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Luchas minoritarias, relatos mayoritarios

Lise Wajeman (Mediapart)

Una enfermedad misteriosa se cierne sobre el mundo: todas las mujeres que se duermen se encuentran envueltas en una especie de crisálida. Si un hombre intenta despertar a una de ellas, se transforma en furia y le liquida. ¿Qué va a ser de las mujeres, y qué van a hacer los hombres?

Un fenómeno misterioso se extiende por el mundo: las mujeres descubren que guardan un poder en sus manos. Pueden generar electricidad y herir, o matar, a los hombres, reducidos al rango de "sexo débil". ¿Qué van a hacer las mujeres, y qué va a ser de los hombres?

Stephen King, el autor de best-sellers fantásticos y de terror, y Owen King, su hijo, nos cuentan la historias de estas bellas durmientes en Sleeping beauties, publicado en 2017 en inglés y que acaba de editarse en España por el sello Plaza & Janés. El pasado verano lo hizo The power(Roca Editorial), de Naomi Alderman, que imagina ese mundo en el que las mujeres podrían dominar el mundo gracias a un nuevo don, y que se ha convertido esta temporada en un discreto éxito del boca-oreja. 

Los editores celebran a su manera el éxito del movimiento #MeToo y el 8M: han hecho traducir una serie de libros que se inclinan, con los medios de la literatura fantástica o del terror, hacia la condición femenina. En Sweetpea, de C. J. SkuseSweetpea, por el que ya luchan los sellos españoles, la excéntrica Rhiannon, avatar trash de Bridget Jones, obsesionada con su peso, humillada en sus funciones de asistente editorial, se revela como una temible asesina en serie: ¡pobre de aquel que piense poder con ella sin asestar un solo golpe!

 

Evidentemente, la literatura feminista no ha esperado a este año para avivar su fuego. De hecho, en España Sexto Piso reedita algunos de los textos de la extraña Angela Carter, como La cámara sangrienta o sus cuentos completos (en Quemar las naves): escritos hacia los setenta, cuentan violentas historias de mujeres, tomando la crueldad de los cuentos de hadas o la perversidad de lo fantástico. 

Pero algunos rasgos específicos caracterizan esta acumulación reciente de historias que reivindican el poder de las mujeres. Primero, la explosión de estas publicaciones hace manifiesto un fenómeno de masas. No se trata solo de golpes editoriales. Estos libros aparecieron en Estados Unidos o en Reino Unido antes del caso Weinstein, antes de las reivindicaciones virales del otoño de 2017. Y son best-sellers, o aspiran a serlo. 

Están de hecho escritos por autores que no son necesariamente designados como feministas —incluso si nunca han sido misteriosos con sus convicciones políticas—. Stephen King ya ha contado historias de venganzas de mujeres, tomó partido, en La milla verde, contra la pena de muerte, o en Guns (no traducido), contra la circulación de armas de fuego, aunque se ha conocido ante todo por sus historias de terror (El resplandor, It, etc.). Si Naomi Alderman hizo su debut literario con Disobedience (no traducido al castellano), alrededor de la hija lesbiana de un rabino londinense, novela que le valió algunos premios, The power busca el éxito popular más que el reconocimiento de las instituciones culturales. 

Hay ahí un manifiesto punto de giro, comparable al que acaba de producirse con el éxito de Black Panther (2018), la película de superhéroes que se desarrolla en un país africano imaginario (sobre el que el filme vehicula sus propios fantasmas). Hollywood había olvidado, desde la época de la Blaxploitation (o utilización del cine negro con fines comerciales), que el cine podía interesarse de manera privilegiada en los afroamericanos y ser a la vez un éxito comercial. Por supuesto, el cine o la literatura de masas no han esperado al siglo XXI para hacer oír las reivindicaciones de las minorías políticas. 

