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"La izquierda es más melancólica, la derecha tiene menos motivos para estar triste"

La 'melancolía' de Elizabeth Duval.

"Me interesaba pensar algunas cuestiones que tienen que ver con el rol de la melancolía, la esperanza y los afectos y el deseo en política. La identidad, la patria, la familia y una noción de felicidad que va ligada a la justicia". Es la propia Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) quien así resume en conversación con infoLibre Melancolía (Temas de Hoy, 2023), su nuevo "ensayo de teoría política" sobre cómo recuperar la esperanza en un futuro compartido. Y mucho más.

¿Estamos ante un alegato contra la melancolía?

Sí. Estamos en un tiempo melancólico o, al menos, en un tiempo en el que se han deshecho muchas de las ilusiones y esperanzas que operaban antes, sobre todo en relación con la política. Menciono en el libro todo el discurso de una parte de la izquierda que se ha repetido de forma constante con la famosa frase de Fredric Jameson de "es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo". Lo que sucede con esa frase es que nos la hemos creído tanto de tanto repetirla que ya ni hacemos el esfuerzo de imaginar otra cosa. Denigramos ese esfuerzo, sobre todo por considerarnos políticamente impotentes, de que lo que hagamos no importa. Es melancólico ese estado de ánimo en el que sientes que no se pueden transformar las cosas, que todo está ya finiquitado. Y creo que estamos ahí.

¿Eso es propio solo de la izquierda o también de la derecha?

Lo que ocurre es que, a mayor deseo y a mayor deseo insatisfecho, a mayores proyecciones en contraste con la realidad, más melancolía o decepción posible. Es decir, quien solamente busca conservar, como una fuerza conservadora, tiende menos a la decepción. Con lo cual yo creo que sí hay una parte, sobre todo cuando hay una vinculación entre neoliberalismo y placer, o despilfarro y goce, donde la izquierda se vuelve más melancólica que la derecha. La derecha tiene menos motivos para estar triste porque el mundo ya le conviene.

¿La melancolía sería una forma de rendición? ¿Se aprovecha la ultraderecha de esa sensación de que no se puede hacer nada para mejorar las cosas?

La melancolía es sobre todo de la sensación de impotencia. Se ha identificado que hay una impotencia para atajar ciertas cosas porque se considera que no van a mejorar. Y ahí, lo que sí que ofrece la ultraderecha son relatos con una falsa identificación entre la causa y el efecto. Por ejemplo, que la precariedad de los trabajadores es culpa de los inmigrantes que vienen a robar el empleo. Como expulsar a los inmigrantes se podría hacer, se ofrece como una falsa solución para mejorar. Se vende una falsa libertad o una falsa idea, y claro que ese caldo de cultivo lo aprovecha la ultraderecha.

¿Es este un libro esperanzador u optimista?

El optimismo es la creencia irracional de que las cosas siempre van a ir a mejor, lo cual es mentira. El optimismo lo asociamos, igual que la felicidad cuando la denigramos y la miramos de manera escéptica, con la concepción del mundo color rosa sin problemas, happy flower o Mr Wonderfull. La esperanza es otro tipo de ánimo y sí que hay una vinculación entre la esperanza e intentar hacer algo para que las cosas vayan a mejor. Este libro es esperanzador.

¿Dónde encuentra la esperanza? 

Como en muchas otras cosas, igual que cuando hablo de patria, hay un componente de la esperanza que se encuentra en el otro, en los demás. Evidentemente, si te rodeas de agoreros o cenizos tu estado anímico va a ser muy melancólico, pero particularmente tengo la suerte de estar rodeada de gente que me inspira y que me hace también desear un mundo y una sociedad mejor para ellos. Pero para esto hay que querer a alguien, que es un paso previo importante también.

Afirma que "la felicidad es una forma de soberanía".

Hay dos conceptos que puede parecer un poco extraño unir de primeras, pero a mí me parece que es así, que beben mucho de Spinoza, que son el ligamento de la felicidad con la soberanía y con la justicia. También porque, de alguna manera, para ser feliz uno tiene que sentirse dueño y soberano de su propia vida, no sentir que se la están arrebatando, no sentir que vive por inercia, no sentir que vive simplemente encadenando trabajos de mierda, deudas o circunstancias precarias que hacen que no sea soberano. Cuando se piensa en la happycracia de imponernos a todos querer ser felices, el problema es que estamos comprando el relato de que la felicidad tiene que ser un objetivo o una meta. Estamos comprando el relato del american dream de que dan igual todas las adversidades a las que uno se enfrente porque puede alcanzarlo.

Pero no es en absoluto así.

