Reivindicar el aborto como ejercicio de memoria para visibilizarlo como un derecho siempre en jaque

Tania no recuerda cuál fue el precio del billete de avión a Londres, pero sí que su hermano tuvo que pedir un préstamo para poder pagarlo. A Sonia no le quedó otra que buscar un destino más económico, pero sus amigos se esforzaron en hacer una colecta para ayudarla. Ambas atravesaron las fronteras a mediados de los setenta y principios de los ochenta con el mismo propósito: poder abortar. Son algunos de los testimonios que recoge la periodista Paula Boira en su libro Un aborto, 8.000 pesetas (Libros del K.O., 2025). Voces que atestiguan las raíces de lo que es hoy un derecho aparentemente consolidado. Excepto por las grietas que todavía existen: a aquella clandestinidad que marcó a las mujeres hace cuatro décadas, le suceden hoy otras tantas historias que dan cuenta de las imperfecciones que todavía existen en lo que respecta a la interrupción voluntaria del embarazo.

Aunque en apariencia resulte anacrónico, todavía existen mujeres en este país que se ven obligadas a coger un avión para ejercer lo que sobre el papel es un derecho pleno. La investigación periodística internacional Exporting Abortion evidencia que allí donde existen limitaciones al aborto, las mujeres cruzan sus fronteras para interrumpir el embarazo. Entre 2021 y 2023, una media anual de veinte mujeres salieron de su país para abortar, tal como recoge el diario Público. "La gente no tienen conciencia de que a partir de la semana vigésimo segunda, si tienes un problema y el comité clínico no da el visto bueno, no puedes abortar. Tampoco se sabe que tienes derecho a reclamar una segunda opinión", analiza al respecto Paula Boira. 

La ley de interrupción voluntaria del embarazo fija tres plazos para abortar, siendo el más restrictivo el que sucede en el último tramo: a partir de la semana 22 de gestación, el aborto sólo está permitido siempre que la vida de la madre corra peligro o cuando el feto padezca una "anomalía incompatible con la vida" o una enfermedad "extremadamente grave e incurable". Esto no sólo debe determinarlo un médico, sino que habrá de ser corroborado por un comité clínico. Y si el comité clínico no está de acuerdo con el diagnóstico, muchas mujeres no ven otra salida que buscar una alternativa en otro país, como hacían hace cuatro décadas. Según los testimonios recabados por la citada investigación, esto afecta principalmente a mujeres que desconocían su estado hasta el tercer trimestre y a aquellas cuyo caso no pasó el filtro del comité clínico.

"Es un problema", asiente Francisca García Gallego, presidenta de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción Voluntaria del Embarazo (ACAI). "No son muchos casos, pero eso no lo hace menos importante", reseña. En la reforma de la ley del aborto, liderada por el Ministerio de Igualdad hace ahora dos años, "se perdió la oportunidad de fijar unos protocolos comunes" para los comités clínicos. Como consecuencia, se producen situaciones anómalas como el rechazo de un caso por un comité clínico en suelo andaluz, siendo el mismo caso avalado por otro comité catalán, pone como ejemplo la doctora. "No funcionan con los mismos criterios y al final se convierten en comités éticos", lamenta.

La especialista cree fundamental además contar con "información pública sobre cuántas interrupciones voluntarias del embarazo se han denegado, para ver qué está ocurriendo con este asunto". Es precisamente la opacidad uno de los grandes problemas que entrevén las expertas: "No hay transparencia". A esto hay que sumar que muchas mujeres "están asustadas antes de llegar al comité clínico, no tienen confianza en que vaya a prosperar y algunas prefieren salir fuera directamente".

Clandestinidad, acoso y estigma

El relato que hilvana en su libro Paula Boira es en realidad el de la memoria colectiva que han ido construyendo las mujeres, casi siempre en silencio y desde los márgenes. Son voces hablan desde el pseudónimo, algunas por primera vez, otras recuperando la experiencia de familiares que optaron por la cautela. "En España hemos tenido este tema tan silenciado, rodeado de un tabú tan grande, porque todos los asuntos que afectan a la memoria de las mujeres pensamos que en realidad no son importantes y que aquello que nos sucede no es determinante", reflexiona la autora. 

La obra recoge no sólo los viajes al extranjero de todas aquellas que podían costearlos, sino también las vivencias marcadas por la clandestinidad previa a la despenalización del aborto, los protocolos y las estrategias que en silencio, procurando no llamar mucho la atención, ideaban las mujeres para salir adelante. Entre ellos, los objetos cotidianos convertidos en instrumentos de trabajo –una bomba de bicicleta para transitar del legrado con raspado a la técnica Karman, basada en la aspiración, junto a un bote de Nescafé que recogía lo aspirado– y los mensajes en clave para acceder a los pisos donde se realizaban abortos ilegales –"Hola, ¿está Flora?", debían pronunciar las mujeres en València–. Todo un conjunto de historias que ponen las bases para construir memoria colectiva.

