Arquitectura efímera
Arquitectura efímera
El elevado estanque humea continuamente.
¿Qué bruja surgirá del poniente blanco?
¿Qué follajes violeta descenderán?
Arthur Rimbaud
A mi alrededor, mujeres que estiran el cuello como lo haría el árbol de una casa en llamas.
¿Qué buscabais, aventureros de otras edades, exhumando cofres egipcios, monedas oxidadas, fósiles y piedras? Sois vosotros quienes me llamáis. Pero yo he abrazado la noche con sus avenidas líquidas; la noche abrió ante mis ojos rincones de sol contra cielos limpios de sol. La noche, tierra de vértigo, torre de libros a punto de caerse.
El sueño, gabinete de las maravillas.
¿Soy hija de lo muerto? Hay una estatuilla en la vitrina de un rey, hay lluvias viejas como el mundo. Por mi parte, prefiero dormir entre bibliotecas y barcos que rendirle tributo a un enjambre de dioses perdidos; bien sé que se puede nacer en Persia.
De madrugada me cruzo con gente que camina, gente silenciosa que vuelve al redil, que aparece y desaparece. Bajo los restos de civilizaciones sin nombre, mi memoria de cien años.
En la ciudad que yo amaría habrá vendavales de sombra, cristales de nieve sembrarán las calles. Cuando el barro del día se extinga nos seguirán ladrando los perros del atardecer.
Billar de los amigos
Este golpe de dados en llamas que a veces me viene de ti, que te llega de mí, esa pelota de confesiones y rabietas que nos lanzamos a los ojos algunas noches de hachís desde el temblor de nuestras copas, los vasos a medio beber. ¿Cuántas servilletas habremos emborronado ya? A saber qué revuelo de manos habrá secado el reguero en las mesas de nuestras correrías.
La complicidad, capaz de plantar árboles en un túnel.
Tan pelele nuestro retozo, tan pirata o naipe o cabriola. Qué de aguaceros, bailes, terquedades, cines; las farolas y los libros; tantos planes de aventuras que hemos firmado en esmog y que, a lo mejor, seguirán quedando eternamente pendientes para mañana.
Esas noches en que entrelazamos los dedos para custodiar el latido al rojo de un alfil, aunque nos quemen las líneas de la fortuna en la palma de las manos. Y lo peor, parece mentira, que a veces nos incendiemos el alma para olvidar que se nos sonrojan los semáforos del otro ardor.
El abrazo, casilla incierta en la ruleta de la amistad. El futuro, sus caballos desbocados, sus metrópolis de arena.
Cuadro dentro del cuadro
Yo miro. Miro y miro hasta que al fin distingo al hombre sin recuerdos, que camina de puntillas por los rincones de una casa saqueada. Rehago al hombre que busca un origen cruzando habitaciones llenas de trastos, levantando rápidas nubes de polvo para que no lo vean las siluetas uniformadas que se perfilan vagamente a la luz del amanecer. Sigo sus pasos hasta que salta por una ventana a pie de calle.
Yo acecho, me hago preguntas. Y qué encuentro, sino al muchacho que no logra apartar los ojos de un ataúd. Lo que le atrapa de esa cara pálida en el cristal es el misterio del tiempo, solo que el chico no lo sabe. No lo sabe todavía.
Una mañana, mientras rebuscaba al fondo de mis vértigos, capté la ansiedad de una mujer asomada a un antiguo puente de piedra. Lo que más la angustiaba era que los demás paseantes recorrieran sin miedo aquella profundidad abismal.
Alguna vez llegué a escuchar un resplandor de pájaros que estallaban en el horizonte, hacia el centro de la ciudad caída. Los gritos, los escombros que una luna confusa pinta de azul, los supervivientes que merodean alrededor del caos.
Yo miro. Miro y miro hasta que distingo un barco atrapado en un mar turbulento, dos faros de coche que alumbran una carretera sin luz, un grupo de mujeres que sube con algún trabajo las escaleras que llevan a las salinas de Weißenfels.
He mirado el cuadro dentro del cuadro. Lo he mirado durante años queriendo rastrear lo que hay más allá de la cueva de los orígenes. Y sigo buscándolo como si, a cada intento, no me despeñara por la pendiente imparable de las horas.
* Inés Mendoza, nacida en Venezuela pero residente en España desde hace muchos años, es escritora y arquitecta. Ha publicado en Páginas de Espuma los libros 'El otro fuego' y 'Objetos frágiles'. Da clase en la Escuela de Escritores de Madrid, sus relatos han sido recogidos en varias antologías, colabora en revistas de arquitectura y ha publicado ensayos y artículos sobre literatura tanto en la prensa como en libros colectivos.