Los diablos azules

La fascinante luz de la poesía

Ángeles Mora

Recogemos el prólogo de Ángeles Mora a La espalda de la violinista (Fundación José Manuel Lara, 2018), poemario de Teresa Gómez.

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IGenealogía de un sueño“La otra sentimentalidad”

Antes de detenernos en La espalda de la violinista, el muy singular y magnífico libro al que dedico este prólogo, me parece muy interesante tratar de evocar aquí, brevemente, a la Teresa Gómez que comenzó por escribir su primer libro: Plaza de abastos, dentro de aquella propuesta poética que se llamó “La otra sentimentalidad”. 

La conocí a principios de los años 80, en la Facultad de Filosofía y Letras, cuando ambas estudiábamos Filología Hispánica: hablábamos mucho de literatura, poesía, cine, música… y, junto con otros compañeros, tratábamos de comprender el pensamiento del profesor Juan Carlos Rodríguez a través del análisis de su libro Teoría e historia de la producción ideológica (Akal, 1974). En sus clases fuimos aprendiendo a leer los textos de otra manera, indagando en el inconsciente que los sostenía, los producía. También a no dar el yo por presupuesto, a pensar que somos producto de una determinada concepción histórica de las relaciones sociales, de una ideología que nos entra, desde que nacemos, por la misma piel: los sentimientos son históricos y por lo tanto se pueden cambiar, se puede ser y vivir de otra manera.

 

Eran tiempos de esperanza. En todo el país existía un aire de progresía que parecía fresco, aires de libertad, tras la dictadura. Eran los años de la Movida. Juan Carlos Rodríguez, desde el marxismo, decía que eso, aquella progresía sin sustancia, no nos llevaba a ningún sitio (y no se equivocó, por lo que estamos viendo y viviendo ahora). En ese momento nosotros teníamos otros sueños: por entonces en Granada se estaba fraguando La otra sentimentalidad, impulsada por Álvaro Salvador, Luis García Montero y Javier Egea, amigos y alumnos también de Juan Carlos Rodríguez. Era un intento de escribir una poesía materialista, donde poder analizar y poner al descubierto nuestras contradicciones. Se trataba de la necesidad de encontrar un lenguaje “otro” donde poder verdaderamente decir “yo soy”. Un intento de romper con ese inconsciente que nos domina, que aprendemos desde que tomamos la leche materna. Las mujeres lo intentamos desde nuestra particular condición, desde las circunstancias especiales de nuestro estar en el mundo. Nunca saldremos de la trampa ideológica en que vivimos si no rompemos las dicotomías que plantea la burguesía capitalista: privado/ público, razón/ sensibilidad. En ese sentido nosotras lo teníamos peor, porque siempre fuimos destinadas a lo privado y a la sensibilidad, frente a lo público y la razón, que eran del hombre. Pero el hecho es que si nos quedamos en el yo que nos construye el inconsciente de la familia, las relaciones sociales, etc., nunca –ni hombres ni mujeres— romperemos esta historia de explotación en la que vivimos.

Álvaro Salvador, Luis García Montero y Javier Egea, pues, fueron los que iniciaron aquella aventura, a la que Teresa Gómez y yo nos adherimos y, un poco más tarde, Inmaculada Mengíbar. También Antonio Jiménez Millán, desde Málaga, estaba en ello y poco a poco se fueron uniendo algunos más. Pero la aventura, en realidad, aunque nos dio mucha luz, nos hizo reflexionar y ahondar en nuestro mundo poético y en la interpretación de la sociedad en que vivimos y, particularmente a las mujeres nos dio fuerza para no sentirnos en un lugar subalterno, la aventura, digo, no duró mucho en los términos y la ambición que tuvo en un principio. No solo porque era difícil abrir ese nuevo camino, sino porque poco a poco La otra sentimentalidad se fue diluyendo en la llamada “Poesía de la experiencia” (que, por otra parte, también estaba en el fondo de nuestros procedimientos poéticos). Sin duda, en nuestro país, en aquellos tiempos, muchos poetas necesitaban una mirada nueva sobre el mundo, una escritura nueva, apartándose del culturalismo o el esencialismo, por eso fueron confluyendo como afluentes en ese río poético, en aquella propuesta atractiva que surgió en Granada, ensanchándola y arrastrándola de alguna manera.

