giménez Bartlett). Y entre los finalistas: una autora emergente con un éxito comercial a sus espaldas (Cristina López Barrio), un escritor autopublicado estrella de Amazon (Marcos Chicot), un reconocido y popular director de cine (Daniel Sánchez Arévalo).

Mientras buena parte del mundo editorial espera la llegada del Planeta, en abstracto, el 15 de octubre, otra parte espera el nombre del ganador del Planeta, en concreto. Habrá que ver si convence este año a su público más escéptico: los libreros.

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