Retrato del putero español: "Muchas veces sacaban a las mujeres en fila y tú elegías"

Una persona sujeta una pancarta en la que se lee: 'Putero, vamos a por ti'.

"¿Quién te dice 'yo me voy de putas'? La gente no lo dice, pero la mayoría de los hombres o se han ido o se van o se irán, esto es así". El que hace la afirmación tajante es, efectivamente, putero. Y es además uno de los quince testimonios que recoge la socióloga Beatriz Ranea Triviño en su tesis doctoral Masculinidad hegemónica y prostitución femenina: (re)construcciones del orden de género en los espacios de prostitución en el Estado español [disponible en este enlace]. Una investigación que acerca las experiencias y testimonios de los hombres que consumen prostitución, uno de los grandes pilares de un debate más candente que nunca. 

"Todo el mundo va de putas, pero está muy mal visto ir de putas", coincide otro cliente, un hombre de 28 años y casado. Esta vez se trata de un testimonio contenido en el libro El putero español (Catarata, 2015), confeccionado a partir de casi una treintena de entrevistas por todo el país y firmado por Águeda Gómez Suárez, Silvia Pérez Freire y Rosa María Verdugo. "Prestan un servicio necesario a la sociedad y más demandado de lo que alguna gente quiere admitir", suscribe otro joven de 21 años. Algunos incluso denuncian el supuesto estigma que recae sobre el consumo: "Está mal visto, es como si fueses un judío en la Alemania nazi", argumenta otro de los entrevistados.

Los datos sobre consumo de prostitución en España no son abundantes y muchos de los estudios que han tratado de dar una respuesta están ya desactualizados. Pero la información existente permite trazar una imagen aproximada de la situación. En el año 2009, el CIS publicó su Encuesta Nacional de Salud Sexual, con un millar de personas entrevistadas. El 5,1% de los hombres encuestados contestó que su primera experiencia sexual fue con una persona a la que pagó y el 10,2% afirmaron haber pagado por sexo alguna vez a lo largo de su vida. El 21,9% reconoció haberlo hecho más de una vez y el 4,6% en los últimos doce meses. La tesis citada concluye que, aproximadamente, el total de hombres que ha pagado por prostitución alguna vez en su vida oscila en torno al 32%. Similares cifras manejan las Naciones Unidas. En 2010 señaló en su informe sobre la globalización del crimen que el 39% de los hombres españoles ha pagado alguna vez en su vida por prostitución.

El pasado 19 de mayo, el Grupo Socialista registró una proposición de ley abolicionista de la prostitución que incluye, como principal novedad, el reproche penal de los clientes. "Las personas que recurren a las mujeres en situación de prostitución participan directamente del entramado que sostiene esta grave vulneración de los derechos humanos", argumenta el grupo. "El hecho de convenir la práctica de actos de naturaleza sexual a cambio de dinero u otro tipo de prestación de contenido económico, será castigado con multa de 12 a 24 meses", detalla el texto. Con esta medida, los socialistas se aproximan a la legislación de los países nórdicos y al modelo francés, a los que siempre han mirado como referentes.

"Todos son hombres machistas"

"No hay un perfil sociodemográfico, ni existe un nivel económico o formativo común, ni comparten una edad". Así explica Ranea Triviño sus conclusiones en conversación con infoLibre. Pero sí hay un punto en común, que no por obvio pierde peso: "Coinciden en que son hombres y en su visión sobre las mujeres", asiente. Las entrevistas destapan "unos discursos en los que la cosificación de las mujeres va desde lo explícito hasta lo sutil. Pero todos reproducen la cultura machista: la mujer está ahí para satisfacerles". La socióloga Águeda Gómez Suárez, coautora del libro anteriormente citado, llega a las mismas conclusiones: "Todos son hombres machistas". En ambos trabajos, detallan sus autoras, las técnicas de investigación son cualitativas: es decir, el número de entrevistas no es lo suficientemente cuantioso para sacar conclusiones estadísticas, pero las conversaciones sí aportan detalles significativos que permiten extrapolar las conclusiones a perfiles sociológicos similares.

¿Y por qué un hombre decide acercarse a la prostitución por primera vez? Según el trabajo de Ranea Triviño, el principal motivo sigue estando anclado en la primera experiencia sexual, pero también existen otros, fundamentalmente ligados al ocio y diversión en grupo o la ausencia de una pareja sexual. "Lo ves tan fácil que luego te acostumbras a eso y ya pasas de ligar, pasas de perder el tiempo", dice uno de los entrevistados. "Ya lo hago pues como el que coge el metro, como el que monta en coche todos los días", suscribe otro, "lo veo como un servicio que utilizo por necesidad". Algunos incluso describen el consumo de prostitución como una suerte de adicción: "Si lo pruebas y te gusta no lo vas a dejar", señala uno de los participantes en la tesis, quien reconoce que él "probablemente" no será nunca "fiel" a ninguna pareja.