A partir de entonces los y las poetas que nos habíamos enrolado en el barco de La otra sentimentalidad aparecimos, como por encanto, en la tripulación del gran trasatlántico que llevaba el nombre de “Poesía de la experiencia”. Pero en  realidad, creo que cada uno de los poetas que formamos parte de aquél núcleo granadino, siguió luego –como no podía ser de otro modo— su propio camino, según le dictó su conciencia del mundo y de la poesía.

Juan Carlos Rodríguez dedicó un importante prólogo, que precedía al libro Dichos y escritos (Sobre la otra sentimentalidad y otros textos fechados de poética) (Hiperión, 1999), a explicar aquella coyuntura histórica: lo que duró La otra sentimentalidad y cómo se fusionó con la “Poesía de la experiencia”. O en qué punto del camino se encontraron y cuáles eran sus coincidencias y diferencias. Quien quiera conocer a fondo las circunstancias de aquel “encuentro” puede acudir a este texto esclarecedor de quien ha sido considerado, de algún modo, “padre de la criatura”: "Partir de la subjetividad (a la vez que se la ponía en duda) fue, de hecho, la clave de la otra sentimentalidad y de gran parte del experiencialismo, al menos en sus orígenes: lo que vino después ya es otra historia, se dice en este prólogo".

II

Plaza de abastos

Plaza de abastos, el primer libro, como digo, de Teresa Gómez, era un libro muy atractivo, muy potente, que entraba sin duda en las propuestas de La otra sentimentalidad, pero que, incomprensiblemente, no se publicó en su momento y permanece aún inédito. Esto hoy puede resultar hasta simbólico. Habla de la poca trascendencia que en realidad tenía todavía por entonces el papel de las mujeres, secundario, incluso dentro de un proyecto de poesía materialista que pretendía superar las contradicciones burguesas. Quisimos ser compañeras de viaje y desde luego lo fuimos. Fuimos un grupo de amigos y amigas que queríamos escribir y luchar juntos. Pero como suele suceder (hoy las cosas empiezan a cambiar) las mujeres lo tuvimos más difícil. Teresa Gómez quizá no puso demasiado empeño en publicar o quizá intervinieron ciertas miserias de la vida cultural que se lo impidieron.

Recuerdo a aquella Teresa como un ser que vivía siempre en las nubes, aunque tuviera los pies bien puestos en la tierra… o al revés: que vivía en la tierra aunque tuviera los pies bien puestos en las nubes. Nunca he conocido a nadie que encarne tan bien a un cronopio de los que nos dibujó Cortázar. Por eso no es de extrañar que con ella ocurrieran cosas raras, como adquirir renombre por un libro que no se ha publicado y no porque no mereciera publicarse. Pero el hecho es que aquel libro alcanzó tanta expectación en la ciudad, que fue presentado en el Centro Artístico de Granada, y de la presentación, en 1986, se encargó Juan Carlos Rodríguez (es cierto que, previamente, en ese mismo año, Teresa había ganado el Premio de Poesía Joven, que convocó la revista Olvidos de Granada, por una serie de poemas, pertenecientes a su libro, publicados en dicha revista). La presentación fue un éxito de público y una noche de amistad. Más tarde se incluyó, como artículo, en Dichos y escritos (Sobre la otra sentimentalidad y otros textos fechados de poética), antes citado. Incluso el ya mítico programa radiofónico que llevaba el poeta Juan de Loxa (recientemente fallecido) y titulado Poesía 70 le dedicó una preciosa emisión. Nadie podía suponer entonces que el libro iba a permanecer inédito. Aunque una buena selección de sus poemas fueron recogidos más tarde en La otra sentimentalidad: estudio y antología (edición de Francisco J. Díaz de Castro, Fundación José Manuel Lara, 2003), sobre los que llamó la atención, por cierto, el crítico Miguel García Posada en la reseña que en su momento hizo de esta antología. Sin embargo, Plaza de abastos es un libro que hasta ahora ha circulado de mano en mano, como se divulgaban los manuscritos en el Siglo de Oro.