La novedad es, quizás, que las luchas por la igualdad de derechos no sean ya asumidas solo por los géneros dedicados a las historias lacrimógenas (la epopeya esperanzadora, el dramaedificante), sino que sean tomadas por un cine o una literatura llamada "de género" (fantástico, etc.), es decir, por una cultura caracterizada en principio como marginal pero convertida hoy en mainstreammainstream. ¿Para cuándo el superhéroe gay en una película que no sea paródica? Ahí está la paradoja: el reconocimiento y la defensa de las luchas minoritarias no necesitan ya ser investidas por nobles ficciones, sino que pasa por su entrada en géneros menores hoy convertidos en mayores. 

Géneros menores para un problema mayor

La segunda característica de los últimos libros de King, Alderman o Skuse es precisamente su pertenencia a géneros "pequeños", lo que les permite rendir cuentas de las relaciones de poder de manera más concreta. Es cierto, no tienen miedo del gran público (todo el mundo se siente interpelado tanto por The power como por Bellas durmientes), pero es justamente una manera de ser modesto, de mostrar sucesos masivos, fácilmente comprensibles, sin extrapolar sobre sus causas. El feminismo que exudan estos relatos no se presenta bajo la forma de convicciones teóricas elaboradas, es una pragmática poco gloriosa pero terriblemente eficaz. 

En The power, la dominación ejercida por las mujeres puede parecer incongruente, artificial, hasta el momento en que el lector se da cuenta de que es el estricto reverso de relaciones que nos resultan muy familiares: como cuando un personaje (que lleva, irónicamente, el nombre de la autora...) naturaliza la agresividad de las mujeres explicando que es inevitable, mientras que las sociedades patriarcales son pacíficas; o cuando un hombre manifiesta sus dudas, su falta de seguridad, pidiendo el aval de una amiga mujer a propósito de su texto (que no es otro que la novela que leemos). 

 

La novela sigue la misma estrategia que Rebecca Solnit, cuyas crónicas han sido publicadas por Capitán Swing bajo el título de Los hombres me explican cosas. Una buena anécdota, bien contada, gana por su poder de convicción: Solnit cuenta cómo, durante una fiesta en una mansión chic en Aspen, se convierte en el objeto de la amable atención de su anfitrión, que emprende la tarea de explicarle un libro del que Solnit es autora (el famoso mansplaining). 

Es la parte "manual práctico" de estos textos —un género que florece también en otras cuestiones de actualidad—. Estamos lejos de la literatura comprometida, y más cerca de los tratados de autoayuda, como si estas novelas de emancipación hubieran avalado las técnicas del automanagement, algo a lo que no le falta chicha. 

Ciertamente, estos relatos están regados de un feminismo que reivindica ser poco elaborado, no siempre coherente, un feminismo que derriba estatuas, parecido al de Roxane Gay (publicada en Capitán Swing), negra, bisexual, que se presenta como bad feminist: "Soy una mala feminista porque no quiero que se me ponga nunca sobre un Pedestal Feminista. De la gente a la que se pone en un pedestal se espera que mantenga una pose perfecta. Y cuando la cagan, se les derriba. Yo la cago regularmente. Consideren que ya me han derribado". 

La tercera característica chocante —es la palabra— de estos títulos, es su pertenencia a géneros —gore, fantástico— propicios al florecimiento de la violencia. Una violencia que puede revelarse en ocasiones como francamente divertida, pero una violencia cruda de todas formas. Bellas durmientes abunda en escenas de sangre, entre ellas la muerte de un mujeriego que no debería haber intentado abrir la crisálida de su vieja madre: "Magda Dubcek estaba a horcajadas sobre el cadáver de su hijo. Había acabado con él plantando sobre su cuello un trozo del bol del robot de cocina manchado de la mezcla verde y, para no dejar nada al azar, había hundido otro en su oreja, empujándolo hacia el interior del canal auditivo hasta que penetrara en el cerebro". 

Esta violencia tiene una evidente vocación de advertencia, como cuando asistimos, en The power, a una escena de violación cometida sobre un hombre por una soldado, con la complicidad de sus compañeras: la escena es aterradora. Que el crimen sea perpetrado por una mujer le da suficiente irrealidad como para que sea legible, y suficiente realidad como para hacer sentir la abominación de la violación. 

