Lo político de la filosofía

Jordi Gonzàlez Parra

Alain Badiou: lo político y la política

Jordi Riba

Colección Pensamiento político posfundacional — Editorial Gedisa (2021)

Alain Badiou: lo político y la política es un libro de filosofía que publica la editorial Gedisa en su acertada colección Pensamiento político posfundacional. Esta frase inicial requiere de una explicación si queremos que signifique algo más que una obviedad. Que el libro que se reseña es de filosofía es la obviedad; el algo más es que no se usa el concepto “filosofía”, o no solo, para significar una distinción categorial dentro de las ciencias sociales. El recorrido que Jordi Riba hace por la obra de Alain Badiou es, si quieren, historia de la filosofía, pero también, y sobre todo, una invitación al pensamiento, casi un empujón.

Es cierto que es fácil conseguir eso si se trata de Badiou, pero también que el filósofo francés es un autor difícil, como nos recuerda el propio Riba en varios lugares, y que para alcanzar su apoyo se requiere, a su vez, un apoyo previo sin el cual el francés seguiría en la lejanía quizá para siempre. Esto hace Jordi Riba y, seguramente, el resto de “acercadores” que forman la colección de Gedisa. Así que este pequeño libro es una invitación a pensar para aquellos que como yo forman parte de los sin parte en la casa de la filosofía y también una invitación, casi una apertura de puerta, para entender el acontecimiento Alain Badiou, y quién sabe si fruto de la fidelidad, atesorar un pensamiento propio sobre la política, sobre lo político, sobre la democracia, sobre la vida en común, sobre la unánime circunstancia que nos perfila y nos limita.

El libro se abre con un texto de la directora de la colección, Laura Llevadot, que es una presentación y también una declaración, una toma de posición que lleva por título Lo imposible, o me ahogo, fórmula, nos recuerda, Deleuziana. En realidad, este pequeño texto es una síntesis de lo que, también de manera extraordinariamente breve, vendrá después, y hay que agradecer a su autora que nos diga de dónde viene lo que nos va a decir, y viene de un antiBadiouismo que había certificado grado de verdad en cada una de las lecturas insidiosas que hizo este de Deleuze, más cuando Deleuze ya se estaba yendo. De ahí el valor que tiene el resto de su texto, que dándonos unas breves pinceladas de la también breve exposición de Jordi Riba nos empuja, como Badiou, como Riba, a filosofar y a pensar en todo esto que nos rodea y cómo hacer para que esto que nos rodea no sea asfixiante o, lo que es lo mismo, cómo hacer para conseguir respirar mejor. “Lo imposible, o la muerte” es también una puerta, y aunque Llevadot no tuviera esto en su mente cuando lo escribió, ahí está, y sólo quién la abra sabrá adónde lleva. 

Alain Badiou, nos dice Jordi Riba en la introducción, considera que no hemos llegado ni estamos, por lo tanto, en el fin de la filosofía, porque, entre otras cosas, eso implicaría que también habríamos llegado y estaríamos en el fin de la humanidad, ya que para Badiou el animal que somos se humaniza al compás de la filosofía, y si ésta no está, tampoco lo está la humanidad de ese ser animal.

Les hablé de este breve, brevísimo libro, como un empujón a pensar –disculpen que insista, y que lo siga haciendo hasta el final, en la brevedad de la obra, pero en los tiempos en los que apenas hay tiempo para nada se agradece la brevedad cuando se busca, no la especialización, sino una aproximación—, y ¿cómo no darle vueltas a esa relación íntima o, mejor, a esa unidad entre filosofía y ser humano? Viene Platón, claro, pero vienen muchos otros y, sobretodo viene la pausa y la pregunta que uno se hace y para la cual no busca el apoyo de todos los que hay, que siempre son demasiados: ¿Somos lo que somos porque buscamos un por qué a eso que somos y a todo eso que siendo lo que somos nombramos como nombramos? ¿Somos lo que somos porque no sabemos, pero queremos saber, qué somos? ¿No es eso Sócrates siendo fiel al acontecimiento por el que le habla el oráculo?

Riba con Badiou, o Badiou con Riba, nos dice que la filosofía ha sobrevivido a la defunción de los grandes relatos, a todos los sostenes legitimadores, a todos los jalones fundacionales, relatos que ella, en cierta manera, construyó y que su propia ansia de interrogación liquidó, y ha sobrevivido porque no es, con Withehead, notas a pie de página de la obra de Platón. La búsqueda del por qué, y del cómo, y del para qué, y del hacia dónde, las preguntas que nos decían nuestros adorables profesores de filosofía cuando no sabíamos nada de nada, “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?”, preguntas que parece han pasado de moda pero que, piénsenlo un segundo, son de las que nunca hemos salido, máxime cuando nos quedamos sin cimientos de certeza, son las que pretende, y puede que consiga, responder Alain Badiou.