Por aquel entonces, mediados de los años 80, vivía Teresa en una casa de las que dan al Paseo de los Tristes, de esas que parecen colgadas sobre el río (por cierto, Paseo de los tristes fue el título de uno de los libros mejores y más conocidos de Javier Egea, un libro mítico hoy por hoy). Precisamente, de aquella época en que Teresa escribía Plaza de abastos es el poema "Subasta en mi ventana", que dio título a una pequeña antología de su libro publicada en Cuadernos del Vigía (Granada, 2000). Lo debió escribir delante de una ventana de aquella casa, asomada al río Darro. Comienza diciendo:

"Hoy/ que es uno de esos días/en que la voz del río no cesa de llamarme/ y el agua se adelanta/como si fuese el tiempo que no tengo,/ tampoco estás aquí./ Pero cruzan la calle caravanas de cuerpos/y no son como el tuyo/que me dejó en la boca la herida de la tarde...".

Creo que la poesía de Teresa nos deja "en la boca la herida de la tarde". Quizá porque es una poesía atravesada por esas tres heridas de que hablaba Miguel Hernández: la de la vida, la del amor, la de la muerte.

IIILa espalda de la violinista

La espalda de la violinista

Qué fascinante título. La autora nos ha dejado dicho algo muy importante, nos ha explicado su origen, de dónde viene este título:

Este libro nació en el auditorio Manuel de Falla de Granada, durante una interpretación del concierto para violín de Beethoven, cuando desde la sala B podía ver la espalda de Viktoria Mullova. Me impresionó absolutamente la danza de pequeños músculos de su espalda que intervenían para hacer posible un resultado sonoro que aparentaba fluir sin esfuerzo alguno, sin técnicas ni recursos, llegando directo al corazón. Este espectáculo desestabilizador y emocionante me llevó a pensar en los buenos poemas, esos que harían creer a los incautos que han sido dictados por la inspiración, tal cual, habiéndose el poeta limitado a transcribir. Supe que había encontrado el título para mi libro, dado que trabajo mis poemas sin descanso en busca de la simplicidad. Todo debe hacerse lo más simple posible, pero no más sencillo dijo Albert Einstein y creo que también vale para la poesía.

Lleva razón la autora: qué difícil resulta buscar la simplicidad en poesía, trabajar el poema para que resulte fluido, transparente, lúcido, insinuante, que diga incluso en sus silencios (como la música, por otra parte). Lo que no significa que no nos muestre al mismo tiempo la complejidad que arrastra. Los múltiples sentidos que nos ofrece. Desde las dos citas iniciales, estamos viendo lo que nos quiere contar y cantar este libro: la realidad que nos duele, que nos preocupa, que nos mancha. En el umbral del libro nos da las claves que lo iluminan: “Pero aquel que comprende,/ desconoce el sosiego” (Ángela Figuera Aymerich) y “Toda la realidad me mira como un girasol con/ su rostro en medio” (Alberto Caeiro).

Es Teresa Gómez muy amante de la música y también, cómo no, de la música del poema. Eso la ha caracterizado siempre. Pero, además, este libro, ya desde el título, La espalda de la violinista, nos sitúa en el ámbito especial de un concierto donde se conjugan música y palabra. Música y palabra que caminan al paso conjunto de una singular Sinfonía compuesta por un Preludio y tres Movimientos por los que discurre el río, más rápido o pausado, de sus poemas. Esto, inevitablemente, nos hará recordar el modo de proceder poético del desgraciadamente desaparecido (y citado un poco más arriba) Javier Egea, uno de sus grandes amigos y maestros.

