La alternativa que se convirtió en más de lo mismo: Starmer ya es casi indistinguible de los 'tories'

Hay una historia muy conocida en el Reino Unido que habla de la tormentosa relación entre el laborismo y las políticas más de izquierdas. Un diputado conservador contó que, allá por 2002, invitó a una cena con varios políticos del partido a la todopoderosa exprimera ministra británica Margaret Thatcher. Durante aquella velada, uno de los asistentes preguntó a la Dama de Hierro cuál creía que había sido el mayor logro de su periodo en Downing Street. La respuesta dejó sorprendidos a la mayoría de los que estaban en la mesa: “Tony Blair y el Nuevo Laborismo”. Y zanjó: “Obligamos a nuestros adversarios a cambiar de opinión”. Es un buen resumen de lo que muchos británicos pensaban en aquellos años de principios de los 90. Sí, los laboristas habían logrado ganar tres elecciones consecutivas, la primera de ellas con la mayor mayoría absoluta de su historia, pero a costa de irse al centro y de abandonar muchas de las reivindicaciones del ala más a la izquierda del partido.

Aunque la historia no siempre se repite, muchas veces rima. 28 años después de la primera victoria de Blair, los laboristas lograban de nuevo una victoria abrumadora después de más de 10 años de gobiernos conservadores. El ahora primer ministro Keir Starmer logró en las elecciones del pasado año 411 asientos, casi 300 más que los tories, que pagaron todos sus años de desgaste y malas decisiones en el poder. Y una vez más, como en el caso de Blair, los laboristas lograron esa abrumadora mayoría girando al centro, sin proponer cambios de calado y con un candidato que si bien no tenía el carisma del escocés, sí logró capitalizar su imagen de político serio después del caos desatado por los conservadores en sus últimos gobiernos.

Sin embargo, casi un año después de su victoria, las derivas políticas de Starmer y de Blair no pueden ser más diferentes. Mientras que el abanderado del Nuevo Laborismo se establecía como un político popular y destinado a marcar la política británica durante más de una década, Starmer está naufragando tanto a nivel político como electoral. Las encuestas no pueden ser más desasosegantes para el primer ministro, que ha perdido todo el impulso que le dio su victoria del pasado año. Si bien el sistema electoral mayoritario de Reino Unido le favoreció enormemente para traducir sus votos en escaños, sus primeros meses de mandato están demostrando que esa mayoría era más endeble de lo que podría parecer en un primer momento.

“Los británicos han perdido totalmente la confianza en el primer ministro y en su Gobierno. El clima es de absoluta decepción conforme avanza el tiempo y muchos ya no creen en lo que dice y promete Starmer. Los ciudadanos no han visto que su riqueza haya aumentado y Reino Unido continúa en crisis, dos aspectos que el primer ministro aseguró durante la campaña que iba a solucionar”, explica Francis Ghilès, investigador asociado al Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB). En esa percepción influye la nefasta gestión económica del Gobierno, que no ha podido hacer frente a la subida del coste de la vida y cuyo índice de desaprobación en este aspecto es de más del 80%. Números que recuerdan a los de la época de la.conservadora Liz Truss, en cuyo corto mandato hundió la libra y destrozó la economía inglesa a base de medidas ultraliberales.

Si bien no se puede decir que en Reino Unido existía una gran ilusión por el cambio de Gobierno –muchos votantes votaron más en contra de los tories que a favor de los laboristas–, sí es cierto que el inmovilismo del premier ha enfadado especialmente a aquellos votantes más a la izquierda. No es algo nuevo, desde su llegada a los mandos del Partido Laborista en 2020, Starmer se encargó de minimizar e invisibilizar al ala más progresista del partido, representada por el anterior líder de la formación, Jeremy Corbyn. Como parte de ese giro al centro y tras largos enfrentamientos entre ambos, llegó incluso a expulsar a Corbyn del partido después de que este, descontento con la deriva laborista, llegara a presentarse como independiente a las elecciones. 

