Ebbaba Hameida: "El pueblo saharaui ha asumido que no tiene nada que esperar del Estado español"

La periodista y escritora Ebbaba Hameida publica 'Flores de papel'

La historia del pueblo saharaui contada a través de las voces de sus mujeres. Tres generaciones, un legado de lucha. Vidas anónimas que al entrelazarse se convierten en un relato de resistencia colectiva. La periodista española de origen saharaui Ebbaba Hameida, vicepresidenta de Reporteros Sin Fronteras en España, se inspira en su propia experiencia, en la de su madre y la de su abuela, para hacer en Flores de papel (Editorial Península, 2025) un ejercicio de memoria personalísima que es a la vez la de toda una población que sigue clamando medio siglo después en el silencio del desierto más duro y olvidado del mundo. Existencias atravesadas por el colonialismo, la guerra, el exilio, la huida y la búsqueda de la identidad que nos hablan desde las páginas de esta novela que mezcla relato autobiográfico con la ficción que solo puede aportar la literatura. Nos lo cuenta la autora, a su vez periodista de RTVE, quien nació en los campamentos de refugiados saharauis en Argelia y creció entre Italia y España.

¿Cuánto de autobiográfico hay en Flores de papel?

Mucho. Me baso en la historia de mi abuela, mi madre y la mía, porque son las que más me han marcado y son las experiencias que más he podido vivir de cerca. Yo he crecido entre los campamentos de refugiados, Italia y España, y sigo yendo y viniendo, pero lo que siempre me ha llamado más la atención han sido esas conversaciones alrededor del té con mi madre y con mi abuela. Por eso, desde la curiosidad he querido investigar un poquito más sobre ellas. También porque está ese hilo invisible que nos une a las tres, y esta ha sido una forma de coser las heridas de la nostalgia, el echarse de menos y la distancia, porque al final me he criado muy lejos de ellas. Pero han sido dos mujeres que me han marcado mucho.

¿Qué aporta la ficción a un relato tan personal y veraz?

Recurro a la ficción para intentar completar su relato, porque hay muchas cosas y hechos que han ocurrido, pero no quería ser injusta y poner en su boca o hacer pasar por su corazón cosas que ellas no habían vivido. Por eso hay un momento en el que opto por la ficción y se me abren las alas y empiezo a volar de alguna forma por sus vidas, por nuestro pasado, por lo que ellas pasaron, por lo que viven ahora. También un poco hacia mí, hacia mi futuro sabiendo de dónde vienes para saber hacia dónde vas.

Contamos conflictos y guerras, pero no profundizamos en el impacto que tienen en las personas

Gracias a esta mezcla de realidad y ficción, a través de la literatura puedes partir de lo más íntimo y personal, como de hecho partes, para construir un relato totalmente colectivo y universal. ¿Se accede así a lugares más emocionales y reales?

Sí, porque nos creemos que un conflicto de descolonización no tiene consecuencias sobre la gente. O que, cuando por ejemplo digo que soy saharaui, no tiene ningún peso ni ninguna carga sobre mí. O que somos solo un pueblo que vive en los campamentos porque hay un territorio ocupado... Me daba la sensación de que había mucha deshumanización, algo que también estoy viendo desde el periodismo, porque contamos conflictos y guerras pero no profundizamos en el impacto que tienen en las personas. Yo misma empecé a encontrar explicaciones sobre lo que a mí me pasaba, este desgarro de arrancarme del regazo de mi madre y llevarme a Italia, en las causas del conflicto, en por qué tenemos que vivir en un campo de refugiados. Entonces, al final, lo personal, lo íntimo, tiene mucho peso sobre cada una de nosotras, pero todo eso es a su vez una consecuencia de un conflicto mucho más grande, y de un destino que no hemos elegido.

De hecho, es a través de las tres historias entrelazadas como el lector entiende perfectamente lo ocurrido, la evolución del conflicto. Tu abuela es nómada y vive en el desierto, tu madre es enfermera en primera línea en el momento más cruel de la guerra, y a ti que te mandan de niña a Italia para curar tu celiaquía para que tengas un futuro que ellas no pudieron tener.

Sí, porque cada generación lo ha vivido a su manera. También hablo mucho de todo lo que se desprende, de todas las pérdidas que hay para cada una de las tres generaciones, así como de la renuncia ante un destino y un camino que ninguna de las tres ha podido elegir por sí misma. También intento contar cómo las guerras afectan e impactan en las mujeres, porque nosotras somos las primeras víctimas de los conflictos.

Dices en la novela que te sientes "extranjera en todas partes". Una reflexión que nos lleva a ver la realidad a través de una mirada a la que no solemos acceder, de una mujer refugiada que está entre dos mundos.

