Cultura

Literatura desde el banquillo: las tramas judiciales no despegan en la novela española a pesar de la rica 'materia prima'

Vista general del juicio por la supuesta contratación irregular de una empresa de Gürtel para actos celebrados por la visita del papa Benedicto XVI a Valencia en 2006.
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La vida política española se nos ha llenado de juicios relacionados con la política (procés, Bárcenas) procéspero no solo: en los últimos años, hemos asistido, en algunos casos con pasión morbosa, a procedimientos que han juzgado casos terribles de secuestro, agresión sexual o asesinato que no mencionaremos, porque están en la mente de todos.

Curiosamente, en ocasiones, el sistema penal y su representación "teatral" (el juicio en sí) resultan muy decepcionantes para un público acostumbrado a las ficciones procedentes del ámbito anglosajón, donde el género "tribunales" está bien asentado tanto en lo audiovisual como en lo editorial. Esa influencia nos hace desear un espectáculo (la parafernalia, la elocuencia, el movimiento en la sala) que aquí no se produce, o al menos no en idénticos términos.

Con la venia

Defiende Anabel Rodríguez, abogada y escritora, que los dos gremios a los que pertenece tienen más cosas en común de las que les gusta admitir, sobre todo a los escritores, "porque los abogados nunca han estado muy bien vistos". No es sólo que la carrera de Derecho sea, posiblemente, la que más autores ha dado al mundo, "es que hay tantas cosas que nos unen que parece que seamos reflejos de un espejo (no sé si deforme)".

Los letrados, sobra especificarlo, pueden escribir sobre cualquier cosa: poesía, novela romántica o literatura infantil, pero, en no pocas ocasiones, prefieren ceñirse a recreaciones de su propia experiencia. "Ser un abogado penalista me da un asiento de primera fila no solo para la ley y la policía, sino también para las emociones humanas centrales", asegura Robert Rotenberg. "Me gusta decir que ser abogado me convierte en un mejor escritor y que ser escritor me convierte en un mejor abogado, especialmente escribiendo informes persuasivos para abogados de la corona, fiscales y jueces. Si lo piensas bien, una gran parte del derecho penal implica contar historias, y escribir libros me ha convertido en un mejor narrador."

Precisemos sin tardar más que, como escribió Paco Camarasa en Sangre en los estantes, "el thriller legal no es exactamente una novela de juicios"thrillerjuicios. Si alguien tiene dudas de qué es un thriller legal ha de leer a John Grisham, que es también abogado; o los Crímenes a los que Ferdinand von Schirach, penalista en Berlín, dio estatura literaria y que están basados en casos vividos en su experiencia como abogado. En el prólogo, Von Schirach escribe: "Uno de mis tíos era juez presidente de un tribunal de jurado. Esta clase de tribunales son los encargados de juzgar delitos contra la vida: homicidios y asesinatos. Nos contaba casos que nosotros, de niños, éramos capaces de comprender. Siempre empezaban con la misma frase: 'La mayoría de las cosas son complicadas, y la culpabilidad es un asunto peliagudo'".

Cosa distinta son las ficciones judiciales, esas que en buena parte transcurren entre las cuatro paredes de un sala donde se dirime la inocencia o culpabilidad de alguien. ¿Cuáles son las primeras que me vienen a la mente? Testigo de cargo, de Agatha Christie, uno de los juicios literarios más emblemáticos de todos los tiempos; Anatomía de un asesinato, de Robert Traven, nombre de pluma de John D. Voelker, que fue Juez de la Corte Suprema en Michigan; cualquiera de Perry Mason, el abogado escrito por el abogado y escritor Erle Stanley Gardner, o Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, que creó a uno de los pocos abogados cien por cien adorables de la literatura: Atticus Finch.

(Entre paréntesis: no, no se nos escapa que al éxito de estas ficciones han contribuido sus exitosísimas adaptaciones televisivas y cinematográficas. Pero, en el origen, fueron libros. Y por eso están aquí).

Que pase el testigo

Siendo como soy ignorante en materia procesal, recurro a la opinión informada del experto: Miguel Garrido de Vega, abogado y escritor (Meigallo, finalista en los Premios Ignotus 2018).

Cierto, Miguel se ha especializado en propiedad intelectual, protección de datos y derecho mercantil y es activista en defensa de la privacidad con la organización internacional noyb y nada de ello despierta pasiones en novelistas (y lectores), más ocupados con tramas que implican a penalistas inmersos en batallas épicas, tan alejadas del vivir cada día de los litigantes de carne y hueso. "La mayoría de nosotros no somos Atticus Finch ni Perry Mason, y, desde luego, tampoco Harvey Specter ni el infame Saul Goodman; aun así, puede que a más de uno le guste creer que piensa como los primeros, viste los trajes del segundo y tiene los recursos del último", bromea.