Los temores para ese ala, que comenzaron ya antes de la propia campaña electoral, criticando a Starmer su falta de ambición a la hora de reformar los maltrechos servicios públicos, se han confirmado en su mayoría durante su primer año de gobierno. Ya desde el principio, el primer ministro desató la indignación de sus bases en el congreso de Liverpool de la formación pocos meses después de su victoria, con una propuesta política más propia de los conservadores que de los laboristas: una reducción del subsidio para la calefacción de los pensionistas. Pese a que en un primer momento se exageró el alcance de la medida, esta desató la crisis en los laboristas a las pocas semanas de llegar a Downing Street. Ahí comenzó la caída en picado de Starmer y, desde entonces, no ha podido levantar el vuelo.

Un descenso en popularidad que se puso negro sobre blanco en las elecciones municipales del pasado 1 de mayo, donde el laborismo sufrió su primera gran derrota legislativa a manos de Reform UK, el partido de extrema derecha heredero del Brexit, y que las encuestas ya colocan como primera fuerza a nivel nacional. La formación liderada por el populista y polémico Nigel Farage logró arrebatar a los conservadores buena parte de sus concejales, consiguiendo así su primera alcaldía, además de ganar a los laboristas un diputado en la elección parcial por el distrito de Runcorn & Helsby por apenas seis votos. Para ponerlo en perspectiva, los de Starmer habían ganado esa circunscripción doblando a Reform en julio.

Starmer y Reform, dos caras de la misma moneda en migración

¿La respuesta del primer ministro a esa dura derrota? Profundizar aún más en su deriva conservadora. La estrategia no es nueva, ya durante el gobierno de Rishi Sunak, y pese a que tenían ventajas siderales en las encuestas, cualquier pequeño varapalo llevaba a los laboristas a acentuar su giro. En esta ocasión, han elegido para hacerlo el tema estrella de Reform: la migración. Solo unos días después de la derrota, Starmer anunciaba un endurecimiento en la política migratoria, con requisitos más estrictos para estar en el país y llegando a decir que Reino Unido corría el peligro de convertirse en una “isla de extraños”, una retórica que recordaba a las consignas de Farage.

“La estrategia de Starmer no tiene ningún sentido. Manda un mensaje a los votantes de que, realmente, quien tenía razón con el tema migratorio era Farage y que quienes estaban equivocados eran los laboristas. Así que lo que les dice es que en la próxima campaña a quien tienen que votar es a Reform, porque les está copiando los mensajes”, explica Guillermo Fernández Vázquez, politólogo y profesor de la Universidad Carlos III. Una opinión que comparte Anna López Ortega, doctora en ciencia política y autora de La extrema derecha en Europa: “Al intentar competir con Reform en su terreno, puede estar fortaleciendo la narrativa de Farage, no combatiéndola. Farage, como demostró al acusar al gobierno de no hacer lo suficiente para controlar las fronteras, sabe capitalizar estas jugadas para presentarse como la opción auténtica frente a imitadores”.

Esa estrategia de imitación ya se ha probado, además, errónea en múltiples países europeos. En Alemania, por ejemplo, ni la táctica del excanciller alemán Olaf Scholz de endurecer su discurso contra la migración (llegó a decir que se debería “deportar a gran escala” en Alemania) ni la del ahora mandatario, Friedrich Merz, de asumir propuestas de la extrema derecha en esa misma materia, funcionaron para parar a los ultras. En las pasadas elecciones, Alternativa para Alemania (AfD) logró el mejor resultado de su historia superando el 20% de los votos y, actualmente, algunas encuestas han llegado a colocar al partido como primera fuerza. A la vez, los socialdemócratas se hundían hasta uno de los peores resultados de toda su historia y los conservadores de Merz tampoco alcanzaban el éxito que preveían muchas encuestas.

Por todo ello, existe el temor de que el electorado obrero tradicional laborista, sobre todo aquel del denominado “Muro Rojo”, una zona ubicada en el norte de Inglaterra y en las Midlands donde la formación ha tenido durante años su electorado más fiel, pueda cambiar a Reform. Ese votante frustrado ya viró en 2019 hacia el Partido Conservador con el populismo de Boris Johnson, que logró unos resultados muy buenos en esa zona. Ahora, el temor de que otro candidato populista, en este caso Farage, pueda romper ese muro se vuelve a hacer patente. “La incapacidad de Starmer para ofrecer un cambio significativo, sumada a la percepción de que está adoptando políticas conservadoras, puede alienar a su base tradicional. Farage, al igual que Johnson, apela a la promesa de un cambio radical, algo que muchos votantes desencantados encuentran atractivo”, explica López Ortega.