De hecho, yo creo que la forma interesante de pensar la felicidad de una forma emancipatoria realmente tiene que ver con las condiciones de posibilidad de la felicidad, y con las condiciones que generan la posibilidad de que seamos felices. Ahí hay una cantidad brutal de cuestiones, en las cuales la justicia social es un tema de felicidad. Está muy bien condensada en ese verso de Paul Éluard que habla de una sociedad ideal donde "todo rostro tendrá derecho a las caricias". Hay algo ahí que me parece muy importante. Responsabilizarse de cada rostro, no dejar a las personas abandonadas a su suerte, y también que la política tenga que hacerse cargo, porque asegurar la felicidad es en el fondo asegurar también unas condiciones de vida dignas, a partir de las cuales la felicidad pueda desarrollarse. Y es asegurar también unos lazos comunitarios que permitan que existan unos afectos y una vida plena. Y la política tiene que ocuparse precisamente de eso, de ese derecho a la felicidad. Cuando se enfoca la felicidad como si fuera simplemente una imposición del sueño neoliberal, la propia felicidad puede hacernos infelices y llevarnos a la frustración mientras, al mismo tiempo, no podemos parar de ansiar esa felicidad para nosotros y quienes nos rodean. Yo creo que la política tiene que hacerse cargo de ese deseo, relacionando felicidad y justicia".

Cómo vas a ser feliz con tanta tragedia en el mundo? Y, sin embargo, la gente lo es. La gente encuentra lugares donde ser feliz

Melancolía está repleto de reflexiones y afirmaciones. Por ejemplo: "Hay relatos uniformes de la izquierda que hacen de nosotros seres infelices".

Y yo creo que es verdad, porque hay un punto en el que hay una carga de culpa por la que están peor vistos en la izquierda los resquicios de felicidad o de placer, incluso en circunstancias muy duras. Incluso en dramas personales está peor visto acercarse al goce o a la felicidad. De repente, somos de izquierdas y tenemos que cargar con el peso del mundo, de todas las presiones estructurales del mundo. Es como, vale, eres feliz, ¿pero acaso te estás preocupando lo suficiente por la opresión del pueblo palestino, por lo que sucede en Chechenia? Si tan feliz estás siendo, es sospechoso. ¿Cómo vas a ser feliz con tanta tragedia en el mundo? Y, sin embargo, la gente lo es. La gente encuentra lugares donde ser feliz. Negar y reducirlo todo a la queja y a la rabia, como si detrás de la queja y la rabia no hubiera también una explicación a la felicidad, a mí me parece que tiene un punto muy contraproducente.

Me viene a la cabeza lo que vivimos en pandemia, cuando en Madrid lo más importante para el PP era poder salir a tomar cañas. Nada más en el mundo parecía preocuparles.

Es que el origen de Ayuso tiene mucho que ver con ese momento de fatiga pandémica. Un momento en el que todo el mundo por igual podía estar absolutamente harto de medidas del confinamiento, como el toque de queda, aún considerándolas racionalmente necesarias. Porque entiendes la necesidad del confinamiento, pero te jode y te frustra. Y Ayuso responde a esa frustración y también a la sensación de impotencia. Es eso de si no se puede hacer nada, al menos que nos dejen tranquilos, que es algo muy melancólico al final. Daba una respuesta muy habilidosa que la permitió construir el personaje político que ella encarna ahora, copiando además otros gestos y siendo una comunicadora muy hábil.

La imagen de España que vende la derecha es una mentira. Esa imagen de un país chiquitito y reduccionista donde la mitad de la población son antiespañoles es una cosa absolutamente absurda

Elizabeth Duval — Autora de 'Melancolía'

Otra afirmación: "La juventud no ha tomado para sí la tarea de hacerse cargo de su país y ha renunciado a transformarlo".

Sí. Yo creo que hay sobre todo una sensación de inercia en lo que tiene que ver con la transformación del país. En el fondo, esta actitud de no hacerse cargo de un proyecto colectivo es una actitud muy conservadora porque se conforma con las cosas como están. Y tiene mucho que ver, cuando hablo de la patria, con la sensación de extrañeza o el lugar incómodo políticamente al que se ha empujado a la izquierda en relación con la patria. Porque cuando se ha coqueteado con la patria se ha hecho meramente como una herramienta electoral que podía mostrarse y luego ocultarse si de repente ya no era conveniente. Para hacerse cargo de la transformación, uno tiene que sentir una vinculación hacia aquello que está transformando. Tiene que sentir que participa de un proyecto colectivo, que al final es también lo que es un país. La implicación política tiene mucho que ver con participar o no de un proyecto colectivo. 

Y los jóvenes han renunciado a participar.

Otro síntoma que puede llegar a suceder es, por ejemplo, cuando hablo del 15M. Cómo ese estallido de ilusión se transforma en melancolía porque pasa de importarle el futuro a importarle más la imagen fotográfica del pasado de lo que en ese momento estaba en ebullición y podría haber sido pero luego no fue. Los revolucionarios se convirtieron en nostálgicos de la revolución que no sucedió en muy poco tiempo en lugar de pensar en todas las posibilidades de futuro. A mi generación, o a la generación más joven, tampoco se le ha ofrecido un proyecto claro de país del cual formar parte. Y si no se hace cargo, lo que queda es el statu quo.