Comienza, pues, el libro con un Preludio que alberga un largo y emblemático poema titulado “Licor y chocolate”, dedicado “A Isabel”, que lleva la tan conocida como trágica y maravillosa cita de Cesare Pavese: “Verrà la morte e avrà tuoi occhi”. Es un magnífico poema que nos habla del dolor. Un largo lamento de violín, con todos los músculos de la violinista/poeta en movimiento. El violín levanta en sus notas el dolor de la vida y el dolor de la muerte. El dolor de la amistad que no puede detener el tiempo, que no puede dejar de llegar tarde. El dolor de tener que vivir con la muerte en medio, de no habernos tomado a tiempo ese licor y chocolate que es la felicidad de encontrarnos, la felicidad de compartir la vida antes de que la muerte nos enseñe sus ojos, que son los nuestros, los de la pérdida, los que no pueden detener “minutos/ y segundos/ en la cuchilla azul/ de la luna creciente”. Cuántas cosas en nuestra vida se nos escapan, cuando podría ser tan sencillo (¿podría ser tan sencillo?) de haberlo sabido, llegar antes, darle un portazo a la soledad y a la muerte. Este Preludio/elegía se nos pierde “por la escarpada línea quebradiza/ de un destino de cerros y de islas”. Ese parece ser nuestro destino.

“Allegro con spirito”, el segundo movimiento de esta peculiar sinfonía, reúne la parte central, el núcleo del libro, y está compuesto por tres largos poemas y una última parte que acoge una serie de poemas más breves. Los tres mayores (“Palabras en la piel”, “Tu silencio” y “La noche”) están divididos cada uno en varias partes. Son poemas que buscan crear un lugar de encuentro con el otro, que significa también, sin duda, el encuentro con uno mismo. La última parte de este movimiento se titula “Sí”, y la componen, como ha quedado dicho, una serie de poemas más breves y concentrados, con una intensidad controlada, que se plasma al final en un verso que suele ser contundente, redondo, recogiendo el sentido total.

“Palabras en la piel”, dividido a su vez en nueve partes, es un poema imprescindible, luminoso como un faro que se expande sobre el libro. Ya lo dijo Paul Valéry: "Lo más profundo que hay en el hombre es la piel". Y, desde entonces, no cesa de repetirse. Pero Teresa Gómez no nos habla sólo desde la piel. Sencillamente pone sobre la piel del amado, sobre la piel del poema, palabras significativas, fuertes, que construyan amor, que pronuncien mañana, palabras “para cruzar el puente inexpugnable de la vida”. Ya desde el comienzo: “Palabras silencio para descansar/ palabras barco que navegan mis sueños” […]/ Entrégame palabras […] Acércame tu boca a la esperanza”. O así comienza la sexta parte de este poema: “Apostada en la luna/ de un espejo sin nadie/ desde la soledad donde te escribo…”. La última y novena parte está dedicada al desaparecido poeta Javier Jurado (“Aquí tengo tu ausencia/ quemándome las plazas y los bares”).

En este libro reposado, porque va, paso a paso, ahondando en la realidad, que no es real hasta que la vamos creando con nuestro caminar, con nuestras palabras y nuestras decisiones. Esta realidad que no nos precede sino que la construimos al mismo tiempo que ella nos construye a nosotros. En este libro reposado, decía, cada poema se toma su tiempo (su “tempo”, deberíamos llamarlo quizá, más musicalmente). Otro poema muy significativo y revelador es “Tu silencio”, en cuatro partes (“Y  no están tus palabras/ acercándome redes”). Poemas en los que se mezclan nuestras contradicciones, nuestro dolor y nuestra esperanza. Pero muy personales, muy de esta autora y su voz peculiar.

Porque a pesar de utilizar en su poesía la lengua común, de todos los días, el poema se condensa, se concentra en imágenes vivas y sorprendentes, pues lo que más llama la atención en la poesía de Teresa Gómez es la originalidad de sus metáforas e imágenes, sujetas siempre al hilo y la intención profunda del discurso, que va cobrando así toda la fuerza de la mejor poesía. Un poema puede resbalar, puede apenas rozar esa tierra de nadie detrás de la que nos parapetamos para verlo pasar sin que nos dañe... pero también puede inundarnos, sorprendernos y arrastrarnos con él hasta hacernos sentir diferentes.