Boira recupera voces anónimas y algunas otras que sí fueron visibles, como las 11 de Basauri, un grupo de mujeres enjuiciadas por haber abortado. Ocurrió en 1979 y la reacción cristalizó en miles de mujeres feministas movilizándose para respaldar a sus compañeras y reclamar la despenalización del derecho al aborto. Fue el germen de la gran fuerza movilizadora que vendría después, pero que tampoco se libraría de la criminalización y el estigma, incluso con la primera ley de supuestos de 1985.

Los avances legislativos, recuerdan las voces consultadas, han sido vitales para las mujeres, pero el derecho al aborto ha estado siempre en jaque. Incluso a día de hoy, a pesar de la creencia generalizada que vincula la consecución de derechos formales con una igualdad real en la práctica. "La ultraderecha y el catolicismo tienen una estrategia de acoso y derribo, todos los días hay alguien con carteles delante de las clínicas y la sanidad pública está llena de objetores de conciencia", afina Boira. 

Según los datos del Ministerio de Sanidad, el 81,4% de los abortos se realizan en la sanidad privada, la mayoría en las clínicas especializadas. Son precisamente estos centros los que sufren el acoso diario de los antiabortistas. Y lo hacen a pesar de la ley que persigue este tipo de ataques, aprobada hace ahora tres años y avalada por el Tribunal Constitucional. Lo sabe bien Francisca García. "Una cosa es lo que se legisla y otra es su implementación. La realidad es compleja. Para que se cumpla la ley, hacen falta profesionales formados y cambiar mentalidades", exclama.

Batalla cultural

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Pero si algo le preocupa a la histórica feminista Justa Montero, ese algo es la batalla cultural que libra hoy la extrema derecha. En un contexto de "guerras culturales, el feminismo se convierte para la extrema derecha –y para la derecha, escorada a posiciones radicales en la disputa por su electorado– en el principal objetivo", reflexiona. Y el punto de partida es una guerra abierta contra el aborto.

Hasta ahora, analiza la activista, ha habido una resistencia social porque "desde los inicios el movimiento feminista lo ha planteado como un derecho de las mujeres a decidir. Eso es lo que explica el arraigo tan importante que ha tenido históricamente". Pero la ofensiva de la "derecha, la jerarquía católica y todas las organizaciones antielección" ha devuelto el aborto al terreno del estigma y el tabú. "A las mujeres les cuesta dar su nombre y decir que han abortado, porque vuelven a ser señaladas", lamenta. Así, la campaña de la extrema derecha tiene dos pilares, reflexiona la feminista: el recorte de libertades y la vuelta hacia la culpabilización de las mujeres, lo que en cierta medida "vuelve a convertir el aborto en un asunto clandestino".

El efecto más evidente es que el aborto queda reducido a una cuestión puramente personal, privada e íntima y es despojado de su connotación política y de salud pública. "Convive con cierto tratamiento especial en el ámbito sanitario", así que se expulsa de la red pública, se aísla y se relega mayoritariamente al ámbito privado, continúa Montero. "Aún no tenemos todas las garantías para que los servicios de salud lo puedan practicar, ni todas las medidas para garantizar una atención debida en todos los hospitales públicos". Por eso, subraya, es importante "situarlo como parte de la memoria: para hacer entender que el aborto, cuando no es regulado en condiciones, tiene consecuencias para las mujeres".

Tania no recuerda cuál fue el precio del billete de avión a Londres, pero sí que su hermano tuvo que pedir un préstamo para poder pagarlo. A Sonia no le quedó otra que buscar un destino más económico, pero sus amigos se esforzaron en hacer una colecta para ayudarla. Ambas atravesaron las fronteras a mediados de los setenta y principios de los ochenta con el mismo propósito: poder abortar. Son algunos de los testimonios que recoge la periodista Paula Boira en su libro Un aborto, 8.000 pesetas (Libros del K.O., 2025). Voces que atestiguan las raíces de lo que es hoy un derecho aparentemente consolidado. Excepto por las grietas que todavía existen: a aquella clandestinidad que marcó a las mujeres hace cuatro décadas, le suceden hoy otras tantas historias que dan cuenta de las imperfecciones que todavía existen en lo que respecta a la interrupción voluntaria del embarazo.

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