El problema está en que hemos llegado a un punto en el que se plantea esa pregunta. Porque no entiendo que por ser mujer y de izquierdas se me tenga que despojar de mi país

Una frase más: "Parece que una parte de la izquierda espera a que su país sea lo suficientemente bueno para abrazarlo". 

De tanto repetirnos que éramos la anti España nos lo hemos creído y nos parece bien, nos parece una casilla gustosa. Me preguntaban el jueves en la presentación del libro si se puede ser patriota y de izquierdas. Pues bien, el problema está en que hemos llegado a un punto en el que se plantea esa pregunta. Porque no entiendo que por ser mujer y de izquierdas se me tenga que despojar de mi país, de la voluntad de transformarlo, que no pueda tener una vinculación con mi país. Lo que me parece extraño es cuál ha sido el marco mental que hemos aceptado para que de repente eso sea planteable en esos términos, porque para mí constituyen un montón de renuncias. Si no sientes una vinculación hacia tu país, ¿qué quieres transformar, tu proyecto para qué es? ¿Para donde lo estás desarrollando? Para mí, la vinculación con mi país no se trata de una herramienta electoral o de estrategias electorales, sino simplemente de encarar las cosas como son.

La última, pura esperanza: "Si España puede ser otra cosa es porque ya lo es".

Esto se relaciona con la cuestión de esperar a que el país sea lo suficientemente bueno como para abrazarlo. El problema es que la imagen de España que vende la derecha es una mentira. Esa imagen de un país chiquitito y reduccionista donde la mitad de la población son antiespañoles es una cosa absolutamente absurda. Pero lo peor para ellos es que un país que en muchísimas cuestiones está a la vanguardia de los avances sociales progresistas nunca va a ser lo bastante reaccionario como a ellos les gustaría. No va a volver, Dios quiera, a una regresión franquista católica tradicional, porque no es ese el país que realmente existe. Y si el que realmente existe se parece mucho más a nosotros, ¿por qué dejamos se lo apropien y reivindiquen ellos?

A lo mejor, porque en lugar de proponer más, desde la izquierda incluso se azuza el miedo a la ultraderecha alertando de "que viene el lobo".

Eso es un síntoma, no lo veo como el origen o la causa de los problemas. Decía Yolanda Díaz en la presentación del libro, y yo creo que tiene mucha razón, que hay como una falta de imaginación política en la izquierda, de capacidad propositiva para no estar definiéndote constantemente por quienes están en el otro lado del tablero, algo que está marcado por el cortoplacismo electoral. Ese discurso desde la izquierda de que viene el lobo me parece muy contraproducente porque solo sirve para que la ultraderecha cobre más protagonismo, ya que les estás dando el lugar central en el discurso porque te defines solamente a partir de ellos y tú no eres nada.

Hay algo chirriante en decir que la esperanza es Yolanda Díaz... la esperanza es la esperanza y Yolanda Díaz puede encarnar una parte

Ya que la menciona, ¿la respuesta contra la melancolía es Yolanda Díaz?

De las opciones políticas que tenemos, la que más permite devolver algo de esperanza e ilusión a un espacio también muy atolondrado o con un ánimo muy melancólico. Es cierto que la política, también por dinámicas del siglo XXI, aunque lo ha sido siempre, tiende a ser muy personalista. Hay algo chirriante en decir que la esperanza es Yolanda Díaz... la esperanza es la esperanza y Yolanda Díaz puede encarnar una parte. Pero se necesita mucho más para, como dice Simone Weil y me encanta, "cincelar el alma de un país".

¿Igual se necesita que Pablo Iglesias dé un pasito atrás?

Si hiciésemos una colecta para que se fuese de vacaciones y disfrute un rato y se relaje... (risas). Son tiempos que exigen mucha responsabilidad por todas las partes. Estuve el otro día releyendo un artículo que escribí en 2021 que se titula La plataforma de Yolanda Díaz (y sus enemigos) y me puse melancólica, eh... porque no equivocarse es una cosa horrible.

Equivocándose o no, reivindica por último el poder de la palabra. De proponer, de construir. De imaginar el futuro por escrito.

Me parece una cosa muy bella. Guardando una visión relativa sobre la potencia de la palabra escrita, al final digo que una palabra por sí sola o emitida por una única interlocutora tiene una potencia relativa, porque cuando cobran realmente poder las palabras es cuando son dichas por muchos. Cuando la palabra se convierte en una cuestión colectiva. Y creo que los libros también pueden convertirse en cuestiones colectivas y que pueden movilizar porque, con los años, a los libros y a la literatura les he ido cogiendo fe.

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