La idea es realmente estimulante para aquel que se acerca a la filosofía buscando algo más que su historia, porque Badiou, tal y como Riba nos muestra, parte del momento acabado de la filosofía para empezar de nuevo, y para ello se valdrá de la hipótesis, que es el riesgo en el pensamiento. La naturaleza de la filosofía es dar un paso más dentro de un problema que existe desde siempre, y se opone a un discurso con poder de seducción de lo establecido, un discurso de la desigualdad. La filosofía, dice Badiou, defiende la igualdad y para él todo lo que va en contra de la igualdad es contrario, también, a la verdad. Y de ahí la relevancia que en su pensamiento tiene el concepto de “acontecimiento”.

De hecho, el programa central de su filosofía será la reconstrucción de la categoría de verdad y de la categoría de sujeto a través de la doctrina del acontecimiento: toda verdad es nueva, toda verdad es universal y toda verdad constituye a su sujeto. Estas características de la verdad, que sea nueva, universal y constitutiva de un sujeto, elimina cualquier atisbo de rescatar a la filosofía de su estancia en el posfundacionalismo hacia otras fuentes de legitimación igualmente paralizadoras, aunque de manera mucho más sofisticada. Que la verdad sea como dice Badiou que es implica, primero, que hay verdad, segundo, que hay verdades por venir y, tercero, que esas verdades son un descubrimiento, aunque es más acertado hablar de invento, del sujeto que aparece siéndole fiel. Esto es lo que Riba nos va a explicar hasta el final. 

Cuatro son las condiciones desde las cuáles se produce el filosofar, que posibilitan una perspectiva de lo real y una apertura a lo posible: la política, la ciencia, el arte y el amor, que están siendo sustituidas por unos sucedáneos que barran el camino, como son la gestión, la técnica, la cultura y el sexo. Lo constitutivo de la filosofía es la continuidad entre el acontecimiento y su posterior devenir mediante la fidelidad, la vinculación del sujeto con el acontecimiento y con la verdad.

El ser, lo que hay en el mundo, y el acontecimiento, lo que rompe ese haber en el mundo, abre la ocasión para la intervención de un sujeto que lleve el acontecimiento hasta sus últimas consecuencias generando una verdad, porque únicamente la fidelidad al acontecimiento produce, simultáneamente, un sujeto y una verdad.

La historia de la humanidad, aventurando una consecuencia lógica de lo antedicho, se inició con un acontecimiento y un relato fiel constitutivo de un sujeto, y continúa con los acontecimientos y las fidelidades que le han seguido, y de los que vendrán. Y la verdad eterna y universal que comportan hace que esa historia no sea lineal, fruto de la tendencia, sino que, a veces, salta a otra línea.

Badiou rechaza la filosofía política, y para hacerlo escoge la figura de Hannah Arendt, para quien la política es el ejercicio del libre juicio en un espacio público donde cuentan solo las opiniones.

Badiou objeta una serie de razones, entre ellas que la pluralidad del ser debe ser contemplada en la singularidad de cada una de las pluralidades que se pueden derivar, y que la complejidad del ciclo explica la existencia de juicios políticos, que son juicios de verdad, y no solo de opinión. Además, el sujeto de esos juicios está constituido por el propio proceso, y no está situado detrás del sentido común arendtiano. Así, la esencia de la política no es la pluralidad de opiniones, sino la prescripción de una posibilidad que rompa con lo que hay y que se proyecte hacia lo imposible. Es decir, un salto de línea.

En El ser y el acontecimiento, Badiou sostiene, en relación a esto, que hay muchas verdades eternas, que son el resultado de un acontecimiento indecible y una fidelidad de los sujetos. Por eso la historia no es un seguir tendencia, porque el acontecimiento no está hasta que está, y esto que parece una frase casi testamentaria o cuántica, no excluye múltiples potenciales acontecimientos, solo que para que el acontecimiento lo sea requiere la fidelidad de un sujeto que se constituya ante él, y eso si está reservado a escasos aconteceres.

Riba considera que dos tesis constituyen la filosofía de Badiou, una de ellas muy útil para dedicarse a lo que él hace. Para Badiou las matemáticas son la ontología y, por lo tanto, es el matemático, aunque lo desconozca, el encargado de pensar el ser en cuanto que ser y, de esta manera, el filósofo puede pensar la excepción, el acontecimiento.

