No sé si me explico - Carlos Boyero
Con la colaboración de Borja Hermoso
Espasa (Madrid, 2024)
Sabemos muy poco de aquellos críticos a quienes solemos leer con frecuencia e interés, sean cinematográficos, literarios, teatrales, musicales o de arte. Me refiero a los más influyentes, a los que crean opinión y son capaces de analizar las obras de su especialidad con independencia, conocimiento de la materia, rigor, una cierta pasión y buena prosa. Solo algunos han escrito sus memorias o, al menos, nos han explicado su trayectoria. En el terreno de la literatura: Dámaso Santos, Rafael Conte, Miguel García-Posada y Juan Antonio Masoliver Ródenas.
Carlos Boyero, en el campo del cine, es otro de ellos, aunque insiste en no considerarse crítico. Así y todo, en un momento dado, nos explica su método: "Yo veo las películas y cuento y escribo de ellas lo que me parecen, con el yo por delante, para que quede claro que se trata exclusivamente de MI opinión" (página 19). De lo que se trata, en suma, como pedía Javier Marías, es de ser sincero, o como dice nuestro personaje, de intentar ser honesto "y no mentirme nunca a mí mismo" (página 19). El caso es que el contenido del libro que hoy me ocupa niega su propio título (debe tratarse de una muletilla del autor), pues Boyero se explica perfectamente, e incluso a veces de forma demasiado explícita, contundente. Algo más de sutileza, de tacto, no hubiera estado mal.
El conjunto resulta atípico, organizado como está por temas de su interés: el cine, el periodismo, los libros, la música ("sin la música yo no habría sido el mismo", página 75), el fútbol, la política ("me aburre mucho el supuesto progresismo que rige los destinos de este país", página 97), la comida, la ropa, el alcohol y las drogas ("debe de haber un instinto de supervivencia muy poderoso en mí para que todo lo que me he metido no me haya destruido del todo", página 130), el amor y el sexo; sus ciudades (Salamanca, Madrid, San Sebastián...); así como diversos aspectos de su existencia: las enfermedades, el ego y la fama, la soledad y el desapego de las nuevas tecnologías; o las pinceladas sobre su trayectoria biográfica: las amistades ("Tengo un concepto de la amistad un tanto especial, digamos que innegociable", página 116), la relación con los niños, su historia familiar, con esa prima suya, que todos desearíamos tener para que nos saque de apuros y quererla como se merece.
Boyero siempre ha mostrado interés por la literatura. Confiesa que sus autores y obras preferidas son Stevenson, Stendhal (Rojo y negro, La cartuja de Parma), Celine (Viaje al fin de la noche), Pierre Drieu La Rochelle (El fuego fatuo), Borges, Joseph Roth (La leyenda del santo bebedor), Scott Fitzgerald, James Ellroy, Henry Miller, Le Carré, Calvino, Cortázar (aunque no Rayuela), Álvaro Mutis, Sábato, algunas novelas de Vargas Llosa... Y de los escritores españoles, Marsé (entre otras, la extraordinaria Ronda del Guinardó), así como algunas obras de Eduardo Mendoza, Martín-Santos, Cela, Valle-Inclán, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma, Savater y, por supuesto, Rafael Chirbes. Sobre este último, comenta algo obvio, pero que no suele advertirse, y que podría aplicarse al mismo Boyero: "Se consideraba profundamente de izquierdas, pero que arremetía lo mismo contra la derecha que contra los suyos, y muy especialmente contra la socialdemocracia y el progresismo moderno, o mejor dicho, el falso progresismo" (página 74).
A su interés por la música, le dedica otro capítulo. Así, "la banda sonora de su vida" está formada por canciones de Van Morrison, Dylan, Leonard Cohen, Lou Reed, Coltrane, Gato Barbieri, Ella Fitzgerald, Miles Davis, sobre quien nos deja dos opiniones contundentes: que Kind of Blue es "el disco perfecto para follar" y que la música de Ascensor para el cadalso, de Louis Malle, compuesta por Miles David, "tal vez sea la mejor banda sonora de la historia del cine" (página 78). Y muchos más, incluidos algunos españoles. En cambio, reconoce su ignorancia en cuestiones de música clásica y que la ópera le aburre. Como diría el propio Boyero, él se lo pierde.
Sea como fuere, sus lectores podrán hacerse una idea, diría que precisa, de cómo piensa, de sus principales aficiones, de lo que aprecia y de aquello que detesta. Del libro se desprende un autorretrato; a veces poco complaciente, como debe ser, que completa su trazado en el capítulo final.
En cuestiones cinematográficas, comparto muchos de sus gustos, aunque no su obsesión por Almodóvar, si bien es cierto que –en general– sobra beatería en relación con el director y algunas de sus películas son francamente malas (por ejemplo, Los amantes pasajeros), pero no coincido con Boyero en el desdén que exhibe contra Hable con ella. A Almodóvar le dedica un reproche que podría aplicársele a muchos de los escritores y artículistas que hoy colaboran de forma habitual en los medios: "siempre tan moderno y siempre hablando de lo que conviene hablar en cada momento" (página 28).
Lo que me lo hace simpático, además de su independencia de criterio, es el hecho de que permanezca al margen de las modas y de lo políticamente correcto, o que se haya guiado siempre por su propio gusto, con todo lo subjetivo que este sea; a menudo bien fundamentado. Sumaría a todo ello, su fascinación por el pintor Edward Hopper y por el escritor Rafael Chirbes, a quien siempre se ha referido -antes de que los oportunistas (ojo al genérico) de turno se hicieran fans del narrador valenciano- con comentarios tan inteligentes como bien traídos. Un interés que, recuérdese, comparte con Carmen Martín Gaite.
El cine, confiesa, "es la mejor droga que yo me he metido", y ha marcado su vida, permitiéndole huir de la realidad, a la espera de que las películas lo emocionen. Sus directores, películas y actores preferidos son a menudo también los míos: John Ford, Billy Wilder (El apartamento es su película favorita), Lubitsch, Hitchcock, Berlanga (Plácido, El verdugo, La escopeta nacional y Patrimonio nacional), el Robert Rossen de El buscavidas, Woody Allen, Martin Scorsese, Clint Eastwood, el Francis Ford Coppola de El padrino, John Wayne... Y podríamos añadir las series que le han interesado más, como Los Soprano, The Wire, Boardwalk Empire, Breaking Bad, Dedwood o Mad Men.
Comparto también con Boyero sus críticas a los locutores de los partidos de fútbol ("me ponen enfermo la mayoría de los comentaristas de fútbol. Parecen ágrafos o analfabetos", página 40; las excepciones: M. Robinson, Valdano, y yo añadiría a Schuster), aunque podría ampliarse el juicio a los de deportes, en general, con la excepción de quienes comentan los partidos de la NBA, que me parece que saben de qué hablan, siendo, además, divertidos.
Mi relación con él se basa únicamente en la lectura de los artículos que publica en El País (en el capítulo 4 le dedica a algunos de los antiguos gerifaltes del diario comentarios poco complacientes), donde es una de las firmas que sigo leyendo con gusto.
No estaría mal, creo que nunca se ha hecho, reunir en unos debates a los críticos más destacados de las distintas artes, para que nos expliquen cuál ha sido su formación y cómo creen que deben desempeñar su oficio. A Carlos Boyero, si se dejara, sería uno de los primeros que invitaría.
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P.S. El complemento perfecto de este libro es el documental El crítico, donde lo vemos hablar, explicarse, con algunos de sus amigos.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.