Los poemas más breves de la parte titulada “Si…” son hermosos y poderosos poemas, como el que la inicia (“Si tu lengua en mis pechos desatara/ una corriente oscura de deseo”), “Plata en el horizonte”, “Pero no te he querido”, “Cinco minutos nada menos”, por señalar algunos. Todos, como digo, mantienen intensidad y altura, pero no puedo dejar de destacar el titulado “Círculo cromático”: genial poema (“Quizá cuando dijiste azul/ quisiste decir tiempo,/y por eso me apremian/ tu destino y tu urgencia”) que podría en principio parecer un juego, pero que es una maravilla, que pone en relación un abanico de colores simbólicos en torno a los diferentes estadios o momentos enraizados en nuestra vida (palabras como “tiempo”, “frío”, “guerra”, “miedo”, “fin”), relación que nos va llevando poco a poco a algo así como una desolación total, ese desamparo que acaba hasta con la última esperanza (o la última soberbia) que nos expulsa del Paraíso: “O dijiste amarillo/ queriendo decir Dios,// y por eso me niegas”.

Tampoco puedo dejar de mencionar “El sueño de la luciérnaga (Poética)”, poema que cierra el libro. Hasta este momento Teresa Gómez no nos ha querido hablar de su “Poética”: “Todo lo que es oscuro/ lo dejas ante mí con la exigencia/de que ponga palabras”. Como decía antes, la poética de Teresa Gómez tiene un claro objetivo: su poesía no pretende más, pero tampoco menos, que “poner palabras” que arrojen luz en la oscuridad de nuestra vida, buscar a través de la palabra el sentido de la vida, la nuestra,  la realidad que nos duele, que nos preocupa, que nos mancha. Porque el tiempo es un perro que lame nuestros recuerdos. “Porque invento la lluvia/ para ti”.

Es lo que ocurre con esta poesía que nos lleva a su terreno: el de los sentimientos, la emoción, pero siempre en busca del conocimiento, de la razón. Pues solo desde ese lugar  podremos cambiar, luchar por un mundo mejor. La poesía de Teresa Gómez nos hace reflexionar y al mismo tiempo  despeñarnos con ella, con sus versos que saben despertarnos, que saben iluminarnos como las luciérnagas que brillan en la noche. Reflexionar con el amor en medio, con el cuerpo en medio o su ausencia, para preguntarnos por nuestra vida, por la vida. O para dudar de nosotros mismos o dejarnos desarmados: “mi soledad se cierra como un libro”.

No quiero terminar este prólogo sin hablar del título que acoge a estos poemas: La espalda de la violinista, de la capacidad de evocación e interpretaciones que puede sugerirnos (aparte de que, como ya he dicho, tenemos el privilegio de conocer por qué Teresa Gómez lo eligió). Pero ya sabemos que la literatura, y la poesía en particular, no tiene un sentido unívoco, que las imágenes poéticas nos llevan a distintos lugares de significación y esa riqueza es uno de sus mayores valores y lo que le abre a cada lector las puertas de su propio mundo. Creo que este título admite otra interpretación que no me voy a privar de hacer. Sí, creo que este bellísimo y tan sugerente título nos puede traer a la mente otras imágenes. Al menos a mí me ha resultado inevitable recordar su relación con la famosísima fotografía de Man Ray: El violín de Ingres (1924), que hace a su vez referencia a la afición del pintor francés Ingres por tocar el violín. La foto representa a una mujer de espaldas que gracias a sus curvas evoca a un violín. Una mujer además a la que se le ha pintado con tinta china en la espalda dos oídos en forma de “f”. Al igual que esta fotografía surrealista nos puede hablar de sensualidad, de sexualidad, de yuxtaposición de personalidades… este título nos deja expectantes. Desde luego, de entrada nos sumerge en la ambigüedad y en la belleza que vamos a disfrutar sin duda cuando abramos el libro, cuando leamos, por ejemplo, “Licor y chocolate”, el “Preludio”, el preámbulo de todo lo demás…

Y, volviendo a recordar a Cortázar, como hicimos antes, imaginemos que sorprendiera a Sherlock Holmes tocando el violín y le preguntara en nuestro nombre: Señor, “¿encontraría a La Maga?”, que es —como saben— el comienzo de Rayuela.  Sherlock, imperturbable, se hubiera vuelto hacia nosotros y habría musitado con el violín en la mano: la Maga está ahí.

La Maga está ahí, aquí, en este libro lleno de senderos que se bifurcan.

*Ángeles Mora es poeta, Premio Nacional de Poesía por Ángeles MoraFicciones para una autobiografía (Bartleby, 2015). 

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