Raíces de plástico

De las cosas pálidas - Alberto Santamaría

La Bella Varsovia (Barcelona, 2025)

Guiado por la divisa “estar es todo” —fragmento de un verso de Gil-Albert que, con algunas variaciones, proporciona el corolario de diversos poemas—, De las cosas pálidas se concibe como un inventario de presencias efímeras y recuerdos fragmentarios. La actitud de Alberto Santamaría, más cercana a la del taxidermista que a la del poeta con mallas, ofrece aquí un “bodegón de cosas perdidas”, según se lee en la contracubierta. En esta sucesión de naturalezas muertas sin título hallamos varias constantes en la escritura del autor: la pormenorizada descripción de ruinas industriales —al tiempo paisaje anímico de la infancia y emblema del tardocapitalismo—, la alienación de la naturaleza, la travesía por toda suerte de no lugares, el apunte metarreferencial o el equilibrio entre pensamiento y observación.

Desde los primeros compases, el 'yo lírico' se presenta como un homo viator, un caminante sin camino que va pautando las cláusulas versales al ritmo andariego de sus pasos. De hecho, a pesar de la deliberada omisión de las marcas espaciotemporales, en las páginas se respira la atmósfera urbana de una pequeña ciudad que todavía no ha sucumbido a la tentación de erigirse en megalópolis. Así, si en el primer poema nos da la bienvenida “la tensión nerviosa / del pladur”, en el segundo escuchamos un idioma “hecho de surcos / y rastrojos” mientras asistimos al despliegue de una serie de ritos cotidianos, como la compra en el supermercado o la visita del cartero.

La mezcla entre lo elevado y lo prosaico es otro de los rasgos de un discurso en el que tienen cabida el reflejo convexo de la intimidad doméstica (“mientras mi hija / a mi lado / hace ranitas de papel”) y la otredad especular (el “marciano mío” en el que se desdobla el sujeto), pero también las “raíces / de plástico” de un paisaje postapocalíptico. No en vano, el arte de Santamaría consiste en elevar a la categoría de acontecimiento cualquier suceso trivial, ya sea la súbita aparición de unas ciruelas en la nevera —una fruta que remite sospechosamente a la que devoró William Carlos Williams en This is just to say—, ya sea el cuadro cinegético del bar de una estación de autobuses, al que se va adhiriendo una inexorable pátina de grasa.

Aunque los objetos protagonizan numerosas secuencias, se aprecia una mirada que organiza la contemplación y una voz que enhebra digresiones irónicas o mordaces acerca del paisanaje: véanse la oda a un río Tormes poblado no por nemorosas ninfas, sino por los skaters de un parque vecino, o un poema ubicado en Alba de Tormes cuyo comienzo es casi una greguería de paisano (“Confundiste a una monja / con una sombrilla”). Pese a esa voluntad de romper las expectativas del lector, Santamaría tampoco ejerce de contumaz humorista: incluso los ocasionales toques kitsch, como la evocación de una toalla de Naranjito en una playa de la niñez, se subordinan a una arqueología emotiva que simboliza “la miseria iluminada” de la existencia.

De las cosas pálidas se rige por el deseo de descubrir lo que de verdad oculta eso que llamamos realidad; lo que se esconde bajo la peluca de las cosas o la piel de los cacahuetes, por emplear dos imágenes recurrentes en el autor. De ello da prueba el poema que equipara la labor creativa con la actividad de limpiar pescado. Después de la precisa sutura y la retirada de las espinas, la materia prima se habrá transformado hasta hacerse irreconocible: “cuando la imaginación / ha terminado con los restos // el poema no guarda ya / ningún parecido / con la realidad”. Esos apuntes metadiscursivos diseminados aquí y allá se acomodan a la estructura de un libro anfibio e invertebrado en el que, a pesar de su división externa en tres partes, se advierte una continuidad en tono y temas.

Posibilidad de la ternura

Ver más

La inserción de síncopas, retracciones e interferencias  —que nos invita a desautomatizar la lectura y a perder el hilo— otorga un ritmo particular tanto a aquellas composiciones grumosas, que se adensan hasta el poema en prosa, como a los versos breves y entrecortados que reproducen la cadencia del pensamiento. Asimismo, la originalidad irredenta de este libro no es incompatible con el guiño cómplice a poetas que forman parte del santoral de la tradición hispánica, como Ángel González (“nos mira de reojo / sin esperanza / sin convencimiento”) o Antonio Gamoneda (“otro blues castellano”).  

La estética poligonera de Pequeños círculos (2009), la pincelada reflexiva de Interior metafísico con galletas (2012), el 'road trip' de Yo, chatarra, etcétera (2015) y el trazo leve de Lo superfluo y otros poemas (2020) convergen en una entrega que no se conforma con ser una colección de grandes éxitos, sino que aporta un nuevo latido a una de las cosmovisiones más singulares de la poesía española contemporánea. 

* Luis Bagué Quílez es escritor y crítico literario.

De las cosas pálidas - Alberto Santamaría