"Las mujeres no toleran nada"

El ocio grupal, analiza la socióloga, tiene mucho peso a la hora de "reconocer el estatus de hombría". Un hombre, señala, no lo es porque él mismo lo diga, "sino porque el grupo lo reconoce como tal". "Te dicen ¡venga, vamos aquí! Es muy raro que uno diga que no, y si hay alguno que dice que no, acaba yendo. ¿Por qué? Pues porque la gran mayoría ha dicho que sí", expresa otro de los hombres. Tanto Gómez Suárez como Ranea Triviño coinciden en el peso que tiene en sus conductas la idea de "ser hombre". "No están comprando sexo, están comprando poder", afirma la primera, un tipo de poder "vinculado a la construcción de una identidad masculina" que queda "reforzada por el grupo, por el reconocimiento de los otros a través del cuerpo de las mujeres". También existe una "comparación constante entre lo que ocurre dentro de los espacios de prostitución y lo que ocurre fuera": el acceso al sexo de pago se presenta como el camino fácil, reseñan los hombres, una manera de "no invertir esfuerzo, ni tiempo, ni seguir el ritual de ligoteo".

Y por eso es también un espacio sin limitaciones. Los entrevistados deslizan la ausencia de límites como ventaja de la prostitución y de hecho "lo que identifican como mala experiencia se presenta cuando hay límites a su deseo", explica Ranea Triviño. Uno de los varones que participan reconoce: "Las mujeres de las generaciones un poco más jóvenes que la mía, de treinta y tantos, ya no te pasan ni una, no toleran nada. Pero en la prostitución sí porque tú estás pagando para que te aguanten, te escuchen, te acepten todo". Otro de los participantes afirma, sin titubeos, que el fin de la prostitución, de hecho, daría pie a una escalada de violencia sexual: "Sin la prostitución habría bastante tensión en la sociedad. Podría aumentar el número de agresiones sexuales y de violaciones".

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"¿Quién no tiene 20 euros o 30?"

La procedencia de las prostitutas está absolutamente presente en los relatos de los puteros, algo que la autora de la tesis ha dado en bautizar como "racismo sexualizado". Hay un elemento de "vulnerabilidad entre las mujeres de origen migrante, muchas en situación administrativa irregular y racializadas", un contexto totalmente invisible a ojos de los clientes. "Ellos establecen categorías en función del origen o la racialidad, como si fueran objetos de consumo, productos a probar", señala la socióloga. De hecho, cuando los entrevistados "hablaban del origen de las mujeres, utilizaban la palabra probar". "He dado la vuelta al mundo, normalmente latinas y rumanas", sostiene uno de los sujetos; "he probado asiáticas, un poco de todo, pero realmente a lo que suelo tirar es a las rumanas, rubitas", dice otro; "las latinas son más calientes que las que son ucranianas o rumanas, más frías", sentencia un tercero.

En esa suerte de catálogo, uno de los consumidores reconoce: "En los pisos te daban a elegir. Muchas veces sacaban a las mujeres en fila y tú elegías. Yo soy el que paga y eliges, pero eso es la prostitución".

Otro de los entrevistados lo liga a una forma de relajarse: "Te vas al trabajo, estás un poco estresado y le digo a un compañero ¡vámonos al club!". Ahí entra en juego la accesibilidad de la prostitución, pues ni su ejercicio ni su demanda son ilegales, aunque el proxenetismo sí está castigado en el Código Penal. Es algo, reconocen, "muy sencillo porque ¿quién no tiene 20 euros o 30? Todo el mundo, hasta chavales de 18 años".

"Colmar una necesidad"

El libro El putero español disecciona cuatro tipo de clientela: el misógino, el consumista, el amigo y el crítico. El cliente misógino es aquel para quien la prostitución es "algo normal y necesario". No observan ninguna "zona oscura" –Ranea Triviño afirma haberse encontrado "negacionistas de la trata"– y naturalizan la existencia de la prostitución "al considerarla consustancial a la humanidad".

Estos hombres hablan de consumir "sexo de calidad, cambiar la rutina de la vida en pareja o satisfacer las necesidades fisiológicas", aunque también arguyen que la gran mayoría de mujeres "no son tan activas sexualmente como ellos, por lo que se ven abocados a acudir a estos servicios". Uno de los hombres entrevistados para el libro sugiere que "algunos [hombres] necesitan mantener relaciones sexuales equis días durante el mes o durante la semana, y como no tienen cumplidas sus necesidades por su pareja, o como no pueden ligar con nadie, acuden a una prostituta para colmar una necesidad".

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El cliente consumidor está compuesto fundamentalmente por jóvenes "sobradamente preparados, formados e informados", incluso críticos con la herencia machista del pasado. Algunos aluden al trabajo sexual voluntario: "Mientras las chicas que ejercen lo hagan de forma voluntaria, no hay nada de malo en ello", sostiene una de las voces plasmadas en el libro. Las autoras perciben, en este grupo, un discurso contradictorio: "Buscan mujeres iguales y compañeras como pareja o amigas, y a la par, a las mujeres en prostitución las tratan como mercancía, como un producto de consumo más". Este tipo de cliente tiende a acceder a la prostitución como una suerte de "rito de iniciación" o "por cuestiones sociales, emulando al grupo de amigos".

El llamado cliente amigo es aquel que adopta una "actitud amable cuando compran sexo de pago". "No tengo pareja estable y en este momento tampoco me planteo tenerla y de esta forma cubro mis necesidades físicas. Responden a mis fantasías y con alguna chica siento que puede haber cierta conexión afectiva", expone uno de ellos.

Finalmente, el perfil crítico reconoce la desigualdad de género y las "injusticias que sufren las mujeres en un entorno patriarcal y capitalista". Este tipo de cliente, observan las investigadoras, están también en ocasiones arrepentidos del consumo. "Una vez un cliente me llevó a un piso donde solo había menores… Yo no pude, no pude ir con ninguna. Es muy fuerte… Pensé en mis hermanas", admite un joven de apenas treinta años.

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