La segunda tesis: toda verdad es posterior al acontecimiento. Y los cuatros campos de pensamiento donde se pueden producir acontecimientos son, como se ha dicho antes, arte, ciencia, política y amor. Ahora bien, el acontecimiento, que es nuevo y aberrante a las leyes del ser, siempre puede ser negado por el que solo cree en los hechos. Son muy aclaradores los ejemplos que nos da Riba, por si todavía el lector sigue perplejo, confundido, inquieto, perdido, cosa nada excepcional tratándose de Badiou: ¿hay revolución, o solo desorden? ¿Hay amor, o solo escarceo? Dependerá de si alguien se rinde fielmente ante ese hecho y lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Por eso, nos dice Badiou, el ser frágil del acontecimiento tiene una huella que solo un discurso militante y no académico puede prolongar.

Así, el sujeto es el nombre de las operaciones fieles a un rastro de acontecimiento, una apuesta por su existencia y decidir extraer sus consecuencias. Por eso se nos ha dicho previamente que el sujeto lo constituye el acontecimiento, y no al revés. La clave, por lo tanto, es la invención de una fidelidad a lo que, tal vez, ha ocurrido para producir parcialmente una verdad cuyo ser es en cuanto a él siempre infinito.

En su libro Logiques des mondes se plantea dos objetivos. El primero de ellos es construir una teoría de la apariencia. ¿Cómo puede aparecer un mundo consistente de ese ser que es multiplicidad pura e inconsistente? Para ello es necesaria una lógica capaz de capturar los innumerables modos de aparentar ser posible y vincularlo con las cosas visibles, esto es, una lógica matemática, la teoría de las categorías.

El segundo objetivo es oponerse a lo que llama “materialismo democrático”, tesis que afirma que solo hay cuerpos y lenguajes, que no hay una verdad que pueda cruzar la particularidad de una época. Badiou dice que “hay que volver de la muerte” y formula el “materialismo dialéctico”, que afirma que además de cuerpos y lenguajes, hay verdades, que siempre exceden la existencia perecedera de los materiales por los que se muestra. Recuerden el salto de línea que toma la humanidad en su historia cuando se es fiel a un acontecimiento.

Badiou afirma que el filósofo tiene el imperativo de analizar críticamente la democracia, emblema contemporáneo que organiza el consenso, prohibido cuestionarla y, por lo mismo, imperativo del filósofo hacerlo. Aquí sigue a su maestro, Platón, quien ya afirmaba que el mundo democrático no es realmente un mundo por las grandes ausencias que en él se encuentran, a saber, la mayor parte del mundo no es democrático, y que el sujeto democrático es egoísta y, por lo mismo, no puede erigir una vida colectiva.

Comienza cuestionando su uso filosófico: si la democracia es una forma de estado, una forma particular del ejercicio de la soberanía, y si la soberanía y el poder pertenecen al demos, como afirma la filosofía clásica, entonces el uso filosófico de democracia implica su desaparición y la desaparición del estado. Por lo mismo, la democracia sólo puede ser una categoría de la filosofía si designa otra cosa que una forma de estado, que sea una prescripción política no programática. La política como espacio autodeterminado de emancipación, desligado de las figuras del consenso del estado.

Esto supone el problema de conjugar la individualidad del gobierno con la generalidad del pueblo, que es lo que hace Rousseau. Pero Badiou considera que la democracia surge, precisamente, de esa incompatibilidad del gobierno y el pueblo, y la política acepta la vía democrática para salvar dicha incompatibilidad. Él hace un ejercicio de superar la democracia para defender, filosóficamente, el comunismo, que es la manera de rescatar una democracia secuestrada por el capitalismo, donde hay sumisión del modelo político al económico, y por eso dirá que el comunismo es la única idea capaz de alcanzar la emancipación.

Es inevitable, o al menos lo ha sido para mí, acabar de leer el libro y no detenerse un momento con ese sentir el comunismo como la manera de rescatar una democracia secuestrada por el capitalismo. ¿Está la democracia secuestrada por el capitalismo? ¿No es el capitalismo un acontecimiento político, creador de un sujeto que muestra su fidelidad a través del consumismo? ¿No aproxima el capitalismo a la igualdad? Parece que hay un unánime “no” como respuesta a esta última pregunta, aunque alguien podría alegar la igualdad de oportunidades para negar la respuesta negativa. ¿Pero esa igualdad de oportunidades se corresponderá alguna vez con oportunidades iguales para todos en el capitalismo?  

Sacar tiempo para quienes sufren

Hay que pensar, hay que seguir pensando, y este pequeño y breve libro es una perfecta ocasión para aprender a hacerlo, o hacerlo mejor, si antes ya lo hacían.

 

Jordi Gonzàlez Parra.

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