Es un privilegio cuando tienes la oportunidad de salir de un contexto tan complicado, y te centras mucho en esa oportunidad por todo el peso que recae en las personas que salimos de allí. Te das cuenta de que tienes que aprovecharla y vienes aquí, a este otro mundo, con una mochila cargada de responsabilidad, con muchas ganas de estudiar e intentar hacer algo. Pero eso también deja huellas porque te hacen creer que eres la privilegiada, a pesar de lo cual yo muchas veces me he comparado con mi hermana, que vive en los campamentos con mi madre, está con ella todos los días, conoce perfectamente a mis hermanos... yo, sin embargo, he crecido tan lejos que no sé cuál es la comida preferida de mi madre. Cosas obvias que se dan con la convivencia o unos vínculos familiares con los que tú no has crecido, por lo que al final tienes una relación madre-hija maravillosa, pero muy marcada por la distancia, en la que se han perdido muchas cosas. Incluso estos días, con las presentaciones de este libro, les tengo que explicar mucho más porque no pueden asistir, y ese no estar en momentos claves de mi vida me ha hecho sentir mucho el peso de la distancia y de ser migrante, ese ser extranjera en todas partes. Al sentirme así, también me ha costado mucho aceptar mi parte de aquí, de Italia primero y de España después, y explicarles a ellos que es así porque he crecido en otro contexto. De eso también bebe mi forma de ser, de elegir la mujer que quiero ser y mis decisiones vitales. Todo eso es muy difícil porque a ellos les cuesta mucho meterse en tu piel. Por eso, cada vez que yo voy allí, por mucho que hable el idioma, siento que no soy parte de aquello.

¿Tu familia vive en los campamentos?

Sí. Estuve en navidades, voy casi todos los años y ellos también vienen algún verano.

¿Te sigue afectando ir y volver como cuentas en la novela? ¿Nunca se acostumbra una a algo así?

No, no te acostumbras. Me sigue produciendo mucho dolor despedirme de mi madre, es algo que no consigo suavizar. Cada vez que se acerca el momento de la despedida empieza la angustia que, me imagino, es también un poco el trauma desde que era pequeña. Tú te despides y sabes que vas a volver a verles, pero al mismo tiempo te da mucho miedo que les pueda pasar cualquier cosa, por lo que para mí sigue siendo muy doloroso. Odio las despedidas con todo mi corazón, aunque disfruto también mucho de los reencuentros, que es algo muy hermoso. Nos ponemos al día, pero es verdad que cada reencuentro se convierte en efímero, puedes estar uno o dos meses pero sigue siendo insuficiente.

A través de tu relación con ellas, fuerte a pesar de la distancia, nos cuentas también una historia inédita del pueblo saharaui. Lo has dicho, las mujeres son las primeras que sufren estos conflictos, pero sin embargo la Historia no la han escrito las mujeres. Flores de papel viene a paliar eso.

Nuestra Historia, primero, ha sido muy poco escrita, porque venimos de una cultura oral que se ha ido transmitiendo de generación en generación por los sabios y las sabias saharauis que poco a poco se han ido apagando. Eran libros abiertos de carne y hueso, vivos, que todos teníamos en cada jaima y que nos han ido contando nuestra historia, transmitiendo la cultura. Porque las guerras tienen también un impacto en la cultura de los pueblos, en su forma de vivir, de ser, en su desarrollo identitario, pero es verdad que cuando nuestra historia se empieza a escribir lo hacen los hombres, y hombres blancos en su mayoría. Hay poetas saharauis, por supuesto, que hablan del Sáhara mucho desde la poesía, pero a mí me interesaba explicar nuestro punto de vista, cómo las mujeres podemos llegar a vivir el conflicto. Estos días que el libro está llegando incluso a saharauis, hay amigos que me dicen que nunca habían pensado en algo así, que nunca se habían parado a pensar que nuestras madres hubieran vivido esto. Por eso, creo que es muy importante y también es un homenaje a esas mujeres que han sido una parte fundamental de la Historia del pueblo saharaui. Somos más de la mitad de la población y la Historia ha sido muy injusta con nosotras, por lo que esta novela es una especie de reparación y, para mí, mucha autosanación.

Cuentas que en Italia, cuando te presentas en el colegio, te responden que "nadie vive en el desierto", que eso no puede ser. Se palpa la distancia que debiste sentir en ese momento. 