Los límites del género

Pero esta violencia es particular, ya que está cometida por aquellas que, en la vida real, no están en posición de dominación. En Defenderse (no traducido al español), la filósofa Elsa Dorlin analiza una de las primeras novelas de este tipo, Dirty weekend, de Helen Zahavi, cuya heroína es el ancestro de la asesina en serie de Skuse. La novela suscitó el escándalo con su publicación, en 1991, más todavía que Fóllame, de Virginie Despentes (1993): Dorlin cuenta que el libro fue objeto de una demanda de prohibición de publicación y difusión en el Parlamento londinense. 

Se puede, por contraste, medir la atonía de la recepción actual de la novela de Skuse, que consiste sin embargo en una variación de una trama venida de los años setenta, la del "rape and revenge"rape and revenge: en ambos libros, los asesinatos impiden que las violaciones tengan lugar, pero los intentos provocan el desencadenamiento de una violencia extrema. Se puede aplicar a la heroína de Skuse lo que Dorlin afirma de la heroína de Sahavi: "rompe con una ética feminista (o atribuida demasiado rápidamente al feminismo en su conjunto) de la no violencia; es la sucia heroína que necesita el feminismo para cuestionar su propia relación con la violencia: lo que se hace en/con la violencia". 

 

Ahí es donde se encuentra el límite de estos textos: ¿qué es lo que hacen tambalearse? Cada uno es, no obstante, un éxito innegable en su género. Bellas durmientes compone un gran fresco fantástico que dibuja el paisaje inquietante de la América contemporánea, haciendo un hechizo sobre los estragos ecológicos provocados por el dominio de las empresas ávidas, reservando in fine un tratamiento particularmente sensible del grave problema del asesinato de las personas negras a manos de la policía. 

The power es un relato coral que, invirtiendo las relaciones entre los sexos, consigue señalar con gran agudeza las amenazas que pesan sobre nuestro mundo. E incluso Sweetpea, que no tiene la ambición de estos dos libros, se construye de una manera lo suficientemente hábil como para que su monstruosa heroína suscite a la vez repulsión y simpatía. 

Pero ocurre que los tres toman caminos ya trazados. Sí, incluyen temáticas nuevas en géneros ya conocidos, lo que les da su fuerza, pero la contraparte es que se ciñen a las limitaciones de esos mundos de ficción muy transitados, lo que constituye su debilidad. Sweetpea es una variación sobre los códigos de la chick lit chick lit(literatura para mujeres) transformados en gore. La novela de King, como la de Alderman, se construye en torno a un imaginario bíblico: en ambos relatos, una nueva Eva con superpoderes inaugura un tiempo nuevo, posiblemente el del Apocalipsis. Dicho de otro modo, recorremos con estas novelas, una vez más, los mismos lugares comunes que la mayoría de la ficción occidental se empeña en retomar incansablemente. 

El efecto de repetición es particularmente evidente para un lector extranjero: se trata de tres ficciones muy marcadas por una cultura anglófona, esta cultura que nos resulta tan familiar pero con la que tenemos siempre, sin embargo, una relación de exterioridad; sus códigos no son los nuestros. Ahora bien, el mundo se reduce cada día un poco más a estos relatos que dominan el mundo, igual que el problema del futuro del planeta se concentra en Dooling, pequeña ciudad de los Apalaches, en Bellas durmientes: "Si las mujeres de Dolling regresan, ¿regresarán también todas las mujeres del mundo?', preguntó Clint. '¿Así funciona?". 

En el último texto de Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit invita a "pensar fuera de la caja de Pandora": "En el ámbito social, la imaginación puede ser muy poderosa. Es particularmente espectacular en los derechos LGTBQ. (...) Se nos cuenta a menudo que las evoluciones más notables son el fruto de leyes y de campañas específicas. Pero lo que se esconde tras todo eso es la transformación de la imaginación que hace recular a la ignorancia, al miedo y al odio que llamamos homofobia". Si queremos otro mundo, necesitamos otros relatos. 

  Traducción: Clara Morales

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