En su opinión, el éxito de estas ficciones tiene que ver con que "enfrentan al individuo de a pie, a esa persona que podemos ser cualquiera de nosotros en un mal día, con el rígido y elevado mundo de las normas. Le interpelan directamente acerca de sus propios valores, de lo que está bien y lo que está mal. Y, muchas veces, se plantean disociaciones entre lo que se percibe como justo y lo que la ley dice que es justo".

El Derecho, continúa Garrido de Vega, es una de las mayores expresiones de lo que Karl Popper incluyó en uno de sus tres mundos del conocimiento y ahora Yuval Noah Harari llama "entidades intersubjetivas", conceptos que, sin existir materialmente (la ley no se puede tocar, no tiene forma física ni tamaño), tienen más peso en nuestra vida que muchas entidades objetivas (como un río, una piedra o el propio aire). "Sabiendo esto, ¿cómo no va a ser interesante que un ser humano —corpóreo y limitado— se siente frente a otro con quien tiene un conflicto, y que ese conflicto se resuelva tirando de una entelequia, de un sistema inventado, de algo tan inmaterial como el derecho? Un juicio es todo forma, tiene mucho de teatro. Y a todos nos gusta el teatro."

Sí, pero unas funciones nos gustan más que otras… El tirón de las escritas y ambientadas en EEUU tiene que ver con una tradición literaria (y una potencia publicitaria) sin parangón, pero "también es posible que el hecho de que su sistema jurídico esté basado en el case law o precedente judicial y el nuestro en el derecho civil de corte romano-germánico haya contribuido a crear esa imagen casi sacralizada de los procesos judiciales estadounidenses, como si fueran una especie de institución celestial donde se deciden cuestiones más grandes que el propio individuo". Ahora bien, prosigue: sus juicios mediáticos lo son tanto como puedan serlo los nuestros, y el resto —que son la mayoría— están más cerca de parecerse a demandas por responsabilidad extracontractual o negligencia médica que al caso de O.J. Simpson.

Realidad aumentada 

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Comentamos con nuestro interlocutor la diferencia que hay entre ficción y realidad, y esa sensación que nos queda cuando, creyéndonos por encima de todo por esa sobredosis de adrenalina de ficción, nos enteramos de casos como el de la Manada, la trama Gürtel o los asesinatos de Marta del Castillo y Diana QuerGürtel . Con la ficción, dice, "la mente opera a un nivel subconsciente: tenemos una red de seguridad que nos dice que, en el fondo, no pasa nada, porque basta con apagar la televisión o cerrar ese libro tan escabroso. Pero cuando hablamos de nuestra vecina, de alguien de carne y hueso que ha podido pisar los mismos lugares que nosotros, la sensación de peligro es mucho mayor".

Cosa distinta son los grandes juicios mencionados al principio, políticos todos, buena materia prima para armar grandes ficciones: un argumento enrevesado, figuras políticas de peso en papeles protagonistas, temas universales como la avaricia o la identidad territorial, traición, secretos, intereses ocultos... De hecho, ya hay quien se ha animado a intentarlo en teatro y en cine. "Lo único que les falta para ser novelados es que alguien se decida a emprender el proceso de transubstanciación de la realidad que toda buena ficción necesita." El material está ahí, aunque, al tratarse de juicios recientes o actuales, puede causar cierto reparo lanzarse a escribir. "Eso sí: en mi opinión, las mejores ficciones basadas en hechos reales son las que toman cierta distancia temporal respecto a esos hechos".

Para terminar, pido a Garrido de Vega tres recomendaciones. Menciona Matar un ruiseñorMatar un ruiseñor, una suerte de "fuera de serie", y luego opta por esta trilogía de imprescindibles: El jurado (John Grisham, 1996), "por la enorme capacidad de Grisham para urdir tramas intensas y plantear un debate moral entre integridad y pragmatismo"; Los casos de Horace Rumpole, abogado (John Mortimer), "un conjunto de seis relatos de lo más divertido: combina a un personaje excéntrico e inolvidable —un auténtico defensor de las causas perdidas— con ese fino humor inglés que tan bien parece sentarle a la ficción de tintes jurídicos"; y El proceso (Franz Kafka, 1925), un libro "que ni siquiera precisa estar acabado para resultar imprescindible; pocos han definido mejor ese sentimiento de insignificancia que todos —como Josef K— podemos llegar a experimentar ante el inmenso aparato burocrático del Estado y un ordenamiento jurídico cada vez más complejo".

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