Para no hacerlo, insiste Fernández Vázquez, es fundamental no comprar esos marcos propuestos por los ultras: “Nunca hay que aceptar el tipo de problemas y el tipo de soluciones que propone Reform, sino precisamente todo lo contrario. Si en algo hay que imitar a la extrema derecha es en que ellos nunca compran los marcos del rival, siempre optan por resignificarlos o negarlos. Nunca dan el brazo a torcer porque entienden que la batalla de las ideas es fundamental”, describe el profesor. Sin embargo, ni siquiera parece que Starmer sepa qué hacer a nivel de estrategia interna: “Otro de sus problemas en lo que lleva de Gobierno es que no sabemos cuáles son sus prioridades. Un día parece que es la economía, otro el clima, otro la migración, y eso es muy peligroso”, comenta Ghilès.

El laborismo de Starmer limita sus ya de por sí limitadas ambiciones

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De hecho, en una suerte de huida hacia delante intentando marcar perfil internacional ante las críticas internas, Starmer se ha erigido como un pilar en el rearme europeo y en el apoyo a Ucrania. Pero lo ha hecho a base de subir el gasto militar a costa de algo tan fundamental como es la ayuda a la cooperación internacional. En un movimiento que recordó a la destrucción por parte de Donald Trump del USAID, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Starmer realizó un recorte casi sin precedentes de la ayuda a la cooperación de Reino Unido. 

El país, que tiene el 0,7% del PIB como el nivel objetivo de este tipo de financiación, estaba en el 0,5% cuando el primer ministro llegó al poder y, tras la decisión de Starmer, esa cifra se reduce a casi el 0,3%, cuando anteriormente la ayuda al desarrollo había sido una de las banderas de los laboristas y objeto de duras críticas por parte del partido cuando Johnson realizó recortes similares. Fuentes del Gobierno afirman que esta decisión ha caído como un mazazo dentro de los departamentos asociados a la cooperación y prevén tiempos duros y reestructuraciones para continuar teniendo impacto en las distintas áreas que van desde ayuda humanitaria hasta los fondos para proteger a los refugiados en Reino Unido.

Además, Starmer también anunció más de 6.000 millones de recortes a los discapacitados a la vez que endurecía los requisitos para acceder a las ayudas, una medida que ataca a otro de los pilares del laborismo y que igualmente ha desatado las críticas internas. Con todo ello, y con una gestión que a muchos les recuerda a la época más oscura de los conservadores, la pregunta es si Starmer realmente piensa que el giro a la derecha es la única forma de ganar votos tras más de una década de dominio conservador: “No es que Reino Unido no pueda ganar elecciones con medidas de izquierda, sino que el sistema actual dificulta la implementación de políticas que desafíen el status quo. La historia reciente, desde Thatcher hasta Blair, demuestra que las 'alternativas' a menudo terminan siendo más de lo mismo, con diferentes actores en el mismo tablero”, zanja López Ortega.

Hay una historia muy conocida en el Reino Unido que habla de la tormentosa relación entre el laborismo y las políticas más de izquierdas. Un diputado conservador contó que, allá por 2002, invitó a una cena con varios políticos del partido a la todopoderosa exprimera ministra británica Margaret Thatcher. Durante aquella velada, uno de los asistentes preguntó a la Dama de Hierro cuál creía que había sido el mayor logro de su periodo en Downing Street. La respuesta dejó sorprendidos a la mayoría de los que estaban en la mesa: “Tony Blair y el Nuevo Laborismo”. Y zanjó: “Obligamos a nuestros adversarios a cambiar de opinión”. Es un buen resumen de lo que muchos británicos pensaban en aquellos años de principios de los 90. Sí, los laboristas habían logrado ganar tres elecciones consecutivas, la primera de ellas con la mayor mayoría absoluta de su historia, pero a costa de irse al centro y de abandonar muchas de las reivindicaciones del ala más a la izquierda del partido.

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