Es que para la sociedad occidental el desierto no es nada o, si acaso, puede ser una foto en un atardecer en un ratito de turismo y ya. Pero en el desierto se esconde muchísima vida, hay de todo. Sobre todo, lo que yo he ido descubriendo a lo largo de los años gracias a mi abuela, que ha sido nómada y que desde el 91 ha podido volver a esa vida nómada, ha sido redescubrir cómo ella sobrevive en el desierto. Para mí, es una supervivencia por mi mirada también occidental, pero para ella, sin embargo, es un estilo de vida porque ser nómada es no querer aferrarse a nada material, es ir ligeros por la vida, no tener pertenencias ni ataduras. Es vivir en un concepto de anarquía idílico, se podría explicar de alguna forma, porque es no depender de nadie, sino depender de ti misma, de lo que tú tienes. Una independencia y una autonomía. Yo he ido descubriendo, cogiéndole de la mano, que hay una vida que no se puede reducir a la nada.

Cuando vas a los campamentos vuelves con unos valores que se alejan mucho del materialismo, de ese capitalismo salvaje en el que vivimos

Llama la atención siempre, también leyendo esta novela, la determinación del pueblo saharaui por la libertad. Un pueblo que nunca se resigna. ¿Es de los pueblos más resistentes que podamos encontrar?

A mí me llama mucho la atención, porque en esa especie de desarraigo que he ido viviendo, en ese ir y volver, trabajando en una redacción como periodista en España, te das cuenta de que el mundo es muy complicado, hay mucho pesimismo, muchos conflictos estancados que es muy fácil que caigan en el olvido... Entras en una especie de desidia, y por eso también me ha llamado mucho la atención desde siempre y durante la escritura de esta novela el sentimiento de los que están allí, esas ansias de libertad, esa fe y creencia de los que no tienen nada que perder más que la libertad. Y si dejamos de creer en esta libertad, ¿en qué vamos a creer, a qué nos vamos a aferrar si estamos en el desierto de los desiertos, en uno de los lugares más inhóspitos del mundo? ¿Cómo vamos a sobrevivir, cómo vamos a alimentar nuestras almas? Pues con la esperanza, con esa resistencia y con esa lucha. Para mí, hay incluso una explicación sociológica y psicológica de lo colectivo que he ido descubriendo: la importancia de una comunidad donde no se permite que nadie se resigne. Eso sigue impregnando ese sentimiento tan comunitario, esas familias tan numerosas que van más allá de las pequeñas familias, esas tribus, esas wilayas en los campamentos. Te das cuenta de que todo es de todos y que al final también ese espíritu se contagia y no te dejan mirar a otro lado o pensar distinto. Eso puede ser bueno o malo, eh, pero en este caso, para alimentar la esperanza sí que creo que ese peso comunitario y ese aferrarse es la clave para nutrir esas ansias de libertad.

Se produjo un divorcio no deseado que dividió a los dos pueblos políticamente pero, sin embargo, luego esos vínculos se han vuelto a coser con la solidaridad entre el Sáhara y España

El pueblo saharaui resiste en este mundo cada vez más individualista, neoliberal y capitalista con esos valores de colectividad y solidaridad en el peor de los lugares, olvidado por demasiada gente. ¿Eso le da aún más valor a la resistencia en los campamentos?

Son otros valores, tan importantes que a mí me han ayudado mucho a no renunciar a aquello. Cada vez que vas a los campamentos vas descubriendo cosas de las que aquí nos hemos desprendido. No se trata de romantizar, porque hay que ser críticos, pero desde luego hay unos valores que aquí se están perdiendo, una espìritualidad que a mí me sigue llamando la atención y que me acerca mucho a aquello. Cada vez que voy allí vuelvo con el chip cambiado, con una escala de prioridades completamente distorsionada. Eso es muy importante y es algo que comparte mucha gente cuando va a los campamentos, porque vuelves con unos valores que se alejan mucho del materialismo, de ese capitalismo salvaje en el que vivimos, de ese no tener control sobre nuestro tiempo o la vida rutinaria y automática en la que no podemos pensar. Cuando más pienso, me emociono o incluso más leo es cuando estoy en el Sáhara, en el desierto. Te das cuenta de que la vida va mucho más allá, aunque también soy muy urbanita y amo mi vida en Madrid. Pero allí es parar, y ese parar te ayuda mucho a reflexionar, a sentarte contigo misma. El desierto te invita a enfrentarte a ti misma, porque es un entorno muy cruel y muy duro.

Es especialmente doloroso que el Sáhara ni se mencione en los actos por los 50 años de la muerte de Franco

De tu abuela cuentas cómo tuvo que pasar de la vida nómada a instalarse en Villa Cisneros durante la colonización española del Sáhara. Algo que ahora, medio siglo después del abandono español, cuesta mucho imaginar a las generaciones más jóvenes. Era la provincia 53. ¿Cómo se sigue recordando eso en los campamentos?

Yo nunca olvidaré cuando mi abuela me contó hasta diez y empezó a pronunciar palabras en español en una de mis visitas, cuando yo llevaba poco tiempo en España. Me emocioné mucho porque pensé, ostras, que una mujer beduina sepa decir 'viejo', 'agua', 'comida' y contar hasta diez... eso para una mujer analfabeta, en el mejor sentido, porque su sabiduría era otra, la de sobrevivir en el desierto, me emocionó mucho. Cuando luego vienes aquí y explicas estos vínculos te das cuenta de que nadie sabe que eso existió. También pasa cuando me he llevado amigos a los campamentos, como una vez con el periodista Ángel Carmona, que alucinó al ver un camión de Alcalá de Henares en el campamento de Dajla, el más alejado. Es ahí cuando tienes que empezar a explicar esos vínculos, y por eso para la novela he hablado con españoles que estuvieron allí y he intentado que mis tías y mi abuela me contasen más sobre cómo fueron esos vínculos. He intentado reflejarlo porque tengo la impresión de que tenemos una memoria corta, más todavía en los tiempos que corren, cuando han pasado poco más de cincuenta años desde que Juan le dio a mi abuela un ramo de flores de papel. Estamos hablando de que hubo una convivencia, un acercamiento, de que había una hermandad porque fue una colonización muy pacífica y respetuosa en la que España respetó mucho la cultura y la identidad saharaui. Hablando con militares y periodistas que estuvieron en aquella época, sé que fueron muy felices y tienen un buen recuerdo del Sáhara. Allí se produjo un divorcio abrupto, no deseado, forzado, que dividió a los dos pueblos políticamente pero, sin embargo, luego esos vínculos se han vuelto a coser con esa solidaridad que hay entre el Sáhara y España.

La Marcha Verde coincidió con la muerte de Franco, en noviembre de 1975, hace ya, efectivamente, cincuenta años. De Franco hablamos mucho, pero del Sáhara apenas nada.

Yo volví en enero de los campamentos y aquí escuchaba en las tertulias de radio y televisión, también en la redacción, que se habla de los cincuenta años de la muerte de Franco con todos estos actos de hacer memoria, y creo que el libro también hace esa memoria. Porque más que contar la historia del Sáhara intento hacer un ejercicio de memoria, por eso siento que es especialmente doloroso que el Sáhara ni se mencione.

Cincuenta años después, ¿el pueblo saharaui ha superado aquella traición española?

El pueblo saharaui ha ido asumiendo que no tiene nada que esperar del Estado español, de los diferentes gobiernos, da igual del color que sean. Ha ido aceptando el no esperarse nada. El problema está en lo que dice la carta de Naciones Unidas y lo que dice el derecho internacional. Por mucho que el pueblo saharaui haya asumido no esperar nada de España, y por mucho que España quiera mirar indiferente al Sáhara, las resoluciones de la ONU están ahí, la carta de Naciones Unidas está ahí, y el Sáhara sigue estando en una lista de territorios no autónomos pendientes de descolonización, y cuya administración sigue dependiendo de España. Ni una parte ni otra pueden olvidarse y pasar página. 

¿Cómo se encajó el giro dado por el presidente Pedro Sánchez en la postura española hacia el Sáhara? Puede que haya algún despistado, pero los saharauis siguen siendo españoles.

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Totalmente de acuerdo. Y cuando dices que España tiene sus propios refugiados, que son los saharauis, llama mucho la atención. La gente no entiende que mi madre tiene DNI español, que mi abuelo cotizó a la Seguridad Social, que en los campamentos hay viudas que están cobrando su pensión porque estuvieron casadas con policías nacionales, con maestros, en la época de España. Tampoco entienden que hay mucha gente que venimos de una generación como la de mis padres que nacieron bajo bandera española. Hoy mismo me comentaba una compañera de mi edad que le sorprendió cuando dije que el Sáhara había sido la provincia 53 de España. Y claro, es que se ha querido borrar el Sáhara, no se llega a eso en las clases de Historia, si acaso a Franco y la Marcha Verde y se acabó el curso. Al final, por eso, hay un cierto borrado, no sé si intencionado o no, pero se quiere desterrar al olvido a este pueblo que forma parte de la historia de este país. 

¿Nos estamos endureciendo en España con tanto discurso de odio contra la inmigración, cuando siempre hemos tenido esos vínculos de solidaridad de los que hablas con el Sáhara?

Yo creo que hacen más ruido los que defienden ese discurso de odio que el resto. Estoy convencida de que en España es más la gente buena, que te acoge como hicieron con los saharauis y lo volvieron a demostrar con los ucranianos. Por mucho que el discurso del odio haga mucho ruido y es lo que más se escuche en esa crispación del discurso político tan enfrentado, yo misma cada vez que voy a Canarias a hacer una cobertura o hablar con gente de la crisis migratoria me encuentro con muchísima más gente solidaria. Pueden hacer más ruido, pero no son más que la gente buena.

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